Capitulo 2
No nos atrapará
No nos atraparán
No nos atrapará
No nos atrapará
No nos atraparán
No nos atraparán
No nos atrapará
No nos atraparán
¡No nos atrapará!
A partir de aquí, hagamos una promesa
Tú y yo, seamos honestos
Vamos a correr, nada puede detenernos
Incluso la noche que cae a nuestro alrededor
Pronto habrá risas y voces
Más allá de las nubes sobre las montañas
Vamos a huir por carreteras que están vacías
Luces del aeródromo brillando sobre ti
Nada puede detener esto, no ahora te amo
No nos atraparán
No nos atraparán
Nada puede detener esto, no ahora te amo
No nos atraparán
No nos atraparán
¡No nos atraparán!
No nos atraparán (nos atraparán)
No nos atraparán (nos atraparán)
No nos atrapará
No nos atrapará
No nos atrapará
¡No nos atrapará!
¡Atrátennos!
No nos atrapará
Huiremos, mantendremos todo sencillo
La noche bajará, nuestro ángel guardián
Nos apresuramos, la encrucijada está vacía
Nuestros espíritus se levantan, no nos atraparán
Mi amor por ti, siempre para siempre
Sólo tú y yo, todo lo demás no es nada
No volver, no volver allí
Ellos no entienden
No nos entienden
No nos atrapará
No nos atrapará
No nos atrapará
¡No nos atraparán!
No nos atrapará
No nos atrapará
No nos atrapará
¡No nos atraparán!
Nada puede detener esto, no ahora te amo
No nos atraparán
No nos atraparán
Nada puede detener esto, no ahora te amo
No nos atraparán
No nos atraparán
¡No nos atraparán!
No nos atrapará
¡No nos atrapará!
No nos atrapará
No nos atrapará
No nos atrapará
A simple vista, cualquiera podría ver cuán diferentes eran Mal y Lizzy. Si no fuera por el hecho de que ambas compartían una amistad cercana, nadie imaginaría que sus vidas estuvieran destinadas a cruzarse de manera tan profunda. Sus orígenes, sus personalidades, e incluso sus físicos, hablaban de caminos completamente distintos.
Mal, hija de Maléfica, tenía una presencia que se imponía en cualquier lugar. Su cabello largo y de un vibrante color violeta no pasaba desapercibido, contrastando fuertemente con sus ojos castaños, llenos de una mezcla de determinación, astucia y, a menudo, una chispa de malicia. Su piel, pálida y sin manchas, evocaba su naturaleza mística. Era alta, con una postura que emanaba poder y control, como si el mundo a su alrededor se viera obligado a ajustarse a su voluntad. Mal no era de aquellas que pasaban desapercibidas ni en la oscuridad ni en la luz. Cada paso suyo resonaba con confianza y autoridad, cualidades propias de alguien que había crecido en la Isla de los Perdidos, donde solo los más fuertes sobreviven.
Por otro lado, Lizzy parecía todo lo contrario. Ella era pequeña, apenas alcanzaba el metro y medio, pero irradiaba una energía tan brillante y positiva que cualquiera que estuviera cerca no podía evitar sonreír. Su cabello, naturalmente rubio y largo, brillaba con el sol, pero cuando se convertía en sirena, adquiría un tono verde intenso, recordando el poder y la magia que habitaban en ella. Sus ojos, de un azul vibrante como el océano mismo, reflejaban una bondad infinita, un abismo de dulzura que contrastaba completamente con la intensidad de Mal. Su cuerpo, aunque menudo, poseía una graciosa agilidad propia de quien se siente completamente a gusto en el agua, como si el océano fuera su verdadera casa.
Mientras que Mal llevaba con orgullo su naturaleza de villana, con ese toque de oscuridad que siempre la había caracterizado, Lizzy era la viva imagen de la luz. Era conocida por su bondad, por su risa suave y sincera, y por la manera en la que siempre encontraba lo mejor en las personas. Donde Mal encontraba caos y rebelión, Lizzy veía orden y esperanza. Mientras Mal se refugiaba en la ironía y en un sentido del humor mordaz, Lizzy se expresaba con una sinceridad que, en ocasiones, llegaba a desarmar completamente a Mal.
"¿Cómo es posible que sea tan perfecta?", pensaba Mal cada vez que Lizzy estaba cerca. Su belleza natural, esa aura cálida y alegre que la envolvía, su capacidad para hacer que todos a su alrededor se sintieran cómodos... era algo que Mal, en el fondo, no lograba entender del todo. Después de todo, ella estaba acostumbrada a la lucha, a las traiciones y a la supervivencia. Pero Lizzy... Lizzy representaba todo lo que ella no era. ¿Cómo alguien tan inocente, tan puro, podía estar a su lado, compartiendo su vida con ella?
Y luego estaba la cuestión de sus roles. Mal era, sin lugar a dudas, una villana. No importaba cuántos intentos hiciera para cambiar, la oscuridad siempre la seguía. En cambio, Lizzy era la heroína perfecta. La hija de Poseidón y la Reina Marianella era un modelo de virtud, siempre buscando hacer el bien, siempre preocupada por los demás. Una sirena que simbolizaba la pureza del mar y el amor por la naturaleza, siempre dispuesta a ayudar, a sanar, a dar. Era irónico, casi cómico, que una villana como Mal se sintiera atraída por alguien tan opuesto a ella.
Pero, por otro lado, ¿no era eso lo que hacía todo aún más emocionante? Mientras más diferente era Lizzy, más la fascinaba. Porque a pesar de todas esas diferencias, a pesar de que Mal no podía entender cómo alguien tan dulce podía soportar sus comentarios sarcásticos o sus decisiones egoístas, Lizzy siempre estaba ahí. Siempre brillando, siempre sonriendo.
El mundo de Mal estaba lleno de sombras y secretos, mientras que el de Lizzy estaba lleno de luz y verdad. Pero, por alguna razón, el contraste entre ambas no hacía más que acercarlas.
Mal no podía dejar de mirarla. A pesar de todas las cosas que la irritaban de Lizzy, no podía negar lo hipnótica que era. Había algo en su manera de moverse, en su sonrisa, en sus gestos delicados y despreocupados que la hacía imposible de ignorar. Y aunque intentara convencer a todo el mundo de lo contrario, Mal sabía, muy en el fondo, que ese odio que sentía hacia Lizzy no era del todo odio. Al menos, no en el sentido que esperaba.
Lizzy reía. Esa risa que resonaba como el viento acariciando las olas del mar, suave, natural, pero al mismo tiempo cargada de energía, como si pudiera transformar cualquier día nublado en uno brillante. Desde lejos, Mal observaba, con el corazón latiendo más rápido de lo que le gustaría admitir. A pesar de las bromas que hacía Evie, esa obsesión con Lizzy, que creía justificada por la envidia y la irritación, empezaba a tomar un tinte diferente.
Lizzy estaba hablando con un grupo de amigos, su rubia cabellera relucía bajo el sol. Pero Mal no la veía como los demás. No era solo una chica más. Lizzy tenía algo especial, algo que la diferenciaba del resto. Quizás era esa pureza que irradiaba con cada gesto, o esa amabilidad genuina con la que trataba a todo el mundo. Casi parecía irreal.
"Es tan... perfecta", pensaba Mal, mientras entrecerraba los ojos, tratando de no dejarse llevar por lo que sentía. "Demasiado buena para ser verdad".
Había algo más en Lizzy que Mal nunca había querido reconocer en voz alta, y ese era el hecho de que, a pesar de sus diferencias abismales, Lizzy le hacía sentir cosas. Cosas que no había sentido nunca por nadie. Ni siquiera por Ben.
Sus ojos azules como el mar se iluminaron cuando lanzó una carcajada, y el sonido reverberó en el pecho de Mal como un eco lejano. Cada pequeño gesto, cada palabra que salía de los labios de Lizzy, la cautivaba de una manera que la hacía sentirse extrañamente incómoda. Mal, la hija de Hades, poderosa, segura de sí misma y dominante, estaba atrapada en una espiral de admiración hacia alguien que representaba todo lo contrario a ella.
Lizzy parecía el día, con su luz y calidez, mientras que Mal siempre había sido la noche, llena de sombras y oscuridad. Pero, ¿por qué sentía entonces esa atracción por alguien tan opuesto a su mundo? Había algo fascinante en esa pureza, en esa bondad que Lizzy irradiaba. Su piel suave y blanca como porcelana, que a veces Mal imaginaba tocando, aunque inmediatamente desechaba esos pensamientos.
"¿Por qué tiene que ser tan perfecta?" murmuró Mal en voz baja, su mirada fija en la chica que estaba del otro lado del jardín. "Es insoportable".
Pero Evie, que estaba a su lado, solo soltó una risita suave. Ella siempre había sido la única capaz de ver a través de las máscaras de Mal. "No es que sea insoportable, Mal", respondió Evie sin siquiera mirar a su amiga. "Lo que te molesta es lo perfecta que te parece. No puedes odiarla porque te gusta".
Mal frunció el ceño y apartó la mirada, fingiendo ignorar el comentario. "No sé de qué hablas", respondió con un tono seco. "Es... su perfección es lo que la hace irritante".
Pero mientras intentaba concentrarse en otra cosa, sus ojos volvían a encontrar a Lizzy. Su sonrisa brillante, tan sincera, irradiaba una calidez que envolvía a todos a su alrededor. Era imposible no notar cómo sus ojos azules, que parecían contener el océano mismo, brillaban cada vez que hablaba o reía. Mal nunca había visto a nadie con una sonrisa tan luminosa, una que literalmente podría competir con los rayos del sol. Era como si, en lugar de ser la hija de Poseidón, Lizzy hubiera heredado una parte del mismísimo sol.
Y esos celos comenzaban a asomar en su corazón, aunque Mal no quisiera reconocerlo. Cada vez que veía a Harry Hook cerca de Lizzy, algo dentro de ella se retorcía. Era como si una ola de frustración y enojo la inundara, pero no sabía por qué. Harry no era alguien a quien Mal envidiara, pero... ver a Lizzy sonreírle de esa manera, reír con él, la hacía sentir algo que nunca había experimentado antes.
"No sé qué le ves a ese pirata idiota", murmuró Mal, casi para sí misma, pero lo suficientemente alto para que Evie pudiera oírlo.
"¿De qué hablas?", respondió Evie, alzando una ceja. "Sabes perfectamente que no se trata de Harry. Lo que te molesta es que Lizzy no te mira a ti como lo hace con él".
Mal sintió el calor subiendo por su cuello. No quería admitirlo, pero Evie tenía razón, como siempre. Harry Hook, ese pirata engreído, no era su problema. Su verdadero problema era que Lizzy no la miraba a ella de la misma manera. Y eso la carcomía por dentro.
Y esos celos comenzaban a asomar en su corazón, aunque Mal no quisiera reconocerlo. Cada vez que veía a Harry Hook cerca de Lizzy, algo dentro de ella se retorcía. Era como si una ola de frustración y enojo la inundara, pero no sabía por qué. Harry no era alguien a quien Mal envidiara, pero... ver a Lizzy sonreírle de esa manera, reír con él, la hacía sentir algo que nunca había experimentado antes.
"No sé qué le ves a ese pirata idiota", murmuró Mal, casi para sí misma, pero lo suficientemente alto para que Evie pudiera oírlo.
"¿De qué hablas?", respondió Evie, alzando una ceja. "Sabes perfectamente que no se trata de Harry. Lo que te molesta es que Lizzy no te mira a ti como lo hace con él".
Mal sintió el calor subiendo por su cuello. No quería admitirlo, pero Evie tenía razón, como siempre. Harry Hook, ese pirata engreído, no era su problema. Su verdadero problema era que Lizzy no la miraba a ella de la misma manera. Y eso la carcomía por dentro.
El dilema de los sentimientos
Lizzy era la antítesis de todo lo que Mal era. Mientras Mal se vestía con ropas oscuras y llenas de púrpura, reflejo de su herencia, Lizzy parecía un arco iris viviente. Sus ropas eran suaves, llenas de tules y colores pastel, tan diferentes de las de Mal. A veces Mal pensaba que Lizzy representaba todo lo que ella había aprendido a odiar en su vida, y aún así, no podía apartar los ojos de ella.
Era gracioso, en cierto modo. Una sirena, hija de Poseidón, enamorada de un pirata como Harry Hook. Pero lo que realmente dolía era saber que Lizzy jamás se fijaría en alguien como ella. ¿Cómo podría alguien como Lizzy, tan buena y pura, mirar a una villana como Mal? Una villana que siempre había estado en la oscuridad, mientras que Lizzy brillaba como el mismo sol.
Pero ahí estaba el problema: por mucho que lo intentara, Mal no podía dejar de admirarla. Lizzy era todo lo que ella no era, y eso la hacía desearla aún más. No por lo que representaba, sino porque Lizzy la hacía sentir viva de una manera que nunca antes había sentido.
"Podría ser mejor para ella que cualquiera de esos idiotas", murmuró Mal, casi en un susurro, sin apartar la vista de Lizzy.
Evie sonrió, sin necesidad de escucharla claramente. "Lo sé", dijo suavemente. "Pero es hora de que se lo digas a ella, no a mí".
El viento soplaba suavemente entre los árboles del jardín, y el ambiente parecía teñirse de un tono dorado por la luz del atardecer. Lizzy caminaba con ligereza, como si flotara en lugar de andar, rodeada por sus amigos, mientras su cabello rubio brillaba como si fuera tocado por rayos de sol. Mal observaba desde la distancia, sus ojos color café profundamente fijos en cada movimiento de Lizzy. No era algo que ella pudiera controlar. Simplemente sucedía. Cada vez que Lizzy estaba cerca, todo su ser gravitaba hacia ella.
Y entonces, ocurrió. Las miradas de ambas se encontraron.
En el instante en que los ojos celestes de Lizzy se cruzaron con los de Mal, fue como si el mundo se hubiera detenido por completo. El ruido de las voces a su alrededor, el suave murmullo del viento entre las hojas, todo desapareció. Solo quedaban ellas dos, conectadas por algo que no podían explicar.
Lizzy detuvo su caminar por un segundo, sus labios entreabiertos como si fuera a decir algo, pero ninguna palabra salió de su boca. Solo seguía mirándola, sus ojos grandes y brillantes, cargados de una dulzura que contrastaba tan profundamente con la oscuridad que Mal sentía en su interior. Y a pesar de todo, esa oscuridad comenzaba a desaparecer en el brillo de los ojos de Lizzy.
Mal tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía más fuerte. No quería apartar la vista, pero tampoco sabía cómo manejar lo que estaba ocurriendo. Nunca antes había sentido algo así. Era como si esos ojos celestes pudieran ver más allá de su fachada, como si pudieran desarmarla sin esfuerzo. Y lo peor —o lo mejor, según como se viera— es que no quería resistirse. De alguna manera, en ese cruce de miradas, Lizzy la había atrapado, y Mal no tenía intenciones de soltarse.
No hablaron. No hicieron falta las palabras. Los segundos se estiraban, se volvían infinitos, mientras ambas seguían mirándose. Cada una desde su propio lugar, cada una en su propio mundo, pero al mismo tiempo unidas por algo que ninguna había sentido antes.
Mal sintió una extraña calidez recorrer su pecho. Era un sentimiento nuevo, casi perturbador, porque nunca había permitido que nadie la hiciera sentir así. Siempre había sido fuerte, autosuficiente, invulnerable. Pero ahora, con Lizzy, todo eso se desmoronaba. No había barreras que pudiera levantar frente a esos ojos celestes que la miraban con tanta intensidad. Lizzy parecía verla de una manera que nadie más lo hacía. Como si, por primera vez, alguien pudiera mirar más allá de la villana, más allá de la hija de Hades, y encontrar a la persona que Mal realmente era, la persona que ni siquiera ella sabía que existía.
Lizzy, por su parte, también sentía algo extraño. Sabía que Mal la estaba mirando, pero no era una mirada común. No era como las miradas de Harry, que siempre tenían ese aire juguetón y coqueteo. Tampoco era como las miradas de sus otros amigos, llenas de amistad y cariño. La mirada de Mal era diferente. Había algo en ella que la hacía sentir expuesta, vulnerable, pero al mismo tiempo segura. Y aunque no entendía por qué, no podía evitar sentirse atraída hacia esa oscuridad que Mal proyectaba, como si de alguna manera se complementaran.
Cada vez que los ojos de Mal se encontraban con los suyos, Lizzy sentía una especie de tirón en su corazón. No lo comprendía del todo, pero sabía que no era algo que pudiera ignorar. Mal era tan diferente a todo lo que ella conocía. Mientras Lizzy era luz y calidez, Mal era sombra y misterio. Mientras Lizzy siempre había sido la chica que los demás adoraban por su bondad y dulzura, Mal representaba la rebelión, lo impredecible, y algo que Lizzy no sabía que necesitaba hasta ahora.
El tiempo seguía pasando, pero para ellas dos, todo seguía igual. Sus miradas seguían entrelazadas, y aunque no habían intercambiado una sola palabra, sentían que no era necesario. En ese cruce de miradas, se habían dicho todo lo que necesitaban decirse.
Lizzy fue la primera en romper el contacto visual, pero no porque quisiera hacerlo. Simplemente sintió que su corazón latía demasiado rápido, y necesitaba un respiro. Aún así, cuando apartó la vista, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que Mal captó de inmediato. Esa sonrisa... le estaba diciendo algo. Le estaba diciendo que, aunque Lizzy no lo dijera en voz alta, sentía lo mismo. Que en ese cruce de miradas, había algo más que simple curiosidad. Había algo más profundo, algo que ambas estaban descubriendo.
Pero, al mismo tiempo, ese descubrimiento era aterrador. Porque no sabían cómo lidiar con ello. No sabían qué significaba ni cómo afectaría sus vidas. Lizzy era una heroína, alguien que siempre había sido el ejemplo de bondad y pureza. Mal, en cambio, había crecido en la oscuridad, siempre luchando contra lo que se esperaba de ella, siempre rebelándose contra las reglas. Eran tan diferentes, y sin embargo, en ese momento, esas diferencias parecían desvanecerse.
Mal respiró profundamente, tratando de calmar los latidos de su corazón. No podía creer lo que estaba sintiendo. Nunca había permitido que nadie se acercara tanto a ella, ni siquiera Ben. Siempre había mantenido una distancia, una barrera que protegía su corazón de cualquier daño. Pero ahora, con Lizzy, todo eso parecía inútil. Lizzy había traspasado todas esas barreras sin siquiera intentarlo.
Evie, que estaba a su lado, notó el cambio en la expresión de Mal. Ella también había visto el intercambio de miradas, y aunque no dijo nada, una sonrisa divertida apareció en su rostro.
—¿Qué te pasa? —preguntó Evie, fingiendo inocencia, aunque ya sabía la respuesta.
—Nada —respondió Mal rápidamente, apartando la vista de Lizzy y tratando de recomponerse. Pero su voz no sonaba convincente, y ambas lo sabían.
Evie no insistió, pero su sonrisa no desapareció. Sabía lo que estaba pasando, aunque Mal aún no estuviera lista para admitirlo. Sabía que, desde el primer momento en que Lizzy y Mal se conocieron, había algo entre ellas. Algo que iba más allá de la simple amistad o enemistad. Había una tensión, una conexión que no podía ignorarse. Y ahora, con ese intercambio de miradas, Evie sabía que ese algo estaba creciendo.
Lizzy se alejó con sus amigos, pero Mal no pudo dejar de seguirla con la mirada. Sentía como si algo dentro de ella hubiera cambiado para siempre en esos pocos segundos. Ya no podía mirarla como antes. Ya no podía verla solo como la chica buena y perfecta que le causaba irritación. Ahora la veía de una manera completamente diferente. La veía como alguien que la hacía sentir viva, alguien que, por alguna razón, tenía el poder de hacer que todo lo que Mal había creído sobre sí misma se desmoronara.
Y eso era aterrador. Porque si Mal no era la villana fuerte e impenetrable que siempre había sido, entonces, ¿quién era? Lizzy le hacía cuestionarse todo. Y aunque odiaba esa sensación de vulnerabilidad, al mismo tiempo, no quería que terminara. Porque, de alguna manera, estar cerca de Lizzy la hacía sentir completa. Como si, por fin, hubiera encontrado a alguien que la entendiera, que la viera tal como era, sin juzgarla.
Esa noche, cuando ambas se retiraron a sus habitaciones, el recuerdo de sus miradas seguía presente. Mal se tumbó en su cama, mirando el techo, con el corazón latiendo fuerte en su pecho. No podía dejar de pensar en Lizzy, en lo que había sentido cuando sus ojos se cruzaron. Nunca antes había experimentado algo tan intenso, tan real.
Lizzy, por su parte, también estaba en su habitación, pensando en lo que había ocurrido. Sentía una extraña mezcla de emociones. Por un lado, estaba confundida. ¿Por qué se sentía así cuando Mal la miraba? Pero, al mismo tiempo, no podía negar que había algo en esa mirada que la hacía sentir... especial. Como si, por primera vez, alguien la viera de una manera diferente, no solo como la chica buena y perfecta, sino como algo más.
Y así, ambas se quedaron despiertas, pensando en lo que había pasado, sabiendo que, de alguna manera, todo había cambiado. Porque, aunque no lo dijeran en voz alta, sus corazones ya se habían encontrado, y no había vuelta atrás.
La música retumbaba en el aire, mezclándose con el brillo de las luces del salón de la fiesta. Las risas y las conversaciones llenaban cada rincón, pero había algo que Lizzy no podía ignorar: a pesar de todo, a pesar de estar rodeada de sus amigos y de un ambiente que debería hacerla sentir cómoda, algo no encajaba. No era que no disfrutara de las fiestas, pero las formalidades, el lujo y el brillo no eran lo suyo. Lizzy amaba las cosas simples, la naturaleza, el aire libre. Amaba bailar bajo las estrellas, no bajo lámparas de cristal. Prefería un picnic en el jardín a un banquete lleno de platos extravagantes. Se sentía más viva en los momentos en los que podía ser ella misma, sin pretensiones ni mascaradas. Y ahora, en medio de la opulencia, se sentía desconectada.
Harry estaba cerca, rodeado de algunos amigos, pero no notaba el leve aislamiento de Lizzy. Él era el tipo de persona que encajaba en cualquier situación, siempre sonriendo, siempre divirtiéndose, pero Lizzy no podía compartir esa emoción esta vez. La música continuaba, y ella, en silencio, se apartó hacia un rincón del salón, mirando a su alrededor. Todo se veía tan perfecto, tan pulido, pero al mismo tiempo vacío. Su sonrisa habitual no había desaparecido, pero en su interior, sentía que algo faltaba. Era como si estuviera esperando que algo diferente sucediera, algo que rompiera con la monotonía.
Fue en ese momento cuando Mal la vio. Estaba al otro lado del salón, su mirada fija en Lizzy. Mal había notado la forma en que ella se apartaba, como si algo la estuviera molestando, pero Lizzy siempre había sido buena para disimular. Incluso ahora, con esa sonrisa amable en su rostro, Mal sabía que algo no estaba bien. Lizzy no debería estar sola en un rincón de la fiesta. Debería estar bailando, riendo, disfrutando como solía hacerlo. Pero no era así.
Mal no pudo evitar sentir un nudo en el pecho al verla tan apartada. Por un momento, dudó en acercarse. Después de todo, había algo en Lizzy que la descolocaba, que la hacía sentir cosas que no podía controlar. Pero luego pensó que tal vez esto era una oportunidad, tal vez este era el momento que había estado esperando. Así que, sin pensarlo más, se dirigió hacia donde Lizzy estaba sentada.
—¿Qué haces aquí sola? —preguntó Mal, inclinándose ligeramente hacia ella.
Lizzy levantó la vista y le regaló esa sonrisa que hacía que el corazón de Mal latiera un poco más rápido de lo habitual.
—Oh, nada —respondió Lizzy con esa calma que siempre irradiaba—. Solo necesitaba un pequeño respiro. A veces estas fiestas pueden ser un poco... mucho, ¿sabes?
Mal asintió, entendiendo perfectamente lo que Lizzy quería decir. Mal tampoco era fanática de las grandes reuniones llenas de gente. Pero esta vez, no era sobre ella, era sobre Lizzy. Y Mal sentía un impulso, un deseo de hacer algo, algo que las alejara de toda esa superficialidad.
—¿Sabes? —comenzó Mal, su tono ligeramente travieso—. Estaba pensando que podríamos hacer algo más divertido. Escaparnos de aquí, ir a un lugar donde no tengamos que preocuparnos por las formalidades. Solo nosotras. Sin nadie que nos atrape.
Lizzy la miró, sorprendida por la propuesta, pero la chispa de curiosidad en sus ojos comenzó a brillar.
—¿Escaparnos? —preguntó Lizzy, con una risa suave que Mal adoraba—. ¿Y a dónde iríamos?
—A cualquier lugar —respondió Mal, acercándose un poco más—. Al jardín, bajo las estrellas. Podríamos bailar, reírnos, ser nosotras mismas sin que nadie nos vea ni nos juzgue. Huir de todo esto, solo por un rato.
Lizzy pareció pensarlo por un momento, pero la verdad era que no necesitaba demasiado tiempo para decidirse. Le gustaba la idea. Le encantaba, en realidad. La propuesta de Mal era justo lo que necesitaba, lo que había estado deseando sin siquiera darse cuenta. Algo auténtico, algo real, algo que la hiciera sentir viva de nuevo.
—Me encanta la idea —dijo Lizzy, sonriendo de verdad esta vez, no solo con cortesía, sino con genuina alegría—. ¿Cuándo empezamos?
Mal no perdió ni un segundo más. Extendió su mano hacia Lizzy, con una sonrisa que reflejaba el mismo entusiasmo.
—Ahora mismo —respondió.
Lizzy tomó su mano sin dudarlo, y en un abrir y cerrar de ojos, ambas se escabulleron del salón sin que nadie lo notara. Corrieron por los pasillos del castillo, riendo en silencio, como si fueran dos niñas traviesas que se escapaban de una aburrida obligación. El aire nocturno las recibió en cuanto cruzaron la puerta que daba al jardín. La luna llena estaba alta en el cielo, y las estrellas brillaban como pequeñas luces que las guiaban hacia su libertad.
Una vez fuera, Lizzy respiró profundamente, sintiendo la frescura de la noche llenar sus pulmones. Se sentía libre, más ligera de lo que se había sentido en toda la noche. Miró a Mal, quien también parecía disfrutar del momento, aunque en silencio.
—Esto es mucho mejor —dijo Lizzy, dejando escapar una risa suave—. No sé por qué no lo hice antes.
Mal la miró de reojo, con una sonrisa que era mitad burla, mitad afecto.
—Bueno, para eso estoy yo —respondió—. Para sacarte de las cosas aburridas.
Lizzy rió de nuevo, y por un momento, el mundo parecía perfecto. Solo ellas dos, bajo las estrellas, sin preocupaciones, sin presiones. Todo lo que importaba era este momento, esta conexión que ambas sentían pero que aún no sabían cómo poner en palabras.
La música de la fiesta aún llegaba a lo lejos, pero no les importaba. En ese momento, solo querían disfrutar de la tranquilidad de la noche, de la compañía mutua. Mal miró a Lizzy, observando cómo la luz de la luna iluminaba su rostro, resaltando su piel clara y suave, su cabello rubio que brillaba como oro. Había algo en Lizzy que la hacía parecer tan perfecta, tan intocable. Y sin embargo, en ese momento, Mal sentía que la tenía más cerca que nunca.
—¿Por qué te alejas tanto de la gente? —preguntó Mal de repente, sorprendida por su propia curiosidad.
Lizzy la miró, y por un momento pareció pensar en cómo responder. Luego, con una sonrisa tranquila, dijo:
—No me alejo, solo... a veces necesito un momento para mí. Para respirar, para pensar. Me encanta estar con mis amigos, pero también disfruto de momentos como este. Momentos en los que puedo simplemente ser yo misma.
Mal asintió, entendiendo exactamente lo que Lizzy quería decir. Y sin darse cuenta, su mano seguía entrelazada con la de Lizzy, como si ese contacto fuera lo más natural del mundo. Ninguna de las dos parecía querer soltarse, y eso les dio una sensación de seguridad, de complicidad.
—¿Sabes? —dijo Mal, rompiendo el silencio—. Creo que esta es la mejor parte de la noche.
Lizzy la miró, con una sonrisa que iluminó toda su cara.
—Yo también lo creo —respondió, y luego, con una risa—. Aunque debo admitir que no me imaginaba escapando de una fiesta contigo.
—Bueno, siempre puedo sorprenderte —respondió Mal, sonriendo con una mezcla de desafío y ternura.
Y con esa respuesta, ambas comenzaron a reír, una risa que las liberaba de todo, una risa que las conectaba aún más. Bailaron bajo las estrellas, sin música más que el sonido del viento entre las hojas, sin más espectadores que las estrellas. Bailaron como si no hubiera un mañana, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellas.
El jardín, lleno de flores y luces tenues, parecía un refugio mágico. La luna brillaba sobre ellas, y la risa de Lizzy llenaba el aire, contagiando a Mal. Bailaron sin preocupaciones, sin miedo a ser atrapadas. No había nadie más, solo ellas dos, y el mundo se sentía más grande, más libre, en ese pequeño rincón de paz.
En algún momento, se detuvieron, respirando agitadas, pero felices. Lizzy se recostó sobre el césped, mirando el cielo, y Mal la imitó, tumbándose a su lado. El silencio entre ellas no era incómodo, sino que se sentía como un lazo invisible que las unía más que cualquier palabra.
—Gracias por esto —dijo Lizzy de repente, su voz suave y sincera—. Necesitaba un momento así.
Mal giró su cabeza hacia ella, viendo cómo Lizzy miraba las estrellas con esa paz que siempre llevaba consigo. Pero esta vez, había algo más, algo que solo Mal podía ver. Una conexión, una comprensión que solo existía entre ellas.
—Yo también lo necesitaba —admitió Mal en un susurro, aunque sabía que Lizzy la escuchaba perfectamente.
El cielo sobre ellas parecía expandirse, y por un momento, ambas se sintieron pequeñas bajo la inmensidad de la noche. Sin embargo, en ese pequeño rincón del mundo, se sentían grandes la una al lado de la otra. Lizzy estaba tumbada sobre el césped, su respiración suave mientras miraba las estrellas, y Mal no podía dejar de mirarla. Había algo en la forma en que la luz de la luna iluminaba su piel, cómo sus cabellos dorados caían despreocupados, que hacía que Mal sintiera un nudo en el pecho. Era esa sensación que había estado tratando de ignorar desde hacía un tiempo, esa atracción silenciosa, inconfesable, que solo crecía cada vez que Lizzy estaba cerca.
Mal intentó enfocarse en cualquier otra cosa, pero era imposible. Lizzy estaba justo allí, a su lado, con esa sonrisa tranquila, con esos ojos azules que parecían brillar más que cualquier estrella en el cielo. Mal sentía sus dedos entrelazados con los de Lizzy, y aunque habían estado así desde que escaparon juntas de la fiesta, no podía evitar sentir cómo su corazón latía con más fuerza cada vez que notaba el calor de su piel.
No quería soltarla. No podía. La suave mano de Lizzy, pequeña y cálida entre la suya, era lo único que parecía mantenerla anclada a la realidad. Por un momento, Mal cerró los ojos, permitiéndose sentir plenamente esa conexión, ese roce suave que le hacía sentir más viva que cualquier otra cosa. Quería decirle tantas cosas, pero las palabras no salían. Quería confesar lo que realmente sentía, pero el miedo la frenaba. ¿Y si Lizzy no sentía lo mismo? ¿Y si todo esto no era más que un malentendido en su cabeza?
De pronto, Lizzy giró la cabeza para mirarla, con esa sonrisa sincera que siempre llevaba consigo. Los ojos celeste de Lizzy se encontraron con los ojos café de Mal, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse de nuevo. Ninguna de las dos habló, pero había algo en esa mirada que decía mucho más que cualquier palabra. Era una mezcla de curiosidad, de dulzura, pero también de algo más, algo que Mal no había notado antes con tanta claridad. Había una chispa en los ojos de Lizzy, una chispa que reflejaba lo mismo que Mal sentía: algo más profundo, algo que iba más allá de la amistad.
—Mal... —susurró Lizzy de repente, rompiendo el silencio.
Mal sintió su estómago revolverse ante el sonido de su nombre en los labios de Lizzy. Le encantaba cómo sonaba cuando ella lo decía, tan suave, tan natural. Había algo en la forma en que Lizzy pronunciaba su nombre que le hacía sentir cosas que no podía controlar. La tentación de acercarse más, de borrar la distancia entre ellas, era casi insoportable.
—¿Sí? —respondió Mal, con la voz un poco más ronca de lo habitual.
Lizzy pareció dudar un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente las palabras. Su mirada volvió al cielo por un segundo antes de regresar a Mal.
—¿Te ha pasado alguna vez... que sientes que quieres decir algo, pero no sabes cómo? —preguntó Lizzy, su tono tan suave como el viento que soplaba entre las flores del jardín.
Mal tragó saliva. Claro que lo había sentido. Lo estaba sintiendo ahora mismo, con más intensidad que nunca. Quería decirle tantas cosas. Quería confesar lo que realmente sentía, lo que le pasaba cada vez que Lizzy estaba cerca. Pero no sabía cómo. Tenía miedo de que, si lo decía, todo cambiara.
—Sí —admitió Mal, su voz casi en un susurro—. Me ha pasado. Ahora mismo, de hecho.
Lizzy la miró con sorpresa, sus ojos celeste brillando a la luz de la luna. Mal sintió el pulso acelerarse en su pecho. Había dicho más de lo que había planeado, pero en ese momento, no podía retractarse.
—¿Ahora mismo? —preguntó Lizzy, con una mezcla de curiosidad y dulzura.
Mal asintió, sintiendo cómo el calor subía por su cuello. Su mano seguía entrelazada con la de Lizzy, y eso la mantenía conectada, le daba la valentía suficiente para continuar.
—Sí —repitió Mal, esta vez con más seguridad—. Quiero decirte algo, pero no sé si debería. No quiero que pienses que... bueno, que soy una tonta por decirlo.
Lizzy frunció ligeramente el ceño, pero su expresión seguía siendo suave, comprensiva. Como si estuviera lista para escuchar cualquier cosa que Mal tuviera que decirle.
—Mal, nunca pensaría eso de ti. —La voz de Lizzy era suave, tranquilizadora—. Sabes que puedes decirme lo que sea.
Mal respiró hondo, sintiendo cómo el aire frío de la noche llenaba sus pulmones. Era ahora o nunca. No podía seguir guardándose lo que sentía, lo que la estaba consumiendo por dentro. Giró sobre su costado para enfrentar completamente a Lizzy, sus miradas aún entrelazadas.
—Es solo que... —comenzó Mal, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Desde que te conocí, no he podido dejar de pensar en ti. Eres... eres tan diferente a todo lo que he conocido. Eres dulce, amable, siempre tan... perfecta.
Lizzy la miraba con atención, su sonrisa un poco más pequeña, pero no menos cálida. Mal sintió el latido de su corazón acelerarse aún más.
—Y eso me ha vuelto loca, Lizzy. —Mal no pudo evitar soltar una pequeña risa nerviosa—. Porque no puedo entender cómo puedes ser tan... tan tú. Eres todo lo que yo no soy. Eres la luz donde yo soy sombra, la calma donde yo soy caos.
Lizzy no dijo nada, pero sus ojos seguían fijos en los de Mal, como si estuviera esperando que continuara. Y eso fue lo que Mal hizo, porque ahora que había comenzado, no podía detenerse.
—Y cada vez que te miro, siento que... —Mal se detuvo por un segundo, buscando el coraje necesario—. Siento que quiero estar más cerca de ti. Que no quiero soltarte nunca. Que... —Mal tragó saliva, el miedo de ser rechazada golpeando su mente—. Que me muero por besarte.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Mal no podía apartar la vista de Lizzy, esperando su reacción. Había dicho todo lo que llevaba guardado en su pecho, y ahora solo quedaba la incertidumbre de lo que vendría después.
Lizzy, sin apartar su mirada de Mal, no soltó su mano. Al contrario, apretó sus dedos suavemente, como si le estuviera dando una respuesta silenciosa. Mal sintió un ligero temblor recorrer su cuerpo al sentir ese contacto. El miedo seguía allí, pero había algo en la forma en que Lizzy la miraba que le daba esperanza.
—Mal... —susurró Lizzy de nuevo, su voz apenas un murmullo entre el viento nocturno—. Yo también he pensado en ti.
El corazón de Mal dio un vuelco.
—¿De verdad? —preguntó, su voz llena de sorpresa y emoción.
Lizzy asintió, su sonrisa volviendo a iluminar su rostro.
—Sí. Y no sabía cómo decírtelo. Pero me pasa lo mismo. Me siento... atraída hacia ti de una forma que no puedo explicar. Y cada vez que estamos juntas, siento que... que quiero estar más cerca de ti también.
Mal sintió un alivio inmenso inundar su cuerpo. Sus dedos entrelazados con los de Lizzy se apretaron un poco más, como si esa conexión fuera lo único que importara en ese momento.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Mal, su voz más baja, más suave.
Lizzy sonrió, esa sonrisa que siempre parecía llenar de luz cualquier lugar.
—No lo sé —respondió—. Pero creo que no tenemos que apresurarnos. Podemos seguir aquí, juntas, disfrutando de este momento.
Mal asintió, sintiendo cómo el peso de sus miedos se desvanecía poco a poco. Estaba bien. Todo estaba bien. No necesitaban palabras apresuradas, ni decisiones rápidas. Solo necesitaban estar juntas, aquí, en este momento.
Así que, sin soltar la mano de Lizzy, Mal se acercó un poco más, hasta que sus frentes casi se rozaron. Podía sentir el suave aliento de Lizzy contra su piel, y por un segundo, se permitió disfrutar de la cercanía, de la intimidad de estar juntas bajo el cielo estrellado.
Y en ese instante, bajo la luz de la luna, Mal supo que no importaba lo que pasara después. Mientras Lizzy estuviera a su lado, mientras pudiera seguir sintiendo esa conexión entre ellas, todo estaría bien.
Las sonrisas de Lizzy y Mal parecían iluminar la oscuridad de la noche. El momento era perfecto. El cielo despejado, las estrellas parpadeando suavemente sobre ellas, y esa chispa inconfundible en sus miradas que lo decía todo. Mal, por primera vez en su vida, sentía que el tiempo había dejado de existir. Todo lo que importaba era Lizzy, su piel suave bajo la tenue luz de la luna, sus labios curvándose en esa sonrisa encantadora que tanto la hipnotizaba.
Estaban tan cerca. Las frentes casi se rozaban, los alientos mezclándose en el aire, y Mal podía sentir el latido acelerado de su propio corazón. Era un momento que había soñado incontables veces, y ahora estaba ahí, a punto de hacerse realidad. Sus dedos, aún entrelazados con los de Lizzy, temblaban de anticipación, y solo un pequeño movimiento más las separaba de ese primer beso que tanto había deseado.
Pero justo en el instante en que Mal comenzó a inclinarse hacia adelante, una sombra apareció entre ellas.
—¿Lizzy? —La voz de Harry resonó, rompiendo el momento.
Mal se tensó al instante, y antes de que pudiera reaccionar, sintió cómo Lizzy era levantada suavemente del suelo. Harry, con una sonrisa que no lograba ocultar sus celos, había llegado justo a tiempo para interrumpir lo que había estado a punto de suceder. Lizzy, con su naturaleza amable, lo miró con una mezcla de sorpresa y dulzura.
—Harry... —Lizzy murmuró, dejando que él la ayudara a ponerse de pie—. No te esperaba aquí tan pronto.
Mal se quedó en su lugar, sin soltar del todo la mano de Lizzy, pero sintiendo cómo la incomodidad crecía en su pecho. Harry no era estúpido. Sabía que algo había estado ocurriendo entre ellas. La forma en que había llegado de manera tan oportuna, sus ojos oscuros escrutando a Mal con una mezcla de sospecha y posesividad, lo dejaba claro. Estaba celoso. Y no era para menos. Mal había estado a punto de besar a su novia.
—¿Qué estaban haciendo? —preguntó Harry, con una calma que solo acentuaba la tensión en el aire.
Lizzy, siempre tan diplomática, sonrió dulcemente, como si todo fuera tan simple y natural como ella misma.
—Nada, Harry. Solo... nos escapamos de la fiesta un rato. Queríamos ver las estrellas. —Su voz era suave, pero segura, como si intentara calmar cualquier sospecha que pudiera estar surgiendo en la mente de Harry—. Como lo harían dos amigas.
Mal sintió una punzada en el pecho al escuchar esa última palabra. Amigas. Sabía que Lizzy lo decía para suavizar la situación, pero dolía. Dolía más de lo que esperaba. No eran solo amigas, no después de lo que acababa de pasar, de lo que había estado a punto de suceder. Pero, por supuesto, Lizzy no podía decir otra cosa frente a Harry. No cuando él estaba allí, mirándolas con esa expresión que mezclaba protección y celos.
Antes de que Harry pudiera responder, Mal notó que no estaban solas. A unos pasos detrás de él, Evie, Candela, Rochi y Eugenia observaban la escena con sonrisas cómplices. Evie, siempre la más perceptiva, no había perdido detalle de lo que había ocurrido entre Lizzy y Mal antes de que Harry apareciera. Mal lo sabía, podía verlo en sus ojos. Esa chispa de diversión, de travesura, que siempre brillaba cuando estaba a punto de hacer o decir algo.
Evie no podía ocultar su emoción. Era imposible no notar lo mucho que le gustaba la idea de Mal y Lizzy juntas. Sabía, desde el principio, que algo especial estaba floreciendo entre ellas, algo que ni siquiera Lizzy había notado del todo. Y aunque Evie era leal a Lizzy y no quería causarle problemas con Harry, era imposible no sentirse feliz por su mejor amiga. Porque Mal y Lizzy, en su opinión, simplemente encajaban. Había algo en la forma en que se miraban, en la química palpable entre ellas, que hacía que el mundo pareciera más brillante cuando estaban juntas.
—Vaya, vaya... —murmuró Candela en voz baja, lo suficientemente alto como para que Rochi y Eugenia escucharan, pero no tanto como para que Harry lo notara.
Rochi asintió, con una sonrisa juguetona en sus labios.
—Siempre supe que había algo entre ellas —añadió Rochi, cruzando los brazos—. Solo era cuestión de tiempo antes de que sucediera algo.
Eugenia, que siempre había sido la más callada del grupo, miró a Evie con una sonrisa discreta. No era de las que hablaban mucho, pero su apoyo hacia Mal y Lizzy era evidente. Evie, por su parte, no podía contener más su entusiasmo. Aunque sabía que debía mantenerse neutral frente a Harry, por dentro estaba brincando de felicidad. Después de todo, ella había sido la mayor "shipper" de Mal y Lizzy desde el primer día. Había notado las miradas, los gestos, y los silencios entre ellas, esos momentos en los que el mundo parecía detenerse y solo existían las dos.
—Bueno, chicas —dijo Evie, finalmente rompiendo el silencio con su habitual tono alegre—, parece que llegamos justo a tiempo para la parte emocionante.
Mal rodó los ojos, sabiendo exactamente a lo que se refería su amiga. Lizzy, por su parte, soltó una pequeña risa nerviosa, pero su sonrisa no se desvaneció. Sabía que sus amigas siempre estaban ahí, apoyándola, incluso cuando no entendían del todo lo que estaba pasando.
Harry, por otro lado, no estaba tan convencido. Aunque Lizzy había sido clara en su explicación, su instinto le decía que algo más estaba ocurriendo. No podía evitar sentir una punzada de inseguridad al ver cómo Mal la miraba, cómo sus dedos seguían ligeramente entrelazados con los de Lizzy, aunque ella intentara disimularlo.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry a Lizzy, su tono un poco más suave, pero sus ojos aún fijos en Mal, como si quisiera advertirle algo sin decirlo en voz alta.
Lizzy asintió con una sonrisa tranquila, sin soltar del todo la mano de Mal.
—Sí, Harry. Todo está bien. —Su voz era firme, pero dulce, como siempre.
A pesar de las sonrisas y la calma aparente, Mal podía sentir la tensión en el aire. Harry no era tonto. Sabía que había algo más, aunque no podía poner el dedo exactamente en qué era. Y aunque Mal nunca había tenido la intención de hacerle daño a Lizzy o de interferir en su relación, no podía evitar lo que sentía. No podía ignorar la conexión que tenía con Lizzy, y definitivamente no podía fingir que lo que acababa de suceder —o lo que estuvo a punto de suceder— no significaba nada.
Evie, siempre la maestra en suavizar situaciones incómodas, dio un paso adelante con su característica sonrisa brillante.
—Bueno, ahora que todos estamos aquí, ¿por qué no volvemos a la fiesta? —sugirió, mirando a Lizzy y Harry con una sonrisa inocente—. No querrás perderte los fuegos artificiales, Lizzy. Sabes que son tus favoritos.
Lizzy soltó una pequeña risa y asintió, agradecida por la interrupción de Evie. Pero antes de que pudiera moverse, Mal apretó suavemente su mano una vez más, atrayendo su atención. Fue un gesto sutil, uno que Harry no notó, pero que Lizzy entendió perfectamente. Mal no quería soltarla. No quería que ese momento entre ellas desapareciera tan fácilmente.
—Nos vemos luego, Mal —dijo Lizzy en voz baja, con una mirada que decía mucho más de lo que las palabras podían expresar.
Mal asintió lentamente, soltando finalmente su mano, pero con el corazón aún acelerado por todo lo que había pasado. No importaba cuántas veces intentara ignorarlo o apartarlo, lo que sentía por Lizzy era real. Y aunque Harry estuviera allí, aunque Lizzy no pudiera decirlo abiertamente, Mal sabía que había algo entre ellas. Algo que ni siquiera la presencia de Harry podía borrar.
Mientras Lizzy y Harry se alejaban de la escena, con Evie, Candela, Rochi y Eugenia siguiéndolos de cerca, Mal se quedó de pie bajo el cielo estrellado, mirando cómo la figura de Lizzy se alejaba lentamente. Sabía que la situación no era fácil, y que lo que sentía por Lizzy no desaparecería de la noche a la mañana. Pero también sabía que, pase lo que pase, siempre tendría ese momento. Ese instante bajo las estrellas donde todo parecía perfecto, donde Lizzy y ella estaban a punto de besarse, y donde, por un breve segundo, nada más importaba.
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