15. Caitán

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En una mezcla que parece sacada de un cuento, los animales y humanos festejan juntos la llegada de la primavera. Desde la entrada del pueblo hay pequeños puestos ofreciendo un montón de curiosidades. Veo diferentes dulces y platillos, casi todos ellos vegetarianos. También hay objetos traídos del exterior expuestos como si se trataran de bienes preciosos.

Han colgado unos farolillos hechos de papel que lanzan su brillo dorado sobre nuestras cabezas. Por un momento me dejo llevar por el barullo de gente animada y converso con una de las ovejas que ofrecen coronas de flores. Cojo dos a cambio de un paquete de chicles que tenía en el bolsillo del pantalón y pongo una sobre la cabeza de Gabriel, que todo este tiempo ha estado a mi lado.

Mira hacia arriba con un gesto divertido y el ceño fruncido, a pesar de eso, no se la quita. Intento discernir la silueta de Noa entre la cantidad de gente, pero no llego a verla. Lux tampoco está cerca, así que termino por poner la otra corona sobre mi cabello.

Hay una pequeña banda tocando canciones desconocidas para mí, aunque su sonido me recuerda al de la música que se suele tocar en los festivales célticos.

Los nervios se han ido diluyendo a lo largo del día para quedar solo una pequeña molestia en la boca de mi estómago. Ni siquiera Gabriel sabe qué tipo de prueba tendré que pasar esta medianoche, ¿intentarán matarme por haber visto este mágico lugar?

Llegamos a la plaza, en dónde la gente baila animada. La estatua de la diosa sin nombre está adornada con cientos de flores que desprenden en su conjunto un aroma embriagador. Vislumbro a Noa sentada en un banco con una bolsa en su regazo e intuyo que ha traído a Menta para que observe la fiesta a pesar de que no pueda salir de su escondrijo.

Lux se acerca a mí con la cara roja y con el sudor apelmazando sus rizos contra la frente.

—¿Bailas conmigo? —dice, tomando mis manos y zarandeándolas de un lado para otro.

Gabriel se encoge de hombros y echa a caminar hasta ponerse al lado de su hermana. Desde aquí no puedo escuchar con claridad lo que están hablando.

—No quiere admitir que le encantaría bailar contigo —me susurra Lux con una risa digna del zorro que es.

Me muevo hasta mezclarme con las personas que bailan y sigo los pasos de Lux con mucha torpeza durante dos piezas. Tras una despedida animada, se marcha corriendo para buscar otra pareja.

Voy hasta Gabriel, que se ha quedado solo y mira la estatua con expresión concentrada. ¿Qué estará pensando?

¿Sabrá bailar?

—Ha sido divertido —hablo un poco alto para que se me escuche por encima del jaleo.

Él vuelve a elevar sus hombros sin responder a nada en particular. Parece agobiado con lo que pueda llegar a suceder más tarde.

—Bailemos —insto y tomo su mano para arrastrarlo a la improvisada pista de baile. Llegamos a un punto en el que no hay demasiada gente y tiro de él para que quede frente a mí.

Intenta huir, pero aferro su mano con firmeza. La canción animada pasa a una lenta y suave. Sus ojos del tono de la canela se entrecierran un poco antes de señalar a la banda.

—¿Piensas bailar eso conmigo?

Pongo su mano en mi cadera, recordando lo que me enseñó mi madre cuando era pequeño y bailábamos en las fiestas de navidad. Después entrelazo mis dedos con los suyos y muevo los pies de un lado hacia otro, llevando a Gabriel conmigo.

Él pone cara de circunstancias cuando nos pisamos mutuamente y me entra la risa. Intento hacer que gire, sin embargo, no lo consigo por lo que giro yo y termino por empujar sin querer a la pareja que tenemos detrás.

—Uy. —Suelto e intento ayudar a la mujer de mediana edad que he tirado al suelo. Esta refunfuña algo sobre "mierda" y "elegido" y se aparta con brusquedad.

Por primera vez desde que llegué a Orballo escucho la risa de Gabriel. Una sonrisa real cruza su semblante antes de echar a reír. Se lleva la mano al estómago y sus hombros tiemblan con las carcajadas.

—Pobre mujer, casi la arrollo y a ti te da la risa. —Sacudo la cabeza negativamente procurando no reír también.

La música cesa con esta última pieza y todos los presentes se van callando hasta que el silencio invade Orballo.

Lluvia se sitúa al lado de la estatua, subido en una especie de tarima pequeña.

La expresión de Gabriel se torna seria de nuevo y mi corazón comienza a palpitar todavía más deprisa si es que eso es posible.

La voz de Lluvia llega a todos sin necesidad de altavoces.

—Hoy celebramos dos cosas muy importantes. —Trago saliva al sentirme observado—. Hace más de mil años, en un día como hoy, la diosa sin nombre nos concedió el poder de transformarnos en animales. A lo largo de los siglos hemos celebrado este día, a pesar de que ahora consideramos que esto es un castigo más que un regalo.

Lux se acerca con Noa de la mano; sus expresiones me ponen todavía más nervioso.

—Pero a nosotros ha llegado el elegido —sigue hablando Lluvia—. Aquel que liberará este pueblo de la maldición que llamamos Brétema. Hemos esperado demasiado tiempo, pero hoy por fin haremos la primera de las cinco pruebas que ha de pasar el joven para saber si podrá derrotar a la oscuridad.

—Grandísimo cabrón —masculla Lux con desprecio—. Estoy seguro de que ni siquiera cree que exista el elegido.

Lluvia señala hacia mí y la muchedumbre se aparta.

—Muchos ya le conocéis. —Lluvia mueve la mano indicando que me acerque. Dejo que mis piernas me lleven hasta ahí sin pensar mucho en ello. ¿En qué me he metido? Siempre estoy intentando ayudar a los demás y rara vez pienso en las consecuencias. Ahora, sin embargo, puedo imaginarme qué va a suceder y no quiero afrontarlo—. Su nombre es Caitán y hoy pasará la prueba de la espada.

Algunos ancianos emiten un sonido de asombro y horror a partes iguales. Desvío mi mirada hacia Gabriel, pero él se mantiene en tensión sin más.

Un niño pelirrojo se acerca con una enorme caja y la deja sobre el improvisado suelo de madera. Lluvia abre la caja y extrae una brillante espada. El filo destella a la luz de los candiles. La empuñadura parece estar formada con múltiples hojas de enredadera.

Me siento mareado.

—Según las escrituras, la espada entregada por la diosa no será capaz de herir al elegido.

Sin previo aviso hunde el metal en mi pecho.

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