𝘃𝗶𝗻𝗴𝘁-𝗵𝘂𝗶𝘁. 𝗹𝗲 𝘀𝗶𝗹𝗲𝗻𝗰𝗲

capítulo veintiocho:
el silencio

Aquel fin de semana al terminar las vacaciones de Pascua no pregonaba más que desánimo. Desde hacía unos días, Capella se sentía ajena al mundo que la rodeaba, porque se avecinaba una fecha que, el año anterior, no habría sido tan desoladora.

Como era natural, Evan, con quien solía pasar más tiempo, se había percatado del abatimiento que Capella lucía últimamente. Él sabía la razón, igual que se había encargado de investigar pequeños detalles de la vida de Capella.

Cuando Evan trató de reconfortarla con unos besos más subidos de tono que de normal, Capella se alteró. Pero él le prometió —o, más bien, la manipuló para pensar así— que le ayudaría a olvidarse de sus problemas. Así que Capella se calló.

Cada día sentía que la salida se volvía más y más lejana.

La situación no consiguió que se le fueran de la cabeza sus anteriores preocupaciones, sino que se le sumó una más. Pasó el sábado rehuyendo a sus amigos e intentando que no se le acercasen demasiado. Hasta que, esa misma noche, Emmeline la encontró en el baño situado a mitad de las escaleras de las chicas.

La ducha estaba encendida y la puerta de esta entreabierta, mientras Capella se abrazaba a sí misma, sentada en el suelo. Llevaba puesta toda la ropa y el agua corría por su cuerpo, empapándola.


—Ella, cielo, ¿qué te ocurre? —le susurró con delicadeza Emmeline, cerrando el grifo y agachándose a su lado.

Tenía la mirada perdida y los ojos rojos e hinchados, pero era imposible diferenciar si era a causa del agua que se había colado en ellos o porque había estado llorando.

—Estoy bien —contestó Capella, al cabo de medio minuto, restándole toda credibilidad.

—Has estado ausente todo el día...

—No quiero hablar con nadie.

—... Y ahora estás sentada en la ducha con la ropa puesta.

Emmeline apoyó una mano en la rodilla de Capella, cuyos reflejos se activaron y apartó la pierna tan rápido que, del movimiento, se golpeó con la pared de la ducha. Su semblante dejó de estar serio para empezar a temblarle el labio.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con urgencia Emmeline, su preocupación yendo en aumento.

—Te digo que nada. No me toques, por favor.

—Vale, no te voy a tocar. Pero necesito que me lo cuentes, Capella.

Ella negó con la cabeza y se sorbió la nariz. No iba a soltar palabra. No quería que nadie se enterase.

Así que se negó a hablar durante todo el fin de semana. Emmeline pareció dejarle un poco de espacio al principio, pero tenía miedo de que le hubiera ocurrido algo y le continuaba preguntando. Ni Coraline ni Josephine entendían por qué Capella no les decía nada.

El domingo no salió de la Sala Común para comer y, a pesar de que Emmeline le amenazó con no traerle comida si no hablaba, acabó por incumplir su palabra. No podía dejar sin comer a su mejor amiga.

Esa misma noche, mientras estaba tumbada en la cama, observando el techo, alguien entró en la habitación. Era Emmeline, pero no venía sola: traía consigo a Deneb.

—Deneb me lo ha contado —dijo con voz suave Emmeline, y Capella levantó la espalda de golpe.

La pequeña Black corrió y de un salto se sentó en el colchón, dándole un abrazo a su hermana mayor. Tenía los ojos vidriosos.

—Hoy sería el cumpleaños de madre —murmuró Capella, rompiendo su silencio al fin.

Deneb soltó un sollozo y escondió la cara entre los brazos de su hermana, que la rodeaban con fuerza. Se sorprendió al darse cuenta, de repente, de que no se había espantado porque Deneb la tocase. Y entonces la abrazó con más fuerza.

—Lo siento —dijo en voz baja Emmeline, desde el umbral de la puerta—. No sabía que era hoy. Pensaba que... te había pasado algo más.

Capella no respondió, porque no se sentía con fuerzas para volver a mentirle a su mejor amiga. Solo quería quedarse dormida al lado de su hermanita y llorar en silencio por la muerte de su madre. Así podría aprovechar para llorar por todo lo que estaba pasando.

Emmeline se marchó, cerrando la puerta detrás de ella y dejando a las hermanas Black solas. Capella aprovechó que Deneb había asomado la cabeza para limpiarle un par de lágrimas de la mejilla.

—Gracias —murmuró la pequeña, sorbiéndose la nariz.

—Te quiero muchísimo —dijo sinceramente Capella, esforzándose por darle una sonrisa que acabó siendo una mueca.

—Yo también te quiero.

Cuando sus tres compañeras de cuarto regresaron, al menos una hora más tarde, las dos ya habían caído dormidas, abrazadas. Deneb encogía con fuerza sus facciones, como si estuviera teniendo una pesadilla, y se aferraba a la mano de su hermana.

Capella solo quería descansar un poco del desastre en el que su vida siempre había sido. Pero últimamente el caos la estaba ahogando.

* * *

Abril continuó siendo un mes duro. Se comportaba de forma distante con sus amigos, pero intentaba aferrarse a las pocas cosas que la hacían feliz. Como las cartas que Andromeda le mandaba, con fotografías de Nymphadora, que ya tenía cuatro años.

—Espero que podamos verlos pronto a todos —dijo Deneb el día de su cumpleaños, a finales de abril, mientras las dos chicas comían en la mesa de Hufflepuff.

Era sábado, así que Deneb había podido disfrutar de su cumpleaños número doce sin preocuparse por los deberes o las clases. Se había dedicado a abrir sus regalos y pasárselo bien con sus amigas.

—A lo mejor al curso que viene, si las cosas mejoran un poquito —la intentó esperanzar Capella, dándole una sonrisa a su hermana pequeña—. No hay más excursiones a Hogsmeade este curso.

Deneb asintió con la cabeza e hizo una mueca, llevándose a la boca un gran trozo de pastel de chocolate. Capella, que no quería ver triste a su hermana, apoyó una mano sobre la suya. En realidad, Deneb era la única persona a quien podía tocar sin sentirse incómoda.

Aunque eso era algo que Evan seguía tomándose a la ligera, porque no se había alejado de ella en ninguno de los sentidos.

—No estés mal, es tu cumpleaños y deberías disfrutarlo con tus amigas. Hoy no valen las caras tristes, ¿vale?

Enseguida, Deneb sonrió, terminándose su porción de pastel y dándole un abrazo a su hermana. En menos de un minuto ya se estaba marchando con sus compañeras de cuarto.

Capella suspiró y volvió a su mesa, sentándose al lado de Sirius y Remus, quienes habían estado cuchicheando antes de que llegara.

—¿Qué ocurre? —preguntó Remus, notando que la chica parecía algo decaída.

—Estaba pensando que hace mucho que no veo a Dora, Andy ni Ted —respondió ella.

—Sí, yo tampoco los veo desde hace una eternidad —concordó Sirius, con cara pensativa—. Podríamos escaparnos hasta Hogsmeade y luego aparecernos en su casa; ¡ahora tengo el carné de Aparición!

Capella dudó por unos momentos.

—No creo que sea buena idea...

—Oh, vamos, ¿dónde ha quedado tu espíritu de Gryffindor? —Sirius se metió con ella, dándole un suave golpe en el hombro.

Pero eso solo hizo que Capella se levantase de un salto, alejándose de él. Dirigió una rápida mirada a la mesa de Slytherin.

—¿Capella?

—No quiero, déjame.

Se marchó de forma precipitada del Gran Comedor, bajo las inquisitivas miradas de Sirius y Remus, quienes no tenían ni idea de por qué actuaba así.

Así que, cuando abril dio paso a mayo, trayendo con él un buen tiempo, Capella pensó que tal vez las cosas podrían mejorar. Solía tener muchos altibajos, pero la esperanza seguía ahí, a pesar de que ciertos días parecía esfumarse por completo.

Los profesores se habían relajado con la cantidad de deberes que les mandaban, pues los TIMO estaban cada vez más cerca. A finales de mes tuvo lugar el último partido de la temporada, Gryffindor contra Ravenclaw. Duró dos horas, en las que el marcador se mantuvo bastante igualado. Hasta que Josephine logró atrapar la snitch dorada, otorgando a Gryffindor la ansiada victoria.

—¡Hemos ganado! ¡Hemos ganado! —repetía una y otra vez James, en la Sala Común, bailando con la Copa de Quidditch y la más grande sonrisa en la cara.

Apartada del bullicio, Lily Evans hablaba en susurros con Mary Macdonald, una de sus compañeras de habitación, mientras sonreía en dirección a James. Él, por una vez, no se había dado cuenta de que la pelirroja no le quitaba los ojos de encima, pues estaba demasiado concentrado en dar botes y beber alcohol.

—Felicidades por haber ganado —le dijo Capella a Gordon cuando este se acercó a la mesa de la comida, justo donde ella se encontraba.

Gordon sonrió y desvió la mirada hacia las latas de cerveza muggle que Peter había conseguido traerles.

—Gracias.

Tenía los labios fruncidos y daba suaves golpecitos a la mesa con los dedos, aunque no se oía el ruido al chocar a causa de la alta música que sonaba por toda la sala.

—¿Puedo preguntarte algo?

Gordon se giró completamente hacia Capella, mirándole a los ojos, y ella asintió sin siquiera pensarlo.

—¿Sigues enfadada por... bueno, porque te besé? ¿O ya no lo estás? Es que... estuviste mucho tiempo alejándote de mí, pero después todo parecía estar bien de nuevo y ahora...

—Todo está bien, Gordon —interrumpió Capella—. Es que estos meses han sido muy caóticos.

—¿Qué? No he oído lo último. —Gordon alzó la voz, pues la música cada vez sonaba más alto.

—Digo que... Ugh, mejor salgamos, aquí no se oye nada...

Capella señaló la puerta con la cabeza, y Gordon asintió. Esquivaron a todos los estudiantes que bailaban, cantaban con sus amigos o apostaban por quién bebía más rápido. El retrato de la Señora Gorda se cerró tras sus espaldas, llevándose la mayoría del agobiante jaleo.

—Por fin —suspiró Capella—. Me dolían los oídos... —Hizo una pausa y apoyó la espalda en la pared—. Decía que estos meses han sido un caos.

—Sí, lo sé. Quería acercarme más por si lo estabas pasando mal, pero... Me daba miedo que me alejases más.

Ella se mordió el interior de la mejilla, con nerviosismo.

—Tranquilo, no pasa nada.

—Quiero que sepas que, bueno... —Gordon se miraba las manos, evitando los ojos de Capella—. Sé que no sientes lo mismo que yo, pero no pasa nada. Estoy bien y... podemos seguir siendo amigos.

Eso dolía.

Capella sentía que no había tenido opción en saber si correspondía a Gordon o no. Se había enfocado demasiado en pensar en qué era lo mejor para su trato con Evan, y no en lo que era mejor para ella. Así estaba saliendo todo. Mal.

—Lo siento —murmuró Capella, quien llevaba más tiempo de lo que debería en silencio.

—No tienes que disculparte.

—Ahora mismo todo está hecho un desastre —se excusó ella—, y no mereces tragar con mis problemas.

—Ella, lo que te afecte a ti mi afecta a mí también. Pase lo que pase sigues siendo mi mejor amiga.

Capella suspiró y se acercó un poco a él. Se lo pensó dos veces, pero acabó agarrando su mano. Hacía mucho que no le tocaba, tanto que casi se había olvidado de su tacto. Tenía la mano ardiendo, pero era agradable.

—Sé que vas a estar ahí, pero no quiero confundirte más.

—No estoy confundido —aseguró Gordon—. Tengo muy claro qué es lo que siento.

—Bueno, pues yo no lo sé —admitió Capella—. Estoy pasándolo fatal y ni siquiera puedo permitirme pensar en eso. Si Evan se enterase...

—Capella, no sé qué más hacer para que te des cuenta de que Rosier lleva meses manipulándote.

Tenía razón. Y ya no le quedaban excusas para contradecirle.

—¿Qué pasa si le dejo y me hace algo? —susurró Capella, tragando saliva—. Si intento romper con él, se lo dirá a mi padre, y Deneb... No puedo hacerlo.

El rostro de Gordon se ablandó. Capella no se resistió cuando él la envolvió entre sus brazos, tratando de reconfortarla.

—Nada de eso es tu culpa —le recordó Gordon.

Capella se aguantó un sollozo y se aferró a él con más fuerza.

Ojalá pudiera sentirse como si no lo fuera.








no es culpa suya. es culpa de Evan, de Cepheus y de todos los que no hacen nada. el mundo a veces (la mayor parte del tiempo, en realidad) es cruel. pero siempre hay una solución y siempre llegarán tiempos mejores. puede que esta historia tenga temas demasiado fuertes y tristes, pero espero que si alguien ha pasado por algo similar sea capaz de encontrar la fortaleza para salir de ahí <3

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