Capítulo Único.
—Aguanta, solo un poco más...—Murmuro hacia mis adentros, en un volumen tan bajo como para que nadie a mi alrededor sea capaz de oír, sintiendo como la incomodidad en mi pecho se va volviendo cada vez más grande y los minutos se vuelven eternos antes de la hora de salida para poder volver a casa.
Mi respiración aumenta a un ritmo casi frenético, aunque intente hacerla consciente y replique los ejercicios de respiración que aprendí de un viejo video de meditación. La ola de calor que azota la ciudad no puede ser más insoportable, a tal punto de necesitar lo más parecido a arrancarme la piel para sentir algo de frescura.
Aunque quizás con solo quitarme el suéter baste para que mi temperatura corporal descienda un poco y deje de sentir como mi cuerpo se derrite con cada gota de sudor que baja por mi frente.
Llevo mi mano derecha hacia la cremallera de aquella prenda que he elegido conscientemente dos o tres tallas más grande, en una tienda de ropa de segunda mano, de color verde musgo y que, aunque esté un poco gastada, ha sido lo más confortable que he encontrado en mucho tiempo.
Siento el metal entre mis dedos, listo para deslizarse hacia abajo y dejar ver la camiseta que llevo debajo.
Me detengo.
Cuando estoy apunto de hacerlo, me detengo.
Mi entrecejo se arruga y esta vez a la incomodidad del calor decide acompañarle la impotencia y frustración instalándose en todo mi cuerpo. Los ojos se me cristalizan durante un par de segundos debido a la ira mientras en mi cabeza se repite una y otra vez la secuencia que he hecho esta mañana al despertar y prepararme para asistir al instituto. Mi error y torpeza se repiten una y otra vez. Imbecil. Imbecil. Imbecil.
Alejo mi mano de la cremallera, dejándola sobre la mesa del pupitre mientras suelto un suspiro pesado y abandono la idea de quitarme el sueter.
No puedo hacerlo.
He olvidado colocarme el binder.
La campana de la escuela suena indicando el fin de la jornada escolar, y con ello, dejando ver a Kariya Masaki salir corriendo de la sala de clases, ignorando los carteles de "no correr en los pasillos" colgados en cada pared y tratando de esquivar lo más rápido y eficazmente posible al resto de alumnos del raimon, quienes caminaban con tanta calma hasta el punto de ser desesperante.
—¡Kariya!—escuchó de pronto, deteniendo la huída hacia su casa. Peli-aqua se dio la vuelta, encontrándose con una cabellera rosa y ojos color cyan: Kirino Ranmaru.—¿No te quedas a la práctica? Shindou planeó un partido de último minuto.
—A-Ah, este...—tartamudeó, tratando de inventar alguna excusa.—No, lo siento, no me siento bien, tengo...—rodeó los ojos hacia un costado tratando de evadir la mirada, abrazando su propio cuerpo sutilmente.
—¡Oh! No, no te preocupes.—escuchó de pronto, un tono bastante exaltado de parte de su senpai. Levantó la cabeza, viendo al peli-rosa con las mejillas ligeramente ruborizadas, por, ¿vergüenza?—Le diré a las chicas que no puedes quedarte, seguro no les molesta.—sonrió.—Suerte con, bueno, eso...—El tono del oji-cyan se volvía cada vez más nervioso, y el rostro de Masaki, cada vez más confundido.—No sé cómo se sienta, claro, pero, bueno, mi madre suele colocarse compresas calientes en el vientre para aminorar el dolor, y, ¡ah, claro!—dijo de pronto, volteándose para buscar algo dentro de su mochila por unos segundos. Una vez lo encontró, quitó la mano de dentro, extendiendo una tableta de pastillas a Masaki.—Ten, son antiinflamatorios, no sé qué tanto puedan ayudar, pero podrían servir al menos hasta que llegues a casa.
Sólo un par de segundos hicieron falta para que en la cabeza de Kariya todo cobrara sentido. Sonrió, tratando de esconder la incomodidad, para luego tomar la tira de medicación y guardarla en uno de sus bolsillos, soltando un "gracias" que fue correspondido por un "no hay de qué, nos vemos".
Viendo al defensa número 3 del raimon retirarse, procedió a salir de las instalaciones finalmente, asegurándose de caminar un par de cuadras más hasta por fin perder de vista a cualquier persona que tuviera puesto el uniforme de la secundaria. Una vez las calles estaban vacías, tomó aire, suspirando pesadamente.
—Pensó que estoy menstruando...—susurró, recordando toda la conversación recién tenida.
Además de eso, unas cuantas palabras se estaban quedando clavadas en su cabeza, repitiéndose una y otra vez:
"le diré a las chicas que no puedes quedarte, seguro no les molesta". Claro, porque Kariya no era parte del equipo de jugadores.
Kariya es gerente del club de fútbol.
Porque Kariya Masaki es una chica.
—¡Ya estoy en casa!—Grito a los vacíos pasillos de mi hogar, agradeciendo que papá no se encuentre a simple vista. Quizás esté en su cuarto, o en el mejor de los casos tal vez salió a hacer la compra. Sea como sea, en estos momentos agradecería que se encontrara lo más lejos posible, para así no tener que fingir una falsa sonrisa y entusiasmo. Para no tener que fingir que en este momento, lo único que quiero es encerrarme en mi cuarto, enterrar mi rostro en la almohada, y gritar hasta que mis cuerdas vocales se vean tan dañadas como para no poder emitir sonido.
Quiero poder llorar hasta que la pesadez en mi pecho deje de existir.
Subo por las escaleras rumbo a mi cuarto, pasando por la habitación de mis padres verificando que papá efectivamente no se encuentra en casa. No sé a qué hora vaya a regresar, pero quiero pensar que al menos tengo una hora completamente para mí. Padre no vuelve hasta la noche, así que por él no debo preocuparme.
Dejo mi mochila de la escuela sobre el escritorio de mi habitación apenas entro por la puerta, para luego tumbarme sobre la cama boca arriba, sintiendo el completo estado de agotamiento mental y emocional.
—Una chica...—murmuro.—Eres una chica...
Mi voz amenaza con quebrarse con la última palabra.
Chica.
Chica.
Mis ojos lagrimean.
La verdad es... Que odio ser una chica...
Antes de intentar detener mis propios pensamientos, los pechos comienzan a sentirse pesados e incómodos una vez más, como si se tratara de un ente extraño para mi propio cuerpo. Llevo las manos hacia ambos, comenzando a rascar, cada vez más fuerte, hasta sentir la piel sensible y adolorida. Pero no me importa, no en este momento.
Las lágrimas bajan por mis mejillas y mi mandíbula se tensa, mientras en mi mente lo único que deseo es arrancar esta parte de mi cuerpo. Me encantaría poder tener la capacidad de quitarlos, desprenderlos de mí, reducirlos hasta que desaparezcan, hasta que dejen de ser molestos, hasta que dejen de existir y mi pecho se vuelva completamente plano.
—Por favor....—sollozo.
Quiero poder hacer eso, aunque sea solo por una vez.
Me levanto de la cama para toparme de frente con el espejo de cuerpo completo que descansa en la pared de mi cuarto. Mi apariencia física es deplorable, con la nariz y ojos enrojecidos e hinchados, lágrimas amargas que no paran de salir, y marcas de uñas en el cuello que debo haber dejado sin darme cuenta cuando rascaba mi pecho.
Mi pecho. Me detengo a observar esa parte de mi cuerpo.
Decido quitar todas las prendas que lo cubren, aunque con cada una que va cayendo, la garganta se me va apretando más y más. Continúo, hasta quedar con el torso completamente desnudo frente al espejo.
Llevo mis manos hacia mi pecho, presionándolo, haciendo el mayor esfuerzo para que aquellos dos bultos desaparezcan y queden planos. Me giro ligeramente de lado, viendo mi figura de esa forma. Mis ojos lagrimean de nuevo, esta vez de ira e impotencia.
¿Por qué no pude nacer así? ¿Qué me costaba?
Permanezco de esa forma un par de segundos más hasta que la imagen que veo frente al espejo se vuelve insoportable.
¿De dónde nace todo este deseo de arrancarme de mi cuerpo? ¿Por qué tengo que ser así?
Entre sollozos y jadeos, me dirijo hacia uno de los cajones del escritorio, deslizando mis manos entre cuadernillos hasta encontrar un par de telas escondidas: vendas y un binder.
Sólo me coloco las primeras, ya que suelo guardar la segunda prenda para cuando debo salir de casa; mis padres no saben de su existencia, así que trato de ensuciarlo lo menos posible ya que no siempre puedo lavarlo a solas sin que mamá y papá se enteren.
Las vendas se acomodan en mi cuerpo a medida que las voy pasando por el pecho. Se siente algo incómodo al principio, y la respiración se me dificulta un poco ya que decido conscientemente apretar demás, pero aún así, se siente... Confortable. Una vez que termino, vuelvo a mirar mi cuerpo en el espejo.
Sonrío. Sí, este si soy yo.
—Un chico...—murmuro.—Quiero ser un chico...
Lleno mis pulmones de aire que luego voy expulsando poco a poco, con la calma tomando mi cuerpo a medida que pasan los segundos. De pronto mi espacio se vuelve un lugar seguro que me arropa como si fuera un niño pequeño, y mis párpados se vuelven cada vez más pesados. Bostezo, recostándome en la cama una vez más, con el sueño invadiéndome en cuestión de segundos. Ruego, antes de dormir, poder soñar una vez más con aquel escenario en el que estoy dentro del cuerpo que quiero, dejando de ser gerente del club, para convertirme en un jugador principal.
Un sueño donde todos me tratan de "él" al referirse a mí.
Un sueño en el que soy un chico.
Un sueño en el que, por fin, soy yo.
—¡Estamos en casa!—Se escuchó de pronto desde la entrada de la casa Kiyama-Midorikawa, dejando ver a dos adultos con trajes formales de oficina, con cabelleras rojiza y peli-verde, respectivamente.
—Iré a verle a su habitación, tiene la manía de dormir sin cobijas encima en olas de calor, pero no es inmune a un posible resfriado.—Dijo soltando una leve risa al final de la frase el adulto peli-verde, dejando su abrigo en el perchero para encaminarse a subir las escaleras, escuchando un "yo prepararé la cena mientras tanto" de parte de su esposo.
A paso calmado y silencioso, fue acercándose cada vez más a la habitación de ojos color ámbar, quien había dejado la puerta entre abierta.
—Masa-...
Claro que la imagen con la que se encontró no era precisamente la que estaba en su cabeza.
—¡Masaki!—Gritó, corriendo hacia la cama, arrodillándose para quedar a la altura.—Masaki, mi amor, despierta, ¿estás bien? ¿Qué te ocurrió en el pecho? ¿Estás lastimada?
—P-papá...—Susurró peli-aqua al despertar, con un rostro de impresión y terror difícil de esconder. Apenas se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y de que tenía a Midorikawa en frente, sus manos y brazos se dirigieron a su pecho, rodeándolo, escondiéndolo.
No, no, no podía estar pasando esto, no ahora, ¿por qué?
Su mente comenzó a bombardearle con un montón de preguntas y acusaciones, ¿de verdad había actuado de forma tan tonta como para dormirse con las vendas puestas y sin camiseta? Por otro lado, ¿en qué momento se había dormido y en qué momento el tiempo había pasado tan rápido como para no despertar antes de que sus padres llegaran a casa? ¿Qué debía decirle a papá? ¿Cómo planeaba mirar a la cara a su padre si este se enteraba? ¿Qué excusa podía inventar ahora? Le habían agarrado como dicen con las manos en la masa, sin escapatoria, sin salida.
—Papá, yo-—Intentaba crear alguna explicación lógica al asunto, sin embargo nada salía de su boca.—Y-yo, lo siento, perdón.—Su ritmo cardíaco aumentaba a cada segundo, sintiendo como el aire comenzaba a faltarle y a hacerse nada. Las vendas empezaban a sentirse hostigantes y cada vez más apretadas, más de lo que ya las había dejado.
El sentimiento de agobio y pánico no dejaba de aumentar, con una duda que le había atormentado desde el día en que los dos adultos habían decidido adoptarle, desde el día en que formaron una familia, y que era la principal razón de porqué todo lo que sentía lo había mantenido en un secreto; no es que no confiara en sus padres, es solo que la posible respuesta a su interrogante le aterraba:
¿Y si decidían regresarle al orfanato?
No podía permitirse eso... No después de volver a confiar en un par de adultos, en ese par de adultos con los que sentía la libertad de poder llamarse una familia. No podía dejar que su hogar, que tanto le había costado conseguir, se derrumbara.
Y ahora, al parecer lo estaba haciendo, y en cuestión de segundos.
Había escuchado muchas veces a gente alrededor diciendo que querer ser de cierta forma, querer cambiar de cuerpo, era algo que se escogía, algo que podía decidir. Sin embargo, Kariya ya se había pasado noches enteras intentando erradicar todo aquel sentir y pensamiento de que había nacido en el cuerpo equivocado, sin éxito alguno. Aunque intentara ser femenina, utilizar pronombres femeninos, comportarse como lo que socialmente es otorgado y ligado a su sexo, siempre había algo que no le encajaba del todo, algo que no le permitía seguir adelante de esa forma, y que hacia que cada vez que escuchaba que se le referían en forma de "ella", le doliera el pecho, como múltiples espadas y espinas clavadas en su corazón.
Porque no era "ella", sino "él".
No era "hija", sino "hijo".
¿Pero cómo podía decírselo a sus padres sin que sus rostros se llenaran de decepción?
Le habían elegido, al momento de adoptarle. Le habían elegido entre toda la multitud, y se había convertido en "la niña de los ojos de papá y padre". Le habían escogido porque según ellos, Kariya era una chica... De ahí todo el miedo.
De ahí que no tuviera el valor para hablar sobre el tema y que se pasara noches en vela, rogando a cualquier entidad que le escuchara, que por favor, por favor, se alejara de su cabeza eso de sentirse como un chico. Que se erradicara de su mente todo aquello de ser trans.
—¿Está todo bien?—Escuchó de pronto, una nueva voz: padre.—Escuché gritos y-
—¡No está bien! ¡Mírale el pecho!—Interrumpió el adulto peli-verde.—N-No sé qué le ocurre, no me responde, hija, Masaki, háblame por favor, ¿te hiciste daño? ¿Te llevamos al hospital? ¡Hiroto, ve a encender el coche!
Masaki negó con la cabeza rápidamente, con lágrimas amenazando por salir de sus ojos. El aire apenas le era suficiente mientras los estímulos se sentían cada vez más fuertes e insoportables. No conseguía hablar, solo negaba con la cabeza mientras se abrazaba con fuerza, comenzando a hacerse daño en la piel al oprimir las uñas contra sus brazos.
"Perdón", la única palabra que era capaz de articular. Sin siquiera escuchar lo que sus padres hablaban a su alrededor.
—...—Hiroto se arrodilló, quedando a la altura de las otras dos personas en la habitación.—Ryuuji, deja que yo hable con Kariya, por favor.—dijo con voz calmada. No entendía muy bien la situación, sin embargo él solía tener un poco más de control en situaciones de estrés que su pareja.—¿Puedes ir acomodando los platos para la cena? La comida no debe tardar en estar lista.
—¡P-Pero...!—Alegó Midorikawa, mirando a los ojos al peli-rojo. Sin embargo, no tuvo otra opción que acatar. Conocía esa mirada de su esposo. Esto era lo mejor.—Sí, voy...
—Gracias, cariño.—Sonrió, depositando un rápido beso en la frente del oji-negro. Una vez este se retiró, centró su atención en peli-aqua.—Kariya, mírame por favor, soy papá, ¿sí? Todo estará bien.—suspiró.—Necesito que imites mi respiración, ¿de acuerdo? No importa si no logras imitarla a la perfección, sólo trata de seguirme.
Una vez dicho esto, el adulto presente comenzó a tomar oxígeno, haciendo cuentas hasta 4 segundos que iba guiando con sus dedos. Mantuvo la respiración por otros 4, y finalmente dejó escapar lentamente el aire, en una exalación de 6. Repitió la secuencia durante un par de minutos, hasta que la respiración de Kariya se notara evidentemente más calmada.
—¿Te sientes mejor?—preguntó el mayor. Su respuesta fue respondida con un leve movimiento de cabeza afirmativo.—Bien... ¿Quieres una camiseta? La temperatura está bajando, y ya sabes cómo se pone tu papá a veces, teme que pesques un resfriado.—nuevamente, la respuesta por parte de oji-ámbar fue la misma, a lo que Kiyama le acercó la parte de arriba del pijama que descansaba a los pies de la cama.—¿Quieres hablar sobre el tema?—preguntó el mayor finalmente, una vez Kariya terminó de colocarse la camiseta.
Si aquellas vendas se tratasen de algún golpe, le preocupaba saber cómo se lo había hecho, si es que había tenido alguna pelea en la escuela y era necesario ir a hablar con las autoridades del raimon.
—Y-Yo...—La voz de Masaki sonaba cansada, apagada.—No sé cómo explicarlo...—murmuró.
—No te preocupes.—sonrió el mayor.—Sea lo que sea, todo estará bien, ¿sí? Sólo busco entender para poder ayudarte. Tómate tu tiempo, intenta expresarlo con tus propias palabras, así creas que suena tonto o algo por el estilo. Sea lo que sea, lo resolveremos, ¿bien?
—Es que no hay nada que resolver...—dejó escapar el menor sin pensar.—Quiero decir, es que, no... No hay nada que se pueda arreglar...
—...—Kiyama apretó los labios, si bien solía tener una buena intuición y capacidad de deducción, su hija no le estaba ayudando mucho con aquellas pistas.—¿Tuviste una pelea en la escuela?—preguntó. Aunque el menor sólo se limitó a negar con la cabeza.—Ya veo... Mmm... ¿Tuviste algún accidente de regreso a casa?—negativo, otra vez.—¿Te hiciste daño estando aquí? ¿Te caíste de las escaleras o algo así?—la misma respuesta que antes.—Masaki, hija, sea lo que sea, puedes decírmelo. Si lo que te preocupa es la reacción de papá, podemos no contárselo si quieres, lo prometo. Será un secreto de los dos, un secreto de padre e hija.
Ojos ámbar levantó la mirada hacia su padre, con los orbes llorosos y aún sin saber cómo afrontar la situación. Incertidumbre era lo único que se reflejaba en aquel par de gemas. Se medio incorporó, buscando los brazos del peli-rojo. Sí, los abrazos de padre siempre eran buenos. Siempre traían calma.
—Hijo...—dijo finalmente peli-aqua, en un susurro.—Soy... Hijo.
Masaki cerró los ojos instantáneamente. Si este era el final de la relación con sus padres, prefería no ver la mirada de decepción que posiblemente traía el oji-jade.
Aunque esa mirada jamás ocurrió, jamás llegó.
—Hijo...—repitió el mayor, en una forma de asimilar la situación. Dos segundos después, cuando la mente de Masaki se encontraba lista para el rechazo, Kiyama procedió a apretar más el abrazo.—Gracias por confiar en mí para contármelo, hijo.—sonrió.
Masaki levantó la mirada, buscando la decepción, angustia o enojo en el rostro de su padre, sin embargo, no había nada de eso. En su lugar, solo una sonrisa, entendimiento, compresión, calma.
—¿No estás enojado?—preguntó con miedo peli-aqua.
—¿Por qué lo estaría?—respondió el mayor.—No has hecho nada malo como para estar molesto o castigarte, Masaki.
—P-Pero, es que...—apretó los labios.—Cuando me adoptaron, ustedes adoptaron a una niña, me eligieron como una, y no... No lo soy...—su voz comenzó a quebrarse.—P-perdón si los decepcioné, yo de verdad... De verdad intenté ser una chica, pero no pude, fallé, no puedo hacerlo... Por favor... Por favor no me devuelvan al orfanato...
Los ojos del mayor se abrieron impresionados, ¿de verdad por la mente de Kariya había estado pasando todo eso?
Deshizo el abrazo para colocar las manos en los hombros del peli-aqua, mirándole firme.
—Masaki.—le llamó, con la intención de que el recién nombrado le mirara.—Nosotros no te escogimos porque creímos que fueras una chica. No te escogimos entre todos esos niños por esa razón, el que fueras un chico o una chica nunca fue algo que nos importó.—sonrió.—Te trajimos a casa y quisimos formar una familia contigo porque en tus ojos había algo único que nos conectaba a ti, algo que nos decía que tú siempre habías sido nuestro niño, y que por fin te habíamos encontrado.—hizo una pausa para abrazar nuevamente al menor, apoyando la cabeza de este contra su pecho.—No te vamos a devolver, nunca. Aunque saques de quicio a tu papá a veces.—dijo soltando una pequeña risa.—Somos tus padres, y tú nuestro hijo. Somos una familia, y así será siempre.
Kariya no supo si fueron las palabras de Kiyama, el abrazo de este mismo, o la suma de ambos, pero después de mucho tiempo, pudo sentir una calma plena, casi infinita. Ya no habían ataduras, ya no habían secretos, no habían inseguridades... Por fin era libre.
Por fin era él.
[...]
—¡Masaki, te esperamos en el coche!—oigo decir a papá, seguido del sonido de la puerta de entrada de casa abriendo y cerrándose.
Repaso una vez todas las cosas que llevo en el bolso frente a mí: ropa de cambio, una toalla, desodorante, perfume. Sí, creo que tengo todo.
Tomo mis cosas para salir de mi cuarto y bajar las escaleras. Ruego, por favor, que a mis padres no se les haya ocurrido algo como pintarse la cara o revivir sus días de gloria y colocarse el uniforme de cuando participaron en Inazuma Japan para el football frontier internacional.
Tomo aire y suspiro, entusiasmado. Hoy es un día especial.
—¿Estás listo?—pregunta papá apenas me subo al coche. Yo respondo con un movimiento afirmativo mientras me coloco el cinto de seguridad.—¿Llevas todo? ¿Ropa de cambio? ¿Desodorante? Dime por favor que si llevas desodorante porque no pienso dejar que te subas al coche oliendo mal de regreso.—dice exagerando su actuación, llevando una mano hacia la nariz para tapársela.
—Que sí papá, no te preocupes.—río.—De todas formas puedo regresarme caminando.
Papá voltea a verme con terror, tratando de descifrar probablemente si lo que le acabo de decir es en serio o solo una broma.
—¿NO VAS A DECIRLE NADA?—dice mirando a padre, quien va al volante.
—¿Llevas el binder deportivo?—es todo lo que se limita a decir, ignorando por completo las quejas de papá. Yo respondo que sí, con una sonrisa.—Recuerda que si en cualquier momento comienzas a sentirte mal o incómodo, debes quitártelo. Tu salud es primero, Masaki.—asiento nuevamente.
Dos meses han pasado desde aquel día donde mis padres me encontraron con las vendas en el cuarto. Dos meses donde han cambiado muchísimas cosas, más de las que yo creí. Esa misma noche, después de la cena, le conté a mamá sobre ser un chico. No se lo tomó a mal, para nada, al contrario, me acogió y se la pasó abrazándome y pidiendo perdón por haberme estado llamando de la forma equivocada durante más o menos una hora, apesar de las múltiples veces en las que le dije que no tenía nada que perdonar. Desde entonces, todo ha sido maravilloso.
A los días siguientes padre llegó a casa con una caja de regalo repleta de binders, aunque papá sigue pensando en que son muy pocos y que necesita que renovemos todo mi clóset lo antes posible. Yo pienso que es algo exagerado.
Así mismo mi padre se encargó de ir a hablar con el director de la escuela para notificar sobre el cambio de género en el raimon y que los profesores comenzaran a llamarme en masculino, y aunque agradezco todo eso, debo confesar algo: extraño el baño de las chicas y su olor a perfume.
—Bien, llegamos.—escucho decir a mi padre. Miro hacia fuera del coche por la ventana, el viaje se me hizo extremadamente corto. Tomo mis cosas para bajar.—Mucha suerte, Masaki. Estaremos en las gradas.
—¡Acábalos a todos! ¡Pateales el trasero!—dice papá, con entusiasmo. Yo solo me limito a reír mientras suelto un "nos vemos" saliendo del coche.
Tan pronto como mis pies pisan en suelo, el corazón se me acelera. Estoy listo para esto, estoy preparado.
El camino me guía hasta el edificio del club de fútbol, con los nervios a mil aunque ya haya recorrido estos mismos pasillos un millón de veces siendo gerente del club. Hoy es diferente.
Llego hacia los vestidores donde saludo a todos los presentes con un "hola" general, dirigiéndome a mi casillero para dejar el bolso que me he traído de casa con mis cosas. Cruzo miradas con el capitán del equipo, Shindou Takuto, quien me sonríe con una mirada firme.
—Bien, chicos.—comienza a hablar hacia todos los presentes.—Nos hemos estado preparando para este partido. Demos lo mejor de nosotros.—el grupo completo responde con un grito entusiasta y motivado. Antes de comenzar a salir de los vestidores, la mirada carmesí se posa en mí.—Kariya, bienvenido oficialmente al equipo. Felicidades por tu debut.
Lleno el pecho de aire, escuchando aplausos de mis compañeros de equipo, felicitándome. Suelto un "gracias, capitán", para luego voltear a abrir el bolso que traje de casa y sacar la camiseta que descansaba dentro.
Aquella perteneciente al uniforme oficial del club de fútbol. Dorsal número 15.
Hoy debuto en el raimon. Hoy dejo de ser gerente. Hoy soy defensa.
Hoy, por fin, soy yo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top