𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲-𝗱𝗲𝘂𝘅. 𝗹𝗲𝘀 𝗯𝗹𝗮𝗴𝘂𝗲𝘀
capítulo treinta y dos:
las bromas
Un día de aquella primera semana de agosto, Capella y Deneb acudieron, junto a Andromeda y Sirius, a San Mungo. Querían visitar a Alphard, quien seguía ingresado en el hospital porque su enfermedad empeoraba cada día más.
—Escuchadme, chicos —les pidió a Sirius y a Capella. Andromeda se había llevado a Deneb a beber algo, porque estaba a punto de echarse a llorar—. No quiero ser pesimista ni atraer a la mala suerte, pero tenéis que saber una cosa.
Los dos primos le escucharon con atención. Si tuvieran que elegir a un tío favorito, siempre habrían mencionado a Alphard con admiración. Él, en secreto, siempre les había protegido. Decía que se había dado cuenta demasiado tarde de que la pureza de sangre no era más que una tontería.
—Es posible que no salga de esta —dijo con una sonrisa triste. Se apresuró a seguir hablando antes de que uno de los dos pudiera replicar—: Voy a dejaros todo mi pro en herencia. Sirius, eres el único que puede usarla por ahora, porque eres mayor de edad, pero quiero que os la repartáis entre vosotros y Deneb. Os ayudará ahora que habéis escapado todos.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente, sobrino. Espero que eso no os dé ganas de que me vaya antes al otro lado...
Los dos se acercaron a abrazarle, mientras trataban de retener las lágrimas que luchaban por escapar.
Una semana más tarde, Alphard murió.
Fue un día horrible, lleno de lloros y lamentos. Ninguno podría asistir al funeral porque se encontraría toda la familia, y era algo demasiado arriesgado.
Ted hizo una rica comida para tratar de animarlas, pero la única que la disfrutó fue Dora. Se había puesto triste cuando le habían intentado explicar que no iba a poder volver a ver a su tío, pero era demasiado pequeña para entenderlo del todo.
La única buena noticia que tenía Capella era que Deneb no parecía ir a peor. Lo único que notaba era lo apagada que siempre estaba, pero decidió no darle mucha importancia. Esperaba que lo que Eridanus le dijo, que no moriría si cuidaba de ella y seguía estable, fuera cierto.
Pero, de ser así, ¿qué le haría la maldición?
¿Y qué fue lo que le hizo a su madre?
Ni siquiera se había resuelto el misterio de la muerte de Agatha y ya tenía nuevas incógnitas sobre ella.
* * *
Ese 1 de septiembre fue el primero que Capella llegaba a la estación justa de tiempo. Deneb y ella traspasaron corriendo la pared de ladrillos que daba al andén nueve y tres cuartos, y se apresuraron a despedirse antes de subir al tren.
Capella no tuvo tiempo ni de alarmarse pensando en que su padre debía estar ahí. Había demasiada gente para que se arriesgara a hacer algo, y dudaba de que siquiera las hubiera visto entre la multitud.
Dejó a Deneb en un compartimento con tres chicas de su edad justo cuando el tren comenzaba a moverse. Así que se dispuso a buscar a sus amigos, encontrando a Garrett en el penúltimo vagón.
—¿Viajando tu solo? —le preguntó, sonriendo en forma de saludo.
—¡Capella, qué bueno verte! Em me ha dejado aquí plantado para irse con los prefectos —contestó él, haciendo una mueca graciosa.
Estaba sentado con la espalda apoyada en la esquina mientras leía una revista de quidditch. El equipo al que él apoyaba, los Chudley Cannons, acababa de perder otro partido. La verdad era que no ganaban nada desde hacía cinco años.
Steven no tardó en llegar, hablando con Josie, y ambos entraron en el compartimento dejando sus baúles al lado de los de sus amigos. Todos se saludaron, se abrazaron y contaron cómo había sido su verano. Capella procuró no hablar mucho sobre eso, porque nadie ahí sabía que había huido de su casa.
Se preguntaba dónde estaban Gordon y Cora.
Obtuvo la respuesta sobre el primero cuando entró, diez minutos más tarde, por la puerta. Tenía cara de malhumor y dejó su baúl de malas maneras, asustando al gato de Josie, que le maulló con recelo.
—¿Qué te pasa? —preguntó Capella, la única que parecía haberse dado cuenta.
Los demás estaban ocupados discutiendo sobre el partido de quidditch que las Holyhead Harpies habían ganado frente a los Cannons.
—Nada. —Gordon intentó fingir una sonrisa y le dio un abrazo a Capella—. ¿Cómo has pasado el resto del verano?
—Bueno, bien... —Si no contaba con la muerte de su tío, la maldición de su hermana y todas las dudas sobre su madre y su tía—. ¿Y tú? ¿Por qué estás cabreado?
Gordon se sentó a su lado a la vez que Josie gritaba «¡Por supuesto que las Harpies son mejores que los Cannons, acéptalo, Garrett!»
—Me he cruzado a ese Crouch y a tu hermano de camino. ¿Sabes que han nombrado prefecto a Perseus?
A Capella se le erizó la piel al imaginárselo. ¿Perseus en una posición de poder? Aterrador.
—Slughorn y Dumbledore están perdiendo el juicio —murmuró—. ¿Te han hecho algo?
—No...
Su tono no había sonado nada seguro, así que Capella se mantuvo en silencio, mirándole. Gordon suspiró y se cruzó de brazos.
—Me ha lanzado ese hechizo que te tira metros atrás y me he caído sobre un montón de baúles. Se ha reído y me ha preguntado dónde estabas.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo por el golpe? —se preocupó Capella, ignorando la última parte adrede.
—No me... Bueno, me duele la espalda, pero ¿qué más da? —Gordon se apartó el flequillo de los ojos con una sacudida de cabeza—. Me ha dicho que más te valía no encontrarte con él a solas.
—No me da miedo —mintió Capella, apartando la mirada.
Estaba acojonada, en realidad.
A la media hora llegó Coraline con aire sofocado, pero no duró más de un minuto en el compartimento, porque Josie se la llevó a otro lado, harta de discutir con los chicos. Cuando la reunión de los prefectos se acabó, Emmeline y Dirk Cresswell también se unieron, ella saludando a Capella con un montón de abrazos y besos por toda la cara.
Aquella noche, Capella apenas durmió. Coraline, que hablaba en sueños, la había despertado con un grito. Le costó volver a conciliar el sueño, y acabó siendo interrumpido de nuevo a las siete, por Emmeline, quien hacía demasiado ruido al prepararse por las mañanas.
—Vuélvete a dormir —le dijo con despreocupación.
—¡Ya no puedo! Sabes que me cuesta mucho cuando ya me he despertado —gruñó Capella, tapándose la cabeza con las sábanas.
Mientras continuaban con su pequeña discusión, consiguieron hacer que Josephine se despertara también. Eso no ayudó nada, porque les lanzó una almohada a cada una y se puso a gritarles.
—No tendrías tanto sueño si ayer no te hubieras echado a las dos de la mañana —le reprochó Capella. La había visto sentada frente a la ventana a esa hora.
Sin embargo, cuando bajaron a desayunar sobre las ocho y cuarto, ninguna seguía enfadada. Era la rutina de cada mañana, tenían un horario de sueño muy diferente y causaba esos problemas.
La profesora McGonagall se acercó a la mesa de Gryffindor tras el desayuno. Una vez hubo repartido los horarios a los demás cursos, fue con los de sexto, con quienes tenía que hablar antes para asegurarse de que podían cursar las asignaturas que habían escogido. Después de que Gordon recibiera su horario fue el turno de Capella.
—Astronomía, Defensa Contra las Artes Oscuras, Encantamientos, Cuidado de Criaturas Mágicas y Estudios Muggles —recitó la profesora, observando el papel—. Las notas te llegan para cursar las cinco, Capella. En diez minutos empieza Defensa Contra las Artes Oscuras; el señor Bellchant y tú podéis ir ya, para aseguraros de no llegar tarde.
Capella sonrió y cogió su horario. Ambos salieron por la puerta, en dirección a su primera clase.
—Hoy tenemos las mismas asignaturas —dijo Gordon, observando el horario de Capella—. Defensa ahora, Encantamientos después de comer. ¡Son un montón de horas libres!
Gordon posó una mano sobre la de Capella, que sujetaba el pergamino, porque no dejaba de moverlo y le impedía verlo bien. Ella intentó que no notara que se había puesto algo nerviosa, pero no pudo controlar sus mejillas, que adquirieron un leve tono rojizo.
Llegaron a la puerta del aula y observaron a los alumnos de Ravenclaw y Slytherin ya sentados. Ambos se adentraron en la clase y tomaron asiento, mientras veían a la profesora Egwu de pie, al frente de la clase. Dumbledore se la había presentado a los alumnos la noche de antes, una mujer de rasgos hindúes y ojos asustadizos.
A los cinco minutos, ya habían llegado todos los que faltaban de Gryffindor y Hufflepuff, así que la profesora comenzó a dar clase.
—El profesor Benjamin era más entretenido —comentó Steven cuando llegaron a la Sala Común.
La única de su curso que no se encontraba con ellos era Emmeline, quien tenía clase de Aritmancia.
—¿Habéis visto que se ha asustado cuando un alumno de Ravenclaw ha llegado tarde y ha entrado sin llamar? No sé si sea un buen ejemplo como profesora de defensa —opinó Dirk Cresswell.
Capella se había callado, sintiéndose algo incómoda. No le apetecía hablar sobre el profesor Benjamin, porque nadie ahí presente, salvo Gordon, sabía que él la había ayudado a escapar de su casa.
Por eso mismo, él, al darse cuenta de que Capella se había encogido sobre sí misma en el sillón, decidió desviar el tema. Y Capella se lo agradeció con una sonrisa.
* * *
Una semana de curso fue suficiente para que todo el mundo empezase a perder la cabeza con las nuevas bromas de los Merodeadores, el grupo de amigos de Sirius. Durante esos siete días, los cuatro se habían dedicado a causar inocentada tras inocentada, pero ningún profesor había podido probar todavía que habían sido ellos.
El viernes, sin embargo, nada raro había pasado en la escuela hasta a la hora de la cena. Desde la mesa de los profesores, McGonagall no les sacaba el ojo de encima a Sirius, James, Remus y Peter, sentados en el extremo más alejado de la mesa de Gryffindor.
—Estoy segura de que están planeando algo —dijo Emmeline, observando a los chicos—. ¿Cómo han podido nombrar Premio Anual a Potter?
—Vamos, han sido bromas inocentes —dijo Garrett—. Estoy seguro de que Snape podría quitarse el colorante verde del pelo si se lo lavara.
Capella, al reírse, se atragantó con el brócoli, y Gordon le dio unas palmaditas en la espalda mientras se reía él también. Ni siquiera Emmeline pudo fingir que no le había hecho gracia aquel comentario.
—James es un buen Premio Anual —le defendió Capella, cuando volvió a respirar con normalidad—. Siempre ayuda a los niños de primero sin que ellos se lo pidan. Incluso Lily está tolerándolo, y eso que siempre ha parecido odiarlo...
—Esos dos acabarán juntos, te lo digo yo —opinó Emmeline, mirando sin disimulo en dirección a Lily Evans, a unos cuantos alumnos de distancia—. Tengo un sexto sentido para esto. Por ejemplo, sabía que Garrett y yo saldríamos juntos.
Él le sonrió y le dio un beso en la mejilla antes de seguir comiendo.
—También pensabas que te casarías con mi primo hace un año —intervino Capella—. Y me da que en eso fallaste.
Porque mi primo es la persona menos heterosexual de todo el colegio.
—¿Quieres que te diga quiénes sí van a acabar saliendo? Seguro que los conoces, son un par de idiotas que están sentados muy muy cerca...
Pero la frase de Emmeline quedó cortada a mitad, porque un revuelo comenzó a oírse en el otro lado del Gran Comedor. En la mesa de Ravenclaw algunos cubiertos habían empezado a flotar por los aires, y un par de cucharas daban golpes a los alumnos. No tardó en suceder lo mismo en la de Hufflepuff, donde una bandada de tenedores arremetieron contra un grupo de estudiantes, que tuvieron que levantarse para huir de ellos.
Pronto, todos los utensilios habían cobrado vida propia y volaban en todas direcciones. Algunas personas se escondieron debajo de las mesas, mientras los profesores trataban de mantener la calma para poder frenar a los objetos. Capella distinguió entre el gentío a Sirius y sus amigos riéndose a carcajada limpia.
—¡Black, Potter, Lupin y Pettigrew! —gritó la profesora McGonagall, dirigiéndose hacia ellos mientras una cuchara no dejaba de chocarse contra su espalda. Le lanzó un hechizo con la varita y cayó al suelo de un golpe seco—. Estáis los cuatro castigados.
—Profesora, ¿por qué nos acusa sin pruebas? —se ofendió James, cruzándose de brazos.
Con un gran estruendo, todos los cubiertos cayeron al suelo, y Dumbledore se sentó de nuevo en la mesa de profesores, hablando con la profesora Sprout como si nada hubiera ocurrido.
—Ahora mismo vais a recoger todos los cubiertos, sin magia —les avisó, apuntándoles con el dedo índice.
Se marchó de ahí y los cuatro chicos reanudaron sus carcajadas.
—¿Habéis visto cómo Snivellus corría cuando todos los cuchillos han empezado a perseguirle? —se burló James mientras se agachaba para agarrar unos cuantos cubiertos.
—Casi más desternillante que Mulciber huyendo del cucharón de la sopa y poniéndose perdido de caldo —añadió Peter.
Durante esa semana, Capella había tenido que aguantar un montón de interrogatorios de Emmeline sobre su verano o sobre Gordon. Eso y las sesiones de cotilleos, donde las cuatro se sentaban a hablar sobre cualquier novedad que hubiera en el castillo. Como una tarde que Josie subió diciendo que estaba empezando a hablar con Marlene, y se la pasaron entera chillando emocionadas.
A decir verdad, Capella casi se había olvidado de todo aquello. El curso pasado había dejado muy desatendidas a sus amigas, y recién se estaba dando cuenta de que Evan había estado ocupando la mayor parte de su tiempo. Pero él ya no estaba en su vida. Y ahora Capella, en teoría, podría empezar a vivir en paz.
—Me desespera que Gordon y tú no salgáis juntos de una vez —le dijo Emmeline cuando llegaron a la habitación esa noche.
Era un comentario que hacía muy a menudo.
—Ni siquiera sé si me gusta de verdad.
¿Qué era lo que se sentía cuando te gustaba alguien? La única experiencia en pareja de Capella no había ido bien. Hacía un año ni siquiera le había gustado un chico, recordaba que Emmeline le había advertido de lo complicado que era el amor.
Ahora lo comprendía.
En realidad, no sabía si se sentía preparada para tener una relación seria. Confiaba en Gordon y le quería muchísimo, ya fuera como amigo o como algo más, y tal vez por eso tenía miedo.
Porque la confianza era algo muy frágil, algo con lo que Capella no deseaba jugar a la ligera.
Había acabado confiando en Evan y él la había utilizado para manipular su mente a su antojo. Se había perdido en ese pozo y él la trató de hundir más. Señalaba sus imperfecciones después de obligarle a mostrarse a él, le prometía que se preocupaba pero solo buscaba su propio interés.
Y, aunque sabía que Gordon no tenía nada que ver con Evan, seguía estando asustada.
bueno ya están de vuelta en Hogwarts :) y siento lo de Alphard vale pero esta vez no es mi culpa es canon que muere :(
btw para quieres hayáis leído Aquila y no hayáis visto el anuncio del otro día, lo he mandado a borradores (he dejado publicada la intro) porque lo estoy editando un poco. seguramente lo tendréis publicado de nuevo al mes que viene junto a una sorpresa :) si me da la vida claro ajsjsjajsj
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