𝗾𝘂𝗮𝘁𝗿𝗲. 𝗹𝗮 𝗽𝘂𝗻𝗶𝘁𝗶𝗼𝗻

capítulo cuatro:
el castigo

Podría decirse que la reacción de su padre al enterarse de que había clasificado en Gryffindor no fue nada agradable. De hecho, fue bastante peor de lo que Capella había imaginado.

Ella no le había escrito una sola carta en las dos semanas que llevaba de curso, ni a su madre tampoco. Pero eventualmente algún miembro de su familia le había desvelado a su padre su pequeño secreto. La primera persona que se le vino a la cabeza fue Eridanus, quien todavía estaba en su sexto curso y no estaba nada contento con la idea de que su hermana no estuviera en Slytherin, como el resto de la familia.

Por lo que cuando le vio saliendo de la biblioteca con un montón de libros sobre los brazos, no dudó en enfrentarse a él.

—¿Fuiste tú? Llevaba tiempo evitando contestarle porque temía lo que ha pasado.

Eridanus no cambió su expresión en ningún sentido, tan solo bajó unos centímetros los libros para poder observar a su hermana.

—Yo no le he contado a padre que no has clasificado en Slytherin —dijo con voz inmutable.

—¿Y cómo sabías que me refería a eso? —inquirió ella, pensando que le había pillado.

—Porque padre me ha escrito una carta muy enfadado, ya que no le había hecho partícipe de las malas noticias.

Capella resopló y se cruzó de brazos.

—¿Y quién ha sido entonces, si se puede saber? Padre me mandó un howler que llegó antes de ir a dormir, y ni siquiera estaba gritando. Arrastraba las palabras y hablaba tan despacio que me dio un escalofrío cuando mencionó la vuelta a casa en Navidad.

Por un momento, el serio rostro de Eridanus pareció perturbarse y contraerse, pero duró tan poco que Capella llegó a pensar que se lo había imaginado.

—Hablaré con él. Pero entiendo que esté enfadado, como mínimo deberías habérselo contado. Sabías que sería peor si se enteraba por terceros.

Capella tragó saliva y se dedicó a observar los libros que su hermano cargaba consigo.

—¿Por qué sacas todos esos libros sobre medimagia?

—Flitwick nos ha dicho que pronto comenzaremos con los hechizos sanadores, y tengo que ponerme con ellos para mantener mis notas —contestó al instante, sin siquiera pestañear—. Tengo cosas que hacer, Capella.

Avanzó unos pasos y esquivó a su hermana, perdiéndose al doblar una esquina. Capella suspiró y siguió andando, preguntándose quién habría sido la persona que se lo había contado a su padre.

Al día siguiente, mientras paseaba la vista por la mesa de Slytherin durante el desayuno, vio la cabellera rubia de su hermana. ¿Habría caído Nashira tan bajo como para delatarla? La respuesta era simple: sí, sin dudarlo un segundo lo habría hecho.

Se levantó del banco, dejando a Emmeline Vance con la palabra en la boca, y se dirigió a paso acelerado a la mesa de Slytherin. Tocó el hombro de su hermana para que se girase en su dirección.

—¿Qué quieres tú, traidora? —siseó, mirándola con aversión.

—Tú se lo contaste a padre, ¿cierto?

Nashira soltó una risita sarcástica y rodó los ojos.

—¿Por qué iba a contárselo y adelantar tu sufrimiento? Cuanto más hubiera tardado en enterarse, peor hubiese sido tu castigo. Te lo mereces.

—Por Merlín, eres horrible —mustió Capella, haciendo una mueca de disgusto—. Si no se lo habéis dicho ni Eri ni tú, ¿quién ha sido?

Antes de que Nashira pudiera responder que no le importaba, otra persona se inmiscuyó en la conversación.

—Fui yo.

Capella giró su cabeza, viendo a su prima sonreírle con autosuficiencia delante de un grupo de unas cinco chicas de su edad. Tenía la mano derecha levantada y extendida, y las chicas observaban con admiración el brillante anillo que relucía en su dedo anular. Era la alianza de boda que Lucius Malfoy le había dado para anunciar su compromiso unos meses atrás.

—Tío Cepheus me escribió para preguntarme si me obedecías como tu prefecta. No tenía otra opción —dijo con falsa tristeza.

—Odio a mi familia, la odio —murmuró Capella, partiendo de ahí con un humor de perros.

Regresó a su mesa y se sentó de un golpe en el banco, agarrando la tostada que había dejado a medias y comiéndosela en tres bocados.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Emmeline, viéndola beber su zumo de calabaza con cara enfadada.

—Mi prima Narcissa le contó a mi padre que quedé en Gryffindor —contestó escuetamente.

—¿Y qué pasa con eso? —se atrevió a preguntar Josephine Prickle, que seguía sin comprender del todo bien la situación.

—Es igual, dejadlo —refunfuñó la pelinegra, sin ganas de explicarles a sus amigas que estaba angustiada porque las palabras «Tu castigo te espera» de su padre se habían grabado en su cerebro.

Cepheus estaba lleno de ira, porque para él Capella había mancillado su noble apellido al ser clasificada en otra casa que no fuera Slytherin. Ahora si quería unirla en matrimonio con Rosier o Avery sería más complicado, puesto que a lo mejor no querían esa mancha en su linaje perfecto. Lo arreglaría como pudiera, pero estaba claro que Capella sufriría las consecuencias.

Y, a pesar de haberse llevado bastante bien con las chicas, Capella no quería preocuparlas de forma innecesaria. Tampoco le apetecía contarles lo que ocurría y que ellas pensasen que era mentira o que solo buscaba llamar la atención, así que aunque soltaba pequeños comentarios, prefería guardarse la verdad para ella misma.

Además, sabía que si hablaba así de su familia, eso solo haría que Coraline Whittle le tuviera más miedo. O al menos eso pensaba, porque se había dado cuenta de la mirada asustadiza que le dedicaba de vez en cuando con sus ojos azules claros. Entendía que le temiera a los Black —o a los creyentes de la pureza de sangre, en realidad—, incluso ella lo hacía. Se había encargado de hacerle saber que a ella no le importaba si su madre era muggle, pero la había fastidiado al soltar sin querer un sangre sucia. Tan solo se le había escapado, y se odiaba por siquiera pronunciar esas palabras, pero algunas costumbres tardan en desaparecer.

Capella seguía inquieta esa noche, ya que no dejaba de darle vueltas en la cabeza a todo lo que su padre le había dicho en el howler. Estaba sentada en uno de los cómodos sillones de su Sala Común, fingiendo leer el libro de Transformaciones mientras su mente no cesaba de imaginarse las peores situaciones, cuando vio entrar por el agujero del retrato a Sirius y James.

Sirius se acercó a ella, despidiéndose de James, quien subió las escaleras hacia los dormitorios masculinos.

—¿Qué tal? —preguntó él, sentándose en el sillón de al lado y apoyando los pies el el reposabrazos del que se encontraba su prima. Metió una mano en el bolsillo de su túnica y sacó un puñado de galletitas—. ¿Quieres? James y yo acabamos de ir a las cocinas.

Ella negó con la cabeza y dejó el libro en la mesilla contigua al sillón. Se quedó unos segundos mirando de forma evaluadora a Sirius, planteándose algo en su mente.

—¿Tengo algo en la cara? —dijo Sirius, sin entender qué hacía Capella.

—Aparte de un grano en la frente, nada interesante.

Sirius frunció el ceño y se palpó la frente, dándose cuenta de que su prima tenía razón. Antes de poder contestarle algo cortante, Capella se apresuró a intervenir.

—¿Qué te dijeron tus padres cuando se enteraron de que quedaste en Gryffindor? —preguntó ella.

El chico se encogió un poco en su asiento.

—Mi padre me escribió muchas cartas, pero no le respondí ninguna —fue lo único que respondió.

—¿Y te castigaron cuando volviste a casa en Navidad?

Sirius, que había agachado la cabeza, levantó la mirada hacia su prima.

—Sí.

—¿Cómo?

—No quiero hablar de eso, Capella.

—Necesito prepararme, Sirius. Mi padre me ha amenazado con un howler.

El pelinegro resopló y se cruzó de brazos, reacio a contestar. Capella pensó que si Sirius no se atrevía a hablar, debía ser algo verdaderamente horrible.

* * *

Sus piernas temblaban mientras andaba por el pasillo del tren arrastrando su baúl con ella. Capella intentaba respirar con tranquilidad mientras se preguntaba si había sido una buena idea el volver a casa para las vacaciones de Navidad, pero sabía que si se hubiera quedado en Hogwarts, viendo cómo estaban las cosas, habría sido peor.

La perspectiva de enfrentarse a su padre le aterrorizaba, llevaba una semana entera comiéndose la cabeza por ello. Sirius no había querido confesarle qué castigo le había aplicado Walburga, pero cada vez que la veía se le quedaba mirando con una expresión de duda y tristeza. Capella tomó una bocanada de aire antes de salir del tren y poner un pie en el andén 9 y ¾, donde se despidió de sus tres amigas y se dispuso a localizar a su familia.

Divisó a su hermano Eridanus a unos cuantos metros de ella, acercándose con Nashira hacia sus padres y sus hermanos pequeños, y con inquietud avanzó hacia ellos.

—Hola, padre. Hola, madre —saludó nada más llegar a su lado.

Cepheus la observó con su habitual gesto de superioridad, y Capella intentó sostenerle la mirada.

—Vámonos —dijo su padre.

En cuanto pusieron un pie dentro de la mansión, la cara de Cepheus pasó de estar seria a tener un brillo demencial en los ojos. Sus facciones se arrugaron en una mueca de ira y agarró el brazo de su hija para llevarla escaleras arriba. No frenó el paso hasta que llegaron a la habitación donde él dormía con Agatha, cerrando la puerta con un portazo.

Capella se quedó rígida en mitad de la espaciosa habitación, esperando lo peor y rogando porque terminase ya lo que estuviera a punto de suceder. Observó con claridad cómo la cara de su padre se transformaba para pasar de ser un hombre de buenos modales a una simple bestia.

—¿¡Te das cuenta de lo que has hecho!? ¿¡Eres consciente de la deshonra que te has convertido para esta familia!? —Capella retrocedió un paso cuando su padre se acercó a ella, varita en mano—. ¿¡Dónde piensas que vas, eh!? ¡Estúpida niña desagradecida! Solo tenías una cosa que hacer, una simple cosa por una vez en tu vida, ¡y lo has estropeado todo!

La niña tragó saliva, había retrocedido tanto que sus piernas habían dado con la cama de matrimonio, dejándole sin más escapatoria a no ser que huyera por un lado. Pero no serviría de nada, no podía evitar a su padre por la eternidad.

—¿¡No vas a defenderte siquiera!? —bramó de nuevo, blandiendo con fuerza innecesaria su varita en dirección de su hija—. Siempre has sido una traidora, que hayas quedado en Gryffindor solo es la gota que colma el vaso.

—Y-yo... L-lo siento...

—¡Los Black no tartamudean!

Capella notaba las lágrimas que habían comenzado a brotarle de los ojos, que surcaban sus mejillas sin remedio y acababan por caer sobre la moqueta.

Cepheus estiró su brazo con una elegancia mortificante, dejando la punta de su varita a escasos centímetros de la barbilla de su hija, al mismo tiempo que dijo con voz alta y clara:

Crucio.

Fueron solo dos segundos, pero para Capella se hicieron eternos. Notó un indescriptible dolor en cada milímetro de su pequeño cuerpo, y profirió un grito tan alto que habría resultado lastimero en otra situación. Ni siquiera pudo abrir los ojos cuando su padre levantó la varita, seguía sintiendo como si acabasen de hundir y levantar cuchillos de su piel.

—Así te lo pensarás dos veces antes de volver a desobedecerme —escuchó un susurro de su padre, tan cerca de su oído que se estremeció.

Le dolió todo el cuerpo de tan solo aquel escalofrío, y se atrevió a abrir los ojos y mirar a su padre a la cara. Irradiaba odio.

—Casi me cuestas tu futuro matrimonio, pero no te creas que te vas a librar de eso. Cueste lo que cueste, Ara, ¿me escuchas? —preguntó, usando su segundo nombre.

Después de unos segundos en los que solo pudo llorar, encogida sobre sí misma, oyó unos pasos alejándose. Pero cuando abrió los ojos, las lágrimas no le permitían ver más allá de un borroso armario.

Días más tarde, toda la familia Black se había reunido en la mansión en la que Capella vivía, para celebrar la Navidad. Tan solo era una excusa más, otro evento para que aquella familia debatiera sobre el futuro de sus hijos.

Capella notaba la amenazante mirada de sus tíos sobre ella, la reconoció a la perfección porque había sido la misma que Sirius recibió un año atrás. Mientras comía y trataba de hacerse invisible, hundiéndose todo lo posible en su asiento, Capella no podía evitar lanzarle furtivas miradas a su primo. Si el castigo de su padre había sido el mismo que Sirius obtuvo de su madre, Capella no podía culparle por querer ocultárselo. Por nada del mundo ella iba a contarle a alguien lo que su padre le había hecho.

Como siempre sucedía al acabar cada cena familiar, los adultos mandaron a los niños a otra sala para que no les molestasen mientras hablaban de cosas de alta importancia. Con la excepción de que, esta vez, era la primera en la que le permitieron a Eridanus permanecer a la mesa. Hacía casi tres meses que había cumplido la mayoría de edad, por lo que ya podían considerarle adulto. Narcissa, que tan solo llevaba un año quedándose, ya parecía muy orgullosa de ello y de no tener que marcharse con los niños. Bellatrix había traído a Rodolphus Lestrange, con quien se había casado aquel verano. Era obvio que el amor no había florecido entre ellos dos, pero Capella no podía culpar a Rodolphus, sabía de antemano que su prima era diabólica. Aunque, todo sea dicho, él no se quedaba muy atrás.

Capella cogió de la mano a Deneb y subió junto a Sirius hacia el cuarto de la menor. Normalmente Regulus habría ido con ellos, pero había preferido reunirse con Perseus, Nashira y Cetus.

—El otro día me escribí con Andromeda —comentó Sirius, rompiendo el silencio que inundaba la habitación—. Me contó que Ted y ella estaban muy felices con el embarazo, y que tendría al bebé en abril.

—A mí también me escribió —dijo Capella, forzando una sonrisa—. Están yendo a un hospital muggle y ahí le hicieron una prueba rara, algo de unas fotos, y creen que es una niña.

Deneb, que solo hacía unos días que se había enterado de las grandes noticias, se emocionó mucho por ello.

—¿Podremos verla? —preguntó, esperanzada.

Sirius y Capella compartieron una mirada, ambos sabiendo que era muy difícil que eso fuera a pasar. Una cosa era mandarse cartas, y otra que fueran capaces de ir a su casa. Andromeda no vendría a ninguna casa de los Black, mucho menos con su hija. Y Capella no estaba muy por la labor de escaparse e ir a verla, el castigo de su padre todavía era muy reciente.

—No lo sé, Den —respondió su hermana—. Pero haremos lo que podamos, ¿vale?

La pequeña asintió, viéndose decepcionada.

—Ey, pero no te preocupes —intentó animarla Sirius, pasando un brazo por sus hombros—. Andy nos mandara muchas fotos, y seguro que algún día conseguimos verles. En verano podemos ir al Callejón Diagon y encontrarnos con ellos de forma casual...

Eso pareció alegrar a la morena, quien dejó ver una sonrisilla en su boca.

—Está bien.

Siguieron un rato más hablando de su prima, hasta que Deneb empezó a preguntarles sobre Hogwarts y ellos le relataron alguna que otra historia. Capella le habló sobre sus amigas, Emmeline, Josephine y Coraline; o Em, Josie y Cora, como Capella prefería llamarles.

Le contó que Cora parecía tenerle miedo al principio del curso, pero que ya lo había superado y ahora eran muy buenas amigas. También le habló de Josie, quien les hacía multitud de preguntas sobre el mundo mágico que ellas correspondían con otras tantas sobre el muggle. Y, sobre todo, les habló de Em, con quien Capella mejor había congeniado. La pelirroja tenía algo que hacía que Ella siempre riera cuando estaban juntas, y en esos momentos la echaba mucho de menos. No había nada que necesitara más que reírse tanto hasta que se le saltasen las lágrimas.

Sirius también contó emocionantes historias sobre sus aventuras con sus amigos. Deneb soltó muchas carcajadas cuando Sirius explicó que habían puesto polvos Bulbadox en el zumo de calabaza de la mesa de Slytherin.

Cayeron dormidos horas después, en torno a las doce, los tres sobre la cama de Deneb. En ocasiones las reuniones se alargaban mucho, y podrían pasarse hasta las tantas de la madrugada en el comedor discutiendo diversos temas.







siento mucho mucho mucho lo que ha pasado, pero las advertencias ya lo dejaban claro :( si alguien lo está pasando mal y necesita ayuda puede pedirla, de verdad <3

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