𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲-𝗻𝗲𝘂𝗳. 𝗹𝗲𝘀 𝗱𝗶𝘀𝗰𝘂𝘀𝘀𝗶𝗼𝗻𝘀

capítulo treinta y nueve:
las charlas

El resto de mayo transcurrió sin ninguna novedad. Era tranquilizante que las cosas no cambiasen, pero también había algunas que estarían mejor de otra forma. Como, por ejemplo, el hecho de que Perseus seguía siendo un prefecto. Capella no sabía qué criterios seguían en la escuela para elegir a la gente que ocupaba ese puesto, pero estaba segura de que atacar a la gente no debería ser uno de ellos.

Era una total pesadez tener que vigilar sus espaldas y las de Deneb —con quien ahora, además, no se hablaba— durante todo el día. Cuando no era Perseus, eran Avery y Mulciber, o Snape, o Crouch, y así podía seguir hasta el cansancio. En el colegio se reunían tantos prototipos de mortífagos que Capella había perdido la cuenta.

Incluso Regulus había caído en las redes de la magia oscura. Lo había escuchado hablando sobre unirse a los mortífagos cuando saliera de Hogwarts. Comentaban aquellas cosas con tanta naturaleza que la conseguían inquietar a altos niveles.

Coraline llevaba unos días algo tristona, y ninguna de sus amigas sabía por qué. Se pasaba las tardes en la habitación, haciendo la tarea o leyendo, y siempre les daba largas cuando le preguntaban qué le ocurría.

Pero se olvidaron un poco del tema cuando ocurrió el accidente de Josephine. En la última práctica de quidditch antes del partido, la chica se precipitó de su escoba a varios metros de altura. James estaba que se subía por las paredes porque no tenían buscador de repuesto.

Se solucionó cuando Sirius le ofreció jugar como cazador, de tal forma que James pudiera hacer de buscador. Según él, habían entrenado juntos y tenían posibilidades de ganar.

Gryffindor consiguió la ansiada victoria por segundo año consecutivo. La destreza de James como buscador era semejante a la de cazador, es decir, increíble. Garrett había parado la mayoría de los lanzamientos y los cazadores consiguieron meter una gran cantidad de goles.

La celebración les vino bien a todos para despejarse antes de que llegase junio y los exámenes. Hicieron un montón de juegos de beber cuando los más pequeños se hubieron marchado de la Sala Común, y el resultado fue que la mayoría acabaron borrachos en menos de una hora. Ya sabían cómo insonorizar la sala para que no se escuchara nada en el exterior, y daban gracias a ello.

Gritaban por encima de la música, o cantaban desentonados las melodías muggles y mágicas que sonaban. Marlene, quien iba a clases de música, incluso les tocó la guitarra antes de pillar un ciego y no dar ni una nota. Mary Macdonald se había bebido dos botellines de whisky de fuego y estaba llorando porque Remus le había pedido un Big Mac.

—¡No trabajo en el McDonald's! —decía entre hipo e hipo, sorbo y sorbo de alcohol.

Junio y los exámenes acabaron llegando, inevitablemente.

Al tener solo cinco asignaturas se le hizo mucho más llevadero que otros cursos. Además, Capella estaba casi segura de que los había aprobado todos.

Durante el trayecto de vuelta, los Merodeadores consiguieron llenar todo un vagón con espuma, como broma de despedida. Sería extraño pasar un curso entero sin ellos y sus inocentadas. Sin duda, el castillo iba a ser un lugar mucho más aburrido.

Andromeda era quien esperaba en el andén, y se llevó a sus primas de ahí en cuando las vio. Parecía preocupada, y supieron por qué en cuanto llegaron a casa. Ted tenía un ojo morado y estaba tumbado en el sofá con aire abatido, con la pequeña Dora —que ya tenía cinco años— abrazándole, dormida.

—¿Qué ha pasado? —se alarmó Capella.

—No te preocupes, no es nada —contestó Andromeda—. Id a dejar vuestras cosas arriba, seguro que estáis cansadas del viaje.

—Pero...

No terminó la frase porque Andromeda apoyó una mano en su hombro y señaló las escaleras con la cabeza. Resignada, Capella subió a la habitación, junto a Deneb, y dejó el baúl a los pies de la cama. No tenía ganas de deshacer el equipaje ahora.

Quería saber qué era lo que había pasado, y ni Ted ni Andromeda parecían por la labor de decírselo. Así que decidió asomarse al pasillo y tratar de escuchar su conversación.

—... no pasará nada, Dromeda, la casa está protegida —susurraba él, con cuidado de que su hija no se despertara.

—Me da igual, Ted, si se acercan y te atacan otra vez...

—No saben dónde está. Y apenas me han tocado.

—Te han maldecido. No se va el moratón del ojo, es magia oscura...

Los susurros a partir de entonces eran tan bajos que Capella no logró captar lo que decían. Pero tenía suficiente. Era obvio que Ted había sufrido un ataque por parte de mortífagos. Probablemente no querían que lo supieran para que no se preocuparan o se sintieran desprotegidas.

Menuda forma de empezar el verano.

Fue peor porque, desde que Deneb había hecho aquel comentario sobre Evan el mes pasado, apenas se hablaban. En el colegio era fácil no cruzarse, pero en la casa era imposible porque convivían las veinticuatro horas del día. Capella no había dejado de estar pendiente de ella, por mucho que le doliera.

—Ella.

La nombrada se giró hacia su hermana un día de la primera semana de vacaciones. Estaba sentada en su cama leyendo una revista y Deneb acababa de entrar a la habitación.

—Siento haber dicho eso —se disculpó, mirando a sus pies—. No es lo que pensaba, solo estaba enfadada y... y no te lo merecías.

Capella evaluó la situación con la mirada, dejando la revista a su lado.

—Estuvo muy feo.

—Lo sé. De verdad que me arrepiento mucho —se apresuró a afirmar Deneb, mirándola al fin a la cara. Tenía los ojos aguados—. Eres la mejor hermana que podría tener, Ella, no quiero hacerte daño y sé que solo te preocupas por mí.

Era imposible no perdonar a Deneb cuando estaba llorando enfrente suyo. Capella se levantó rápidamente para abrazarla, y Deneb enterró la cabeza en su pecho.

—Está bien, Den, no puedo enfadarme contigo... Lo estás pasando mal. Pero todo irá bien, ¿vale? Te prometo que pronto estarás bien.

Deneb asintió sin creérselo, pero siguió abrazando a su hermana. No quería soltarla.

Las cosas desde entonces no fueron tan mal, al menos podían distraerse juntas porque Deneb no la rehuía. Pasaban el rato enseñándole a Dora cosas divertidas sobre magia, y la pequeña usaba su metamorfomagia para hacerles reír.

—¿Sabéis de lo que me he enterado hoy? —dijo Andromeda en una cena a mediados de julio—. Nashira y Cetus se casaron hace un par de días.

—Me pregunto cómo se sentaron los invitados, si los dos lados de la familia son el mismo —comentó Deneb sin levantar la vista de su plato.

Ted se atragantó con la sopa y se echó a reír, lo que contagió las carcajadas de Dora, quien no había entendido el chiste pero le había hecho gracia la reacción de su padre.

No sabían que, en realidad, el padre biológico de su primo no era Cetus, sino un muggle.

Todavía le quedaban un montón de dudas al respecto, y esperaba resolverlas cuando viera de nuevo a Eridanus. Le había escrito y habían acordado encontrarse el domingo. Ese día se levantó con las tripas rugiendo de los nervios, porque necesitaba hablar con su hermano de un montón de cosas, pero sabía que, siempre que lo veía, acababa con más dudas de las que tenía en un inicio.

Eridanus estaba más ojeroso que nunca, tenía el pelo revuelto como si no se hubiera peinado en unos cuantos días, y la barba le crecía sin preocuparse por afeitarse.

En menos de un minuto ya se habían aparecido y abrían la puerta de la casa Shafiq. Siempre que Capella se adentraba en ella, sentía una especie de mala energía a su alrededor, pero intentaba no darle mucha importancia. Tomó asiento en el sofá del salón, mientras que Eridanus se colocaba en la silla de enfrente, con su habitual aura de misticismo.

Sobre la mesilla había una taza de café acabado, además de la edición de El Profeta de aquella misma mañana. En la portada salía la foto de Rowle, un mortífago capturado. Capella lo reconocía de haberlo visto en la mansión, segura de que se trataba de uno de los amigos de su padre.

—Deneb no está bien —dijo de pronto Capella.

Eridanus desvió la mirada y suspiró. Le pidió que le contara por qué pensaba eso, y Capella le explicó todo. Que pocas veces se la notaba contenta, que se había estado saltando clases y otras tantas cosas. Como aquel incidente con Perseus y el sauce boxeador. Lo único que se calló fue la parte de Evan, porque no quería recordarlo.

—¿Sabes qué es lo que le pasa? Estoy segura de que la maldición tiene mucho que ver, Eridanus —concluyó Capella, intentando dejar de arañarse las piernas por la inquietud.

—Sí, probablemente tengas razón —concordó Eridanus, todavía evitando su mirada—. Ya te dije que le afectaría de forma mental.

—¿Y qué se supone que debo hacer? Tengo que ayudarla.

—Vigilarla. Asegurarte que sabe que puede contar contigo, Ella. No podemos saber con exactitud qué es lo que le pasa, a cada cual le debe de afectar de una forma diferente —mustió él, suspirando.

—Espero que no se vuelva como Perseus o como... ¿Cómo afectó a madre? —preguntó Capella, frunciendo el ceño.

Eridanus abrió la boca para decir algo, pero no contestó hasta pasados cinco segundos:

—Estaba triste. Muy triste, Ella, y durante mucho tiempo —dijo en voz baja.

—Y eso... ¿no puede ser lo que le ocurre a Den?

—Espero que no. —Eridanus negó con la cabeza y decidió seguir hablando, desviando un poco el tema—. He estado leyendo, pero los efectos mentales de las maldiciones no se mencionan tanto como los físicos.

—Vamos, que no tienes ni idea de cómo ayudar a Deneb —dijo Capella con cierto hastío—. ¿Qué hacemos aquí, entonces?

Sin aguantar más tiempo sentado, Eridanus se puso en pie, pasando una mano por su pelo en un nulo intento de peinarlo.

—Estoy tratando de hacerlo mejor, Capella —admitió, a lo que su hermana resopló—. Sé que te he ocultado cosas, pero yo tampoco entendía ni la mitad. Te he contado todo lo que sabía sobre Gaia y la Amortentia.

—Pues yo sigo sin entender cómo es que se quedó embarazada de un muggle. Es una de las mujeres más puristas que he conocido.

—No me enteré de que era un muggle hasta unas semanas antes de decírtelo —aseguró él—. Madre le envió una carta a Cetus, él enfrentó a Gaia y ella consiguió borrarle la memoria a duras penas. Y después fue cuando atacó a madre. Lo mencionaron en un recuerdo...

Capella intentó respirar de forma calmada para relajarse.

—Si hay más recuerdos, ¿por qué no me los has enseñado?

El salón se quedó en silencio, de nuevo.

—La mayoría no sirven de mucho. No quería que perdieses el tiempo.

Antes de que ella pudiera replicar, se asustó al ver entrando rápidamente a un gato negro, que fue derecho al regazo de Eridanus. Se calmó al comprobar que era Shafiq. Su hermano lo había traído a casa cuando murió Agatha, y lo había llamado así en homenaje a su apellido.

—¿Qué hace aquí?

—Yo... He dormido un par de noches en la casa. Lo siento, sé que no es mía, pero estando vacía... —se cortó a sí mismo, mientras acariciaba el lomo del animal—. He aprovechado para investigar.

—Me da igual que te quedes. Pero ¿por qué?

—Nada importante.

Capella chasqueó la lengua con frustración.

Estuvieron un rato más hablando, tratando de aclarar las dudas de Capella sobre el tema de Agatha, Gaia y Cetus. Seguía resultándole extraño el hecho de que Gaia hubiera elegido a un muggle, pero a la vez le daba más sentido a su miedo por ser descubierta. Desde luego, podía temer por su vida si los demás se enteraban. Y tampoco comprendía por qué Eridanus no decía nada.

—¿Acaso no viste lo que le pasó a madre por intentar decirlo? —replicó él. Estaba claro que la idea le parecía una locura—. Sería un suicidio.

Así que decidió dejar de lado ese tema y regresar a Deneb. Si era cierto lo que Eridanus decía, la maldición la estaría afectando mentalmente, y eso no se curaba con una poción como un resfriado. Él le enseñó libros sobre maldiciones, pero en casi ninguna se hablaba de los efectos psíquicos.

Las escasas respuestas que Eridanus podía darle sobre Deneb no le bastaban. No sabía qué hacer si se ponía peor, pero al menos habían hablado y esperaba que contara con ella a partir de entonces.

Se les acabó haciendo muy tarde, y Capella tuvo que regresar a casa. Era consciente de que, con los diecisiete, podía vivir sola en su casa. Pero Andromeda insistía en que se quedara con ellos hasta que saliera de Hogwarts, para estar más protegida. Y ella no tenía inconvenientes porque así podía vigilar mejor a Deneb.

Acordó verse de nuevo con Eridanus cuando llegara agosto, y él le prometió que le enseñaría los recuerdos que quisiera y que podría mirar en cada recoveco de la casa buscando respuestas. Le dijo que no había mucha cosa interesante que él supiera, pero que no evitaría que lo viera todo si era lo que deseaba.

Se carteaba con Gordon a menudo, pero no se contaban mucho. Capella no podía hablarle sobre las cosas «interesantes» que había descubierto, como que su primo no era primo de sangre y que su hermana estaba esperando un hijo que sería un mestizo. De eso se había enterado por su hermano cuando hablaron para quedar de nuevo, ya entrado el mes de agosto.

Si le contase todo, saldría corriendo. Yo también lo haría si pudiera.

La última carta que Gordon le mandó hablaba sobre quedar el próximo viernes. Le decía que a su padre le había surgido algo en el trabajo, y que tendría que quedarse con sus abuelos, por lo que podría escaparse. Acordaron verse en el Caldero Chorreante y así aprovechar para hacer las compras para el curso siguiente.

Lo comentó con Andromeda y Ted, claro, pero ella ya era mayor de edad y podía salir si quería. Aun así, avisaron a Sirius, quien aseguró que iría con Remus y ambos les acompañarían para estar más protegidos.










al fin creo que me estoy poniendo más en serio con la historia, porque a este paso me pilla el carro y no queremos eso. en fin espero poder escribir mucho ahora que he acabado exámenes, y con suerte así en verano puedo subir más a menudo :)

por el momento, nos vemos el lunes que viene, gracias por votar <3

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