Capítulo 1 ▷ Mi vida
En una tarde de septiembre donde el sol se posaba en las colinas llamando a la noche, un joven de cabello castaño caminaba por las calles de su infancia tan tranquilo, sin preocupación alguna ya que era viernes y podía relajarse un rato, fuera de clases. Mientras marchaba por las aceras aburridas, se podían notar unos cuantos carteles de mascotas y personas perdidas, no solo una, una docena, quizás miles.
Aquella ciudad se había transformado en el temor de muchas familias, pues personas desaparecían, por suerte de algunos delincuentes eran los principales, incluso mascotas y perros desamparados de la calle en busca de un hogar acogedor. No había pistas de algún paradero en específico. Las personas temían a salir y toparse con su muerte.
Adam continuaba su camino hacia su cómodo hogar. Durante esos momentos se topó con un gato de pelaje gris el cual estaba maullando de dolor. Su pequeña pata. Tenía forma de ruptura de hueso, el chico sin dudarlo se agachó para tratar de ayudarlo, apenas rozó la herida y el felino empezó a quejarse, pegando sus maullidos al cielo.
El muchacho le sosegó sin saber cómo y una vez calmado, le cargó con delicadeza al gato y lo llevó consigo, desde luego con algunas dificultades de la fractura, a su casa donde la cena ya era servida.
Al mismo tiempo que el señor Wilson —hombre modelo, propietario de una empresa lujosa— leía las noticias, su esposa, la señora Rizze —Mujer privilegiada en las leyes proveniente de Italia—, se encargaba de cubrir con vendajes la pata del felino recién llegado, el cual casi no sentía dolor gracias al previo tratamiento de Adam. Su hijo era igual que su padre, se interesaba mucho en la ciencia y la biología, por ello el siempre obtenía buenas notas y admiración por parte de los profesores. Volviendo al tema, el gato solo debía de descansar por un par de meses.
—Listo, Nero. En unos cuantos meses podrás caminar —Mencionó sin respuesta la mujer. Giró a su hijo mayor, brindándole una sonrisa—. ¿Cómo les fue hoy?
—Bien...—Respondió Adam, apenas entendible— Debby casi se duerme en una clase...
—¡Tsk! las clases de matemáticas siempre son aburridas —Debby resopló desde el sofá, aparentemente molesta.
La señora Rizze solo rodó los ojos hacia la derecha. Había una clara diferencia de los genes. Adam no se dignó a mencionar algo en su contra, le llevaría la contraria toda la noche.
—La próxima vez les agradezco que lleguen más temprano. Aquí dice que ya van varias desapariciones de personas y animales por estas zonas... Qué desgraciados... —Señaló el señor Wilson viendo el periódico que había comprado, con mucha indignación al tema.
Ambos hermanos asintieron, acatando las órdenes sin vacilar. Bueno, nunca harían tal cosa, porque los modales y el respeto eran las enseñanzas inculcadas desde que nacieron, claramente siendo parte de una de las mejores familias en la ciudad.
Mientras Debby era todo en risas, Adam apenas era una carcajada baja. La menor, aunque pareciera una muchacha hiperactiva y poco realista, era tan astuta como un zorro, dejando en la sombra al amable y estudioso de su hermano, que si no decía nada no notarían que existía.
Adam fue aquel jovencito callado en la última fila del salón, tan reservado que jamás se le escucharía una réplica, no destacando tanto como el resto de su familia si no fuese por sus grandiosas notas. Aunque debajo de esa dulce pequeña sonrisa se resguardaban sueños, muchos de ellos, esperando a ser cumplidos en algún tiempo.
Solo que el camino para él no sería tan acreciento como siempre, después de que el comienzo de La teoría del silencio diera los primeros tic-tac.
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Los hermanos salían de la preparatoria con gran entusiasmo, ya que como cada semana, los lunes en la tarde iban a comer en el restaurante de la familia. Significaba un festín de pizza o espagueti, lo que ordenaran ambos.
El señor Wilson no fue en esa ocasión, por razones de robo en su empresa, por otra parte Adam tenía otros planes que se presentaron para arruinar su noche. ¿Cuáles eran? hacer una maqueta con sus mejores amigos, Marshall y Ángel.
Una vez terminada la tarea, el muchacho castaño se dirigió a su casa por el mismo vecindario de los anteriores días. Una rutina monótona que no tenía más significado que ese. Siguió, apresado por sus pensamientos de ingenuo, hasta que manchas rojas se cruzaron por su sendero, a juzgar por la apariencia del líquido era sangre, confundido, notó un camino de la misma sustancia en gotas a un lado. Se exaltó y se preocupó, a lo mejor alguien tuvo una mala jugada y se cortó. Un animal tal vez, le dio escalofríos de todos modos.
Miró hacia la izquierda, siguiendo con sus ojos aquel atajo rojo solo para observar un pequeño conejo tirado en el césped del bosque. Con pasos torpes, se aproximó temiendo que ese animalito se le lanzara.
—Oh, cielos... —Pensó, tragando saliva. Odia y asqueaba con el alma ver situaciones de ese calibre. La muerte, a eso siempre le ha temido.
Por último, revisó sus signos vitales —Con temor— las cuales no daban señal de vida, era raro para él... Debido a que no mostraba ningún daño, así que el chico supuso que solo murió por veneno y suspiró. Su partida no será algo importante
La tranquilidad terminó por un momento, su cerebro le gritaba que alguien lo miraba desde atrás. No se molestó en voltear.
Adam nuevamente trago saliva algo nervioso. Se imaginó que era un ladrón o el causante de la muerte del conejo. No quiso mirarlo para que no viese su temor, tampoco es que le hubiese patentado una golpiza.
—Ah... Este... Estaba aquí cuando vine —Mencionó el muchacho entonando temblores en su voz. Luego como si nada paso, se colocó sus auriculares.
—Já. Lo sé... Lo andaba buscando desde hace rato —Respondió un hombre más o menos de 46 años. Según su tono que emitía.
El castaño giró para ver al señor con un gato en sus manos, el cual se hallaba en las mismas condiciones que el conejo, tieso y muerto. Miró al hombre con una ceja levantada ahora teniéndole más miedo que antes.
En un intento de no ser parte de lo que sea que estaba haciendo aquel hombre, decidió por retomar su camino, luego estuvo a punto de apretar el botón de reproducir música.
—No es lo que tú crees. Esto es para un experimento en mi laboratorio —Indicó el contrario—. Solo diré que es por amor a la ciencia —Contestó el desconocido guiñando el ojo mientras levantaba sutilmente las comisuras de sus agrietados labios. Con clara necesidad de apartar el pequeño crimen a su imagen.
Adam amplió los ojos al instante después de meditar lo sucedido. Movió dedo del Ipad para mirar la hora. Le tomó un pequeño segundo para darse cuenta de algo que lo hizo entusiasmarse.
—Un laboratorio real... —Pensó él— Disculpe, señor... Pero... ¿Por casualidad usted es científico? —Curioseó con nervios y emoción combinados. Realmente no se le ocurría qué sentir.
—Acertaste, soy William Faraday —el hombre amplió su sonrisa—. Con honores de contribuir, apoyar a la ciencia y con dos doctorados.
—¡Oh, vaya! —El miedo pareció dispersarse en hilos de la nada en cuanto un gesto de alegría se mostró en el muchacho— Siempre quise ir a un laboratorio, mi familia dice que soy muy joven para ir. Es un placer —señaló alegre guardando sus cosas mientras estrecha la mano del señor lleno de euforia.
—El placer es mío, chico. ¿Te gusta la ciencia?
—¡Claro! ¡Y mucho! —Vociferó el joven. Adam de pronto se percató de que parecía una fan loca; por ello se encogió de hombros, apenado por su comportamiento y sus mejillas se colorearon de rojo en un segundo.
William rió, resultado de esa actitud. Ese entusiasmo le agradaba.
—No hay jóvenes así hoy en día... —Dijo— ¿Quisieras darle un vistazo a mi laboratorio?
En ese momento, el chico sintió su corazón explotar. Obvio que iba a aceptar. Pero, para conservar su actitud pulcra, solo asintió en silencio.
—Entonces, sígueme joven.
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