𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲-𝗵𝘂𝗶𝘁. 𝗹𝗲𝘀 𝗶𝗻𝘀𝗲́𝗰𝘂𝗿𝗶𝘁𝗲́𝘀

capítulo treinta y ocho:
las inseguridades

El cumpleaños de Gordon fue cinco días después de la excursión a Hogsmeade, en la cual Evan casi la encuentra. Aquel 20 de abril Capella había conseguido recuperarse del susto, pero eso no significaba que se le hubiera olvidado.

Encontrárselo se sintió como si todos los recuerdos le vinieran de golpe. Era peor acordarse de las cosas que Evan le decía en frío, cuando había pasado un año, porque el tiempo le había abierto los ojos. Y ahora no dejaba de escucharlo en su cabeza.

¿Qué habría pasado si Evan hubiera llegado a encontrarla?

Prefería dejar de pensar en aquello, porque esos pensamientos ya le habían carcomido la cabeza lo suficiente. Desecharlos era la mejor opción por el momento, no servía de nada machacarse por algo que no había pasado.

Así que, cuando le entregó a Gordon su regalo personalmente, lo hizo con una sonrisa en la cara. Tenía muchas ganas de ver su reacción, la cual no dejó nada que desear. Ya se esperaba que alguien le comprase un bate, porque el suyo se había roto, lo que no se esperaba era que fuese uno tan especial.

—¡Es de Ludo Bagman! ¡No me lo puedo creer! —chilló, lleno de emoción, leyendo la dedicatoria de su bateador favorito.

Acto seguido, lo dejó sobre la cama con cuidado antes de darle tal abrazo a Capella que la alzó unos centímetros en el aire. Ella se rio, disfrutando de su entusiasmo y de los besos que le plantaba por toda la cara.

Ludo Bagman era uno de los bateadores de las Wimbourne Wasps, el equipo de quidditch al que Gordon apoyaba. Además, corrían rumores de que iban a ficharle para el próximo mundial de quidditch en el equipo de Inglaterra.

Si Capella había conseguido un bate que le había pertenecido a Bagman solo era porque él había asistido a Hogwarts al mismo tiempo que su hermano mayor, y se había aprovechado de ello.

«Padre no puede enterarse de este favor», le dijo Eridanus. Como si ella fuese a escribirle una carta a Cepheus contándoselo. No tenía claro que Eridanus fuera a acceder, pero, para su sorpresa, así fue.

—¿Es de verdad de Bagman? —preguntó incrédulo Garrett, cogiéndolo de la cama y mirándolo con admiración.

—Por supuesto. Tengo mis contactos —aseguró Capella, a quien Gordon ahora abrazaba por la espalda—. Tú conoces a casi todos los miembros de los Falmouth Falcons, de todas formas, Garrett.

Eso era cierto. Su tío, Basil Horton, había formado parte del equipo hacía muchos años, pero seguía manteniendo contacto con el equipo nuevo. Garrett les había enseñado un montón de autógrafos y fotografías de ellos.

—¡Pero es una pasada, Bagman es la sensación del momento! —garantizó Garrett.

* * *

Por fin llegó el día del examen de Aparición, y para entonces todos sentían los nervios a flor de piel. Capella se repetía las tres D —destino, decisión y desenvoltura— una y otra vez en su cabeza, tanto que las palabras habían dejado de cobrar sentido.

Había asistido a las dos primeras clases del lunes, antes de comer, pero realmente no había prestado atención a ninguna.

—Como vuelvas a leer una sola palabra de ese folleto, te lo pego a la cara con un hechizo —le amenazó Gordon a Emmeline, quien releía Errores comunes de Aparición y cómo evitarlos.

—Si quieres suspender, no es mi problema —repuso ella, doblándolo y guardándoselo en el bolsillo de la túnica—. ¿Cuánto queda?

Dirk miró la hora en su reloj de pulsera.

—Unos minutos, nada más.

—¿Creéis que lo lograréis? —preguntó Garrett—. Yo solo me he aparecido bien una vez. Bueno, en otra me dejé atrás los pelos de la barbilla, así que contarían como dos...

—¡Pues yo no he conseguido ni eso! —se alarmó Gordon—. La última vez me dejé el dedo gordo del pie, no sé ni para qué lo intento.

En un intento de reconfortarlo, Capella apoyó una mano en su hombro.

—Verás cómo te sale mejor esta vez.

—Es fácil decirlo, a ti te ha salido bien más de una vez, Ella. ¿Cómo lo haces?

La sirena que indicaba el fin del descanso sonó entonces, interrumpiendo la respuesta de la chica. Los cinco se tensaron y se pusieron en pie, listos para dirigirse a los carruajes que les llevarían a Hogsmeade.

A Capella le inquietaba tener que volver al pueblo, pero iban a tener tanta supervisión que dudaba que Evan se atreviese a volver. Sus manos temblaban ligeramente, pero decidió atribuirlo al nerviosismo por el examen. Quería sacarse cuanto antes la licencia, porque poder aparecerse sería vital teniendo en cuenta los tiempos que corrían.

El primero de los cinco en hacer la prueba fue Gordon. Falló. Se había puesto tan nervioso que había sufrido una despartición: se había dejado atrás el pie izquierdo. Un medimago le curó enseguida, pero su espanto fue suficiente para que Capella quisiera correr a abrazarle.

No le dejaron porque ella era la siguiente. Tuvo que aparecerse más de una vez en distintos sitios y, para su sorpresa, logró hacerlo sin perder ninguna parte del cuerpo. Por muy feliz que se encontrase por ella misma, cuando se sentó al lado de Gordon se sintió bastante apenada.

—Felicidades —dijo él, con una sonrisa nada convincente. Seguía frotándose el tobillo, como si notara la falta del pie que ya se encontraba en su lugar—. Sabía que lo ibas a conseguir a la primera.

—Gracias, Gordon. Pero no te desanimes, puedes repetir el examen en verano. Te irá mucho mejor.

Pasaron los minutos y Garrett acabó reuniéndose con ellos, con la licencia recién sacada. Dirk no tuvo la misma suerte, porque se había dejado todas las pestañas y no le aprobaron. Por su parte, Emmeline sí que consiguió aparecerse con éxito.

Regresaron a última hora de la tarde, reuniéndose con el resto para contarles cómo les había ido.

* * *

Sinceramente, Capella había dejado de usar sus horas libres para hacer la tarea. Se trataban de los periodos donde no era raro encontrar a alumnos merodeando por los pasillos, y cuando tampoco había mucha gente que molestase.

Así que era el momento perfecto para ir a las cocinas, coger todos los ingredientes necesarios y trasladarlos a la sala que había encontrado hacía semanas, o quizá meses. La que tenía una cocina mágica, donde Capella podía estar sola y concentrarse en lo que realmente le entusiasmaba: crear nuevos platos y comida. Usaba el libro que Gordon le había regalado en su cumpleaños, se lo había leído entero más de una vez y todos los trucos eran más que útiles.

Aunque al principio resultaba complicado, estaba cogiéndole el truco. Los primeros caramelos que creó sabían muy ácidos, pero con la ayuda de Peter supieron cómo utilizarlo a su favor: usándolos para bromas. Con el hechizo adecuado, la cara de quien lo tomara se volvería del mismo color que el caramelo. James y Sirius lo comprobaron por sí mismos. Ellos dos eran, lo que les gustaba llamarse, el comité de degustación, junto a Remus. Solo que este último era más inteligente y probaba las cosas después que los otros dos.

—¿Crees que podría encontrar trabajo como cocinera? —le preguntó Capella a Gordon una tarde de mayo—. Se supone que los que cocinan son los elfos domésticos, pero, por ejemplo, Madame Rosmerta cocina en su bar.

—Podrías montar un bar —dijo Gordon, ladeando la cabeza a modo pensativo—: «Las Delicias de Capella».

Ella soltó una carcajada y le dio un empujón amistoso en el hombro.

—Lo digo en serio, tendré que trabajar en algún lugar. Por ahora, tengo el dinero del tío Alphard y la casa que heredé de mi madre, pero los galeones no durará eternamente.

—Seguro que te irá bien, Ella —la tranquilizó Gordon, agarrando sus manos.

—Eso espero.

Capella bajó la mirada a sus manos y sonrió. Hacía unos tres meses que salían juntos y todavía sentía algo removiéndose cuando la piel de Gordon rozaba la suya. Al principio, era como una descarga eléctrica, como si su tacto provocase una repentina tormenta llena de rayos y relámpagos. Y después se volvía suave, él la acariciaba con delicadeza para apaciguar la tormenta.

Pero, a veces, no lograba calmarla, sino todo lo contrario. Avivaba esa tormenta y Capella se sentía fuera de control. Igual que en ese momento, cuando se había acercado para besarle y esos besos habían comenzado a bajar hacia su cuello.

No era la primera vez que los besos subían de tono, pero eso no impidió que Capella se pusiera algo nerviosa. Normalmente conseguía mantener la mente serena y podía disfrutar de las manos de Gordon en su espalda, en sus piernas o en muchos otros lugares. Pero otras se traicionaba a sí misma.

Porque a veces los malos recuerdos cruzaban fugazmente su mente. Y no era agradable recordar las cosas que habían sucedido el curso pasado. No quería que las palabras que Evan le dedicaba se quedasen grabadas en ella, pero era demasiado tarde.

Aunque sabía que era la mano de Gordon la que sujetaba su muslo y no la de Evan, no podía evitar escucharlo a él. Todos los complejos que le había provocado y se había guardado para sí misma, negándose a que nadie más los supiera, por si acaso no se habían dado cuenta.

Y tal vez por eso sentía que la respiración agitada que tenía no era de excitación sino de ansiedad. Por suerte, Gordon se había dado cuenta.

—¿Estás bien? —susurró contra su boca.

Capella se quedó en silencio. Estaba acostumbrada a no decir nada y tragar con lo que tocaba. Pero ya no tenía que hacer eso más. No tendría que haberlo hecho nunca.

Así que negó con la cabeza, despacio, y Gordon enseguida se separó, alarmado. Tenía la camisa desabrochada. Capella recordaba vagamente que habían sido sus manos las que lo habían hecho, pero, de nuevo, las sensaciones de ser recuerdos de una desconocida la asolaron.

—Perdón si he... hecho algo que tú no...

—No, no. Solo soy yo y...

Yo y los comentarios del pasado.

Yo y las inseguridades que antes no sabía que tenía.

—Mis tonterías. —No lo eran.

Gordon hizo una mueca que Capella no supo interpretar antes de volver a abrocharse la camisa. Pero enseguida sonrió, fingiendo que todo iba bien, y acabó sentándose en el colchón a una determinada distancia.

—Mejor me voy, nos veremos luego —se despidió Capella, colocándose bien el jersey y alisándose la falda.

Cuando estuvo al otro lado de la puerta, dio un largo suspiro. Odiaba perder el control de sus propios pensamientos. No soportaba que, después de casi un año, Evan siguiera teniendo tanta influencia sobre ella.

Ojalá nunca hubiera aceptado ese maldito trato.

Pero la vida parecía dispuesta a recordarle que había tomado esa decisión.

Como cuando trató de hablar con su hermana, porque McGonagall le había avisado de que se había desmayado en su última clase de Transformaciones y se la había llevado a la enfermería. La señora Pomfrey le informó de que no había comido nada en todo el día, de ahí el desmayo. Pero Deneb solo le dijo que le dolía la tripa por la regla y por eso no tenía hambre.

—Den, te comportas como si no pudieras confiar en mí. Sabes que podemos hablar de cualquier cosa que te preocupe —le había dicho Capella.

—Estoy perfectamente. Tú eres la que está rara, siempre me preguntas por qué hago esto y lo otro —replicó Deneb, cruzándose de brazos.

—Porque soy tu hermana, y me preocupas. Faltas a clase, no comes, no sonríes, Perseus se mete contigo y no te defiendes...

—Tú tampoco te defendías cuando Evan te hacía cosas que no querías.

Ese había sido un golpe bajo y Deneb se arrepintió de sus palabras en cuanto salieron por su boca. Pero a Capella no le importó, le había dolido igual.

Eso es lo que piensa. Que soy una mala influencia porque soy débil.

Probablemente tenga razón. ¿Por qué sino seguiría pensando en todo lo que me ha dicho Evan?

Pensando en todo esto se encontraba una noche de mayo, sentada en un sofá de la Sala Común. Estaba tan hundida en él que habría pasado desapercibida para cualquier alumno que bajase, pero no para Remus.

—¿Capella? ¿Qué haces aquí?

Iba a preguntar si estaba llorando, pero era obvio que sí. Ella se secó las lágrimas y soltó una carcajada sin gracia, porque era la misma situación en la que se habían encontrado a principios del curso pasado. Cuando Remus le había confesado que le gustaba Sirius.

—No podía dormir. Los domingos me cuesta más.

—Te entiendo, las noches de domingo tienen algo extraño —comentó Remus, sentándose a su lado y dedicándole una sonrisa—. ¿Quieres que me quede o que me vaya?

Capella suspiró y se encogió de hombros. Pero, diez segundos más tarde, ya estaba abrazando a Remus.

—¿Hay alguien a quien tengamos que maldecir? —le preguntó él al cabo de un rato—. Nosotros nos encargaremos.

Ya había tenido suficientes problemas con maldiciones para el resto de su vida, la verdad.

—No, no es eso. Soy yo, que no sé dónde tengo la cabeza.

—Está bien sentirse mal de vez en cuando, nadie está feliz siempre.

—Lo sé. Pero estoy cansada de estar triste, Remus. Pensaba que estaría bien con Gordon y no puedo ni acostarme con él sin que me dé un ataque de... lo que sea y... Y Deneb tiene razón, soy un ejemplo horrible como hermana.

Continuó despotricando contra sí misma por, al menos, medio minuto. Hasta que vio el rostro sereno de Remus, que la observaba como si estuviera esperando a que acabase.

—Hacerte de menos no es la solución. Créeme, no vas a encontrar a nadie en esta escuela con menos autoestima que yo: no sirve de nada.

Ella no contestó, solo frunció los labios y bajó la cabeza. Aunque sabía que tenía la razón, sentía que se merecía sus propios insultos.

—¿Cómo lo haces para estar bien?

Remus sonrió con ironía.

—Oh, no lo estoy, pero me gusta dar consejos y no aplicármelos.

Eso le contagió la risa a Capella.

—Qué gran equipo hacemos, entonces —dijo sarcásticamente—. Nos ponemos tristes y nos consolamos entre nosotros aunque estemos mal.

—Es una buena estrategia; hoy por ti, mañana por mí. —Remus se encogió de hombros con resolución—. Ahora que te has calmado, ¿quieres explicármelo o hablamos de otra cosa?

Capella se lo pensó. No quería decírselo todo, sobre todo la parte de su hermana. Nadie salvo ella y Eridanus sabían sobre la maldición —y Gaia, claro, pero ella no estaba al corriente de que sus sobrinos lo sabían—, por lo que no iba a explicarle que estaba preocupada. Así que se declinó por la otra parte de sus problemas.

Evan. Gordon. De alguna forma, esos nombres de dos chicos que tan poco tenían que ver acababan siempre uno después del otro. Y a Capella no le gustaba pensar así, porque Gordon se merecía algo mucho mejor que ser recordado junto a Evan Rosier.

—A veces me vienen recuerdos —contaba Capella—. Me parecía... me parecía normal que me dijera esas cosas, pero de repente me acuerdo y es como... como si todo el peso recayera sobre mí.

En ocasiones se preguntaba si eran recuerdos, o si se trataba de su subconsciente, porque había dejado de diferenciarlo. Pero no quiso especificarle nada a Remus, odiando la idea de que alguien más escuchara qué odiaba de sí misma.

Odio tener ojeras, no me gusta mi cuerpo y me siento una extraña. Creo que soy inútil, nunca conseguiré buenas notas porque no sé concentrarme en nada.

Remus le abrazaba y le aseguraba que todos tenían complejos.

Cuando me quito la túnica frente a Gordon no puedo evitar pensar en Evan mirándome.

—Vales más de lo que crees, Ella. Te mereces ser feliz.

—Deberías decírtelo a ti mismo también, Remus.

—Eso intento —dijo con una sonrisa.

Se quedaron un rato más hablando, intentando desviar un poco el tema. Se sentía algo mejor, pero esos pensamientos no iban a dejar de carcomerle por dentro.







vale igual viene un poco de boom todo pero realmente es como ella lo siente :"( quiero meter a Capella en una cajita y protegerla para siempre

si os sentís mal recordad que sois maravillosxs okis? <3

nos veremos el lunes que viene, ya habré acabado exámenes y espero tener más tiempo para escribir!!!

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