(!) 𝘀𝘂𝗽' 𝘂𝗻: 𝗿𝗼𝗺𝗲́𝗼 𝗲𝘁 𝗷𝘂𝗹𝗶𝗲𝘁𝘁𝗲
"I love you
like the
stars above,
I love you
till I die"
Cuando tenía seis años, mi abuelo me llevó a una cafetería de un pueblecito perdido. El local era encantador, estaba decorado con florecillas de todas las tonalidades de rosa imaginables. Quien nos atendió, una mujer que rondaba la edad de mi abuelo, era tan agradable como lo era su local, que también contaba con una tiendecita. Vendían recuerdos del pueblo, como imanes con el nombre, peluches de ositos con el escudo en la camiseta y tazas de formas estrafalarias.
Recuerdo ese día cuando cierro los ojos en medio de una brisa de verano. Huele a fresco y se escucha el ulular de una lechuza en la lejanía. Era muy pequeña para tomar café, así que mi abuelo me pidió un chocolate caliente, sabiendo que me volvía loca por esa bebida. La suerte de estar en un pueblo perdido entre las montañas era que, a pesar de ser mediados de agosto, el clima era frío y no me abrasé tomando el chocolate.
Quizá, si me hubiera quemado la lengua, mi abuelo me habría ido a buscar agua y no habría salido a la terraza a fumar. Tal vez, si no hubiera insistido tanto en mirar las tazas por mi cuenta, no se habría quedado él solo ahí fuera.
Y así el coche descarrilado jamás habría atropellado a mi abuelo, cuyo único crimen había sido salir a fumar un cigarro tan grande como su dedo corazón. Yo no habría salido llorando de la cafetería y los gritos de los clientes no habrían llenado mis oídos, la dueña no me habría abrazado mientras todo se volvía lento y el mundo daba vueltas y yo me desmayaba.
Mi abuelo murió en el hospital al día siguiente. Él era un muggle, el padre de mi padre. A lo mejor un sanador hubiera sacudido la varita y le habría salvado la vida a mi abuelo, pero hace tiempo que dejé atrás los «Y si...»
Cuando descubrí lo que era un thestral y cuál era la razón por la que yo, al contrario que mis compañeros, podía verlos, lo entendí todo. Había presenciado la muerte y eso me permitía admirar a aquellas criaturas.
También recuerdo la primera vez que te conté esa historia. Llevábamos dos meses conociéndonos, andando por el bosque descalzos y acariciando a los thestrals, dándoles de comer. Era curioso verte observar los árboles como si quisieras treparlos pero te diera miedo caerte. Fijabas la vista en las copas más altas y achinabas los ojos, como si te costara esfuerzo imaginarte subido en ellas.
—¿Crees que cuando salgamos de aquí todos verán a los thestrals? —me preguntaste una tarde, sentado sobre el pasto mientras arrancabas hierbajos.
Tenías la camisa por fuera del pantalón porque te parecía un gran acto de rebeldía llevar la ropa desordenada, igual que la corbata desabrochada y los zapatos, con los cordones atados entre ellos, colgados del cuello. Yo sonreí con tristeza y levanté la mirada, tapando el sol con la palma de mi mano. Pegaba muy fuerte para ser un junio en Escocia.
—Probablemente. Tendrán más suerte los que los vean y no los que mueran, la verdad —respondí con simpleza, a lo que soltaste una carcajada, como si fuera un chiste.
—Me gustaría no verlos, entonces —dijiste en tono lúgubre, pero con un ápice de burla.
Fruncí el ceño y me quedé mirándote. Me aseguraste que solo era una broma, pero te gustaba demasiado hacer ese tipo de bromas.
—Reggie —te llamé, al cabo de una media hora.
El sol se estaba poniendo entre las montañas, tiñendo el cielo de naranja.
—Cora —respondiste, volteando el rostro para mirarme.
—Me ha gustado compartir la tarde de mi cumpleaños contigo.
—Tú pasaste el mío a mi lado, ayer. Es interesante que casi coincidan.
Tus sonrisas eran escasas, pero siempre sinceras. Eran contagiosas como un bostezo, y de alguna manera siempre te las correspondía al instante. Un día me dijiste que te gustaba cuando sonreía porque movía la nariz y se juntaban las pecas que había sobre ella, así que desde entonces es en lo único que pienso cuando lo hago.
Antes odiaba ver a los thestrals. Me recordaban a mi abuelo. Sentía un nudo en la garganta, como si me hubiera atragantado con un caramelo gigante y, por mucho que tosiera y me llevara las manos al cuello, no conseguía librarme de él. Pero, cuando apareciste una tarde de abril cualquiera de detrás del tronco de un árbol, del susto lo escupí. Así que ahora me acuerdo de ti cuando veo a los thestrals.
También me acuerdo de ti cuando veo setas pequeñas en el campo al lado de mi casa, o cuando mi gato maulla muy fuerte o cuando cierro los ojos antes de irme a dormir. Es una cursilería imaginar tu brazo alrededor de mi cintura mientras te acaricio el dorso de la mano y me susurras en el oído, porque nunca habíamos estado tan apretados antes, pero me ayudaba a calmarme y a conciliar el sueño.
El primer día que dormimos juntos fue en sexto curso, un año después de conocernos. Me dijiste que habías encontrado algo que te morías de ganas por enseñarme y yo solo te seguí por los pasillos, riéndome en voz baja, con el estómago dando saltitos por si nos pillaban a esas horas merodeando por el castillo. Me llevaste a una habitación que poco parecía encontrarse en el interior, sino más bien como si hubiéramos salido a un patio, rodeados de naturaleza.
Se escuchaba a los grillos cantar mientras dábamos vueltas por el mullido césped. Me acuerdo de chocarme con tu espalda, de tu risa melodiosa y el tacto de tus dedos en mi mejilla. Tu aura reflejaba tanta elegancia que, incluso con el pelo desordenado por toda la cara, parecías salido de un cuento de príncipes y princesas.
Y ya me habían besado los labios antes, Regulus, pero nadie me había besado el alma como lo hiciste esa noche. Tus labios sabían a caramelo. Tus manos eran suaves y temblorosas y las mías tímidas e inexpertas. Pero tú me hacías sentir segura.
Creo que por eso me enamoré de ti, y eso es algo que jamás llegué a contarle a nadie. Lo que teníamos era algo prohibido, algo peligroso, algo secreto. Era algo nuestro. Lo tuvimos todo al alcance pero acabó saliéndose de nuestras manos.
Séptimo fue una maravilla porque no sentía la presión de ocultárselo a mis amigas. Podía escaparme y verte y besarte y tocarte sin que nadie se preguntara dónde estaba. Tus susurros me provocaban escalofríos y tus manos se volvían cada día más frías y sudorosas, tu piel más pálida y tus palabras más escasas.
Hasta que, meses después de Navidad, descubrí con lágrimas en los ojos qué era aquello que había cambiado en ti. Un tatuaje nunca había significado tanto como aquella calavera con lengua de serpiente que brillaba en tu antebrazo, burlándose de las veces que había acariciado cada rincón de tu cuerpo, mofándose de los besos que habíamos compartido.
—Yo no quería —balbuceaste—. Mis padres... Él... Mi familia...
Te abracé contra mi pecho y rompiste en llanto, murmurando palabras sin sentido y mil perdones. Juraste que eras diferente, que no querías acabar como tu familia. Tenías miedo, temblabas como un alma en pena y no sabías qué hacer.
—Huyamos. Reggie, saldremos de Hogwarts y nos iremos del país.
Pero negaste.
—Él no tiene piedad, Cora. No duda un segundo en deshacerse de los desertores. Me matará, y te matará a ti también.
Te dejaste mangonear y la que no sabía qué hacer era yo. Quedaba un mes de escuela y, cuando salimos al mundo real, este solo cargaba con desgracias que llamaban a nuestra puerta.
No nos veíamos a menudo. Era arriesgado. Pero aun así viniste a mi casa buscando ayuda, desesperado. El Innombrable te había encomendado tu primera misión importante y tu elfo doméstico, Kreacher, casi muere en el acto. Lo traías contigo, la criatura me miraba con una mezcla de curiosidad y repulsión. Pero al ver lo mucho que me querías se ablandó y creo que, en el fondo, me cogió cariño.
Planeamos una venganza. Lo hicimos los dos juntos, trazamos un plan que, con suerte, ayudaría a vencer al Innombrable.
Me costó convencerte, pero estabas tan débil que no me fue difícil acompañarte a la cueva. Se suponía que saldríamos a salvo, que Kreacher se desaparecería con nosotros. Íbamos a beber juntos el veneno, a reemplazar el guardapelo, y Kreacher nos sacaría de ahí.
Pero pronto estábamos rodeados de piernas y brazos y yo me ahogaba y veía tu cara de desesperación, pidiendo ayuda a gritos mudos. Nos arrastraban hacia las profundidades, nuestras miradas se cruzaron bajo la tibia agua y yo alcé mi mano para rozar tus dedos una última vez.
Solo que el tiempo se detuvo y no supe nada más en un largo tiempo.
sorpresa¡! quería publicar esto ya porque tenemos fresca la historia de Coraline y Regulus. ya me conocéis, sabéis que me gustan los romances trágicos...
he subido esto hoy porque the loml aka Ben Barnes cumple 40 años y, aunque no tenga nada que ver con este extra, es motivo de celebración y de daros algo
espero que os haya gustado <3 el próximo capítulo será este próximo martes día 24
y mirad qué edit tan bonito me ha hecho -nsBlack- , es una preciosidad, muchísimas gracias 🥺 <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top