2. Gabriel

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—La maldición te ha seguido —se lamenta Lux con un quejido lastimero—. ¿Cómo hacemos para que no entre y nos mate?

Resoplo con resignación ante sus protestas y camino hasta el ventanal. La maldición, o como dicen los ancianos, Brétema, está lamiendo el cristal, dispuesta a meterse en el interior de un momento a otro. Intento recordar las palabras que usaba mi madre cada vez que Brétema inundaba el bosque, pero no llego a ningún lado.

Mareado, me tambaleo hacia delante y me pregunto por qué se ha alejado tanto de las montañas. ¿Ha salido en busca del elegido como yo?

De pronto siento como unas manos fuertes me alzan y el pelaje se me eriza. Bufo y tuerzo la cabeza para encontrarme con los ojos verde hierba de Caitán. Tiene el cabello negro suelto a la altura de la base del cuello y ahora mismo está bastante despeinado, lo cual concuerda con su barba de tres días y el aspecto dejado que tiene en general.

A pesar de que le araño, se las arregla para meterme de nuevo en la habitación donde cura a los animales que se va encontrando y cierra la puerta con la pierna. Apoya la espalda contra la madera y se resbala hasta el suelo conmigo todavía sujeto entre sus brazos. Si sigue apretándome así, se me van a salir las vísceras.

—No va a marcharse solo cerrando la puerta, ¿verdad? —nos dice en un alarde de inteligencia.

—No —espeto mientras me revuelvo para salir de su agarre. Estoy demasiado cansado para adquirir mi verdadera forma—. Lux, ¿recuerdas las palabras?

Él niega con la cabeza antes de responder.

—Nadie salvo los protectores es capaz de recordarlas. ¿No te estabas preparando para ser uno? —Sus ojos relucen con un brillo malicioso. Le gusta verme fallar en cualquier cosa—. Veo que no eres perfecto.

Caitán suelta un sonido de exasperación que corta de golpe la mordaz respuesta que tenía preparada para el estúpido zorro.

—¿Sin esas palabras no se marcha? —pregunta y cierra los ojos.

—Puedes ofrecerle un sacrificio, pero nunca sabemos qué es lo que quiere y si se quedará satisfecha una vez lo entregues —explica Lux hablando más de la cuenta. Le lanzo una mirada asesina que él ignora—. Algunos ancianos dicen que la han visto detenerse cuando cantaba un miembro de la familia Arcanova.

Sé que me estoy enfadando sin motivo, ya que este chico no recordará nada en cuanto el sol despunte; pero si sigue hablando y soltando detalles sobre nuestro pueblo voy a terminar matándolo.

Las comisuras de Caitán suben un poco, como si le hiciese gracia el asunto o estuviese a punto de volverse loco. Más bien lo segundo. Carraspea un instante y comienza a tararear.

Bien, definitivamente está mal de la cabeza. El tarareo se convierte en una canción de la cual no conozco la letra ni la entiendo, su voz se cuela a través de mis orejas y he de admitir que es suave, con un toque dulce. Me hace sentir tranquilo y en paz, algo que no había experimentado en las últimas semanas.

Me deja libre en el suelo y abre de nuevo la puerta para comprobar si Brétema sigue allí. Yo también me asomo con la ligera esperanza de que se marche con el sonido de su voz.

Se ha apartado de la ventana, pero todavía se puede ver un revoltijo negruzco que no deja ver nada más allá. Me siento un poco decepcionado y lucho contra ese sentimiento que no tiene cabida ahora mismo.

—Ha venido a por algo —murmura, dejando de cantar. Lux y yo pasamos a mirarle con extrañeza. Caitán toma el saquito que contiene las nomeolvides que traje de la montaña y lo lleva hasta la puerta que da al jardín. Antes de que pueda impedírselo, lo lanza y Brétema se retrae un segundo para de engullir el saco con las flores—. No le gusta que roben las flores que crecen en el río.

Cierra la puerta con presura, como si se diera cuenta de pronto que se está enfrentando a una fuerza desconocida que bien podría haberlo matado. Suelta todo el aire que tenía contenido y yo también lo hago sin darme cuenta.

—No he robado las flores —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda siquiera pensarlas—. No se puede robar algo que crece salvaje en la montaña y que no es propiedad de nadie.

Caitán dirige sus ojos verdes hacia mí y si ahora mismo fuera humano sé que me arderían las mejillas. Por suerte, en estos momentos soy un gato.

Lux trota hasta Caitán con una emoción que solo pueden demostrar los perros. O familiares suyos.

—¡Sabía que eras especial, pero no me imaginé que fueras un Arcanova! —grita emocionado y da algunos saltos hasta acabar encima del sofá. Muerde un cojín y de pronto se da cuenta de que está dejando que su parte animal impere, por lo que carraspea y se sienta.

Caitán hace lo mismo; su rostro está pálido como la niebla de invierno. Percibo que su calma es una fachada, su vientre sube y baja con rapidez.

—Sí, mi nombre era Caitán Arcanova —dice al cabo de unos minutos—. Aunque eso fue mucho antes de que me adoptaran. Casi lo había olvidado.

Sus manos se cierran con fuerza.

—Así que mañana ya no recordaré todo esto, ¿no? —continúa hablando con tono que no sabría definir—. Al menos nos hemos salvado.

Ahora ya no estoy tan seguro de que vaya a olvidar. Me adelanto hasta ponerme cerca, pero sin llegar a tocarle y lo observo detenidamente. El último Arcanova que vivió en el pueblo era un hombre cruel y despiadado, rompió todas las promesas y se marchó dejando que Brétema caminase libre. O al menos es lo que todos cuentan, hace ya cincuenta años que no hay un Arcanova para ayudar a los protectores. Caitán no semeja ser un hombre cruel, más bien todo lo contrario. Sin embargo, ha sido capaz de entender las palabras que nadie escucha y de calmar a la oscuridad.

—No creo que lo olvides —contesta Lux—. Y es posible que tu vida se vuelva mucho más complicada a partir de ahora, sobre todo si Brétema se ha percatado de que la entiendes. —La expresión de Caitán cambia de cansada a asustada en un segundo—. Aunque espero que no, por supuesto.

—Siempre puedes venir con nosotros —mascullo intentando que las palabras peyorativas que dije antes sobre él no pesen demasiado—. Soy un protector...

—Proyecto de protector, más bien —irrumpe Lux con malicia.

Sacudo la cola contra el suelo, mi enfado se hace cada vez más visible.

—Soy un protector —repito de nuevo mientras ignoro los gestos de burla del zorro—. Puedes venir al pueblo siempre que estés a mi lado y ver si hay alguna manera de deshacer todo esto. Solo así podrás recuperar tu vida normal.

Los gestos de burla del zorro pasan a la sorpresa más genuina. Ningún extranjero había sido invitado antes al pueblo y lo que acabo de ofrecer es una tremenda locura.

Caitán me mira y se agacha para sujetarme de nuevo. Me pasa las manos por la zona en la que se unen mis patas delanteras con el cuerpo y me levanta. Nos quedamos cara a cara y me siento realmente incómodo, noto como me hierven las orejas.

—Eres un poco pequeño para ser un protector, aunque supongo que no importa el tamaño, ¿verdad? —me dice y el bochorno me llena. Si me viera en mi forma original no opinaría lo mismo, pues soy un poco más grande que él—. Está bien. —Ahora se dirige a los dos—. Iré con vosotros. Pero antes tengo que dejar todo listo y fingir que me tomo las primeras vacaciones de mi vida.

Me deposita sobre el sofá y se va hacia el teléfono para hacer algunas llamadas.

Creo que me acabo de meter en un buen lío.

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