Capitulo 1
Lizzy Espósito siempre había sentido una conexión especial con el mar. Cada vez que el sol se ponía y las estrellas comenzaban a brillar, ella se dirigía al jardín del castillo, donde podía escuchar el murmullo de las olas que acariciaban la costa cercana. Sentada en su lugar favorito, justo bajo el sauce centenario, Lizzy cerraba los ojos y dejaba que la brisa marina jugara con sus cabellos rubios, sintiéndose una con el agua, con el cielo, con la naturaleza.
A simple vista, cualquiera podría pensar que Lizzy era como cualquier otra princesa de los cuentos: hermosa, con largos cabellos dorados, una sonrisa cálida y una mirada que evocaba el océano en calma. Sin embargo, había algo en ella que la hacía diferente. No era solo la hija de Poseidón, dios de los mares, sino también de la Reina Marianella, noble y justa. Esa combinación de linajes divinos y reales la había convertido en una heroína fuerte y decidida, pero también sensible y bondadosa. A pesar de su poder y posición, Lizzy siempre mantuvo los pies en la tierra, consciente de que sus responsabilidades iban mucho más allá de ser simplemente una figura pública. Era la protectora de los mares y de todas las criaturas que vivían en ellos.
Lizzy Espósito era, a simple vista, una joven princesa de una belleza incuestionable. No por ser hija de Poseidón, el dios del mar, y la Reina Marianella, su presencia pasaba desapercibida entre los habitantes de Auradon. Desde su nacimiento, había heredado una gracia natural, una elegancia que parecía fluir en cada uno de sus movimientos, como las olas mismas. Pero, a diferencia de muchas princesas de cuentos de hadas, Lizzy nunca había deseado ser el centro de atención. Ella amaba su hogar bajo el agua, la libertad que sentía al sumergirse en los océanos, el sonido de las corrientes envolviéndola y acariciando su piel mientras su cabello largo, rubio y dorado, cambiaba a un verde profundo, como las algas del fondo del mar.
Desde pequeña, Lizzy siempre se había sentido dividida entre dos mundos: el de la superficie, donde reinaban la política y las expectativas, y el mundo marino, su verdadero hogar, donde el agua la llamaba constantemente a regresar. Su forma física, tan cambiante como el estado del océano, era la representación visual de esa dualidad. En la superficie, su piel blanca como la espuma del mar contrastaba con el brillo de sus ojos celestes, que parecían contener la luz de mil estrellas reflejadas en el agua nocturna. Su sonrisa era encantadora, cálida y sincera, la cual se decía que podía hacer sentir a cualquiera que el sol había salido solo para ellos. Y a pesar de su juventud, Lizzy poseía una belleza madura, una que hacía girar cabezas y dejaba una huella indeleble en la memoria de quienes la miraban.
Sin embargo, era bajo el agua donde su verdadero ser emergía. Tan pronto como sus pies tocaban la fría brisa salada de las profundidades, su cabello se transformaba en un vibrante tono de verde que parecía brillar con cada movimiento del agua. Su piel, aún suave y perlada, adquiría una luminiscencia única, y lo que antes eran piernas humanas se convertía en una poderosa aleta de escamas multicolores. Lizzy amaba esa forma. Amaba cómo, cuando era una sirena, cada parte de su cuerpo respondía al mar con la misma naturalidad con la que respiraba en la superficie.
Ser la hija de Poseidón, el rey del mar, y de una reina de la superficie, había hecho de Lizzy una joven con una conexión profunda tanto con el agua como con la tierra. Pasaba gran parte de su tiempo bajo el agua, hablando con los animales marinos y recorriendo los corales más remotos, mientras que en la superficie vivía rodeada por el amor de su familia y su relación estrecha con los habitantes de Auradon. A veces, Lizzy sentía que no pertenecía completamente a ningún lugar. Bajo el agua, su corazón estaba en paz, sus pensamientos fluían como el agua misma, y sus preocupaciones se desvanecían. Pero en la superficie, las expectativas y las responsabilidades como princesa siempre la seguían como una sombra.
Poseidón había sido estricto con ella en algunos aspectos, pero también profundamente amoroso. Le había enseñado a respetar el poder del océano, a utilizar sus dones de hidrokinesis con responsabilidad. El agua era un recurso valioso, sagrado, y Lizzy aprendió a tratarla con reverencia. Desde muy joven, había sido consciente de que sus poderes podían alterar el equilibrio de la naturaleza. La lluvia respondía a su estado de ánimo: cuando Lizzy reía, el cielo brillaba de felicidad; cuando lloraba, el cielo también se oscurecía y lloraba con ella. Era una conexión única, una bendición y, a veces, una carga.
A pesar de la majestuosidad que irradiaba su linaje, Lizzy era increíblemente humilde. Amaba a las personas con facilidad, era generosa con su tiempo y su energía. Donde quiera que fuera, ya fuera en las calles de Auradon o en los jardines de su palacio, siempre estaba rodeada de risas. Su mejor amiga, Rochi, solía bromear diciendo que Lizzy tenía un "imán natural para la bondad". Las personas, tanto animales como humanos, simplemente la amaban.
Lizzy no era una princesa tradicional que se sentaba a esperar ser salvada o que buscaba activamente una relación con un príncipe. No, para ella, las relaciones eran mucho más complejas, y el amor era algo que no debía ser forzado. Era algo que debía surgir de forma natural, como una corriente de agua que encuentra su camino entre las rocas. Había tenido pretendientes, claro, pero Lizzy nunca sintió que esas relaciones fueran adecuadas para ella. Harry Hook, con todo su encanto rebelde, había intentado ganarse su corazón, y aunque Lizzy lo encontraba encantador a su manera, su corazón no palpitaba por él. Y lo mismo ocurría con Ben, el príncipe de Auradon, quien había mostrado interés en ella en más de una ocasión.
A veces, Lizzy se preguntaba si algo estaba mal en ella, si quizás simplemente no estaba destinada a encontrar ese tipo de amor que todos describían. Después de todo, ella era diferente. Siempre había sido distinta. Una princesa que podía controlar el clima y comunicarse con las criaturas marinas, una chica que prefería nadar entre los delfines antes que asistir a un baile de la corte.
Era casi irónico, pensaba Lizzy a menudo, que el destino pareciera haberla empujado hacia Harry Hook. Después de todo, ¿qué podía ser más contradictorio que una sirena y un pirata? La mitología antigua estaba llena de relatos de sirenas atrayendo a los piratas hacia su destrucción, de marineros perdiendo la cabeza al escuchar sus cantos y hundiéndose en las profundidades del océano, víctimas del poder de la tentación. Y, sin embargo, aquí estaba Lizzy, la hija de Poseidón, completamente consciente de la ironía, sintiéndose atraída hacia Harry, un joven pirata con una sonrisa torcida y una mirada que parecía contener mil secretos de los mares.
Pero Lizzy no era una sirena cualquiera. En su corazón, sabía que no tenía un destino escrito en piedra, como esos cuentos antiguos. Sabía que tenía la capacidad de elegir. Harry era atrevido, encantador y peligroso, todo lo que una princesa normalmente evitaría, pero algo en él la intrigaba. Quizás era la manera en que la trataba, como si fuera una igual y no una princesa intocable. Harry nunca se contenía con ella; decía lo que pensaba y, aunque a veces sus comentarios eran un poco rudos, Lizzy encontraba refrescante esa honestidad. Estaba acostumbrada a que los demás se sintieran intimidados por su linaje o su estatus. Con Harry, eso no pasaba.
Sin embargo, esa misma libertad que encontraba en él, también despertaba algo inesperado en su interior. Había una pequeña chispa de duda, algo que Lizzy no podía identificar del todo. Y esa chispa crecía cada vez que veía a Mal, la hija de Maléfica, observándolos desde la distancia.
Harry Hook era todo lo que un padre, y más específicamente un dios, desearía evitar para su hija. Poseidón, por supuesto, había dejado clara su desaprobación desde el principio. "Los piratas no son de fiar," le había dicho una vez. "Son seres cuya lealtad cambia como las mareas, y sus corazones, más duros que las rocas del fondo del mar." Pero Lizzy, aunque respetaba a su padre, nunca había sido una de seguir las advertencias sin cuestionarlas.
En el fondo, Harry no era un simple pirata. Había algo en él que escapaba a las etiquetas comunes. Era apasionado y determinado, aunque a veces arrogante. Sus ojos siempre brillaban con una mezcla de desafío y curiosidad, y aunque había oído las historias de sirenas devorando piratas, Harry siempre había bromeado diciendo que si alguna vez se encontraba bajo el encanto de una sirena, lo haría voluntariamente.
"Quizás por eso estás interesada en mí," le había dicho en una ocasión mientras caminaban por la playa. "Es el destino. Los piratas y las sirenas están destinados a encontrarse en el mar."
Lizzy había sonreído, aunque sabía que detrás de sus palabras ligeras, había una verdad más profunda. Era posible que hubiera una atracción natural entre ellos, como el mar atrayendo a las olas. Pero esa misma atracción, aunque real, se sentía incompleta. Había algo más en juego, algo que ni siquiera Harry podía entender.
Y ese "algo" era Mal.
Desde hacía tiempo, Mal había sentido una incomodidad creciente cada vez que veía a Lizzy y Harry juntos. No podía entender completamente por qué se sentía de esa manera. Después de todo, Harry no le importaba en lo más mínimo. Pero era ver a Lizzy riendo con él lo que despertaba una punzada en su pecho, una sensación que nunca antes había experimentado. Era como si cada risa compartida entre ellos fuera un recordatorio de algo que ella misma no tenía.
Lo más confuso de todo era que Mal no quería admitir lo que estaba sintiendo. Para ella, era inconcebible sentir celos. Siempre había sido la hija de Maléfica, poderosa, segura de sí misma, controladora de su propio destino. ¿Cómo podía sentir celos por una chica que siempre había sido su amiga? ¿Por qué, cada vez que veía a Harry inclinarse hacia Lizzy, su estómago se revolvía y su corazón latía un poco más rápido?
Evie fue la primera en notarlo. Con su mirada afilada y su habilidad para leer a las personas, no tardó en descubrir la verdad, mucho antes de que Mal estuviera lista para aceptarla.
Una tarde, mientras todas estaban en los jardines del castillo, Evie notó cómo Mal fruncía el ceño ligeramente al ver a Lizzy y Harry caminando juntos. Lizzy estaba lanzando risas ligeras, esa risa que hacía que el cielo brillara un poco más, mientras Harry parecía contarle alguna historia de sus aventuras. Fue entonces cuando Evie decidió que era hora de enfrentarse a su amiga.
"Te estás engañando a ti misma, Mal," le dijo con su habitual tono suave pero firme.
Mal la miró con confusión fingida. "¿De qué estás hablando?"
Evie suspiró y sacudió la cabeza, su cabello azulado brillando al sol. "Vamos, no juegues conmigo. Puedo ver lo que está pasando aquí. Estás celosa."
"¿Celosa?" Mal soltó una risa, pero sonaba vacía. "¿Por qué estaría celosa de Harry Hook? Es un pirata."
Evie sonrió ligeramente. "No estoy diciendo que estés celosa de Harry. Estás celosa de Lizzy. O más bien, estás celosa de la atención que le está dando Harry."
Mal se cruzó de brazos, una postura defensiva que Evie conocía bien. "Eso es ridículo. Lizzy es... Lizzy. Es mi amiga."
"Sí," dijo Evie, dando un paso más cerca de Mal. "Es tu amiga. Pero sé que sientes algo más por ella, aunque lo niegues."
La hija de Maléfica intentó desviar la conversación. "Estás viendo cosas donde no las hay. Lizzy puede hacer lo que quiera. Si quiere estar con Harry, que lo esté."
"Pero tú no lo soportas, ¿verdad?" insistió Evie, sus ojos brillando con perspicacia. "Cada vez que los ves juntos, es como si algo dentro de ti se retorciera. Admitelo, Mal. No es solo Harry. Es Lizzy. Te importa más de lo que estás dispuesta a reconocer."
Mal abrió la boca para responder, pero se quedó en silencio. No podía negar la verdad en las palabras de Evie, por mucho que quisiera hacerlo. No era solo la idea de Harry con Lizzy lo que la incomodaba. Era Lizzy misma. Siempre había habido algo en ella, algo que la atraía de una manera que no podía explicar. Pero también había algo más: una barrera, algo que la hacía reprimir esos sentimientos.
"No sé qué estás esperando," dijo Evie suavemente. "Pero si no haces algo, podrías perder la oportunidad de decirle cómo te sientes
Los días siguientes fueron un torbellino de emociones para Mal. Cada vez que veía a Lizzy con Harry, las palabras de Evie resonaban en su mente. No podía dejar de pensar en lo que sentía, aunque tampoco sabía cómo enfrentarlo.
Había algo profundamente hermoso en Lizzy. No solo su apariencia física, que ya de por sí era cautivadora, sino también su esencia, su bondad y la forma en que hacía que todos a su alrededor se sintieran importantes. Lizzy no solo iluminaba los cielos con su sonrisa, sino también los corazones de quienes la rodeaban. Y Mal, por mucho que intentara ignorarlo, había sido atrapada en esa luz.
Pero, ¿qué podía hacer? Era la hija de una villana, una descendiente de Maléfica, cuyo legado era el caos y la destrucción. Y Lizzy... ella era lo opuesto. Era todo lo que Mal no era. Una heroína. Una princesa. Una sirena que controlaba los mares y cuya naturaleza era la bondad pura.
¿Podrían alguna vez pertenecer al mismo mundo? Mal se encontraba atrapada en esa incertidumbre, incapaz de dar el paso necesario para enfrentar sus sentimientos.
Todo comienza una tarde tranquila, justo antes de la puesta del sol. Mal, con el ceño fruncido, estaba sentada en los jardines del castillo, mirando a la distancia sin realmente ver nada. En su mente, una espiral de pensamientos se arremolinaban sin cesar, molestándola como si fueran mosquitos zumbando en su oído, incapaces de dejarlos de lado. Lizzy estaba, una vez más, en su cabeza, pero no de la manera que Mal quisiera admitir. No podía dejar de pensar en ella, en su forma de moverse, en la manera en que hablaba con esa dulzura casi insoportable, en cómo sonreía como si no hubiera un solo mal en el mundo.
"¿Cómo puede ser así?", se preguntaba Mal en silencio, su rostro mostrando una mezcla de confusión y frustración. Todo en Lizzy la irritaba. La forma en que se vestía, siempre con esos colores vivos, sus tules ondulantes y las flores adornando su cabello. Su forma de reír, tan abierta, tan despreocupada, como si la vida no tuviera complicaciones. Y sobre todo, la manera en que la gente gravitaba hacia ella. Todos parecían amarla de inmediato. Todos la adoraban, como si fuera la luz en sus vidas, el sol que iluminaba su día.
Y eso, pensaba Mal con un suspiro pesado, era precisamente lo que la enloquecía.
—¿Cómo puede ser tan... tan buena? —murmuró, apretando los puños sobre su regazo—. ¿Cómo puede ser tan especial y que todos la amen sin esfuerzo? ¿Cómo puede ser tan... dulce y hermosa? ¡Es ridículo!
No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que escuchó una risa suave a su lado. Giró la cabeza rápidamente, encontrándose con Evie, que la observaba con una sonrisa divertida, sus ojos azules centelleando con complicidad.
—¿Decías algo, Mal? —preguntó Evie con tono inocente, aunque el brillo en sus ojos delataba que ya sabía exactamente lo que estaba pasando.
Mal sintió un calor subir a sus mejillas, pero se negó a dejar que su incomodidad se mostrara. Se cruzó de brazos y lanzó una mirada desafiante a su amiga.
—Estaba diciendo que me cae mal —soltó con firmeza—. Lizzy me cae mal. ¿Cómo puede alguien ser tan... tan perfecta todo el tiempo? Es agotador, ¿no te parece?
Evie alzó una ceja, claramente disfrutando de la situación.
—¿Perfecta? —repitió, como si el concepto fuera difícil de entender—. ¿Estás segura de que eso es lo que piensas?
—Sí, absolutamente —respondió Mal, aunque su tono parecía más una protesta que una afirmación real—. Mira cómo se viste, cómo habla, cómo sonríe... Es como si intentara ser esta criatura celestial todo el tiempo. Y lo peor de todo es que la gente la soporta. La aman. No lo entiendo. ¿Cómo puede alguien ser tan... encantadora y no molestar a nadie?
Evie se echó a reír de nuevo, pero esta vez fue una carcajada genuina, como si Mal acabara de contarle el mejor chiste del mundo. Mal la miró con una mezcla de irritación y desconcierto.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, ya sintiéndose más exasperada de lo que estaba antes.
Evie se secó una lágrima de risa de la esquina de su ojo y sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Oh, Mal, tú no la odias —dijo finalmente, todavía sonriendo—. Todo lo contrario, de hecho.
—¿Qué? Claro que la odio —Mal se enderezó en su asiento, su tono lleno de desafío—. Odio todo lo que representa. Es demasiado buena, demasiado dulce. Y esas cosas me sacan de quicio.
Evie negó con la cabeza, cruzándose de brazos mientras observaba a Mal con una mirada evaluadora.
—No, no la odias —dijo, su tono ahora más suave—. En realidad, te encanta cada cosa de ella. Lo que te molesta es que no puedes dejar de pensar en lo perfecta que te parece. Te irrita porque te importa. Porque, en el fondo, sabes que te encanta cómo se viste, cómo sonríe, incluso sus tules y flores. Todo lo que es Lizzy es exactamente lo que te atrae, aunque no quieras admitirlo.
Mal se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de Evie. Algo dentro de ella resonó con esa verdad incómoda, pero no estaba lista para aceptarla. No aún. Se pasó una mano por el cabello, intentando poner en orden sus pensamientos.
—Eso es ridículo —murmuró finalmente—. Yo no...
—Oh, por favor, Mal —la interrumpió Evie, acercándose un poco más—. He visto cómo la miras cuando piensas que nadie está mirando. La sigues con la vista cuando entra en una habitación, y ni siquiera te das cuenta. ¿Y todo eso por qué? Porque te parece... perfecta. Y esa perfección te molesta porque, de alguna manera, quieres que sea tuya. No la odias. Lo que odias es que está con Harry... o con Ben, incluso. Porque en el fondo, te encantaría que fuera contigo.
Mal abrió la boca para protestar, pero no pudo encontrar las palabras. Evie la había desarmado por completo, poniendo en palabras lo que Mal no quería admitir ni a sí misma. Era cierto. Cada pequeña cosa sobre Lizzy, todo lo que supuestamente la irritaba, era en realidad lo que la hacía desear estar cerca de ella. Y lo que más le dolía era verla con otros. Con Harry, con Ben. Porque no importaba con quién estuviera Lizzy, siempre parecía inalcanzable para ella.
—Yo... —Mal comenzó, pero las palabras se atascaban en su garganta. No sabía cómo continuar.
Evie le dio una sonrisa comprensiva y puso una mano en su hombro.
—Está bien, Mal. Es normal. Es difícil aceptar cosas como estas, especialmente cuando se trata de sentimientos que no esperabas tener. Pero no puedes seguir negándolo para siempre. Tarde o temprano, tendrás que enfrentar lo que realmente sientes por ella.
Mal bajó la mirada, su corazón latiendo más rápido de lo que quisiera. Todo lo que Evie decía tenía sentido, pero admitirlo era aterrador. Nunca había sentido algo así por nadie, y mucho menos por alguien como Lizzy. Una princesa. Una heroína. Y para empeorar las cosas, una persona que parecía completamente fuera de su alcance.
—Es solo que... —empezó Mal, todavía mirando al suelo—. Es demasiado. Todo en ella es demasiado. ¿Cómo alguien puede ser tan perfecta? Tan... tan buena y especial. Y luego estoy yo, la hija de Maléfica. Soy todo lo contrario. ¿Cómo podría siquiera pensar en...?
—No se trata de quién eres o quién es ella —la interrumpió Evie suavemente—. Se trata de lo que sientes. Lizzy no es perfecta, y tú tampoco. Pero eso no significa que no puedan... ser algo. Si eso es lo que quieres.
Mal cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de Evie se hundieran. Sabía que su amiga tenía razón. Sabía que, por mucho que intentara negar lo que sentía, era imposible seguir ocultándolo. Lizzy no solo la irritaba por ser perfecta; la irritaba porque, en el fondo, deseaba estar a su lado. Y ese deseo la asustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Tienes razón —murmuró finalmente, abriendo los ojos y mirando a Evie con una expresión derrotada—. Tienes toda la razón.
Evie sonrió con suavidad, satisfecha de haber llegado al fondo del asunto.
—Lo sé —dijo con una pequeña risa—. Ahora la verdadera pregunta es, ¿qué vas a hacer al respecto?
Mal suspiró, sintiendo un nudo en el estómago. No tenía idea de qué hacer. ¿Cómo podía siquiera empezar a enfrentar esos sentimientos, cuando ni siquiera sabía si Lizzy podría sentir algo similar por ella?
—No lo sé —admitió con honestidad—. No sé qué hacer. Ni siquiera sé si ella... si Lizzy siente algo por mí. Y luego está Harry... y Ben...
Evie asintió lentamente, comprendiendo el dilema de su amiga.
—Bueno, eso no lo sabrás hasta que hables con ella —dijo—. Pero si sigues guardándotelo, nunca lo sabrás. Y, mientras tanto, estarás sufriendo en silencio cada vez que la veas con alguien más.
Mal se mordió el labio, sabiendo que Evie tenía razón. No podía seguir guardando estos sentimientos para siempre. Tenía que hacer algo, aunque la idea la aterrorizara.
—Supongo que tienes razón —dijo en voz baja—. Pero... no sé si puedo hacerlo. No soy buena en estas cosas.
—Lo sé —dijo Evie con una sonrisa tranquilizadora—. Pero te apoyaré en lo que decidas hacer. No tienes que enfrentarlo sola.
Mal le devolvió una pequeña sonrisa, sintiéndose agradecida por tener a alguien como Evie a su lado.
Mal continuaba mirando al suelo, mordiéndose el labio, perdida en sus pensamientos. Evie la observaba con una mezcla de ternura y diversión, sabiendo que su amiga estaba en plena lucha interna. Finalmente, decidió romper el silencio, dándole a Mal el empujón que necesitaba.
—Sabes... —comenzó Evie, inclinándose un poco hacia adelante—. Desde el primer día noté algo entre ustedes dos.
Mal levantó la cabeza rápidamente, sus ojos reflejando sorpresa.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Evie sonrió, con una expresión que revelaba que estaba a punto de decir algo importante, algo que Mal no podía negar, por más que quisiera.
—De Lizzy y tú, por supuesto —respondió con calma, como si fuera obvio—. No creo que fueras consciente de ello en ese momento, pero yo lo vi claro. Desde el primer día, desde la primera vez que sus ojos se cruzaron, hubo algo entre ustedes. No puedo explicarlo con exactitud, pero era como si hubiera una conexión... algo diferente, algo más profundo.
Mal frunció el ceño, claramente incómoda con la dirección de la conversación.
—Estás exagerando, Evie —murmuró, cruzando los brazos frente a su pecho—. No había nada de eso. Apenas nos conocíamos.
Evie soltó una pequeña risa, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—Oh, claro —dijo en tono sarcástico—. Apenas se conocían, pero los dos segundos que se miraron fueron suficientes para que cualquiera con ojos pudiera notar la tensión en el aire. Es como si, desde el principio, hubiera algo entre la heroína y la villana. Entre la pelivioleta y la peliverde. Como si fueran polos opuestos que simplemente no podían evitar atraerse.
Mal la miró fijamente, luchando por mantener su expresión de escepticismo. Pero Evie podía ver a través de esa fachada. Sabía que sus palabras estaban dando en el blanco, que Mal había sentido lo mismo, aunque no quería admitirlo.
—No sé de qué hablas —insistió Mal, aunque su voz no sonaba tan convincente como antes—. No hay nada entre Lizzy y yo. Nunca lo ha habido.
—¿En serio? —preguntó Evie, alzando una ceja—. Porque, desde donde yo estaba, parecía que había algo más que solo tensión entre ustedes. Sus ojos... desde el primer momento, había algo en la forma en que se miraban. No era odio, no del todo. Era más complicado que eso. Era como si, incluso en medio de todo, hubiera una especie de... amor escondido en esos intercambios de miradas.
Mal abrió la boca para replicar, pero no encontró palabras. Sabía que Evie tenía razón. Recordaba esos primeros días, los momentos en los que Lizzy y ella cruzaban miradas, y aunque Mal se había convencido a sí misma de que lo que sentía era pura irritación, sabía que no era tan simple. Había algo más, algo que no podía ignorar.
—No lo sé, Evie —dijo finalmente, su tono bajando un poco—. Todo esto es tan complicado. No entiendo cómo podría sentir algo por alguien como ella.
Evie le dio una sonrisa cálida, acercándose un poco más para mostrarle su apoyo.
—Lo sé —dijo suavemente—. Pero los sentimientos no siempre tienen sentido, ¿verdad? A veces, simplemente suceden, sin importar lo mucho que intentemos luchar contra ellos. Y si lo que sientes por Lizzy es real, entonces no puedes seguir huyendo de ello.
Mal suspiró, sintiendo que su corazón pesaba más de lo normal. Era como si todo lo que había estado reprimiendo, todo lo que había tratado de ignorar, finalmente estaba saliendo a la superficie. La verdad era que, desde el principio, Lizzy le había hecho sentir cosas que nunca había experimentado antes. Y eso la aterrorizaba.
—¿Y qué hago con todo esto? —preguntó, mirando a Evie con ojos desesperados—. No puedo simplemente... decirle cómo me siento. ¿Y si no siente lo mismo?
Evie le dio una mirada comprensiva.
—Eso es un riesgo que tienes que estar dispuesta a tomar —dijo—. Pero, sinceramente, no creo que tengas tanto de qué preocuparte. Lizzy es increíblemente perceptiva. Si no se ha dado cuenta aún, es porque está igual de confundida. Pero creo que, en el fondo, siente algo por ti. Siempre lo ha hecho, aunque tal vez no lo sepa todavía.
Mal se quedó en silencio, sus pensamientos girando en torno a lo que Evie acababa de decir. ¿Y si Lizzy realmente sentía algo por ella? ¿Y si todo este tiempo, Lizzy había estado luchando con los mismos sentimientos, tratando de averiguar qué significaban?
—Tú crees que ella... —empezó Mal, su voz vacilante—. ¿Crees que siente algo por mí?
Evie le sonrió con ternura, asintiendo.
—Lo he notado —dijo con confianza—. Es como si hubiera algo entre ustedes dos desde el principio. No sé si Lizzy lo ha aceptado todavía, pero estoy segura de que está ahí. Y si tú le das una oportunidad, si te abres a lo que sientes, tal vez ella también lo haga.
Mal asintió lentamente, todavía sintiendo una mezcla de miedo y esperanza. No sabía cómo lidiar con todo esto, pero sabía que no podía seguir ocultando sus sentimientos. Lizzy era mucho más que una simple irritación pasajera. Era alguien que, de alguna manera, había tocado algo profundo dentro de ella. Algo que no podía ignorar por más tiempo.
—Tal vez tengas razón —murmuró finalmente—. Pero es tan difícil... admitir lo que siento.
Evie le dio un apretón en el hombro, su sonrisa tranquilizadora.
—Lo sé —dijo suavemente—. Pero recuerda que no tienes que hacerlo sola. Estoy aquí para ti, Mal. Y sea lo que sea que decidas hacer, te apoyaré en cada paso del camino.
Mal le devolvió una pequeña sonrisa, sintiéndose un poco más ligera gracias al apoyo incondicional de Evie. Sabía que el camino que tenía por delante no sería fácil, pero al menos ya no estaba completamente sola en esto. Y tal vez, solo tal vez, había una oportunidad de que Lizzy pudiera sentir lo mismo.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, Mal dejó escapar un largo suspiro, sintiendo que un peso se levantaba de sus hombros. Aunque todavía estaba llena de dudas, había una pequeña chispa de esperanza en su interior. Una esperanza de que, tal vez, las cosas entre ella y Lizzy podrían ser diferentes de lo que había imaginado.
—Gracias, Evie —dijo en voz baja, mirándola con gratitud—. No sé qué haría sin ti.
Evie le dio una sonrisa cálida y juguetona.
—Oh, probablemente estarías dando vueltas en círculos, tratando de convencerte de que odiabas a Lizzy —bromeó, haciéndole reír suavemente—. Pero en serio, me alegra que hayas decidido enfrentar lo que sientes. Creo que este es solo el comienzo de algo grande.
Mal asintió, sintiéndose un poco más segura. Sabía que aún quedaba un largo camino por recorrer, pero al menos ahora tenía una dirección clara. Y, más importante aún, tenía a Evie a su lado, recordándole que no tenía que enfrentarlo todo sola.
Y mientras el día se desvanecía en la noche, Mal no pudo evitar pensar en Lizzy, en esos ojos azules brillantes, en esa sonrisa que la volvía loca. Quizás, solo quizás, había una posibilidad de que las cosas entre ellas cambiaran.
Días después, el castillo estaba sumido en los preparativos para el baile. Los pasillos estaban adornados con guirnaldas y luces, y la atmósfera estaba cargada de emoción. Pero mientras todos parecían entusiasmados por el evento, Mal se encontraba más inquieta que nunca.
La razón de su inquietud era simple: Lizzy.
La princesa parecía estar en todas partes, irradiando esa luz natural que tanto la caracterizaba, y Mal no podía evitar fijarse en cada pequeño detalle. Desde cómo su cabello rubio ondeaba mientras caminaba, hasta la forma en que su risa llenaba el aire. Era como si, de repente, todo lo que Lizzy hacía estuviera diseñado para atraer su atención.
Y entonces estaba Harry Hook.
Mal no pudo evitar notar la forma en que Harry y Lizzy parecían estar pasando más tiempo juntos últimamente. El pirata, con su estilo rebelde y su sonrisa traviesa, parecía tener una conexión con Lizzy que Mal no podía ignorar. Y aunque Mal no quería admitirlo, cada vez que los veía juntos, una ola de celos la invadía.
—¿Es irónico, no? —murmuró para sí misma un día, mientras los observaba desde lejos—. Una sirena y un pirata... como si estuvieran destinados a amarse.
Había algo en la forma en que Harry miraba a Lizzy que le hacía hervir la sangre. Era como si él también hubiera caído bajo el hechizo de su perfección, y eso solo hacía que Mal se sintiera aún más frustrada. Porque, por mucho que intentara negarlo, sabía que ella misma estaba atrapada en esa sensación.
Mal estaba furiosa, más de lo que había estado en mucho tiempo. Desde su lugar oculto tras una columna, observaba a Lizzy y Harry desde el otro lado del salón, charlando animadamente. A pesar de la música que resonaba a través del castillo, las risas de Lizzy llegaban claras a sus oídos, como si todo lo demás hubiera desaparecido. Esa sonrisa, esa risa, siempre tan dulce y tan perfecta. ¿Cómo era posible que Harry Hook, de todas las personas, fuera el que la hiciera reír así?
El ceño de Mal se frunció más y más a medida que los minutos pasaban. Harry estaba demasiado cerca de Lizzy. Se inclinaba hacia ella, hablando en voz baja, como si tuviera derecho a compartir secretos con la princesa. Como si él, un pirata con más arrogancia que decencia, fuera digno de ella. Y lo peor de todo, Lizzy no parecía molestarse en lo más mínimo. No, ella lo escuchaba con interés, su sonrisa nunca desapareciendo. Incluso su cabello rubio parecía brillar más intensamente con la luz de las velas, como si toda la escena estuviera sacada de un cuento de hadas retorcido, uno que Mal deseaba arrancar de raíz.
Cada vez que Harry hacía algún comentario ingenioso, Lizzy reía, y cada vez que Lizzy reía, Mal sentía cómo algo ardía dentro de su pecho, algo que no podía controlar. Era como si el simple hecho de verlos juntos encendiera una hoguera de celos que amenazaba con consumirla por completo. Era un sentimiento que había estado tratando de negar, pero que ahora se hacía imposible de ignorar.
Mal no podía soportar más la escena. Se dio la vuelta bruscamente, dejando el salón con pasos rápidos y decididos. Evie la vio salir y, notando la expresión de ira en su rostro, decidió seguirla. Alcanzó a Mal en uno de los pasillos cercanos, apartándola de su tormenta de pensamientos con una suave llamada.
—Mal —dijo Evie en tono bajo, para no alarmarla más—. ¿Estás bien?
—¿Estoy bien? —Mal soltó una risa amarga, deteniéndose en seco y volviendo su mirada furiosa hacia su amiga—. ¿Pareces estar preguntándome si estoy bien mientras esa escena ridícula se desarrolla delante de nuestros ojos?
Evie la miró con preocupación, sabiendo que los celos estaban comenzando a afectarla. Mal rara vez hablaba así, pero estaba claro que el hecho de ver a Harry tan cerca de Lizzy la estaba volviendo loca.
—Es solo Harry —respondió Evie, tratando de calmarla—. Ya sabes cómo es, siempre está tonteando con todas. No deberías dejar que te afecte.
Mal bufó, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando hacia el suelo, sin poder contener su frustración.
—¿Por qué no me afectaría? ¡Es Lizzy! —exclamó, levantando la vista para mirar a Evie con una expresión de incredulidad—. Harry no tiene derecho a estar tan cerca de ella. ¿Qué tiene él que lo hace especial? ¿Qué es lo que ella ve en él?
Evie ladeó la cabeza, viendo la intensidad en los ojos de su amiga. Sabía exactamente lo que estaba ocurriendo, pero necesitaba que Mal lo dijera en voz alta, que admitiera lo que sentía.
—¿Por qué te molesta tanto? —preguntó Evie con suavidad, dando un paso hacia ella—. ¿Es porque piensas que Harry no es lo suficientemente bueno para ella... o es porque tú crees que podrías ser mejor?
Mal se quedó en silencio, con los labios apretados. Evie había dado en el clavo. La verdad era que no solo se trataba de que Harry estuviera cerca de Lizzy. No, lo que más le molestaba era que, en el fondo, sabía que ella sería un mejor novio para Lizzy. Nadie conocía a Lizzy como ella lo hacía. Nadie entendía a Lizzy como lo hacía Mal. Harry era un pirata egoísta, sin verdadero interés por las profundidades de la princesa. Todo lo que Harry veía era su belleza exterior, pero Mal conocía la verdadera magia que Lizzy llevaba dentro, esa luz que brillaba no solo en su sonrisa, sino también en su alma.
—Lo haría mejor que él —murmuró Mal, finalmente rompiendo el silencio, sus palabras llenas de una determinación feroz—. Yo sería mejor novio para Lizzy que Harry jamás podría ser.
Evie se quedó en silencio, dejando que Mal procesara lo que acababa de admitir. Sabía que este era un gran paso para su amiga, admitir algo que había estado reprimiendo durante tanto tiempo.
—Mal... —dijo suavemente, colocando una mano en su brazo—. Entonces, ¿por qué no se lo dices?
Mal la miró con incredulidad, como si Evie hubiera sugerido algo completamente ridículo.
—¿Decírselo? ¿Estás loca? —exclamó, sacudiendo la cabeza—. No puedo simplemente... decirle eso a Lizzy. ¿Qué pasa si no siente lo mismo? ¿Qué pasa si piensa que estoy loca?
Evie sonrió con un aire de confianza.
—Lizzy no va a pensar que estás loca —dijo—. Y además, ¿no crees que ya es hora de que dejes de guardarte todo esto? Has estado escondiendo tus sentimientos por tanto tiempo, Mal. ¿No crees que mereces ser honesta con ella... y contigo misma?
Mal se quedó callada, mordiéndose el labio mientras consideraba las palabras de Evie. Sabía que su amiga tenía razón. Sabía que seguir reprimiendo todo esto solo la estaba haciendo sufrir más. Pero la idea de abrirse, de ser vulnerable de esa manera... eso la aterrorizaba.
—No sé si puedo hacerlo, Evie —admitió en voz baja, mirando el suelo—. No sé si soy lo suficientemente valiente para decirle cómo me siento. Y luego está Harry...
Evie suspiró, entendiendo sus dudas, pero no iba a dejar que Mal se rindiera tan fácilmente.
—Harry no es un obstáculo real —dijo Evie, con una convicción firme—. Claro, puede que esté tonteando con Lizzy ahora, pero él no la conoce como tú la conoces. Y lo más importante, Lizzy merece estar con alguien que realmente la entienda, alguien que la vea por quien es, no solo por su belleza o por lo que representa.
Mal levantó la cabeza, sintiendo el peso de esas palabras. Ella siempre había entendido a Lizzy, siempre había visto más allá de su apariencia de perfección. Sabía que Lizzy era mucho más que una princesa bonita. Era fuerte, compasiva, increíblemente inteligente, y Mal la admiraba por todo eso.
—¿Y si me equivoco? —preguntó Mal, con una pizca de inseguridad que rara vez mostraba—. ¿Y si ella no siente lo mismo?
Evie la miró con ternura, sus ojos azules llenos de empatía.
—Entonces, al menos sabrás que fuiste valiente —respondió suavemente—. Y nunca te quedarás preguntándote "qué hubiera pasado si". Pero, sinceramente, Mal... no creo que estés equivocada. Desde que Lizzy llegó, siempre ha habido algo entre ustedes dos, algo que va más allá de la amistad o la simple atracción. Y tú lo sabes, solo tienes que darte permiso para sentirlo.
Mal respiró hondo, procesando todo lo que Evie había dicho. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, tenía una oportunidad de ser feliz con Lizzy. Quizás esos momentos en los que sus ojos se encontraban, esas veces en las que se sentía tan conectada con ella, no eran solo una fantasía. Tal vez, había algo real ahí, algo que valía la pena explorar.
Finalmente, Mal dejó escapar un suspiro largo, como si estuviera soltando todo el peso que había estado cargando. Miró a Evie, dándose cuenta de lo mucho que su amiga la había ayudado. Sin ella, probablemente nunca habría llegado a este punto.
—Gracias, Evie —dijo en voz baja—. Realmente, no sé qué haría sin ti.
Evie sonrió con dulzura, dándole un pequeño empujón en el hombro.
—Oh, probablemente estarías en alguna esquina, mordiéndote las uñas mientras Harry seguía coqueteando con Lizzy —bromeó, haciéndola reír un poco—. Pero en serio, Mal, confía en ti misma. Lizzy no es ciega, y estoy segura de que también siente algo por ti. Solo tienes que atreverte a dar el primer paso.
Mal asintió, aunque todavía había una pequeña parte de ella que temía lo que pudiera suceder. Pero sabía que Evie tenía razón. No podía seguir escondiéndose detrás de sus miedos. Si de verdad quería estar con Lizzy, tenía que ser valiente.
—Lo intentaré —dijo finalmente, con una determinación renovada—. No sé cómo, pero voy a intentarlo.
Y con esas palabras, sintió que una nueva esperanza florecía en su interior. Sabía que el camino no sería fácil, pero al menos ahora estaba dispuesta a enfrentarlo.
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