Capitulo 7
Mal había pasado días evitando a Lizzy. Después de todo lo que había sucedido, verla feliz con Harry Hook era una tortura. Cada vez que Lizzy reía o lanzaba esa mirada enamorada a Harry, Mal sentía que su corazón se desgarraba en mil pedazos. Sabía que todo esto era su culpa, que había sido ella quien rompió el corazón de Lizzy, manipulada por las oscuras intenciones de su padre, Hades, pero eso no aliviaba el dolor que sentía al ver a Lizzy tan cerca de alguien más.
Lizzy se merecía ser feliz, y Harry Hook, a pesar de su pasado pirata, parecía ser lo que Lizzy necesitaba. Lo trataba con una dulzura que Mal había extrañado en los últimos días, y aunque Mal intentaba mantenerse firme, cada interacción entre los dos le recordaba cómo había fallado. En su mente, las palabras de su padre resonaban como un eco distante pero ineludible. "Te has vengado de Poseidón a través de su hija". Pero la verdad era que Mal nunca quiso hacerle daño a Lizzy. Al principio, sí, el plan de su padre era claro: destruir a Lizzy, romper su espíritu y así dañar a Poseidón. Sin embargo, con el tiempo, Mal se había enamorado de Lizzy, profundamente, de una manera que jamás esperó. Y ahora, la idea de haber sido una herramienta en esa venganza le provocaba náuseas.
Una tarde, mientras el sol comenzaba a esconderse tras las montañas, Mal se encontraba caminando por los jardines del palacio, tratando de ordenar sus pensamientos. Fue entonces cuando los vio. Lizzy estaba de pie junto a la fuente, sus manos entrelazadas con las de Harry. Él la miraba con esa intensidad que solía reservar para sus batallas en altamar, pero esta vez no había hostilidad en su mirada, solo admiración. Lizzy, por su parte, tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, riendo por algo que Harry había dicho. El sonido de su risa flotó en el aire, ligero y despreocupado, algo que a Mal le rompió el corazón aún más. Esa risa solía pertenecerle.
Los celos invadieron a Mal como una marea oscura. Le costaba respirar. Durante tanto tiempo había sido ella quien tenía el lugar más cercano al corazón de Lizzy, y ahora todo eso se había desmoronado. Lo que más le dolía era que lo sabía: se lo merecía. El sufrimiento de Lizzy era su responsabilidad, y ahora que la veía feliz con alguien más, Mal no podía evitar sentirse apartada, como si ya no tuviera derecho a acercarse a Lizzy.
—¿Estás bien, Mal? —Una voz suave la sacó de sus pensamientos. Era Evie, quien, como siempre, había estado cerca de ella en silencio, esperando que Mal estuviera lista para hablar.
Evie siempre había sido una amiga incondicional para Mal, aunque últimamente incluso Evie parecía más cercana a Lizzy que a ella. Esa era otra de las tantas traiciones que Mal sentía en el fondo, aunque sabía que tampoco podía culpar a Evie. Lizzy había sido una amiga increíble para todos ellos, alguien en quien podían confiar, y a quien habían herido profundamente. Pero en este momento, el dolor de Mal era demasiado grande como para pensar en otra cosa que no fuera su propia pérdida.
—No —respondió Mal con honestidad, sin siquiera mirarla a los ojos—. No estoy bien.
Evie asintió comprensivamente, aunque en su interior también sabía que Mal no estaba sola en este dolor. Todos habían visto lo que pasó, todos conocían la historia, y aunque nadie había sido tan directo, el grupo de amigos había comenzado a tomar partido. Lizzy era la víctima, y era difícil no ponerse de su lado después de todo lo que había pasado. Mal había jugado con sus sentimientos, y por mucho que intentara justificarlo con las manipulaciones de Hades, el daño estaba hecho.
Evie suspiró y le dio un leve toque en el brazo a Mal antes de marcharse. Sabía que las palabras no aliviarían el sufrimiento de su amiga, y aunque le dolía, también entendía que Mal debía enfrentar las consecuencias de sus acciones sola.
Mal decidió seguir caminando. Necesitaba despejarse, encontrar algún rincón del jardín donde no tuviera que ver a Lizzy y Harry juntos. Sin embargo, justo cuando se dio la vuelta para irse, escuchó la voz de Lizzy llamando a Harry. Mal no pudo evitar detenerse.
—Harry, ¡ven aquí! —Lizzy gritaba mientras se acercaba corriendo hacia él, sus cabellos dorados y verdes ondeando con la brisa, y su sonrisa tan amplia que parecía iluminar el lugar.
Mal se quedó inmóvil, observando desde las sombras. No podía apartar la vista. Lizzy saltó a los brazos de Harry, quien la recibió con una risa sincera y amorosa, girándola en el aire como si fuera lo más preciado que tenía en el mundo. Mal sintió una punzada de dolor en el pecho. Esa alegría, esa risa, solía ser suya. Y ahora, solo podía mirar desde lejos mientras otra persona ocupaba su lugar.
—Te amo, Lizzy —escuchó decir a Harry.
Esas palabras, aunque simples, fueron como un puñal para Mal. Harry no era solo un pirata. Él la amaba, la adoraba de una manera que Mal no había sido capaz de hacerlo. Lizzy se merecía a alguien así. Alguien que la cuidara, que no jugara con su corazón, alguien que la hiciera reír como lo estaba haciendo en ese momento.
La envidia mezclada con el arrepentimiento la estaba consumiendo. Pero no podía culpar a Lizzy ni a Harry. Ellos no habían hecho nada malo. Si alguien había roto algo, había sido ella misma. Mal lo sabía, y ese era el peso más grande que llevaba.
Después de un rato, Lizzy y Harry se alejaron, dejando a Mal sola con sus pensamientos. Se hundió en el suelo, apoyando la espalda contra un árbol, y dejó que las lágrimas cayeran. Sabía que esto era solo el comienzo de su castigo. Ver a Lizzy enamorarse de otro, y saber que ella misma había causado esa distancia, era algo que tendría que aprender a soportar.
Mal se merecía este dolor, pero eso no lo hacía menos insoportable.
Mal permanecía sentada bajo el árbol, las lágrimas secándose lentamente en su rostro mientras el dolor de haber perdido a Lizzy se clavaba profundamente en su corazón. No sabía cómo seguir adelante, ni siquiera sabía si quería hacerlo. Ver a Lizzy feliz con Harry era un constante recordatorio de lo mucho que había perdido, y la verdad era que ni siquiera se sentía digna de ser perdonada. ¿Cómo podría Lizzy perdonarla después de todo lo que había hecho?
Sin embargo, lo que Mal no se esperaba era que, poco a poco, las personas que la rodeaban empezarían a acercarse. Los primeros en hacerlo fueron sus viejos amigos, aquellos que la conocían desde hacía mucho tiempo, incluso antes de que todo esto sucediera.
Una tarde, mientras Mal intentaba evitar a todos en el jardín, fue Jay quien se le acercó primero. Jay, con su actitud despreocupada y su característico sentido de la lealtad, siempre había sido uno de sus amigos más cercanos. Sabía cómo hacer que Mal se sintiera mejor sin decir demasiado, y esta vez no fue la excepción.
—Ey, Mal —dijo Jay, sentándose a su lado sin invadir demasiado su espacio personal—. Escuché lo que pasó con Lizzy. Fue... bastante feo, lo sé. Pero también sé que no todo fue culpa tuya.
Mal levantó la vista con incredulidad. ¿Jay de verdad estaba diciendo que no era completamente su culpa? Sabía que su padre, Hades, había tenido mucho que ver, pero al final del día, había sido ella quien había seguido el plan. Ella había jugado con los sentimientos de Lizzy. ¿Cómo podía alguien siquiera pensar en perdonarla?
—Hice cosas horribles, Jay —susurró Mal, mirando al suelo, incapaz de enfrentarse a la mirada de su amigo—. Jugé con Lizzy, le rompí el corazón, todo por un plan de mi padre. No hay excusa para eso.
Jay la observó por un momento antes de hablar, su voz tranquila pero firme.
—Sí, lo hiciste. No te voy a mentir, fue una gran metida de pata. Pero sé que no lo hiciste porque quisieras herirla. Lo hiciste porque pensabas que no tenías otra opción. Y bueno... la vida es complicada. Todos cometemos errores. Yo también he hecho cosas de las que me arrepiento, pero eso no significa que no merezcas una segunda oportunidad. Si realmente la amas, y estoy seguro de que lo haces, debes intentar enmendar las cosas, aunque sea poco a poco.
Mal negó con la cabeza, las lágrimas volviendo a sus ojos.
—Ella no quiere verme, Jay. La herí demasiado. Ni siquiera sé si alguna vez podrá perdonarme.
Jay se encogió de hombros, mirando hacia el horizonte.
—Tal vez no te perdone hoy, ni mañana. Pero si eres paciente y demuestras que has cambiado, hay una posibilidad. Todos merecen una segunda oportunidad, incluso tú, Mal. Pero no será fácil.
Mal no respondió de inmediato, pero las palabras de Jay comenzaron a calar en lo más profundo de su ser. Era difícil aceptar la idea de que aún podría haber esperanza, pero una pequeña chispa se encendió en su corazón, una que no había sentido desde que todo esto había comenzado.
Unos días después, fue Evie quien se le acercó. Evie había sido siempre la amiga más cercana de Mal, y su distancia había sido lo que más le había dolido. Pero Evie también había sido muy cercana a Lizzy, y entender por qué había tomado distancia no hacía las cosas más fáciles. Sin embargo, a diferencia de los otros amigos, Evie era capaz de ver más allá del dolor y del resentimiento. Sabía lo que Mal realmente sentía, y aunque estaba decepcionada, quería darle la oportunidad de explicarse.
—Mal —comenzó Evie, con esa voz suave pero determinada que la caracterizaba—, sé que cometiste errores. Todos lo sabemos. Pero también sé que te importaba Lizzy, y que no todo fue por venganza. ¿Por qué no me lo contaste antes?
Mal agachó la cabeza, incapaz de sostener la mirada de Evie.
—Tenía miedo —admitió en un susurro—. Sabía que estaba haciendo algo terrible, pero también sabía que mi padre no me dejaría escapar fácilmente. Hades siempre ha tenido un control sobre mí que no podía romper... hasta que fue demasiado tarde.
Evie suspiró, arrodillándose frente a Mal para mirarla directamente a los ojos.
—No puedo hablar por Lizzy, pero puedo decirte esto: si realmente la amas, si realmente quieres enmendar las cosas, debes empezar por perdonarte a ti misma. No puedes esperar que los demás te perdonen si tú sigues cargando con todo este odio hacia ti misma.
—¿Y si no lo consigo? —preguntó Mal, su voz temblando.
Evie le sonrió suavemente, tomando las manos de Mal entre las suyas.
—No estás sola en esto. Tienes amigos que están dispuestos a ayudarte, pero tienes que estar dispuesta a aceptar esa ayuda. No será fácil, pero nadie dijo que lo fuera.
A partir de ese día, algo comenzó a cambiar en Mal. Empezó a aceptar la ayuda de sus amigos, aunque seguía sintiendo una enorme distancia con Lizzy. Sabía que el camino hacia el perdón sería largo y tortuoso, pero también sabía que no podía quedarse de brazos cruzados esperando que todo se resolviera por sí solo.
Incluso Carlos, que había sido uno de los más reacios a acercarse, finalmente decidió darle una oportunidad a Mal. Una tarde la encontró sentada en el patio del castillo, mirando al cielo como solía hacer cuando intentaba aclarar sus pensamientos.
—¿Sabes? —dijo Carlos mientras se sentaba a su lado—, te conozco desde hace mucho, y nunca pensé que harías algo así. Fue una verdadera sorpresa, y sí, estoy molesto, como todos los demás. Pero también sé que no eres una mala persona, Mal. Sólo... cometiste un error, y pagaste el precio. Lo que importa ahora es lo que hagas a partir de este momento.
Mal lo miró sorprendida. Carlos siempre había sido directo, pero también justo. Sus palabras eran crudas, pero contenían una verdad que Mal no podía negar. Sabía que había causado dolor, pero también sabía que tenía la oportunidad de cambiar. Y aunque Lizzy aún no estaba lista para hablar con ella, tal vez algún día lo estaría.
Durante las siguientes semanas, los amigos de Mal continuaron acercándose, ofreciéndole palabras de aliento y recordándole que no estaba sola. Aunque todavía le quedaba un largo camino por recorrer, Mal comenzó a sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza.
No todo estaba perdido, y aunque el perdón de Lizzy aún parecía un sueño lejano, Mal sabía que, poco a poco, estaba comenzando a sanar.
Mal se había prometido a sí misma que mantendría la distancia. Sabía que lo mejor era dejar que Lizzy siguiera con su vida, ahora más feliz junto a Harry. Pero había algo que no podía evitar: su necesidad de verla, de observarla, aunque fuera desde lejos. Era como un imán, una fuerza que la atraía una y otra vez hacia la presencia de Lizzy, aun cuando sabía que solo se estaba lastimando más con cada encuentro fugaz, con cada mirada robada.
Esa tarde, mientras Lizzy se encontraba paseando por el jardín, Mal la espiaba desde las sombras, cuidando de no ser vista. Estaba apoyada contra un árbol, entre las enredaderas que crecían en las paredes del castillo. Lizzy estaba cerca del estanque, el mismo lugar donde solían pasar horas juntas, riendo y conversando, antes de que todo se viniera abajo.
El sol bañaba su cabello rubio en un resplandor dorado, haciéndola parecer una diosa entre mortales. Su melena ondeaba suavemente con la brisa, cayendo en suaves rizos hasta su cintura. Mal sintió un nudo en la garganta mientras la observaba. Lizzy siempre había sido hermosa, pero ahora, después de todo el tiempo que había pasado, parecía más radiante que nunca. Había algo en su sonrisa, esa sonrisa que siempre había sido sincera, que iluminaba todo a su alrededor.
Los ojos de Lizzy, ese azul celeste que Mal siempre había amado, brillaban con una alegría que Mal había temido haber apagado para siempre. Pero no, Lizzy seguía siendo la misma, seguía siendo esa persona amable, dulce, que irradiaba bondad con cada gesto, con cada palabra. Verla interactuar con los demás, con sus amigos, con los animales que tanto amaba, hacía que el corazón de Mal doliera más profundamente.
"¿Cómo pude hacerle esto?", pensaba Mal mientras sus ojos seguían cada movimiento de Lizzy. La veía inclinarse para acariciar a un pequeño conejo que se había acercado al estanque. Lizzy siempre había tenido una conexión especial con los animales, y ellos parecían sentir lo mismo hacia ella. El conejo no tardó en acercarse aún más, confiado, disfrutando de las caricias que Lizzy le ofrecía con tanto cariño.
"Es magia", pensó Mal, con el corazón en un puño. "Lizzy es magia pura".
Mal recordaba perfectamente la primera vez que la había visto. Era imposible no enamorarse de Lizzy desde el primer momento. Había algo en ella que capturaba a cualquiera que estuviera cerca, una luz que hacía que todo lo demás pareciera insignificante. Y ahora, mientras la miraba en silencio desde la distancia, esa luz parecía más intensa que nunca.
Era extraño, pero a pesar del dolor que Mal sentía, había algo reconfortante en simplemente observar a Lizzy. Aunque ya no pudiera acercarse, aunque supiera que Lizzy probablemente nunca la perdonaría, al menos podía admirarla desde lejos. Eso, en su retorcida manera, era un consuelo. Porque Lizzy, sin importar lo que sucediera, seguía siendo la persona que más amaba en este mundo.
Mientras Lizzy se levantaba y comenzaba a caminar hacia el borde del estanque, Mal se quedó sin aliento. El agua comenzaba a brillar a su alrededor, como si respondiera a su presencia, y en cuestión de segundos, Lizzy se transformó. Su larga melena rubia se volvió de un verde intenso, y su aleta, que había sido un destello de colores brillantes, emergió con fuerza, ondulando grácilmente en el agua. Lizzy siempre había sido hermosa como humana, pero como sirena... era sencillamente deslumbrante.
La sirena nadaba con una gracia sobrenatural, su cabello verde flotando a su alrededor como una corona. Mal sintió una punzada de nostalgia al verla así. Recordaba las veces en que habían nadado juntas, cuando las preocupaciones del mundo parecían desaparecer bajo el agua, donde solo existían ellas dos. Lizzy, la sirena, había sido la imagen de perfección para Mal. Incluso ahora, cuando todo había cambiado, no podía evitar sentir esa mezcla de admiración y anhelo cada vez que la veía en su forma verdadera.
Mientras Mal la observaba, Lizzy comenzó a cantar suavemente. Su voz, como siempre, era hipnótica, un sonido que parecía resonar en el mismo alma de Mal. Cada nota que salía de sus labios era una puñalada para Mal, quien sabía que nunca más podría ser la razón de esa canción. Lizzy estaba tan cerca, pero a la vez, tan inalcanzable.
La dulce melodía de Lizzy se extendía por el aire, llenando el jardín con una paz que solo ella podía traer. Mal cerró los ojos, dejándose llevar por la canción, recordando los momentos en los que Lizzy había cantado para ella, en los que esa voz había sido su consuelo, su refugio.
"Lo arruiné", pensó Mal, con los ojos llenos de lágrimas. "Perdí a la única persona que realmente me importaba".
Pero por más que intentara alejar esos pensamientos, la realidad era más fuerte. Lizzy seguía siendo la misma persona amable, cariñosa, y compasiva. A pesar de todo lo que le habían hecho, a pesar del dolor que había sufrido, Lizzy no había cambiado. Seguía siendo magia, seguía siendo amor, y eso hacía que Mal se sintiera aún peor.
Mientras Lizzy seguía nadando, Mal notó cómo todos a su alrededor parecían gravitaban hacia ella. Los animales, sus amigos, incluso los propios elementos parecían responder a su presencia. Lizzy era un ser de pura luz, y Mal... Mal se sentía como una sombra a su lado.
La culpa, el arrepentimiento, el amor no correspondido... todo se mezclaba en el pecho de Mal, oprimiéndola hasta el punto de que apenas podía respirar. No podía dejar de mirarla, no podía dejar de admirarla. Cada gesto de Lizzy, cada movimiento, era un recordatorio de lo que había perdido.
Mientras observaba desde las sombras, Mal recordó los momentos en que Lizzy había sido suya. Recordó la calidez de su risa, la suavidad de su tacto, la ternura con la que la miraba. Ahora, todo eso era solo un recuerdo doloroso. Lizzy había seguido adelante, y Mal sabía que lo mejor que podía hacer era dejarla ir, pero su corazón no quería escucharlo.
Harry apareció en el jardín unos minutos después, y Mal sintió una punzada de celos tan fuerte que tuvo que apretar los dientes para no hacer ningún ruido. Harry se acercó a la orilla del estanque, sonriendo de esa manera despreocupada que siempre tenía, y Lizzy salió del agua con la misma elegancia y belleza que siempre la había caracterizado. Él la tomó de la mano, y Lizzy le sonrió, una sonrisa sincera, una sonrisa que solía ser solo para Mal.
"Él no te merece", pensó Mal, aunque sabía que Harry, en realidad, era bueno para Lizzy. La trataba bien, la hacía reír, y sobre todo, la amaba de una manera que Mal ya no podía.
Pero eso no quitaba el dolor. Mal observaba cómo Lizzy y Harry intercambiaban miradas y sonrisas, y sentía cómo su corazón se rompía un poco más con cada segundo que pasaba. No podía soportar verlo, pero al mismo tiempo, no podía apartar la vista. Lizzy estaba tan cerca, pero ya no era suya.
Mientras Mal observaba a la pareja desde las sombras, Evie se acercó por detrás, colocando una mano en su hombro. Mal se sobresaltó, pero cuando vio quién era, simplemente bajó la cabeza.
—¿Qué estás haciendo aquí, Mal? —preguntó Evie en voz baja, con un tono que denotaba preocupación.
—Solo... mirando —respondió Mal, su voz apenas un susurro. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pero no intentó detenerlas.
Evie suspiró, mirando a Lizzy y Harry en la distancia.
—Sabes que esto no te está ayudando, ¿verdad? Verla así... solo te lastima más.
—No puedo evitarlo —admitió Mal, su voz quebrándose—. La amo, Evie. La amo tanto que duele, pero sé que ya no hay vuelta atrás.
Evie se quedó en silencio por un momento antes de abrazarla con fuerza.
—Lo sé, Mal. Pero también tienes que aprender a dejarla ir. Si realmente la amas, debes dejarla ser feliz, incluso si eso significa que no es contigo.
Mal asintió débilmente, aunque en el fondo, sabía que eso era más fácil decirlo que hacerlo. Ver a Lizzy con Harry era un tormento constante, pero también sabía que no podía interponerse entre ellos.
Mal continuó observando a Lizzy desde las sombras, atrapada en una tormenta de emociones que no sabía cómo manejar. Cada vez que veía a Harry sonreírle a Lizzy, su corazón se quebraba un poco más, como si una mano invisible lo estuviera estrujando sin piedad. Pero aunque le doliera hasta los huesos, no podía apartar la vista. Era como si Lizzy fuera el faro que iluminaba su vida, incluso cuando la luz ya no era para ella.
Evie seguía a su lado, silenciosa, como si supiera que en ese momento no había palabras suficientes para consolar a Mal. El silencio entre ambas era pesado, lleno de una comprensión tácita que solo compartían las mejores amigas. Evie había sido la primera en saber lo que Mal sentía por Lizzy, y aunque siempre había estado ahí para apoyarla, también sabía cuándo era momento de dejar que Mal procesara su dolor en soledad.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó Mal de repente, rompiendo el silencio, su voz apenas un susurro.
Evie asintió lentamente, pero no respondió de inmediato. No necesitaba hacerlo; Mal ya sabía que lo recordaba perfectamente. Fue en el primer día en la Isla de los Perdidos, cuando eran apenas unas niñas asustadas y solas. Desde ese día, habían sido inseparables. Y ahora, aunque sus caminos parecían estar tomando direcciones diferentes, Evie seguía siendo esa roca inamovible para Mal, siempre ahí cuando más la necesitaba.
—Lizzy fue la primera persona que me hizo sentir que valía algo —continuó Mal, su mirada fija en el agua que ondeaba suavemente a los pies de Lizzy—. Incluso cuando todo era un plan, desde el primer día... desde el primer momento que la vi... todo cambió. No sé cómo explicarlo, Evie, pero ella me hacía sentir... viva.
Evie apretó suavemente el hombro de Mal, pero no dijo nada. Sabía que este era un momento en el que las palabras eran inútiles. Mal necesitaba sacar todo lo que llevaba dentro, dejar que ese torrente de sentimientos fluya libremente.
—Y ahora la he perdido. La he perdido por mi culpa, por mi maldito orgullo y por ese estúpido plan de Hades —soltó Mal, con una mezcla de rabia y tristeza—. Nunca debí haberla involucrado en nada de eso. Nunca debí haberle hecho daño.
Sus palabras eran tan cargadas de culpa que hasta el aire alrededor parecía volverse más denso, pesado con el peso de su arrepentimiento. Las lágrimas volvieron a brotar, calientes y amargas, y Mal dejó que cayeran sin intentar detenerlas. De alguna manera, el dolor se sentía justo. Era lo que merecía después de todo lo que había hecho.
Al otro lado del estanque, Lizzy se reía de algo que Harry le había dicho, y la risa de ella resonó en el aire como una campanilla suave. Era un sonido tan lleno de vida y alegría, tan contrario a lo que Mal sentía en su interior.
Lizzy siempre había sido luz. Y Mal... Mal sentía que siempre había sido la oscuridad.
Harry, por su parte, parecía completamente encantado con Lizzy, como si fuera la única persona en el mundo. La manera en que la miraba, como si no pudiera creer que una persona tan maravillosa estuviera a su lado, era algo que Mal reconocía dolorosamente. Porque así era exactamente como ella solía mirarla. Y aunque odiaba admitirlo, sabía que Harry realmente amaba a Lizzy. Lo veía en cada gesto, en cada mirada, en cada sonrisa que compartían.
"Él puede hacerla feliz", pensó Mal, con el corazón hecho pedazos. "Y yo... yo solo la lastimé".
—No puedes quedarte así para siempre —dijo Evie suavemente, rompiendo el silencio nuevamente—. Tienes que encontrar una manera de seguir adelante, Mal. No puedes dejar que esto te destruya.
—¿Y cómo se supone que lo haga? —preguntó Mal, su voz rota por la desesperación—. ¿Cómo se supone que siga adelante cuando ella es lo único que me importa?
Evie la miró con tristeza, pero su expresión también estaba llena de compasión.
—El tiempo ayuda, Mal. Y también... aprender a perdonarte a ti misma. Porque si sigues cargando esta culpa, nunca podrás avanzar.
Mal cerró los ojos, intentando asimilar las palabras de su amiga, pero el dolor seguía siendo demasiado intenso. Todo lo que había hecho, todas las mentiras, todos los engaños, parecían ahora como un enorme muro que la separaba para siempre de Lizzy. Y no estaba segura de que alguna vez pudiera derribarlo.
Evie la miró durante unos segundos antes de soltar un suspiro.
—Voy a quedarme contigo, Mal —dijo con determinación—. No voy a dejar que te hundas en esto sola.
Las palabras de Evie, aunque reconfortantes, no hacían que el dolor desapareciera. Pero sí le recordaban a Mal que no estaba completamente sola. Aunque Lizzy ya no era parte de su vida de la manera en que solía ser, al menos tenía a sus amigos. Y por muy mal que se sintiera en ese momento, sabía que los necesitaba más que nunca.
Los días siguientes fueron un desafío constante. Mal seguía espiando a Lizzy desde lejos, sin poder evitarlo, pero al menos ahora tenía a Evie a su lado. Intentaba distraerse con otras cosas, pero la imagen de Lizzy, su risa, su sonrisa, siempre estaba presente en su mente. Y aunque sabía que lo mejor para ambas sería seguir adelante, su corazón no estaba listo para soltar.
Una tarde, mientras Mal y Evie caminaban por los jardines del castillo, vieron a Lizzy y Harry sentados en una banca bajo un árbol. Harry estaba riendo por algo que Lizzy había dicho, y la manera en que la miraba, como si ella fuera el centro de su universo, hizo que Mal sintiera una punzada de celos.
—Es difícil, ¿no? —dijo Evie, leyendo los pensamientos de su amiga como si fueran un libro abierto—. Verlos juntos.
Mal asintió, pero no dijo nada. Sus ojos estaban fijos en Lizzy, como siempre.
—Sé que duele —continuó Evie, suavemente—. Pero también sé que puedes salir de esto. Eres fuerte, Mal. Y aunque ahora no lo veas, esto pasará. Algún día, te darás cuenta de que lo que necesitas no es estar con Lizzy, sino encontrar paz contigo misma.
—Ojalá pudiera creer eso —murmuró Mal, apretando los puños para contener las lágrimas.
Pasaron unos minutos en silencio, hasta que Harry se levantó de la banca y extendió la mano hacia Lizzy. Ella tomó su mano con una sonrisa, y juntos comenzaron a caminar hacia el castillo.
—Quizá deberíamos irnos —sugirió Evie—. No creo que te haga bien verlos así.
Mal asintió con la cabeza, pero sus ojos seguían fijos en Lizzy, como si no pudiera apartar la mirada. Justo cuando Harry y Lizzy desaparecieron en la distancia, Mal soltó un suspiro tembloroso y se dio la vuelta para seguir a Evie.
El tiempo pasó, y aunque cada día era una lucha, Mal empezó a ver pequeños destellos de esperanza. Sus amigos, poco a poco, comenzaron a acercarse más, brindándole palabras de aliento y, a su manera, ayudándola a sanar. Aunque Mal sabía que nunca podría borrar lo que había hecho, comenzaba a aceptar que, tal vez, algún día, podría perdonarse a sí misma.
Sus conversaciones con Evie se volvieron más profundas, y, eventualmente, incluso comenzaron a reírse juntas de viejos recuerdos. Aunque las heridas seguían frescas, Mal se aferraba a esos momentos de alegría como un náufrago aferrado a un trozo de madera en el mar.
Una tarde, mientras Mal estaba sentada sola en el borde del bosque que rodeaba el castillo, se encontró pensando en Lizzy nuevamente. Pero esta vez, en lugar de sentir ese dolor punzante, había una especie de paz. Tal vez, después de todo, Evie tenía razón.
Lizzy y Mal estaban a una distancia considerable, lo suficiente como para que ninguna de las dos tuviera que enfrentarse directamente, pero lo suficientemente cerca para que sus miradas se encontraran sin querer. El aire entre ellas parecía tensarse de manera palpable cuando Lizzy, distraída en sus pensamientos, levantó la vista y vio a Mal de pie en el jardín. Por un segundo, solo un segundo, sus ojos se conectaron, y ese contacto, tan breve pero tan cargado de emociones, hizo que los corazones de ambas latieran más rápido.
Lizzy no desvió la mirada de inmediato. Sus ojos azules, tan brillantes y llenos de luz, se mantuvieron fijos en los de Mal durante lo que parecieron minutos interminables. El tiempo parecía haber detenido su curso. Mal, quien había estado convencida de que Lizzy nunca volvería a mirarla de esa manera, sintió una punzada de esperanza comenzar a florecer en su interior. Aunque el dolor de lo que había hecho seguía siendo insoportable, esa mirada le decía que tal vez, solo tal vez, todo no estaba perdido.
Lizzy, por su parte, también sentía una mezcla confusa de emociones. El dolor seguía presente, profundo, como una herida que nunca terminaba de cicatrizar. Recordaba con claridad cada momento en que Mal la había traicionado, cada mentira, cada engaño, y eso la hacía querer apartar la vista y olvidarse de todo. Pero al mismo tiempo, no podía negar lo que había sentido por ella, y en lo más profundo de su corazón, aún sentía el eco de ese amor. Un amor que, por mucho que intentara esconder o enterrar, seguía allí, enraizado en lo más hondo de su ser.
—¿Qué hago, Evie? —preguntó Mal en un susurro apenas audible, sin romper el contacto visual con Lizzy. Evie, quien había estado observando la escena desde un rincón cercano, se acercó con cautela, consciente de la delicadeza del momento.
—No lo sé, Mal —respondió su amiga con suavidad—. A veces, la única respuesta es el tiempo. Pero tienes que decidir si vale la pena seguir luchando por ella o si es mejor dejarla ir.
Las palabras de Evie eran sabias, pero no ofrecían la claridad que Mal deseaba desesperadamente. ¿Cómo podía dejarla ir, cuando Lizzy era lo único que había iluminado su vida en la oscuridad? ¿Cómo seguir adelante sabiendo que había arruinado lo mejor que le había pasado? La esperanza que había comenzado a crecer en su corazón con esa mirada se mezclaba con una realidad abrumadora: el daño estaba hecho, y no había forma de deshacerlo.
Lizzy bajó la mirada un instante, como si estuviera debatiendo consigo misma, antes de volver a levantarla y mirarla nuevamente. Pero esta vez, su mirada estaba llena de una confusión que era tan evidente como su dolor. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo podía reconciliar el amor que una vez había sentido por Mal con la traición que la había destrozado? Era como si una parte de ella quisiera correr hacia Mal, abrazarla y olvidar todo lo que había pasado, mientras que otra parte quería alejarse para siempre, protegerse de más dolor.
—Parece... que al menos no te odia —susurró Evie a Mal, tratando de darle algo de aliento.
Mal no respondió. No podía apartar la vista de Lizzy, y en ese momento, deseaba más que nada poder leer sus pensamientos, entender lo que estaba pasando por su cabeza. ¿Aún la amaba? ¿O el daño que le había causado era demasiado grande para superarlo?
Lizzy se dio la vuelta finalmente, rompiendo el hechizo entre ambas. Se dirigió hacia el castillo, con pasos lentos y pensativos. Pero antes de desaparecer por completo, lanzó una última mirada por encima del hombro, y aunque fue breve, Mal pudo sentir un destello de algo en sus ojos. Tal vez era confusión, tal vez nostalgia, tal vez... amor.
Esa última mirada dejó a Mal completamente desconcertada. Durante días, había estado convencida de que Lizzy nunca volvería a verla de la misma manera, que lo que habían compartido estaba roto para siempre. Pero esa pequeña chispa, esa duda que había visto en los ojos de Lizzy, le dio la fuerza suficiente para no rendirse. Sí, había cometido errores terribles, pero si había una mínima posibilidad de redimirse ante Lizzy, estaba dispuesta a intentarlo.
Las horas y los días que siguieron fueron un torbellino de emociones para Lizzy. Intentaba sumergirse en sus responsabilidades reales, en sus momentos con Harry, en las actividades diarias que normalmente la distraerían de cualquier problema. Pero no podía quitarse a Mal de la cabeza. Cada vez que cerraba los ojos, veía esa mirada llena de arrepentimiento y esperanza. Y aunque se esforzaba por no pensar en ello, no podía evitar recordar todos los momentos felices que habían compartido. Cada sonrisa, cada risa, cada conversación larga en la que sentía que alguien la comprendía completamente. Esos recuerdos eran como fantasmas que la atormentaban en cada rincón.
Harry, sin saberlo, contribuía a su confusión. Era atento, cariñoso, todo lo que Lizzy podría haber deseado en un compañero. Y, sin embargo, algo faltaba. A pesar de lo mucho que le quería y de lo bien que la trataba, había un vacío en su corazón que no podía ignorar. Era como si una parte de ella aún anhelara algo que solo Mal podía darle.
Una tarde, mientras Harry la acompañaba en uno de sus paseos por el lago, notó que Lizzy estaba más callada de lo habitual.
—¿Estás bien? —preguntó, con esa voz suave y protectora que solía tranquilizarla.
Lizzy asintió, pero no dijo nada. En realidad, no sabía cómo expresar lo que sentía. ¿Cómo podía explicarle que, a pesar de todo, una parte de ella seguía pensando en Mal? ¿Cómo podía confesarle que su corazón estaba dividido, roto entre dos amores tan diferentes?
Harry no presionó más, pero el silencio entre ambos se hizo pesado, casi insoportable.
Al caer la noche, Lizzy se encontraba en su habitación, mirando por la ventana hacia el cielo estrellado. El recuerdo de la mirada de Mal la asaltó nuevamente. Cerró los ojos con fuerza, tratando de ignorar las lágrimas que comenzaban a formarse. Sabía que debía tomar una decisión, pero su corazón estaba atrapado entre el dolor y el amor. Y aunque había querido a Mal con toda su alma, no sabía si podía perdonar lo que había pasado.
Por otro lado, Mal seguía sin poder alejarse. Cada vez que Lizzy salía al jardín o daba un paseo por el lago, Mal la seguía desde la distancia, sin ser vista. Solo quería estar cerca, aunque fuera por unos momentos, aunque Lizzy nunca supiera que estaba ahí. Había algo en verla en paz, en su rutina diaria, que le daba una sensación de calma. Pero también le partía el corazón cada vez que veía a Harry tomar su mano o hacerla sonreír.
Cada vez que observaba a Lizzy, la veía más hermosa de lo que la recordaba. Era como si el tiempo solo la hiciera más radiante, más luminosa. Su cabello rubio ondeaba con la brisa, y sus ojos, esos ojos azules que siempre habían tenido la capacidad de desarmarla por completo, brillaban con una luz que Mal extrañaba terriblemente.
Y cuando Lizzy se sumergía en el agua, transformándose en esa sirena de cabellos verdes y aleta multicolor, Mal sentía que el aire se escapaba de sus pulmones. No podía dejar de admirarla. Aunque sabía que lo correcto era darle espacio, dejarla ser feliz con Harry, cada vez que la veía, su corazón clamaba por una segunda oportunidad.
Mal seguía mirando, incluso cuando sabía que estaba mal. Espiaba desde las sombras, viendo cómo Lizzy brillaba, amaba y reía. Y aunque todo ese brillo ya no era para ella, no podía evitar desear, en lo más profundo de su ser, que algún día lo fuera nuevamente.
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