𝗾𝘂𝗮𝗿𝗮𝗻𝘁𝗲. 𝗹𝗲𝘀 𝗺𝗶𝗿𝗼𝗶𝗿𝘀
capítulo cuarenta:
los espejos
A las tres en punto de la tarde, Sirius llegó junto a Remus para buscar a Capella y así ir al Callejón Diagon, donde había quedado con Gordon para hacer las compras del curso. Los tres se aparecieron en el Caldero Chorreante, para esperar ahí al chico.
—¿En qué puedo serviros? —preguntó Tom el tabernero.
—Dos whiskeys de fuego y...
—No, Sirius, esta noche hay guardia —le interrumpió Remus en un susurro—. Tres cervezas de mantequilla, por favor -dijo, alzando la voz.
Mientras Tom sacaba las bebidas y vertía el contenido en los vasos, Sirius y Remus parecían mantener una pelea de miradas, desafiándose con ellas. Sirius acabó llevándose a la boca la cerveza, resignado, y Remus rodó los ojos.
—¿De qué tenéis guardia? —quiso saber Capella una vez tomaron asiento.
—Es... bueno...
De nuevo, los dos compartieron miradas, esta vez cómplices. Capella no sabía cómo, pero acabaron poniéndose de acuerdo en algo, porque asintieron con la cabeza y acercaron sus sillas a la mesa. Antes de que empezaran a hablar, Remus usó el hechizo Muffliato para que nadie escuchara la conversación.
—¿Te suena de algo la Orden del Fénix? —preguntó Sirius con aires místicos, hablando en susurros.
—¿Qué es eso?
—Es una organización que lucha contra los mortífagos —explicó en voz baja Remus—. Los cuatro nos hemos unido, con Lily y Marlene.
—Dumbledore la preside —añadió Sirius—. Dorcas nos habló de ella y fuimos a preguntarle. El otro día nos persiguieron unos mortífagos y por poco no escapamos, pero nos pillaron en medio de...
—Sirius, no hace falta que cuentes eso —le cortó Remus, poniéndose rojo.
Capella hizo una mueca de asco y se llevó la cerveza de mantequilla a la boca, dando un largo sorbo para procesar lo que le habían contado.
—¿Así que combatís a los mortífagos? Wow...
—Podrías unirte cuando acabes el colegio —propuso Sirius, sonriente—. Cuantos más, mejor. Lleva en marcha desde principios de década, cuando Voldemort comenzó a tomar poder.
Al escuchar su nombre, Capella se estremeció. Estaba acostumbrada a que lo mencionaran como el Señor Tenebroso, pues así lo llamaban sus seguidores y había estado viviendo entre ellos durante toda su vida.
Sirius y Remus quedaron en explicarle todo sobre la Orden el verano siguiente, cuando pudiera unirse a ella. Así que Capella se dedicó a observar a su alrededor mientras esperaban a que apareciera Gordon. Se había sacado la licencia de Aparición a principios de mes.
El local estaba bastante limpio y todos los clientes estaban satisfechos con lo que Tom les servía. De vez en cuando, una señora mayor que él salía por una puerta detrás del mostrador, con platos de comida, y Tom los repartía por las mesas.
Gordon entró en la taberna en ese momento. Venía solo, y se puso a mirar a su alrededor. Capella se levantó para acudir a su encuentro, con una sonrisa de oreja a oreja en la cara.
Se había puesto moreno, como cada verano, y los ojos le brillaron en cuanto vio a su novia. Enseguida la envolvió en un fuerte abrazo, alzando sus pies un par de centímetros en el aire por unos segundos.
—Te echaba de menos —susurró Capella, con la cabeza apoyada en su pecho.
—No más que yo —aseguró Gordon, dándole un beso en la frente.
Salieron del local y empezaron sus compras por las tiendas. No era extraño ver negocios cerrados a cal y canto, escaparates rotos y poca gente por la calle. De los pequeños puestos que solía haber solo quedaban un par, uno en cada punta de la calle principal. La heladería, siempre plagada de niños, tenía las ventanas tapiadas y un cartel había sido colgado en la puerta, en el que avisaban del cierre de esta.
Daba verdadera pena caminar por ahí, pero Capella intentó que eso no le bajara los ánimos. Flourish & Blotts tenía el aspecto de siempre, y quizá por eso se demoraron un poco más de lo usual en coger todos los libros que necesitaban, retrasando el momento de salir de nuevo. Sirius y Remus no se separaban de ellos, montando guardia a sus espaldas, atentos a cualquier indicio de peligro.
—No hace falta que hagas eso —le reprochó Capella a su primo, cuando él hizo dos agujeros al periódico para fingir que lo leía mientras vigilaba.
—¡Pero es lo que hacen los detectives en las películas muggles! —protestó Sirius, mirándolos a través del periódico.
—Y tú no estás investigando nada ni persiguiendo a nadie, déjalo ya.
—¿Cómo que no? Estoy manteniendo un ojo en tu novio, que lo noto muy pegajoso hoy. He visto dónde ponías esa mano antes, Bellchant, yo que tú me cuidaría más —le advirtió Sirius, enroscando el diario y señalándole con él.
Remus, al lado de Sirius en el banco, rodó los ojos y se lo quitó para leerlo e ignorar a su novio.
—No me asustas, Black —replicó Gordon, sonriendo con burla—. ¿Qué me vas a hacer, a ver?
—Maldecirte para que se te caigan las manos.
—Uh, siento terror —ironizó él, moviendo las manos en el aire, y Capella soltó una carcajada.
Compraron un par de cosas más, aprovechando para cogerle los útiles del colegio a Deneb también, quien no había querido acompañarles. Según ella, no había dormido bien y sería peligroso ir por ahí medio dormida.
Caminaban por las calles más estrechas hacia el final del día, saliendo de la última tienda. Sirius y Remus iban por detrás, como siempre, mientras Gordon había aprovechado para darle la mano a Capella, y ella apoyaba la cabeza en su brazo, con ganas de cerrar los ojos y quedarse dormida en medio de la lenta caminata.
—Tenemos que irnos ya —avisó Remus—. Gordon, ¿te acompañamos a algún lugar?
—No hace falta, me apareceré en casa. —Giró la vista hacia Capella, bajando la cabeza solo para darle un beso un tanto largo—. Nos veremos en Hogwarts, no queda nada.
—Hasta entonces —se despidió Capella, después de darle otro beso en los labios, más corto que el anterior—. No me eches mucho de menos.
* * *
La siguiente visita a la casa Shafiq que hizo junto a Eridanus, fueron directamente a la sala escondida. Capella quería investigar todo lo posible. La puerta se apareció con un «Revelio»; imaginaba lo asustados que debían de haber estado sus abuelos para tener que construirla.
Aunque solo lo hicieron porque eran seguidores de Grindelwald. Una precaución, por si acaso alguien averiguaba que habían formado parte de la Alianza. Acólitos de Grindelwald por una parte de la familia, mortífagos del Señor Tenebroso por la otra, no se salvaba de ninguna forma.
Pasaron dentro y cerraron la puerta tras de sí. Todo estaba prácticamente igual, las estanterías y los montones de cajas apiladas, iluminado por una tenue luz.
Primero ojeó un par de libros, pero se dio cuenta de que no entendía de lo que hablaban y los dejó. No creía que un cuento de fábulas para niños, un manual para elaborar pociones y una guía sobre los cuidados de animales fantásticos fueran a servirle de algo. Se decidió a mirar en las cajas, pero la mayoría contenían cachivaches de los que Capella no tenía conocimiento previo.
—Es una sonda de rectitud. Las usan en el Ministerio para detectar magia oscura en objetos, o encantamientos ocultos —explicó Eridanus, cuando Capella sacó una larga vara de metal de detrás de un armario.
—¿Y qué hace aquí?
—Ni idea. La mayoría de las cosas solo estorban, las guardaban aquí los abuelos y madre no las tiró.
Capella resopló y siguió con su búsqueda. Se negaba a darle a su hermano el placer de verla cansándose de su propósito, no quería quitarse credibilidad. Pero realmente no tenía ni idea de qué estaba buscando.
Entonces recordó que Eridanus había mencionado que su madre había guardado un diario ahí. Eso sí que sería útil. Lo buscó sin querer preguntarle a su hermano dónde se encontraba, pero no tardó en dar con él porque estaba en una repisa, a simple vista, justo al lado de donde Eridanus se había quedado de pie.
Pero había un problema. La mayor parte de las páginas no estaban escritas en inglés.
—Son runas.
—¿Por qué lo escribió con runas? —preguntó Capella, crispada.
—No lo sé. Supongo que hay cosas que no quería que todo el mundo leyera.
—Bueno, ¿y vas a quedarte ahí viendo cómo hago el idiota? —preguntó, crispada.
—No estás haciendo el idiota, me pasó lo mismo hace un par de años, entiendo que te frustre...
—¡Entonces cuéntame tú las cosas!
Sin querer dejarle tiempo para contestar, Capella se apartó de él, y su vista recayó en la trampilla del techo. La curiosidad la invadió y, con la intención de que no viera su cabreo contenido, se apresuró a subir por la escalera de mano.
—Lumos —conjuró cuando pisó la habitación y se dio cuenta de que estaba totalmente a oscuras.
Era mucho más pequeña y agobiante que la de abajo. Las paredes de madera estaban cubiertas de telarañas, suciedad y, probablemente, moho. Tan solo había un par de colchones, una mesilla sobre la cual descansaba un cuchillo y otros cachivaches. Cristales de lo que había sido un espejo se habían esparcido por el suelo. Algo en el cerebro de Capella hizo click al ver lo último.
—¿Por qué todos los espejos en esta casa están rotos? —preguntó cuando Eridanus apareció por la trampilla.
Se había agachado frente a los trozos. Eran considerablemente grandes, así que decidió juntar dos, lo que alcanzó para que se viera reflejada parte de su cara.
—No me había parado a pensarlo —reconoció Eridanus—. Pero tienes razón.
Capella le pidió a su hermano que se acercase para iluminarle, y así ella podría utilizar su varita.
—Reparo —conjuró, apuntando a los dos trozos de espejo, que se unieron como si nada hubiese pasado.
Hizo lo mismo con otros dos más grandes, hasta alcanzar un tamaño de aproximadamente su cabeza. Era redondo, pero le faltaban cachitos del borde y quedaba de forma puntiaguda, por lo que Capella tuvo que tener cuidado de no cortarse.
Al mirarse en él, volvió a sentirse algo extraña. Pero estaba tan acostumbrada a no reconocer su reflejo que supuso que sería solo su subconsciente.
Su hermano —que, en lugar de seguir usando el Lumos, había encantado una bola de luz que les iluminaba por encima de sus cabezas— reparó el espejo del todo, con un solo movimiento de varita.
No entendía por qué estaba roto y tirado en el suelo, igual que el de la entrada y el de la vieja habitación de Agatha. Pero cuanto más lo miraba, más sentía que había algo anormal en él. Tal vez solo fuera paranoia propia, pero decidió guardarlo, por si acaso. Eridanus también se había quedado mirando el objeto, con el ceño fruncido y los ojos entornados.
Tras inspeccionar la sala y no encontrar nada, se encaminaron a la habitación del pensadero. Capella quería que su hermano le enseñara más recuerdos, por muy inservibles que alegaba que fueran.
Pasó un mal rato viendo cómo Agatha lloraba por la pérdida del gemelo de Perseus, tumbada en su cama sorbiéndose las lágrimas. Unos momentos atrás, había tenido a Perseus en brazos, pero Cepheus subió gritando que tenían visitas y, prácticamente, se lo arrebató de encima. En otro, Gaia y Agatha hablaban sobre cómo le daría la Amortentia a su objetivo. No fue una conversación agradable.
Al fin, en el último, Capella se vio a sí misma de bebé, en los brazos de un Eridanus mucho más pequeño, entre los seis y los ocho años. Para ser un niño, ya tenía esa expresión seria y un aire de tranquilidad. Iba por los pasillos de la mansión intentando adormecerla, hasta que unos llantos se escucharon en el interior de una de las habitaciones. Eridanus, a quien todavía le podía la curiosidad, decidió abrir la puerta para investigar.
Capella miró de reojo a su hermano en la actualidad, que observaba la escena reteniendo el aliento. Posó una mano en su hombro y, por un momento, Capella creyó que iba a tirar de ella para sacarle como ya había hecho antes. Pero seguían dentro del recuerdo.
La que lloraba era Agatha, algo que no la sorprendió. Lo que sí lo hizo fue verla sosteniendo un trozo de tela que escondía algún objeto plano. Usaba tanta fuerza que, fuera lo que fuera, le sangraban las palmas de las manos.
—¿Mamá? —murmuró el pequeño, agarrando con fuerza a su hermanita porque se había dormido y no quería que se escurriera.
Agatha levantó la cabeza con sorpresa y terror. Dejó el objeto envuelto sobre la cama y se guardó las manos tras la espalda, forzándose a sonreír.
—¿Qué haces aquí, Eridanus? —le preguntó con amabilidad.
—Capella estaba llorando, pero ya se ha dormido...
El niño no dejaba de mirar con preocupación a su madre, como si tratara de ver sus manos a través de su cuerpo. Por supuesto, había visto la sangre.
Pero el recuerdo se disolvió en ese momento, y cuando regresaron a la habitación del pensadero, el Eridanus de veintidós estaba casi tan preocupado como el del pasado. Tenía los labios fruncidos y no le dirigió una sola mirada a Capella mientras descendían las escaleras.
—Ese recuerdo no era de madre —se aventuró a decir Capella—. Era tuyo.
Él asintió de forma casi imperceptible. Claro que lo era, si no, no habría mostrado las cosas desde su punto de vista.
Capella no quiso insistir, así que llegó a casa en unos minutos, lista para cenar. Se aseguró de guardar el espejo en su baúl, debajo de la ropa, para que nadie lo agarrase por equivocación.
* * *
Lo que quedaba de verano pasó en un abrir y cerrar de ojos. Cuando Capella se quiso dar cuenta, era 31 de agosto, y debía preparar su baúl para el día siguiente. Todavía no podía creer que, dentro de unas horas, estaría encaminándose a su último curso de Hogwarts.
Había vivido tantos momentos en el castillo durante esos seis años, que comenzaba a sentir nostalgia cuando todavía quedaban diez meses para tener que abandonarlo. Hizo sus primeros amigos entre las paredes del castillo, pero recibió más dolor a cambio por parte de su familia. Había conocido lo que era el amor y, quizá más importante aún, lo que no era.
Entró a la habitación para recoger las últimas prendas y guardarlas de una vez, encontrándose a Deneb sentada en la cama. Se estaba mirando en un espejo redondo que sostenía con ambas manos, y Capella no le prestó atención hasta que recayó en un detalle: era el que había encontrado en la casa Shafiq.
—¿Deneb? ¿De dónde lo has sacado? Estaba en mi baúl...
La nombrada levantó la cabeza, absorta en sus pensamientos, y miró a Capella con el ceño fruncido. Había algo extraño en su mirada, como si fuera la primera vez que veía su alrededor y se sorprendiera por el más mínimo cambio.
—Estaba encima de la mesilla —repuso Deneb, dejándolo sobre la cama.
Salió de la habitación sin mirar atrás, con aire espectral, dejando descolocada a su hermana. El pensamiento de que había algo inusual con aquel espejo no hizo más que acrecentarse.
Se miró en su superficie. Todo parecía en orden pero, de la misma forma, nada era igual. Juraría que su cara se veía mucho más limpia de lo que estaba, y que los ojos que le respondían la mirada estaban llenos de curiosidad.
Decidió guardarlo y preocuparse más adelante, puesto que necesitaba fuerzas para afrontar el día. Sería extraño regresar sin Sirius y su grupo, quienes traían la alegría al castillo.
Se despidieron de Ted y Dora en la estación, a la mañana siguiente, ya que Andromeda no pudo saltarse el trabajo ese día y tuvieron que llevar a la niña. Les decía adiós con la mano a sus tías mientras trataba de correr detrás del tren, pero Ted la perseguía con miedo de que le pasara algo y, al final, les perdieron de vista.
—Me voy al compartimento de Slughorn —se excusó Deneb, haciendo una mueca—. No sé por qué sigo yendo al club de ese viejo loco...
—¡Deneb! —saltó Capella, quien no estaba acostumbrada a escuchar a su hermana hablar mal de la gente—. Cuida esa boca.
—¿Qué? ¡Es verdad! —se defendió ella, cruzándose de brazos—. El año pasado me dejó de hacer caso porque, según él, mi rendimiento ha bajado.
—Pero si siempre se te ha dado bien Pociones. Sacaste la mejor nota en primero —recordó Capella.
Deneb se encogió de hombros, agarrando su baúl, dispuesta a largarse con el Club de las Eminencias.
De camino al compartimento donde estuvieran sus amigos, Capella se topó con Emmeline, quien caminaba con la cabeza gacha en dirección contraria.
—Em, ¿qué tal el...? ¿Estás llorando?
La pelirroja levantó la cabeza rápidamente y se limpió las mejillas, sonriendo de forma forzosa.
—¿Yo? Qué va. Solo estaba yendo a la reunión de prefectos. ¿Sabes que han hecho a Dirk Premio Anual? —Se sorbió la nariz—. También a esa chica de Ravenclaw, una pena que no me lo hayan dado a mí...
—Em, cielo, puedes contarme lo que te pasa si quieres —se ofreció Capella, dedicándole una pequeña sonrisa apenada—. Dejo las cosas en el compartimento y damos una vuelta por el tren, ¿te apetece? Puedo avisar a Garrett...
Al escuchar su nombre, Emmeline se tensó, alzando la cara como si mirase a alguien por encima del hombro.
—No, no quiero hablar con él. Hemos roto —dijo con simpleza, tratando de mantener serena su voz—. Tengo que ir a la reunión. Lo siento, Ella.
Y, acto seguido, se marchó por el pasillo, dejando a Capella sola de nuevo. La chica suspiró, pensando que todo el mundo huía de ella cuando solo pretendía ayudar. No tenía ni idea de que Emmeline y Garrett hubieran roto, por lo que supuso que debía ser algo reciente, o Emmeline se lo habría contado.
Cuando llegó al compartimento donde se encontraban sus amigos, se encontró a Josephine charlando con Gordon y Steven, mientras Garrett miraba por la ventanilla con el entrecejo fruncido y los brazos cruzados.
—¡Ella! —la saludó Gordon, con tanto entusiasmo como si no se hubieran visto hacía poco.
Se acercó a ella para darle un beso y abrazarla, lo que le sacó una sonrisa y, por un momento, se le olvidó todo lo demás. Era agradable que alguien no la rehuyera, para variar.
—No comáis delante de los pobres —mustió Garrett, deslizando su espalda por el asiento hasta quedar tumbado, ocupando el sitio que Gordon había dejado libre.
—Tú no estarías pobre si no hubieras comido de otra, idiota —le reprendió Josephine, a lo que Garrett le hizo una peineta.
—¿Que has qué? —Capella se separó rápidamente de Gordon, quedando de frente a Garrett—. ¿Habéis roto porque le has puesto los cuernos a Em?
—No —contestó Garrett.
—Sí —respondieron Josephine y Steven al mismo tiempo.
Capella miró a los tres con duda, entornando los ojos.
—¿Cuántas veces tendré que decirlo? —resopló Garrett—. Nos habíamos dado un descanso, no me acosté con nadie mientras salíamos juntos.
—No me estoy enterando de nada —reconoció Capella, tomando asiento al lado de Garrett, empujando sus piernas para que las bajase del banco.
—Emmeline y yo discutimos y me dijo que necesitaba un tiempo —repuso Garrett, al tiempo que Gordon se sentaba al lado de Capella y le pasaba un brazo por encima de los hombros—. ¿Yo qué me sabía si ese tiempo eran dos días o dos años?
—Así que te acostaste con otra.
—¡Es que no sé por qué se puso así conmigo! ¡Yo no había hecho nada!
El traqueteo del tren acompañó a la discusión durante el trayecto. Al cabo de una hora, Capella se hartó de escuchar gritos, reproches e indirectas, por lo que se levantó con la excusa de ir al baño.
Ahí se encontró a Coraline. Salía de uno de los cubículos y, nada más ver a Capella, cerró la puerta tras su espalda, escuchándose un ruido al otro lado. Capella frunció el ceño, extrañada por la reacción de su amiga.
—¡Ella, qué bueno verte! —la saludó, tratando de disimular. Pero había gritado más de lo necesario.
—Yo también me alegro, Cora. ¿Ocurre algo...?
—¿Ocurrir? ¿Qué va a ocurrir? Anda, entra al otro baño, este no funciona bien.
Se quedó ahí, de pie, hasta que Capella entró al cubículo contiguo, recelosa. Escuchó la puerta abrirse y unos pasos saliendo del baño.
abueno me pregunto cuántas cosas estarán pasando ª
aviso: el próximo capítulo será el martes
solo diré que el curso va a pasar en 3 capítulos because no quería aburrir con relleno, so iremos a lo importante ;) así que queda eso para empezar el acto 4, la tan esperada guerra
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