Capítulo 4 ▷ Poder volar

Al hacerse más oscuro el muchacho se retiró cansado por tanto conocimiento, seguía preocupado por las acciones que tomó sin permiso de sus padres. Además de romper total amistad con sus compañeros, esta vez sentía miedo, miedo a ser rechazados por ellos y por todos, se hundía en ese agujero profundo donde su enemigo era... El cambio, no quería cambiar nada, absolutamente nada. Porque antes era el chico que complace y no tiene voto. Las cosas no salían como quería aunque era feliz ser el mismo. Tener una idea que explicar ante alguien y que este le aceptara. Al fin, experimentar los sueños hacerse realidad y estar a punto de conseguirlo.

Por fin después de un largo camino de pensamiento poético, llegó a su destino, donde escuchaba gritos provenientes de la sala. Las cortinas dibujaban contornos de sombras similares a una pelea entre sus padres. Adam se acercó más a la puerta solo para escuchar lo que decían, no era una pelea entre gritos solo palabras a punto de llegar a ese nivel. ¿Se habían dado cuenta de lo que hacía? Debió ser obvio, nunca se habría comportado como en las últimas semanas. El joven abrió la puerta como si nada, de inmediato su padre, su madre y Debby lo miraron.

Esos ojos que le decían que algo no hizo bien. Claro, porque se sentía culpable al querer escaparse de su casa esa noche.

—¡Adam Corbin Wilson! —Chilló la señora de la casa.

—¿Si? —Contestó con voz suave Adam dirigiéndose hacia ellos en una pose de debilidad. Toda la confianza de las clases se disolvió en la vergüenza.

—No sé por dónde empezar, primero insultas a los profesores y a tus amigos, después llegas tarde, tus notas... Haz cambiado, ¿sabes? —Contestó su padre azarándose hacia todas partes— ¿Por qué no eres como tu hermana o como tus primos?

La primera punzada para Adam. Siempre había sido el modelo, al que nunca se podía corregir pero tras ese comentario lo que hizo fue estallar sus sentidos.

—Al menos ellos trabajan y dan orgullo —finalizó su padre de arraigar más la herida.

—Queremos lo mejor para ti, cariño. Solo que ahora eres un rebelde como esos alumnos de tu clase, ¡Eres muy pulcro para toda la gentuza, sabía que esa escuela no es apta! Debemos de darle clases en casa y darle a entender que debe de ser el trabajador más diplomático, igual que tú, Elliot —Agregó Rizze, teniendo un asentimiento por parte de su esposo.

Y de nuevo, querían controlar sus pasos, su sendero. El camino que tanto se esmeró en recorrer. Sentirse agobiado por su propia familia, ahogarse con las palabras que jamás se han atrevido a salir por el miedo, cada día era su martirio. El infierno que vivió sin darse cuenta.

Solo que las alas cortadas comenzaron a brotar desde que sintió la libertad por primera vez.

—¡No! —Aguantando lágrimas y apretando puños, bramó Adam.

El silencio surgió de una manera espontánea haciendo que la siguiente palabra que alguien dijera fuera para romper la incomodidad. Debby puso su mano en su boca con preocupación, puesto que la primera regla de la casa era no contradecir o gritar a sus padres. El señor Wilson cerró sus manos permitiendo que se viese su paciencia dañarse. Claro, desde malas notas hasta comenzar a sublevarse; todo un rebelde sin causa.

—Repítelo... —Le desafió el mayor entre dientes.

—¡Q-Quiero decir que...! —Y sus temores lo volvieron el manojo de nervios de siempre. Había metido la pata hasta el umbral de lo nefasto— ¡No quiero ser como ustedes, jamás lo quise! Ustedes me amoldaron a su forma mientras que yo no quería nada de esto... ¡Quiero ser un científico! ¡Descubrir y crear cosas!—Aclaró Adam elevando su voz con toda honestidad, incluso con valentía.

—Tonterías, Debby y tú serán los dueños de mi empresa cuando se gradúen... ¡Y lo serás porque queremos un buen futuro para ti! —Reclamó su padre sacando pecho.

—Eso es mentira, Debby... Dile a mamá y a papá que quieres tener tu propio restaurante, eso es lo que quieres, cocinas muy bien ¿Por qué dejas que ellos te guíen?

Debby, al igual que su hermano, temía a sus padres. Al menos con él tenía una que otra charla acerca de sus objetivos, por lo que eran unidos. Fue eso lo que la hizo desmoronarse en llanto. La señora Rizze se aproximó a su hija para consolarla. Por el contrario su esposo para nada feliz, le propinó a su hijo unos ojos de dominación y disgusto. No lo golpeaba allí mismo porque cualquier curioso escucharía las cosas a través de las paredes.

—Tú no decides qué hay que hacer porque ni siquiera estás en esa edad, niño —Le dirigió Elliot teniendo el tono del diablo. Una brasa apremiante en la calma que quiere salir. Su mano en el aire tenía unas intenciones de hacer acto de la violencia.

Eso fue el colmo para el joven, ya era suficiente de que lo cambiaran a su modo. Tantos años de querer algo y callar. La inevitable explosión que siempre quiso tener albedrío en él. Con una determinación antinatural pudo quitar el puño de su padre con un manotazo al compás de más gritos.

—¡Ya, no soy tu maldita marioneta! —Marcando su descontento, dejó escapar gotas por sus ojos al apartar esa mano con fuerza.

Las dos mujeres presentes inhalaron impactadas y con los ojos abiertos, Elliot por impulso abofeteó a su hijo de manera que retrocedió. Primera protesta hacia ellos y primera cachetada que lo reprendió. La familia perfecta que se hospedaba en su casa ya no existía, o más bien, jamás existió, ya que la falsa perfección era una manta cubriendo las reglas extremas y la hipocresía de cada uno.

Un tanto arrepentido por su acción, Elliot decidió seguir mirándolo con autoridad, Adam comenzó a temblar repentinamente debido a que nunca fue maltratado así por su padre, casi explota en un ataque de pánico tras tener los ojos perdidos. Daba hipos en señal de debilidad, se derrumbó en la tristeza sin más en un momento. Luego solo subió las escaleras tan rápido que tuvo miedo de caerse, sin olvidar darle un golpe a la pared.

Si así eran las familias modelos, ¿para qué fingir felicidad cuando debajo de los dulces gestos solo había tanta autodestrucción?

—Ya entendió... —Susurró el padre dando un suspiro de alivio y de agobio. Giró a su esposa e hija, ellas totalmente despavoridas sin quitar el susto de sus rostros—. ¿Ves, Lionetta? Así se educan a los hijos, si uno no les da a entender tu autoridad ya quieren pasarse de listos... Eso era lo que le faltaba.

Pero antes de festejar su rol de padre, un reloj viejo que caía de las escaleras se dirigía hacia él de manera rápida y ruidosa. En un momento su mujer le gritó por aquello, rogándole que se quitara.

—¡Dios san-

Elliot no logró decir lo demás debido a que el gran reloj le golpeó antes de darse cuenta de las plegarias de su esposa e hija. El impacto tuvo la fuerza como para dejarlo inconsciente, de un momento Adam saltó por la ventana llevando una mochila, al otro alaridos por parte de su madre y hermana. El tiempo pareció detenerse, o quizás él se movía más rápido que eso.

El joven corrió dejando caer lágrimas, aunque esta vez de felicidad. Ese plan de lanzarle ese objeto inmenso a su progenitor no era lo más listo que se le hubiera ocurrido; mas la situación de escapar le ameritó a ese último recurso.

Sus manos temblaban como nunca. Sino moría por los golpes de su papá de seguro que la adrenalina del momento sí lo mataría. Liberó presión, experimentó el cómo sus alas finalmente regresaron y ya podía emprender el viaje a lugares de infinita maravilla. Aunque una risa inesperada y fuera de lo común le comió de pronto, porque esa acción fue la que le declararía castigos de cuarenta años. Tuvo el descaro de ir hacia los laboratorios para seguir su "sueño" de la cual estaría arrepentido. Sí, escapó de su casa y lastimó a su padre, cualquiera hubiera estado harto en ese momento.

Al llegar respiró con tranquilidad, ya no volvería a ese condenado hogar falso y quería hacérselo saber al señor William. Aunque con ese sentimiento de culpa, sabía que sus padres lo buscarían en toda la ciudad solo para romper su felicidad. Pensó en el hueco que se había hundido él mismo pero aun así, decidió continuar ya que no le quedaba de otras que ello.

Si vas a caer, hazlo con estilo, escuchó a Marshall decir una vez. Oh sí, eso sería lo que haría.

—¡Señor William! ¡Tengo buenas noticias! —Gritó Adam con emoción pasando por la entrada.

—Muchacho, recuerda que están haciendo cosas con suma concentración, no debes de gritar —respondió amablemente William.

—Lo siento, bueno... quería decirle que me uniré con alma y cuerpo a los laboratorios por el resto de mi vida —dijo de vuelta el joven. La confianza y el ímpetu lo hacían temblar como si estuviese en un terremoto, pues se sentía vivo.

—¿A qué te refieres? —Preguntó el mayor. Le encantaba mucho de haberle dado mucho orgullo a ese chico, desde que se unió, el brillo de sus ojos se avivó inmensamente.

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