𝘁𝗿𝗲𝗶𝘇𝗲. 𝗮𝗴𝗮𝘁𝗵𝗮 𝘀𝗵𝗮𝗳𝗶𝗾

capítulo trece:
agatha shafiq

Ella, ven un momento. 

La nombrada asintió y dejó a un lado el ensayo que estaba haciendo —Binns les había mandado una redacción sobre las Revoluciones de los Duendes, y no se había acordado hasta el último día de vacaciones—, girándose de cara a su madre. Agatha palmeó el hueco a su lado en el gran sofá del salón, indicando a su hija que tomase asiento. 

—¿Qué ocurre, madre? —preguntó Capella una vez estuvo sentada. 

—Mañana vuelves a Hogwarts —le recordó la mujer, y Capella volvió a dar un asentimiento de cabeza—. La profesora McGonagall me escribió una carta, y he hablado con ella. Quería saber por qué te retiramos el permiso para ir a Hogsmeade a principios de curso. 

Agatha desvió la mirada y tomó aliento. Capella esperó a que continuara hablando, notando una molestia en la tripa por los nervios. 

—Le escribió a tu padre, parece ser, y él no le contestó. Hace meses, claro. Verás, le dije que estabas castigada y había sido una decisión tomada por los dos, para que te enfocaras más en lo realmente importante, que son tus estudios. Pero tu profesora no parecía muy contenta con la respuesta, desde luego que no. 

Movió la nariz en un gesto de desagrado, y volvió a girar la cabeza para mirar a su hija, que no le quitaba los ojos de encima a su madre. Quería saber hacia dónde iba aquella conversación. 

—No entraré en detalles, Capella, porque quedan entre la profesora McGonagall y yo. Pero tienes permiso para ir al pueblo. Por favor, no hagas que me arrepienta. Prométeme que te vas a comportar, pase lo que pase. 

—P-por supuesto, madre. Muchas gracias —agradeció ella, sonriendo enormemente, muy asombrada. 

No podía creerse que podría volver a ir, lo había pasado mal viendo cómo todos sus amigos se iban a las excursiones y ella se quedaba sola en el castillo. Debería haber aprovechado aquellos días para avanzar la tarea que se le acumulaba, pero por mucho que avanzara con ella siempre parecía haber más y más, y nunca acababa. 

Ella —llamó de nuevo su madre, viendo cómo la chica se había vuelto a perder en sus pensamientos. 

—Lo siento —se disculpó Capella, abriendo mucho los ojos. 

¿Le habría preguntado algo su madre y no le había respondido? 

—Tu padre no lo sabe todavía, yo me encargo de él. No te preocupes por eso, ¿vale? 

—Vale, muchas gracias, madre. De verdad —volvió a decir Capella, agradeciendo de verdad que su madre se fuese a encargar de contárselo y no tuviera que hacerlo ella. 

Agatha le dedicó una de las sonrisas que tanto la caracterizaban, nostálgica y pequeña. Peinó con delicadeza un rizado mechón del cabello de su hija, colocándolo detrás de su oreja. 

—Te has hecho muy mayor —comentó con un suspiro. 

—Pronto cumpliré quince —recordó Capella. 

—Han pasado muchos años. —Agatha se quedó en silencio unos segundos, antes de añadir—: Te quiero, cielo, no lo olvides. 

Ella se quedó algo sorprendida por la repentina declaración, pero enseguida una sonrisilla se dibujó en sus labios. 

—Yo también te quiero, mamá —susurró ella, y Agatha no pudo reprimir la necesidad de abrazar a su hija. 

Capella apoyó su cabeza en el pecho de su madre, y Agatha depositó un beso en la frente de su hija, con cariño. Desde esa posición, Capella podía escuchar con claridad lo rápidos que iban los latidos del corazón de su madre. 

* * *

Era ya mayo, lo que quería decir que se acercaban los exámenes y Capella debía estudiar sin parar. Cada año le era más difícil seguir el ritmo, pero daba lo mejor de sí para concentrarse en las clases. 

Se encontraba en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, con el profesor Kristoff dándoles uno de sus discursos sobre las maldiciones imperdonables. Resultaba mucho menos intimidante que él les hablara de la maldición cruciatus que experimentarla ella misma. Sobre todo porque el profesor estaba como una cabra y solía disfrazarse para dar sus clases, y ese día su atuendo de pirata no ayudaba al ambiente.

La profesora McGonagall entró sin llamar a la puerta y se dirigió directamente al profesor Kristoff, sin dedicarle la típica mirada de agotamiento que siempre le daba cuando lo veía con sus disfraces. Toda la clase les miró de forma inquisitiva mientras McGonagall le decía algo entre susurros.

Él se quitó el parche del ojo y se levantó el sombrero en un gesto de preocupación fugaz. Enseguida se giró a mirar a Capella, igual que hizo la profesora McGonagall, y ella se encogió en su asiento. ¿Había hecho algo malo y no sé acordaba? 

—Capella, ¿puedes venir a mi despacho? —preguntó con amabilidad la profesora McGonagall. 

—Claro, profesora. 

La pelinegra recogió sus libros y los metió rápidamente en la mochila, cargándola al hombro y saliendo a paso apresurado detrás de su jefa de casa. No sabía lo que pasaba, porque la profesora no se giró a mirarla en ningún momento mientras caminaban por los pasillos y bajaban las escaleras desde el tercer piso hasta el primero. 

Llegaron al despacho, que seguía igual que la última vez que lo había visitado hacía poco más de dos años. McGonagall le pidió que tomase asiento frente a su escritorio, sentándose ella en la silla del otro lado. No duró mucho, pues se puso de pie otra vez, dos segundos después de sentarse. Observó a Capella con cara de circunstancias y suspiró.

—No hay forma fácil de decirte esto, Capella —reconoció McGonagall, negando con la cabeza y volviendo a sentarse. 

La chica se asustó. ¿Qué podía haber pasado que fuera tan horrible para que McGonagall se viera tan alterada? 

—El profesor Slughorn está hablando con tus hermanos en su despacho, quizá quieras reunirte con ellos antes de que te lo cuente. 

—No —negó Capella, notando cómo aumentaba su preocupación por momentos—. Profesora, ¿qué ha pasado? 

McGonagall tomó aliento y volvió a levantarse, colocándose al lado de Capella y sujetando con fuerza su mano.

—Tu padre nos ha informado de que anoche murió tu madre, Capella. No sabes cuánto lo siento.  

Parpadeó muy seguido durante unos minutos. No estaba segura de haber entendido lo que acababa de decir. Eso era imposible, su madre estaba bien, no le pasaba nada. No podía haberse muerto de la noche a la mañana. 

Sintió como si su mente se alejase de su cuerpo, dejándolo en el despacho. Veía que McGonagall movía los labios, hablándole, pero era incapaz de escuchar nada. No era posible que lo que había dicho fuera cierto. 

—Capella —escuchó decir a su profesora, sonando más como un eco en su cabeza—. Lo lamento muchísimo, de verdad. Tu padre va a venir a buscaros a ti y a vuestros hermanos en unos minutos. 

Ella negó con la cabeza, empezando de forma leve pero yendo más deprisa cada vez. Cerró los ojos con fuerza y se agarró de la parte baja de la silla. Notó cómo McGonagall le abrazaba, pero realmente no lo sentía como si fuera ella. Lo sentía todo como si lo viera desde arriba, como si ella no estuviera sentada mientras lloraba. ¿Cuándo había empezado a llorar? Ni siquiera lo sabía. 

Al cabo de una hora, Capella estaba metida entre las sábanas de su cama. No recordaba casi nada, solo sabía que su padre debía de haberles ido a buscar y de alguna forma habían vuelto a la mansión. Se acordaba del ruido de la gente hablando en el salón, pero no se había parado a averiguar nada más. 

Estaba tan perdida que no escuchó la puerta de su habitación abriéndose, ni vio a su hermano mayor hasta que se agachó frente a su cama. Eridanus tenía los ojos hinchados y rojos, sus pecas parecían más oscuras que nunca y el labio inferior le temblaba ligeramente. 

En cuanto lo vio, Capella soltó un fuerte sollozo y se tapó la cara con la sábana. Si su hermano, quien nunca alteraba su expresión por nada, había estado llorando tanto que había acabado así, tenía que ser cierto. Escuchó que le susurraba algo, pero no lo entendió porque no paraba de enjuagarse las lágrimas de forma sonora. 

Notó un peso hundirse a un lado del colchón, y cuando levantó la sábana de su cara vio a su hermano tumbado y mirando fijamente al techo. Capella se acercó hasta él para abrazarle, y Eridanus pasó un dedo por su mejilla para limpiarle las lágrimas. 

—¿Por qué? —alcanzó a preguntar Capella, con voz ronca y rota. 

Eridanus tardó tanto en responder que Capella temió que no le hubiese oído. 

—Veneno —escuchó un susurro de su hermano, tan bajo que no lo hubiera llegado a oír de no estar apoyada encima de su pecho—. Encontraron restos de veneno, es lo único que saben los Aurores.

Capella trató de pensar con claridad en el mar de emociones que sentía. ¿Alguien había envenenado a su madre? ¿Quién haría algo así?, ¿y por qué?

—¿Quién estaba abajo? —preguntó cuando pasó un rato en silencio, donde solo escuchaba el corazón de su hermano, latiendo bajo su oído. 

—Amigos de padre, llevan viniendo a casa todo el curso. Hacen reuniones. Estaban discutiendo sobre algo y se han ido en cuanto los Aurores han vuelto. 

Capella asintió débilmente. No recordaba haber abrazado a su hermano durante tanto tiempo nunca antes. 

—¿Deneb? —fue lo último que preguntó, sin poder evitar el necesitar saber dónde estaba su hermanita. 

—El tío Alphard se la ha llevado, se agobiaba mucho en casa. Está bien, no te preocupes por eso. 

La chica suspiró y cerró los ojos. Quería dormir y, con un poco de suerte, despertaría en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras habiendo tenido una horrible pesadilla y el profesor Kristoff gritándole por dormir durante su asignatura. 

Pero no fue así, despertó horas más tarde con el hueco vacío de su hermano, quien se había marchado de la habitación; y el de su madre, que de verdad se había ido para siempre. 




fin del primer acto.

vale yo os dije que tenía que pasar algo fuerte para acabar el acto y sé que ha sido muy inesperado pero that was the point.

ahora solo queda esperar para averiguar qué ha pasado y conocer más cosas sobre Agatha (que, por si no sabíais, su apellido de soltera es Shafiq, por eso el nombre del capítulo ah), porque ya os digo que, citando a los magos de Waverly Place, nada es lo que parece ser

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