𝗾𝘂𝗮𝗿𝗮𝗻𝘁𝗲-𝘀𝗲𝗽𝘁. 𝗹𝗲𝘀 𝗻𝗼𝘂𝘃𝗲𝗹𝗹𝗲𝘀

capítulo cuarenta y siete:
las noticias

Avisaron cuanto antes a Dumbledore y al resto de la Orden de la desaparición de Coraline. Él les prometió que haría lo posible para dar con ella, y así estuvo mandando partidas de búsqueda durante aquellos días. Pero no daban resultado. Coraline podría estar en cualquier lugar.

Ese mismo domingo, Capella, exhausta, decidió intentar quitarse todo de la cabeza. Había estado buscándola desde el jueves casi sin descanso y el agotamiento no era solo físico, sino también mental. Y, como no sabía mantenerse sin ningún asunto pendiente, aprovechó la ausencia de Gordon en la casa para entrar a la habitación secreta.

No la había pisado desde que se mudaron a la casa, y ya estaba cogiendo polvo de nuevo. Lo cierto era que, a veces, Capella se replanteaba el enseñársela a Gordon, aunque eso significaría tener que explicarle por qué no se la había mostrado desde un principio. Estaba cansada de secretismo.

Subió a la oscura buhardilla donde había guardado los objetos importantes, los que tenían relación con su madre. Los botecitos con los recuerdos estaban en la esquina, en una caja, y tenían etiquetas con palabras clave que, seguramente, Eridanus había escrito, pues era su caligrafía. Rebuscó en otras cajas más que había dejado, con cierto nerviosismo, como si temiera encontrar algo que no quisiera ver. Pero, por otra parte, no quería que acabaran las sorpresas. Mantenían con vida la duda, y también a su madre en su cabeza.

Agarró un frasquito con el mismo líquido que los demás recuerdos, solo que sin etiqueta, y salió de nuevo a la habitación del pensadero. Después de verter el contenido en él, se sumergió en el recuerdo. La escena se le hacía familiar. Agatha lloraba, sentada en el borde de su cama, con un objeto plano y redondo entre sus manos.

Al acercarse, Capella comprobó que se trataba del mismo espejito que había encontrado roto, el que le había dejado a Deneb el último semestre y el que había estado usando para quitarse a Evan de la cabeza al no ver las marcas reflejadas en él. Su mismo reborde dorado, pero casi hecho añicos, con puntiagudos picos que se clavaban en las palmas de las manos de su madre, haciendo que le sangrasen. Agatha estaba tan concentrada mirando el reflejo que no se había percatado.

—Tan cerca —susurró Agatha, acariciando el cristal con el pulgar, dejando una huella de sangre.

A Capella se le cerró el estómago. Su suave voz se oía aguda y nostálgica, un poco gangosa por las lágrimas. Quería abrazarla. Era la primera vez que la veía después de enterarse de que se había quitado la vida. Pero su mano tan solo traspasó su hombro cuando lo intentó.

Estando tan cerca, se percató de un detalle que había pasado por alto, puesto que Agatha tenía el rostro agachado. Tenía un golpe en la mejilla.

—No. —Capella se sobresaltó al volver a escucharla hablar, como si se lo dijera a su propio reflejo—. No, no.

Decidió mirar el espejo. Y casi se cae al suelo porque, igual que le había pasado a ella, en el reflejo Agatha no tenía ningún moratón en la cara. De hecho, sonreía, sin surcos de lágrimas que llegaban a su mandíbula. Y quizás eso fue lo que más le impresionó, porque no recordaba haber visto una sonrisa como aquella en el rostro de su madre. Jamás.

Se sentía como una caricia y una bofetada al mismo tiempo.

Antes de que pudiera hacer conjeturas sobre lo que ocurría, Agatha resguardó el espejo bajo un viejo trapo, sujetándolo con fuerza mientras suspiraba. La puerta se abrió súbitamente y un niño entró, con un bebé en brazos. Se acordaba de ese recuerdo, solo que desde la perspectiva del niño, Eridanus. Ahora comprendía el agobio de Agatha y la sangre en sus manos.

Salió del recuerdo bastante desorientada. ¿Sabría Eridanus algo de eso? ¿Por eso le había enseñado su recuerdo? No tenía sentido, ¿por qué no se lo habría mostrado directamente?

Se entretuvo dejando el botecito de nuevo en la caja, en la buhardilla de la habitación secreta. Lloraba mientras lo guardaba porque ver a su madre después de saber lo que había pasado era un golpe duro. La echaba de menos día a día, y no ayudaba vivir en la casa donde se había criado, donde todo parecía oler a ella.

Bajo su despiste, no vio a Gordon cuando salió de la habitación. Pero él sí la vio a ella, y una puerta de madera donde antes había un gran ventanal cubierto por pesadas cortinas. Y se quedó en silencio, con el ceño fruncido, hasta que Capella se dio la vuelta y reparó en su presencia.

—Te la iba a enseñar.

Gordon no respondió, solo la observaba con sorpresa y tristeza. Y Capella habría preferido que le gritara.

—¿Qué hay ahí? —preguntó en su lugar.

—Es... es una habitación oculta. Hay cosas de mi familia, Gordon, que preferiría...

—¿Por qué no confías en mí?

Capella cerró la boca en medio de sus frustradas explicaciones.

—Claro que confío en ti. No lo entiendes, Gordon, solo intento alejarte de lo que no te conviene meterte.

—Eso es una gilipollez, Capella. Sé que me ocultas cosas e intento no echártelo en cara, pero, joder —Señaló con la mano a la pared a espaldas de la chica—, una habitación secreta en la casa donde vivo es pasarse.

—Esa habitación está plagada de recuerdos de mi madre, literalmente, así que...

—¡Mi madre también está muerta, por si no te acuerdas! ¡Puedo ayudarte, pero te empeñas en que no lo haga!

Los ojos de Capella amenazaban con empezar a soltar las lágrimas que le quedaban, llena de impotencia. La decepción en la mirada de Gordon era la razón del miedo que Capella sentía.

—Lo sé —susurró ella—. Lo sé, Gordon, y no quiero que cargues con más problemas.

—Escúchame bien. Tú no eres un problema. Te lo dije en quinto curso y te lo repito, lo que te afecte, me afecta a mí también, por mucho que te empeñes en pensar que molestas a todo el mundo.

Gordon tenía el aliento agitado. Capella sospechaba que lo que decía ya poco tenía que ver con la habitación. Que los sentimientos se acumulaban y siempre acababan explotando.

—Lo siento...

—No puedo perdonarte hasta que no te perdones a ti misma, Capella.


No fue una buena semana. Gordon estaba distante y eso dividía la cabeza de Capella entre él, y lo relacionado con el espejo y su madre. Iba a decírselo. Se lo contaría todo, pero tenía que encontrar las palabras.

Por ahora, quería centrarse en encontrar a Coraline. Y para ello tendría que hablar con Eridanus, preguntarle si sabía algo de Regulus, que a su vez podría saber dónde estaría Coraline. Así que lo había citado en el Caldero Chorreante, después de terminar su turno de trabajo.

En realidad, tenía muchas otras cuestiones que hablar con su hermano, o de eso se dio cuenta cuando caminaba a su lado al salir al Londres muggle.

—¿Cómo está Aquila? —le preguntó, intentando empezar una conversación y romper el incómodo silencio.

—Revoltosa, pero bien —respondió Eridanus, juraría que con un atisbo de sonrisa—. Ya tiene casi dos años y no deja de corretear por la casa, a Leonor la trae loca... Oh, estamos esperando otro bebé.

—¿En serio? —Parecía que fuera ayer el día en que recibió una carta anunciando el nacimiento de Aquila—. ¿Para cuándo?

—Finales de noviembre. Un niño.

Capella no pudo evitar sonreír. Eridanus casi parecía feliz, pero seguía viéndose cansado y no sabía si realmente le alegraba. Su hermano siempre había sido un enigma.

—Me alegro por vosotros. —Se mordió el labio, pensando en cómo preguntarle todo lo que quería saber—. ¿Has hablado con Regulus últimamente?

El rostro de Eridanus se ensombreció y estuvo a punto de pararse en medio de la calle. Eso no le dio buena espina. Sentía que una horrible noticia estaba a punto de caer encima suyo.

Eridanus negó y abrió la boca, pero pasaron unos segundos hasta que empezó a hablar:

—Dicen que Regulus... —Cogió aire y cerró los ojos un momento—. Dicen que lo han asesinado porque intentó desertar de las filas del Señor Tenebroso.

La que sí paró en mitad de la calle fue Capella. Tenía que ser mentira. ¿Cómo iba Regulus a estar muerto? Era de su misma edad, apenas tenía dieciocho años.

Si bien era cierto que llevaban años sin dirigirse la palabra, Capella seguía queriendo a su primo. Habían estado muy unidos cuando eran niños. Sentía las lágrimas aglomerarse en sus ojos, y estaba a punto de soltarlas todas en frente de todos aquellos muggles desconocidos.

Con cuidado, Eridanus la llevó al resguardo de un callejón. Capella no lo pensó antes de abrazar a su hermano, quien, sorprendido, le rodeó la espalda con sus brazos.

—¿Cómo ha podido pasar? —balbuceó ella, sin esperar realmente una respuesta.

—He escuchado que intentó huir con una chica, una mestiza —murmuró Eridanus—. Probablemente también esté muer...

Capella se había separado de él con brusquedad, sintiendo el corazón en la garganta.

Coraline.

Apoyó la espalda en la pared y tuvo la sensación de que se ahogaba, como si una mano invisible le apretara el cuello. Ejercía tanta presión que su se deslizó hacia abajo, cayendo sobre el suelo. No era capaz de llorar.

Los dos están muertos.

—Ella. Ella, ¿estás bien?

Su hermano se había agachado frente a ella, alertado por su reacción. No sabía que la chica era Coraline. No sabía que era una de sus mejores amigas, con quien había compartido cuarto durante siete años.

Parecía tan irreal. Asentía a las palabras de su hermano, que le pedía que respirase mientras él contaba hasta cuatro, pero lo sentía como si se encontrase a kilómetros de distancia. Era consciente de que le hacía caso porque su pecho subía y bajaba al ritmo que marcaba, pero apenas se daba cuenta de que era ella quien aspiraba y expulsaba el aire.

Se le olvidó todo lo demás que tenía que decirle. Los recuerdos del espejo y de su madre quedaron en un tercer plano, porque ni siquiera sabía dónde estaba el primero. ¿Dónde se encontraba? Ya no olía a alcantarilla. Las paredes estaban empapeladas y sentía los brazos de alguien alrededor de su cintura.

Sus piernas se movían, pero ¿seguía sintiendo los dedos golpeando sus zapatos? Si se pellizcaba el brazo, ¿le dolería?

—Estás en casa, eh, Ella. —Eridanus movió una mano por delante de su cara—. No pasa nada, estás bien.

Solo es cuestión de tiempo no estarlo.

Como Regulus y Coraline. Como Agatha, o Alphard, o el profesor Benjamin.

No sabía si se había quedado dormida o si soñaba despierta, pero una sola cuestión se revolvía en su mente. ¿Quién sería el siguiente?


Casi se sintió peor al despertar porque todo se sentía real.

Se levantó con ganas de vomitar y mareada, sabiendo que las pesadillas no estaban en sus sueños sino en el día a día. Había una nota en la mesa con la caligrafía de su hermano, quien le prometió que volvería a pasar por el bar algún día próximo.

—¿Ya estás despierta? —preguntó la distraída voz de Gordon a sus espaldas—. No hemos hecho gran cosa en la reunión de esta tarde. Moody sigue buscando a Coraline...

Gordon se calló al escuchar el quejido de Capella, que había hecho un ruido extraño con la garganta, como si retuviera el llanto. Ni siquiera recordaba que no estaban en el mejor de sus momentos.

—No la van a encontrar —dijo, con el corazón en un puño.

—Claro que sí.

Capella se acercó a él. Era difícil, pero tenía que decírselo. Debían comunicarlo a la Orden.

—Está muerta. —Trató de mantener la voz lo más firme posible, pero el desconcierto en el rostro de Gordon no la ayudaba—. Coraline... y Regulus... están muertos. Me lo ha dicho mi hermano.

—Pero él...

Las palabras no formaban un orden coherente en la cabeza del chico. Lo entendía. Capella le abrazó, necesitándolo, pero los brazos de Gordon se mantenían a sus costados, como si hubiera perdido fuerzas.

Esa noche, ninguno de los dos cenó nada. Lloraron y se quedaron abrazados en el sofá, mientras Capella balbuceaba lo que había pasado con Eridanus y cómo se había enterado. Ninguno de los dos mencionó nada sobre la pelea del otro día. Debían comunicárselo a los demás, pero la que más les preocupaba era Josephine.

¿Cómo podrían contarle que su mejor amiga había muerto, con toda probabilidad?

La historia tenía sentido. Voldemort no se cortaba un pelo con los traidores, los cuerpos de mortífagos que habían intentado huir también aparecían bajo la Marca Tenebrosa. Si Regulus era un desertor, su destino no podía depararle nada mejor.

Lo que no entendía era dónde entraba Coraline en todo aquello. Eridanus había dicho que Regulus quiso escapar con ella, pero ¿los habrían pillado juntos? Ni siquiera sabía de quién se trataba. A los ojos de los mortífagos, no era más que una chica cualquiera, sin nombre ni apellidos, ninguna distinción a parte de «una sangre mestiza».

A veces se le olvidaba que, realmente, era lo único que les importaba. El estatus de sangre. Era inhumano que se preocuparan más por algo tan vanal como eso, y dejaran morir a quienes no entraban en sus estándares.

La noticia, sin embargo, no se la tuvieron que dar ellos a Josephine. Los primeros en enterarse fueron los miembros de la Orden, el domingo, y Dumbledore actuó impasible, como si supiera algo totalmente desconocido por los demás. A la mañana siguiente, los nombres de Regulus Black y Coraline Whittle aparecieron en la sección del Profeta encargada de nombrar los caídos en la guerra. No habían encontrado sus cuerpos, pero los habían dado por muertos. Incluso habían dedicado unos párrafos al testimonio de Walburga y Orion sobre su hijo.

Le hicieron compañía a Josephine esa tarde. Estaba fatal. Vestía un chándal viejo y tenía la cara y los brazos llenos de arañazos que ella misma se había causado. Ni siquiera lloró mientras Capella y Emmeline estuvieron en su casa.

Su funeral fue dos días más tarde, el miércoles. Casi parecía ridículo enterrar un ataud vacío, y eso que habían hecho lo mismo con Regulus el día anterior. A Capella le habría encantado ir y mostrar sus respetos por su primo, pero habría sido un suicidio presentarse en medio de su familia. No quería poner a prueba su poca cordura.

Los padres de Coraline estaban devastados. Su hija apenas había salido del colegio, tenía toda la vida por delante, y la guerra se la había arrebatado. Adler, el hermano pequeño de Coraline, ya no lo era tanto, pues tenía dieciséis y se había convertido en un mar de lágrimas.

Habían venido más miembros de su familia y algunas compañeras del Instituto Holístico donde había trabajado. Capella habló con dos de ellas, Ellie y Lauren, a quienes juraría haber visto antes en Hogwarts un par de cursos por encima, de Ravenclaw. Ambas estaban consternadas por la noticia, a pesar de conocer a Coraline de un mes le habían cogido mucho cariño.

Cuando la ceremonia acabó, la mayoría se desaparecieron del lugar. Los padres y el hermano de Coraline se quedaron un rato más, a solas. Pero Capella todavía tenía una cosa que hacer.

Miró a Gordon, quien le dio la mano y le acompañó a caminar entre las tumbas, buscando unas en específico. Capella se frenó frente a la tumba de su madre, que estaba cerca de la de Regulus y demás miembros fallecidos de su familia. Cogió aliento y lo soltó:

—Se suicidó.

Era la primera vez que lo decía en voz alta, la primera persona a la que se lo revelaba.

Gordon se giró hacia Capella con una expresión ilegible en la cara. Pero Capella no lo miraba a él, sino a la lápida de su madre. Tenía flores recientes.

—Te prometo que te lo contaré todo, pero dame tiempo para hacerlo.





vale en serio lo siento quiero muchísimo a Cora pero tengo una buena excusa que no puedo contaros DE VERDAD /cry

yo avisé de que el acto se venía intenso y triste, pero es que están metidos de lleno en la guerra y lo que toca son capítulos así de intensos, so... preparaos para todo lo que se viene, porque apenas estoy rascando la superficie

IMPORTANTE: estas dos semanas siguientes estaré de vacaciones y no tendré tiempo de escribir. no sé si subiré el siguiente capítulo el 13 o 14 (si me da tiempo), pero sino estará listo el 23 de agosto. perdón, pero I need it <3

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