𝘃𝗶𝗻𝗴𝘁-𝗰𝗶𝗻𝗾. 𝗹'𝗶𝗺𝗽𝗲𝗿𝗶𝘂𝗺
capítulo veinticinco:
el imperius
El viaje de regreso a Hogwarts fue poco movido. Capella estuvo con Gordon, Garrett y Emmeline todo el tiempo, y se permitió olvidarse de todo lo que la atormentaba. Aunque fuese solo por un rato. Comió dulces con ellos cuando pasó la señora del carrito, mientras Garrett les contaba una historia de sus Navidades sobre su tío. Resultaba que era nada más y nada menos que Basil Horton, un exjugador profesional de quidditch de los Falmouth Falcons que, además, era el cofundador de la marca de escobas Cometa.
—¿De verdad no lo sabías? —le preguntó a Capella, extrañado, porque pensaba que sí conocía ese dato.
—¡Nunca me lo habías dicho! —mustió la chica, que estaba sentada abrazando sus piernas sobre el asiento.
—Es por eso que estoy en el Club de las Eminencias: porque Sluggy espera que me convierta en un jugador profesional, o algo así.
—Y seguro que lo logras —le aseguró Gordon, dándole una palmada en la espalda.
—Sí, se te da muy bien jugar de guardián —apoyó Emmeline, con la cabeza apoyada en la ventanilla—. Apuesto a que, si es lo que quieres, entrarás en algún equipo de la Liga.
Garrett sonrió con suficiencia, y Gordon y Capella se miraron entre ellos. Los dos se habían dado cuenta de que Emmeline y Garrett no habían dejado de lanzarse miraditas durante todo el trayecto.
—Ya, bueno, pero si no saco buenas notas en los TIMO de este año, mis padres me castigarán sin quidditch y ya podré despedirme de ello.
—Oh, yo puedo ayudarte a estudiar —se ofreció Emmeline.
Después de eso, Emmeline se levantó de su asiento y se colocó entre los dos chicos, empezando a hablar con Garrett sobre los estudios y todas las asignaturas. Se notaba que él estaba algo perdido, pero hacía esfuerzos por seguir el hilo de lo que la pelirroja decía.
Gordon, viendo que sobraba ahí, se levantó con una mueca graciosa en la cara y se dejó caer al lado de Capella.
—¿Qué tal han ido las vacaciones? —le preguntó con verdadero interés.
—No puedo quejarme —respondió Capella, con una pequeña sonrisa—. Han sido unas fiestas... tranquilas.
No, en realidad. Pero se había prometido a sí misma un descanso de sus pensamientos.
—¿En casa de Rosier? —susurró él, alzando las cejas.
—Pasé Nochevieja en su casa, sí, Gordon. ¿Qué esperabas? Ya sabes cómo están las cosas.
En momentos como aquel, a Capella se le hacía muy difícil ignorar lo que Evan le había dicho sobre Gordon. Que, según él, a Gordon le gustaba ella. Sopesaba esa opción en su mente, y no quería que cobrase sentido, así que se intentaba distraer con otras cosas.
—Ella. Ella.
La chica parpadeó, viendo cómo Gordon agitaba la mano frente a su cara. Se había vuelto a perder en su cabeza.
—Perdón, es que tengo sueño —se excusó ella—. Anoche apenas dormí.
—¿Por qué?
—No sé, a veces me cuesta quedarme dormida.
—Pues aprovecha ahora, todavía quedan unas horas de viaje.
Gordon se acomodó en el asiento, apoyando la espalda en la pared de la ventana y estirando una pierna, palmeando enfrente para que Capella se tumbase con él. Y así lo hizo, sin pensarlo dos veces. Él la rodeó con sus brazos y Capella sonrió inconscientemente, cerrando los ojos. Sí que le estaba entrando sueño.
—Duérmete, ya te despertaré cuando lleguemos —le prometió Gordon.
—Más te vale.
Los párpados le pesaban y, por extraño que fuera en ella, iba a caer rendida en nada de tiempo. Pasados unos minutos, no estaba muy segura de estar durmiendo o si permanecía despierta, pero escuchó la voz de Emmeline:
—Luego me dicen a mí que no sé disimular, pero míralos.
* * *
Estudiar, leer en la biblioteca y hacer la tarea; eso era todo lo que Capella hacía cuando estaba con Emmeline. Se esforzaba más que ningún año porque se venían los TIMO, y esos exámenes sí eran importantes.
Aunque tenía un problema: no sabía a qué iba a querer dedicarse cuando saliera de Hogwarts. Y necesitaba, al menos, tener una idea aproximada, para saber en qué asignaturas debía enfocarse para sacar mejores notas y poder seguir con ellas al curso siguiente. Tenía claro que no iba a continuar con Pociones, por ejemplo, y mucho menos con Historia de la Magia. Era imposible que aprobara esos exámenes, por no decir sacar las notas necesarias para cursarlas.
—Tiene que haber algo que te gustaría hacer —le dijo Emmeline una tarde de enero en la que, cómo no, se encontraban en la biblioteca.
—Yo qué sé, Em.
—Dime algo que disfrutes haciendo, lo que sea.
—No sé... me gusta cocinar. Cuando estoy en casa, cocino con Echo, mi elfina.
—¡Eso es bueno! Ya tienes una base.
—¿Y qué asignaturas hay que elegir para eso? —preguntó con sarcasmo Capella.
Lo bueno de pasar casi todo el tiempo estudiando era que podía dejar de lado sus otras preocupaciones.
Seguía dándole vueltas a todo lo que había visto en el pensadero. ¿Por qué su madre habría preparado Amortentia para su tía? ¿Y por qué discutían más tarde? Era más, ¿cómo acababa esa situación? Había demasiadas incógnitas.
Eso no era todo lo que inquietaba a Capella, ojalá hubiera sido así. También estaba Evan. Capella cada día se empeñaba más en que aquella era la mejor decisión. No iba a acabar casándose con él, por mucho que llevara su anillo o por mucho que se dejara besar por él. Pero veía a Deneb riéndose con sus amigas, despreocupada, sin tener que soportar ninguna tortura por parte de Cepheus...
Se aferraba tanto a esos pensamientos, que llegó a creerse todo lo que Evan le decía. Que tenía suerte de que le estuviera haciendo un favor. Que, sin él, Deneb y ella estarían perdidas.
—Es un maniático —le decía Gordon—. Solo quiere hacerte cambiar de opinión.
—No voy a hacerme purista, Gordon. Y, si en vez de pasarte el día hablando pestes de él, te molestases en conocerle...
—Seguro que seríamos grandes amigos —ironizó Gordon—. Podríamos torturar a muggles juntos, eso le haría mucha ilusión.
—¿Por qué te enfada tanto que pase tiempo con él?
Gordon le miró como si ella ya debiera saber la respuesta. Abrió la boca con la intención de decir algo, pero se arrepintió y la volvió a cerrar.
Por otra parte, quien sí estaba teniendo suerte últimamente era Sirius. Desde que había empezado a salir con Remus, se veía mucho más feliz. Estaba enamorado, los dos lo estaban. También ayudaba a su alegría el hecho de que ahora vivía con los Potter.
Capella mentiría de forma descarada si dijera que nunca había soñado con largarse de su casa. Con irse a cualquier parte en la que estuviera alejada de todos los que le habían hecho daño alguna vez. Pero no sabía cómo. No sabía cómo llevarse a Deneb con ella cuando no tenía forma de salir de su casa, porque siempre las encerraban en la mansión.
Además, pensaba que por ahora lo tenía solucionado. Si permanecía con Evan el tiempo necesario, podría irse de ahí al acabar Hogwarts. O tal vez antes. Podría llevarse a Deneb y vivir juntas en la vieja casa de su madre, que ahora era suya.
—¡Eh, Capella!
Se asustó. Después de tantos años, seguía teniendo la misma reacción al escuchar la voz de su hermano pequeño. Se giró en medio del desierto pasillo para ver a Perseus, sonriendo de forma siniestra, junto a Malcolm Avery y su inseparable compañero de crímenes Craig Mulciber.
—¿Qué queréis?
Capella tenía la varita sujeta con la mano izquierda, oculta de los chicos. Era por la tarde de un sábado a comienzos de febrero, y en todo ese tiempo no había tenido ningún problema con ellos. Porque no se los había encontrado mientras estaba a solas, claro, nunca se atrevían a hacerle nada si estaba con Evan.
Lo que no sabía era qué pintaba su hermano ahí. Aunque claro, todo lo que fuera atormentar a su hermana, Perseus estaba encantado de realizarlo.
—Acabar lo que íbamos a empezar hace meses —respondió Avery, sonriendo con prepotencia—. No tienes a tu maridito por aquí cerca, que lo sé yo.
No le contestó. Había visto cómo Mulciber ponía su varita en ristre, apuntándole directamente al pecho, y ella levantó también la suya. Pero eran tres contra una.
—¿No os cansáis de molestar a la gente?
—Es muy divertido, Capella —respondió esta vez Perseus, el único de los tres chicos que no había levantado la varita. No la necesitaba para ser aterrador.
Capella vio cómo Mulciber movía los labios con sutileza, y reaccionó lo suficientemente rápido como para rechazar la maldición antes de que le llegase. Pero entonces Avery también le lanzó un hechizo, y, al tercero —que fue de Mulciber otra vez— ya no pudo protegerse.
De repente, todo estaba en calma. Capella no recordaba por qué había estado tan preocupada, en esos momentos todo era paz mental.
«Anda hacia delante», ordenó una voz en su cabeza.
Capella le hizo caso, sus pies se movieron sin que ella apenas se diera cuenta. Estaba tan acostumbrada a sentirse perdida, que no reconoció ningún signo de que algo no fuera bien. Tan solo echó a andar a lo largo del pasillo, con los ojos entrecerrados.
«Ve frente a la barandilla».
No oía nada más que aquella vocecilla dentro de su cabeza, y le parecía correcto obedecerla. Así que se acercó a la barandilla que daba a la Gran Escalera, sin fijarse en nada más.
A partir de entonces, todo estaba borroso.
Tal vez, en otras condiciones, habría escuchado los apresurados pasos de alguien corriendo hacia ellos y gritando su nombre, varita en mano.
* * *
Cuando Capella se despertó, sentía un cosquilleo por todo su cuerpo. Al tratar de levantar la cabeza, esta le pesaba como si alguien se le hubiera sentado encima. Abrió un poco los ojos y quedó cegada por la potente luz.
—Cuando se recupere podréis llevarla a su habitación —escuchó la voz de la señora Pomfrey. ¿Estaba en la enfermería?—. Está curada, pero le he dado una poción para el dolor.
Mientras sus ojos se adecuaban a la luz, Capella comenzaba a recordarlo todo un poco. Sí que estaba en la enfermería, había dormido ahí y ya debía de ser de día. Estaba ahí por culpa de Perseus, Avery y Mulciber.
—Ella —murmuró Gordon, viendo que tenía los ojos abiertos. Emmeline, a su lado, se sobresaltó y también miró en su dirección.
—¿Cómo te encuentras, Capella? —le preguntó la señora Pomfrey, acercándose a la camilla.
—Medio ida —contestó, tocándose la frente.
Capella se sentó en la cama y todo iba bien, hasta que trató de levantarse y, desequilibrada, casi se cayó. La enfermera la agarró a tiempo.
No dejó que se marchara hasta media hora más tarde, mientras escuchaba cómo Gordon y Emmeline hablaban a su lado. Sabía que le preguntaban cosas, pero sus respuestas eran cortas, se sentía mareada y no tenía ganas de hablar.
Marcharon rumbo a la Sala Común, mientras los recuerdos de la tarde anterior no hacían más que llegarle. Había escuchado a sus amigos hablar sobre que alguien llegó a socorrerla, pero no sabía ni quién ni cómo.
Gordon y Emmeline discutían sobre si llevarla a su habitación o ir a la de los chicos, que estaría vacía, para que Gordon pudiera quedarse con ellas también. Y, cuando le preguntaron algo, Capella solo asintió sin tener muy claro a cuál de las dos cosas había accedido. Al ver que subían por las escaleras de los chicos, dedujo que Gordon había ganado.
—¿Estás algo mejor? —le preguntó Emmeline cuando Capella se tumbó en la cama de Gordon.
—Creo que esto es lo que sienten mi primo y sus amigos cuando se drogan —dijo ella muy despacio, con la cara pegada en la almohada.
—Nos has tenido muy preocupados —le dijo Gordon, sentándose en la cama de enfrente—. No viniste a la cena y tu hermana mayor se acercó a contarnos lo que había pasado, pero Pomfrey no nos dejó pasar hasta esta mañana.
—Espera... ¿Nashira? ¿Cómo lo sabe ella?
Gordon y Emmeline se miraron antes de que ella contestase.
—Nashira fue quien te encontró, ha dicho que te estabas peleando con tu hermano cuando tropezaste y te caíste por las escaleras.
—No estaba peleando con Perseus, él y sus amigos me estaban atacando.
—Lo suponíamos...
—Si los veo, voy a maldecirlos. No, voy a darles un puñetazo a cada uno.
—Mulciber usó la maldición imperius otra vez, pero nadie va a hacer nada. Igual que no lo hicieron cuando se la lanzó a Mary Macdonald.
Los dos se quedaron en silencio, y Emmeline se acercó a ella para darle un abrazo y un beso en la frente.
—Siempre se salen con la suya —le dijo con cara de pena.
—Sí, tu hermana se habrá encargado de borrar cualquier evidencia... —mustión Gordon. Parecía realmente cabreado.
—Gordon, no te alteres tanto. Capella está bien.
—Sí, y me pregunto por cuánto tiempo. Entre Rosier, su hermano y los otros dos no va a acabar bien el curso —contestó él, cruzándose de brazos.
—Chicos... —murmuró Capella, pues estaban alzando mucho el tono de voz y el sonido retumbaba en su cabeza.
—No hace falta que metas a Rosier en todas las conversaciones.
—¿Qué, ahora tú también estás pillada por él?
—Chicos, ya. —Los dos se giraron hacia Capella—. No habléis como si no estuviera aquí.
Gordon suspiró y se sentó también en la cama donde estaban las dos chicas. Emmeline y él susurraron un «Lo siento» al unísono.
Se quedaron toda la mañana ahí, hablando, hasta que tuvieron que bajar al Gran Comedor para la comida. Todos miraron a Capella al entrar. Obviamente, se habían enterado de lo que había pasado. Al fin y al cabo, las paredes de Hogwarts sí tenían oídos.
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