23. Caitán
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Abro los ojos, pero no veo nada. La oscuridad parece moldearse a mi alrededor, cubriéndome con su invisible manto. ¿Este mundo está dentro de mi mente? Lo último que recuerdo es haberme quedado dormido después de curar a Gabriel.
—No quiero desaparecer.
Mi corazón se apretuja en el pecho provocándome un dolor punzante. ¿Es acaso posible sufrir así dentro de un lugar que no es real?
—No quiero dejar de existir.
El miedo se extiende y me llevo las manos a la cara para cubrirla. Lo que más odio es llorar por estar asustado, así que aprieto durante un rato las palmas de las manos contra los párpados.
Tranquilízate, Caitán. No dejes que el miedo vaya más allá.
Percibo el suave sonido del bosque. Las hojas meciéndose empujadas por una brisa, el crujido de las ramas y los pasos de algo que se mueve lentamente sobre la hierba que crece arropada por los árboles.
Aparto las manos. Ante mí se alza una amalgama de huesos y plantas que dan forma a una bestia bípeda que no encaja con ningún animal que haya estudiado antes. De su cráneo salen cuernos que se enredan como un ramaje seco, semejantes a los que suelen tener los ciervos. Las cuencas de sus ojos brillan con una luz dorada; sus fauces se abren y sale una voz conocida.
Están en peligro.
—¿Quiénes?
Mis protegidos. Los humanos que viven bajo la barrera.
Alza una zarpa hecha de largos huesos, con una enredadera enroscándose en ellos, y la posa sobre mi cabeza. Hasta mí llega la imagen de Brétema deslizándose hacia el arco que forma la entrada de Orballo, después, me muestra a Lluvia señalando un grupo de niños a medio camino entre humano y animal. ¿Corruptos?
Si tocan a los niños, morirán todos. El pueblo entero será arrasado. Esos pequeños son lo único que le queda.
—¿Qué puedo hacer yo? Soy un simple humano. Ni siquiera sé pelear.
Por mucho que quiera ayudar, me da la impresión de que solo seré un estorbo. Lo único que puedo hacer es curar a los que ya han sido heridos.
No es momento para dudar de ti mismo, Caitán Arcanova.
Un fogonazo de luz me deja sin visión durante unos instantes y de pronto me encuentro de pie en medio del bosque, la lluvia cae copiosamente en la noche haciendo que se me pegue el pelo a la cara.
—Espera, creo que ya vuelve a ser Caitán. —La voz de mi hermano me deja claro que estoy de nuevo en el mundo real.
Me giro para comprobar que todos se encuentran detrás de mí, jadeando como si hubieran estado corriendo. Gabriel es el que está más cerca; tiene la mandíbula apretada en un gesto de tensión que se relaja al mirar mis ojos.
—¿Quién ha conducido hasta aquí? —digo lo primero que se me pasa por la cabeza. El ser que habita dentro de mí me ha poseído. Espera, ¿sabe conducir un coche?
Gabriel resopla con una extraña mezcla de alivio y frustración. Acorta la distancia que nos separa y pega su cara a la mía.
—Eres tú. —Estira mis mejillas un par de veces.
—He sido yo el que ha conducido —responde Adán.
—No hubo manera de retenerte en casa, estabas hablando con una voz rara y tus ojos brillaban que te cagas —interviene Lux que lleva a Menta en el regazo.
—¿Estás bien? —pregunta Noa con visible preocupación.
No parece que les importe demasiado estar debajo de un aguacero, ni que hayamos vuelto a Orballo.
Traidores. Muerte. Las palabras se dibujan en mi mente. Brétema está cerca.
—No tengo tiempo —mascullo antes de echar a correr.
—¡Maldita sea, Caitán! —grita Gabriel detrás de mí. Intenta atrapar mi brazo, pero no lo consigue—. ¿A dónde se supone que vas? ¿Es que quieres morir?
¿A dónde voy? ¿A convencer a Brétema? ¿A detener a Lluvia?
A salvar a los niños.
Delante de mí veo a Brétema adentrarse en Orballo. Por suerte, sus habitantes están metidos en sus casas o eso es lo que deseo de todo corazón. Corro con todas mis fuerzas hasta que casi puedo palpar la negrura.
—¡Caitán! —Gabriel no deja de gritar mi nombre.
Me las arreglo para colarme por un lado sin que me toque y sigo avanzando hasta ponerme delante.
—Detente, no les va a pasar nada —hablo a toda prisa y alzo los brazos en un intento de bloquear su camino.
El corazón me golpea en el pecho, de nuevo está el miedo revolviéndose en mi interior. Puedo notar cómo las piernas me tiemblan y me siento ridículo.
Traidores.
Sin embargo, no se mueve, se queda en medio de la calle principal del extraño pueblo. Gabriel aparece por un lateral, ahora convertido en gato. Con un par de movimientos ágiles se sube a mi hombro y mira hacia Brétema con el pelaje del lomo completamente erizado.
—Tengo que salvar a los niños o va a borraros del mapa —le susurro. Muevo mis pies hacia atrás con exasperante lentitud.
Lux también consigue para pasar convertido en zorro y me alivio cuando mi hermano aparece justo detrás, llevando a menta en las manos. Un graznido me hace dirigir la vista al cielo nocturno por unos segundos. Noa está volando en círculos sobre mi cabeza.
—Te prometo que los protegeré —digo en voz alta para que me escuche.
¿Dónde estaba Lluvia? Cierro los ojos intentando visualizar el lugar. Era una especie de jardín. ¿El pazo de Lluvia?
Tendré que arriesgarme.
—Poneos a salvo —me dirijo a Adán, aunque mis palabras en realidad van hacia todos.
Tras asegurarme de que Brétema no se agita, echo a correr de nuevo. Gabriel salta de mi hombro para trotar a mi lado sin decir nada.
Pasamos por la estatua de la diosa sin nombre y nos dirigimos hacia el pazo.
¿Cómo puedo salvarlos a todos?
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