𝘁𝗿𝗼𝗶𝘀. 𝗹𝗮 𝘀𝗲́𝗹𝗲𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻
capítulo tres:
la selección
Había pasado todo el trayecto en tren con su primo y sus amigos en un compartimento del último vagón. Sirius le había comentado que habían viajado en él el año anterior a la ida y a la vuelta, y que planeaban que fuera para ellos durante lo que durase su estadía en el colegio. Regulus se había escaqueado, alegando que ya le habían pedido otros chicos de su curso que se sentara con ellos.
Capella había conocido por fin a los tres inseparables amigos de su primo: James Potter, Peter Pettigrew y Remus Lupin. El primero era un chico de pelo negro muy desordenado, llevababa gafas y por lo que sabía Capella, era sangre pura. El segundo era un muchacho bajito y regordete, con el pelo color paja y unos dientes delanteros desproporcionadamente grandes. Y, el tercero, era alto, de ojos ámbar y al parecer tenía una obsesión por leer libros antiguos y llevar jerséis de lana. Aunque eso último se lo había confesado Sirius en verano.
—Serás una gran Gryffindor —le aseguró James—. Sirius nos ha hablado muy bien de ti. Eres su prima favorita —añadió con un deje de burla en la voz.
—Cállate —ordenó Sirius, fingiendo más malhumor del que en verdad tenía.
—Por supuesto que soy su prima favorita, todos los demás son odiosos —se rio Capella, intentando sin éxito revolverle el pelo a Sirius, que se apartó a tiempo—. Menos Andromeda, claro. Andy es muy guay, se casó con un sangre su... perdón, con un nacido de muggles —se apresuró a corregirse, pues aunque no quería llamarle así, en su casa no les nombraban de otro modo.
Sirius sonrió con prepotencia.
—¿No te has enterado?
—¿De qué?
La sonrisa en la cara del chico Black se acentuó, y se aproximó a ella como si fuera a contarle el mayor secreto del planeta.
—La prima Andromeda está embarazada.
Capella abrió mucho los ojos y la boca de la sorpresa.
—¡Eso es maravilloso!
Sirius asintió con la cabeza, volviendo a su asiento.
—Escuché a mi madre gritando en la cocina con mi padre, diciendo que había manchado la sangre de la familia, o algo así. Le escribí una carta a Andromeda, y ella me lo confirmó.
—Voy a ser tía —dijo con entusiasmo la pelinegra, aplaudiendo mientras reía.
El resto del viaje podría resumirse en más risas, anécdotas de las travesuras que habían realizado los cuatro chicos el curso anterior y planes que tenían por hacer aquel año. Sirius también le comentó que el profesor Slughorn, quien enseñaba Pociones, intentaría engatusarla para que se uniera a lo que llamó el «Club de las Eminencias». Capella ya había oído hablar de eso, porque sus dos hermanos mayores pertenecían a él, y en realidad todos los miembros de la familia a los que había llegado a dar clase salvo Sirius, que se negaba a asistir. Así que Capella decidió que ella tampoco lo haría.
Cuando el tren paró, Capella se dirigió con el resto de niños de primero, donde encontró a Regulus y se pegó a él. Siguieron a un hombre que debía de medir al menos el doble que una persona adulta, el cual dijo que se llamaba Hagrid, hasta unos botes. Navegaron por un gran lago desde el que se veía el espectacular castillo de Hogwarts.
Al llegar, la puerta principal se abrió y de ella salió una mujer alta, de pelo negro y rostro severo.
—Los de primer año, profesora McGonagall —le dijo Hagrid con una sonrisa bonachona.
—Gracias, Hagrid, yo me encargo.
La profesora los condujo por el vestíbulo hasta una puerta que daba a una pequeña habitación, en la cual les explicó un poco sobre la Ceremonia de Selección que tendría lugar y las cuatro casas del colegio.
En todo ese tiempo, Capella no había querido alejarse de su primo, que parecía reacio a hacerle caso de algún tipo, y permanecía hablando de vez en cuando con Rabastan Lestrange. Capella no estaba contenta con aquello, pero ya se lo reprocharía más adelante.
McGonagall les indicó que esperasen unos minutos mientras lo preparaban todo, y cuando volvió les ordenó que se pusieran en fila. La siguieron de nuevo por el vestíbulo y entraron en una sala enorme, que por lo que le habían contado a Capella, era el Gran Comedor. Las alargadas mesas de las cuatro casas llenaban casi toda la estancia, dejando espacio al final para la mesa de los profesores. Capella observó con asombro el cielo, fijándose en las estrellas que lo adornaban y siendo capaz de distinguir algunas de las constelaciones que brillaban en él: como la de Cygnus, en la cual destacaba la estrella Deneb. Capella se acordó de su hermana, y por un momento la echó mucho de menos. ¿Qué haría todo el año en casa sola con Perseus y sus padres?
Después de que la profesora colocase el taburete y, sobre él, el Sombrero Seleccionador, este se puso a cantar una canción sobre las cuatro casas y sus fundadores.
Con un rollo de pergamino en la mano, la profesora McGonagall se dispuso a leer los nombres de los estudiantes para que avanzaran y se colocasen el sombrero y ser seleccionados.
—¡Bellchant, Gordon!
Un niño con el pelo marrón muy revuelto anduvo con paso desgarbado hacia el taburete, sentándose en él. El sombrero no tardó más de unos segundos en gritar:
—¡GRYFFINDOR!
—¡Black, Capella! —llamó la profesora inmediatamente después, y la chica empezó a avanzar todo lo segura que pudo.
Se colocó el sombrero sobre la cabeza, y acto seguido escuchó cómo iba a pronunciar un claro «Sly...», como era probable que hiciera con cada miembro de su familia.
«Ni se te ocurra», se alarmó ella.
—Oh, así que no quieres ir a Slytherin... —murmuró el sombrero en su cabeza—. Bien, bien, no me esperaba otra Black rebelde en tan poco tiempo. ¿Estás segura de que no quieres seguir la tradición?
Capella repitió «No» una y otra vez, dispuesta a discutir con él si hacía falta.
—Está bien, te noto muy convencida. Es una pena, habrías podido llegar lejos en Slytherin... Qué más tenemos por aquí, entonces... Veo que tienes un buen corazón, eres protectora... Arriesgada... Sí, te irá bien. Será mejor que te ponga en ¡GRYFFINDOR!
La pelinegra, frente a la mirada de estupefacción del Gran Comedor se quedó quieta. Había escuchado al sombrero, pero sentía como si su cuerpo no le permitiese ponerse en pie y caminar hacia su mesa. «Reacciona, Capella», se ordenó a sí misma, pero tuvo que acercarse la profesora McGonagall para sacarle el sombrero de la cabeza y que al fin pudiera mover sus pies.
Fue deprisa hacia su mesa, tratando de no mirar a nadie mientras escuchaba que su primo era llamado. ¿De verdad tenía que pasarle aquello justo en ese momento? ¿Precisamente cuando todo el Gran Comedor se le había quedado mirando? Sirius, a su lado, le apretó el hombro y le dio una sonrisa amable para reconfortarla.
—¡SLYTHERIN! —escucharon gritar al sombrero, y Regulus se lo quitó para caminar hacia las serpientes, evitando la mirada de decepción que su hermano y su prima le lanzaron.
Hacía meses que Capella sabía que sus planes de quedar en Gryffindor con Regulus no iban a acabar como ella quería, pero había seguido manteniendo un resquicio de esperanza que acababa de esfumarse. Vio que tomó asiento al lado de Eridanus, cuya insignia de prefecto brillaba más que nunca, y él le dio una palmada de felicitación en la espalda.
El siguiente alumno en unirse a su mesa fue Dirk Cresswell, un muchacho de mirada nerviosa que se sentó enfrente de Capella, junto a Gordon Bellchant. Pasaron varios alumnos hasta que Steven Hopkins también se sentó en la mesa de Gryffindor, justo seguido también de un chico de piel oscura llamando Garrett Horton.
Capella llegó a preocuparse, porque ya había cuatro chicos en su casa, pero la única chica era ella. ¿Qué pasaría si ninguna entraba en Gryffindor y se quedaba sola? Pero sus inquietudes se calmaron cuando Josephine Prickle fue la siguiente chica en entrar en Gryffindor, a la cual se acabaron sumando también Emmeline Vance y Coraline Whittle.
Decidió que hablaría con las chicas durante el banquete para así conocerlas mejor antes de llegar a la habitación.
—Estoy un poco perdida —reconoció Josephine, rascándose detrás de la oreja. Tenía un corte de chico, como habría llamado su madre, pero a Capella le parecía que le quedaba genial—, mis padres son muggles y soy nueva en este mundo.
—No te preocupes, Josie. ¿Puedo llamarte Josie? —preguntó rápidamente una pelirroja, Emmeline, a lo que la otra chica asintió—. Mi familia es mágica, si tienes dudas te puedo ayudar.
—La mía también —agregó Capella, sonriendo de lado.
Coraline, que la miraba con sus ojos azules asustadizos, bajó la cabeza hacia su plato. Capella entendió que conocía de la fama de los Black, y no quería que sus posibles nuevas amigas pensaran que ella era igual.
—Pero son todos un poco... anticuados —se apresuró a añadir—. Seguramente mi padre estará histérico cuando se entere de que he quedado en Gryffindor, y no en Slytherin. Aunque yo no pienso decirle nada.
Josephine la observó con curiosidad, pues ella no entendía por qué iban a enfadarse por algo así. Sin embargo, se calló sus dudas.
Continuaron charlando mientras comían, hablando sobre sus familias —Capella solo intervino diciendo que Sirius, quien estaba a su lado, era su primo— y demás cosas.
El director Dumbledore dio su discurso, hablando sobre las normas del colegio y un poco de todo. Capella intentó concentrarse lo mejor que pudo, pero no llegó a enterarse de cuándo serían las pruebas de quidditch porque se distrajo. No le interesaba por ella, aparte de que aún iba a primero, nunca le había llamado la atención jugar aquel deporte. Pero James les había estado contando en el tren que pensaba presentarse como cazador, y estaba seguro de que le cogerían porque sus padres le habían comprado el nuevo modelo de la Nimbus 1001 y volaba más rápido que nunca con ella. A Eridanus también le habían comprado la escoba en cuanto salió, ya que formaba parte del equipo de Slytherin desde su tercer año, como cazador, y Capella había visto con sus propios ojos lo veloz que volaba con ella.
Los prefectos les condujeron hacia la Sala Común de Gryffindor al terminar el discurso, y tuvieron que subir multitud de escaleras por la Torre de Gryffindor, para llegar hasta un retrato de una mujer que les dio la bienvenida muy amablemente.
—Ella es la Señora Gorda —les explicó la perfecta—. Tenéis que decirle la contraseña para que os deje pasar adentro. Cambian cada cierto tiempo, así que debéis comprobar en el tablero de la Sala Común para aseguraros de que sabéis la correcta. —Se giró hacia la señora del retrato y dijo—: Aliento de pimienta.
El retrato se balanceó, dejando un agujero en la pared por el cual les hicieron pasar.
La Sala Común era tal y como Sirius la había descrito: estaba llena de sillones de color rojo, ventanas por las cuales se veían los terrenos del castillo y mesas donde poder estudiar. Era cálida y acogedora, y sobre la chimenea había un cuadro con un gran león. También había más retratos de magos y brujas célebres que les observaban con atención, y algunos les saludaron con la mano.
La prefecta acompañó a las cuatro chicas hasta su habitación, que era la segunda puerta más baja de las escaleras de caracol que había que subir, donde sus baúles ya estaban colocados a los pies de las camas. Después de lavarse los dientes y ponerse el pijama, charlaron un rato hasta caer dormidas por el cansancio.
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