𝗱𝗶𝘅. 𝗹'𝗮𝗻𝗻𝗶𝘃𝗲𝗿𝘀𝗮𝗶𝗿𝗲
capítulo diez:
el cumpleaños
El año empezó con buen pie, sin torturas de por medio. Se sentía extraño no tener que preocuparse porque no había pasado nada más que volviera loco a su padre, como si en cualquier momento fuera a saltar desde detrás de un mueble y echarle una maldición.
Pero, afortunadamente, eso no sucedió. Capella regresó a Hogwarts sin un rasguño por primera vez desde que había entrado en la escuela. Y eso se notaba en su ánimo, o eso pensaba, porque Emmeline le había dicho en el tren que se veía mucho más sonriente que de normal.
Así que, durante esos meses, Capella pudo disfrutar un poco más de Hogwarts. No había estado tan pendiente de las nuevas asignaturas —Estudios Muggles y Cuidado de Criaturas Mágicas— como de las demás, y lo lamentaba, porque había descubierto que le gustaban mucho.
El profesor Kettleburn, que tenía un gran amor por las criaturas altamente peligrosas, también era muy capaz de enseñarles otras más aburridas, que no podían matarles. Como las salamandras, que estuvieron estudiando en enero, y fue bastante agradable porque tenían una hoguera que les daba el calor que necesitaban en el exterior.
En Estudios Muggles, la profesora Myers siempre les explicaba cómo los muggles se las apañaban para vivir sin magia. Capella estaba fascinada con todo el tema de la electricidad, y en esos momentos estaban viendo los teléfonos. La profesora tenía un par de aquellos artefactos muggles, que servían para comunicarse cuando dos personas se encontraban en lugares lejanos. No funcionaban dentro del colegio, por lo que no podían probarlos, pero Capella se moría de curiosidad.
A mediados de febrero había una excursión a Hogsmeade, y Capella se puso muy feliz al descubrir que era el día de su cumpleaños, el día 15. Aquel sábado por la mañana recibió varias lechuzas, que le traían regalos de sus familiares. Sus padres le habían comprado una túnica de color azul oscuro que no se molestó en probarse, y se sorprendió al ver que Eridanus le había regalado un libro titulado Bestiarum Magicum. Por lo que descubrió mientras lo ojeaba, iba sobre criaturas mágicas, y se había escrito en la Edad Media. Capella sabía que a Cepheus no le iba a gustar que Eridanus le hubiese regalado un libro sobre criaturas, él las odiaba y le parecían una pérdida de tiempo, por lo que a sus hijos debían parecerles igual.
Cuando fue a guardar el libro en el baúl, una hoja cayó del interior, y Capella la recogió para ver de qué se trataba. Era un dibujo de una bola amarilla rodeada de flores, y en una esquina tenía escrito «puffskein» con la cuidada caligrafía de Deneb. Le dio la vuelta y vio que su hermanita le deseaba un feliz cumpleaños, y decía que algún día le podría regalar un puffskein de verdad. Capella se puso muy contenta al leerlo y pensar que en menos de dos años Deneb estaría en la escuela con ella.
Después de desenvolver los regalos de sus amigos, bajó a desayunar dispuesta a pasar un gran día en Hogsmeade. Sirius la arrastró hasta una calle donde casi no había gente, y Capella se quejaba porque quería comprar dulces en Honeydukes.
—¡Hazme caso! —le ordenó su primo, intentando ocultar su sonrisa y tirando de su brazo hacia el final del callejón.
Capella se dedicaba a mirar las fachadas de las casas, que iban haciéndose más oscuras conforme avanzaban. Al fin, llegaron al porche de una casa, iluminado por unas bolas que flotaban al lado de una columna, y había una persona sentada en las escaleras. En cuanto se acercaron lo suficiente, Capella comprobó que se trataba de Ted Tonks, el marido de su prima Andromeda.
—¡Capella!, ¡Sirius! —les saludó, levantándose y mostrando una gran sonrisa.
Le dio un apretón de manos a Sirius y se giró hacia Capella, acentuando la sonrisa.
—¿Cómo está la cumpleañera? ¡Muchas felicidades! —le dijo, dándole un fuerte abrazo.
—¡Gracias, Ted!
—Bueno —intervino Sirius, mirando el reloj de pulsera que llevaba—, ¿nos vamos ya o no?
—¿Ir a dónde? —preguntó Capella, confundida.
—Tenemos una sorpresa para ti —informó Ted, guiñándole un ojo. Alargó ambos brazos y añadió—: Venga, agarraos cada uno de un brazo, que vamos a aparecernos.
Ambos le hicieron caso, y Capella se agarró con firmeza porque detestaba viajar por aparición. Tan solo lo había hecho un par de veces, con su madre, y también unas cuantas con Echo. Todo se volvió negro de repente y Capella sintió la misma presión sobre su cuerpo, que apretaba sus pulmones y le dificultaba el respirar. Todavía no se acostumbraba, sentía como si alguien estuviera apretando con fuerza su cabeza.
Llegaron al jardín de una casa en la que Capella nunca había estado, pero en cuanto entraron al salón supo que era la de Ted y Andromeda, ya que salía en algunas fotos que le habían mandado de Dora. Las dos estaban en la sala, pero no eran las únicas. Alphard Black, el hermano de Cepheus y el tío favorito de todos, estaba hablando con su sobrina mayor; mientras que, jugando con Dora en la alfombra, se encontraba Deneb.
—¡Ella! ¡Felicidades! —chilló la pequeña, levantándose con cuidado de que Dora no se cayera, y corriendo para abrazar a su hermana mayor.
—Den, ¿cómo es que estás aquí? —preguntó con felicidad Capella cuando se hubieron separado del abrazo.
—Yo me he encargado de eso —dijo Alphard, levantando un vaso del que acababa de beber un sorbo—. Feliz cumpleaños, Capella.
—Gracias, tío Alphard —agradeció ella, dándole también un abrazo al hombre—. Por traer a Den, también. ¿Padre te ha dejado llevártela?
Alphard bebió otro trago antes de contestar.
—Digamos que mi querido hermano no sabe que no estamos en mi casa mientras tu hermano mayor y ellos se van a una comida con los Selwyn.
Capella soltó una carcajada y Deneb volvió a abrazar a su hermana. Andromeda también la felicitó, y estuvieron un rato charlando de forma despreocupada mientras comían y bebían cerveza de mantequilla. Dora había avanzado a la hora de hablar desde la última vez que la había visto, y siempre que veía que los mayores reían por algo ella les imitaba, aunque no les hubiese entendido.
—¿Has visto mi dibujo? —susurró Deneb al cabo de un rato, con una mezcla de emoción y temor—. Eridanus me dijo que se aseguraría de que te llegase, porque no sabía que iba a verte hoy hasta que ha llegado tío Alphard.
—Era muy bonito —contestó Capella—, me ha encantado. Casi tanto como verte.
Deneb sonrió, llena de alegría. Estaba contenta por haber visto a su hermana por su cumpleaños, y también porque al fin había podido conocer a Nymphadora y a Ted. Había pasado parte de la mañana con ellos, jugando con su sobrina, hablando con Ted y mirando las flores del jardín con Andromeda.
Sirius y Capella tuvieron que marcharse con prisas, porque ya se había hecho tarde, y Alphard se apareció con ellos en Hogsmeade después de que se despidieran de los demás.
El resto del curso fue pasando, ni muy lento ni muy deprisa, mientras Capella intentaba siempre esforzarse por atender más en clase y sacar mejores notas que el curso pasado. Se había puesto las pilas con Pociones, y cada vez se le daba mejor. Era parecido a cocinar, y después del verano que pasó con Echo le había cogido algo de práctica. Además de que Josephine, a quien se le daba muy bien la asignatura, le había ayudado bastante.
Historia de la Magia era un caso aparte. Capella se esmeraba en leer los libros y escuchar al profesor Binns, pero ninguna de las dos cosas le salía muy bien. Era imposible para ella prestar atención a lo que Binns decía, hablaba tan despacio que su mente ya había abordado tres temas distintos mientras él no había acabado una frase. Y los libros... el texto tan pequeño y apretado era muy difícil de leer, y a menudo se quedaba con la mirada perdida por las páginas sin percatarse de ello.
En las únicas clases donde iba de verdad bien eran Estudios Muggles, Cuidado de Criaturas Mágicas y Defensa Contra las Artes Oscuras. Las cuales eran las que menos le importaban a su padre, para su desgracia. ¿Muggles y criaturas?, él detestaba ambas cosas como lo que más. ¿Y para qué iba a necesitar defenderse de la magia oscura, cuando los Black eran conocidos por llevarse demasiado bien con ella? Es que, en realidad, a Capella se le daba bien esa asignatura porque conocía la mayoría de lo que daban de libros y objetos que había por la mansión. Y porque su padre y sus amigos no escatimaban en detalles cuando iban un poco cargados de copas durante algunas cenas.
En Transformaciones, McGonagall había insistido en que Gordon y ella practicaran juntos y se ayudasen mutuamente, ya que los dos necesitaban mejorar en la materia. Les prestó libros y material, e incluso les dejó usar su aula en alguna ocasión, supervisándoles.
Sus exámenes, aunque dejaban qué desear, habían ido bastante mejor que el año pasado. Solo había suspendido Historia de la Magia —se quedó triste, pero se lo esperaba: era imposible que lo aprobara—, y había conseguido pasar Pociones con mejor nota de la que pensó.
Aunque, cuando regresó a su casa, a su padre no parecía importarle que hubiera mejorado. Él solo veía el suspenso y los aprobados raspados en la gran mayoría de asignaturas, y no estaba nada contento con ello.
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