𝗰𝗶𝗻𝗾𝘂𝗮𝗻𝘁𝗲. 𝗹𝗲𝘀 𝗰𝗮𝘁𝗮𝘀𝘁𝗿𝗼𝗽𝗵𝗲𝘀

capítulo cincuenta:
las catástrofes

Las vacaciones de Navidad no tardaron en llegar. Capella fue a recibir a su hermana al andén, dándole un gran abrazo en cuanto la vio de una pieza. Había estado muy asustada alejada de ella, y eso que todavía quedaban tres años y medio de agonía hasta que saliera del colegio.

Le hizo un montón de preguntas de camino a casa de Ted y Andromeda, a lo que Deneb respondía intentando ponerle las máximas ganas posibles. Hacía un gran esfuerzo por ocultar si se sentía mal, a pesar de que su hermana siempre insistía. Aun así, Capella notaba que sus sonrisas eran forzadas y que se quedaba callada un largo rato antes de contestar. Su pálida piel casi parecía grisácea y se había cortado el pelo a la altura de los hombros, cosa que le sorprendió porque siempre le había gustado hacerse largas trenzas. Debía aceptar que la Deneb que se colocaba flores silvestres en el pelo ya no era la misma.

Ese día cenó con los Tonks, pues hacía bastante que no les visitaba con todo el lío de la Orden. Era como tener un segundo trabajo, además del Caldero Chorreante, y con el estrés no podía pasarse tanto como antes. Dora se lanzó a los brazos de ambas hermanas en cuanto las vio, tropezándose por el camino.

También los invitó a pasar el día de Navidad en su casa, ya que siempre la habían celebrado en la suya y Capella quería dejar descansar a su prima y su marido. Tuvieron una agradable comida. Dora los entretuvo cambiando su apariencia, pues parecía haber estado practicando mucho esos meses y controlaba mejor la metamorfomagia.

Por suerte, no recibieron ningún mensaje de alerta y pudieron relajarse con la familia. Y, esa misma tarde, Gordon llevó a Capella a casa de sus abuelos paternos, los mismos a los que había conocido hacía unos años en el Callejón Diagon. Eran un matrimonio encantador y Capella podía ver por qué Gordon los quería tanto, porque se preocupaban por su nieto.


El inicio de 1980, sin embargo, no fue tan bonito como todos esperaban. A principios de enero acudieron al primer funeral del año, el de los padres de James. Fleamont y Euphemia Potter habían pasado un mes ingresados en San Mungo porque habían contraído viruela de dragón y, por desgracia, no consiguieron superar la enfermedad.

James estaba devastado. Aunque lo tuviera asimilado, la muerte de sus padres le había trastocado mucho, y se pasó unas semanas un tanto ausente. Sin embargo, no quiso excluirse de las misiones, pues tenía aún más fuerzas para enfrentarse a mortífagos. Sirius, por su parte, estaba igual de mal que James, ya que Fleamont y Euphemia eran prácticamente sus padres.

Fue a mediados de mes que James y Lily trajeron, al fin, buenas noticias. Los habían reunido en su nueva casa, situada en Godric's Hollow, para contárselas.

—Soltadlo de una vez —se impacientó Remus, viendo cómo James agarraba la mano de Lily, sentada en una silla—. Me estáis poniendo de los nervios.

—Estoy embarazada —saltó Lily, sonriendo, y James apretó el agarre—. Vamos a ser padres.

Las reacciones fueron instantáneas. Sirius fue el primero en correr a abrazar a James y Lily, acercándose a la barriga de la pelirroja como si pudiera hablar con el futuro bebé. Remus y Peter chocaron los cinco y Mary y Marlene les tendieron una moneda de oro a cada uno.

—¿Habíais apostado a que seríamos padres? —dijo James.

—Era cuestión de tiempo que lo hicierais sin protección, sois incontrolables —dijo Remus, sonriente y dándole una palmada en la espalda a su amigo—. ¡Felicidades!

Todos se sumaron a las felicitaciones. Capella abrazó con cariño a Lily y, junto a Marlene, Mary y Dorcas, se pusieron a hablar sobre el embarazo. Resultaba que se habían enterado a finales de noviembre, a pesar de que Lily llevaba días con síntomas, porque los habían atribuido al estrés de la guerra. No quisieron decir nada debido a que los padres de James acababan de caer enfermos, y querían centrarse en ellos.

Los únicos que lo sabían, a parte de ellos, eran los señores Evans, los padres de Lily. Se lo habían contado el mes pasado y les habían pedido que guardaran el secreto.

—Espero que me nombréis padrino del crío —dijo Sirius, pasando un brazo por el hombro de cada uno.

—O la cría —añadió Lily—. Todavía no sabemos si será niño o niña.

—Lo que sí sabemos es que será mi ahijado o ahijada —concluyó Sirius, sonriente.

Esa noticia consiguió animar un poco el inicio del año. Era arriesgado tener un hijo en medio de una guerra, todos lo sabían, pero no quitaba que a la vez les diera esperanzas. Traer un mundo mejor para las próximas generaciones. Que disfrutaran de lo que ellos no habían podido plenamente.

Y ver a James y Lily felices era contagioso. Lily solo iba a las reuniones y ya no asistía a misiones, precauciones que debía tomar para no poner en riesgo la vida de su futuro hijo. Pero su sonrisa no le desaparecía de la cara y recibía a James encantada.

Febrero trajo una noticia importante: tenían una nueva ministra de Magia, Millicent Bagnold. El anterior ministro, Hardol Minchum, había sido despedido de su puesto. El Ministerio no había dado muchos detalles, pero en un artículo del Profeta declaraban que era un caso de corrupción. Minchum había pasado los últimos cinco años encubriendo ciertos actos de violencia entre familias mágicas adineradas que le sobornaban y amenazaban.

Capella podía adivinar qué clase de familias eran esas. La suya. Los Malfoy, los Selwyn, los Avery, los Rosier... Todos los que habían formado parte de su círculo de personas cercanas durante la infancia. Pero eso no lo decían en ningún anuncio, no había ningún nombre.

Ni aún cuando los destapaban dejaban de protegerlos. Estaba claro que no les importaba realmente lo que hicieran fuera de los crímenes de guerra.

Lo que más sorprendió a la gente fue que no hubieran nombrado a Bartemius Crouch el ministro de Magia. Él era el jefe del Departamento de Seguridad Mágica, y había ayudado a combatir la causa más que cualquier otro mago del Ministerio.

Quizá es demasiado bueno para el puesto y buscan a gente más mediocre a quien pudieran mangonear. En sus años de vida, Capella había descubierto que eso de que los magos más brillantes eran los que estaban en la cima era una patraña. Los más inteligentes estaban en las sombras. El ministro solo era un títere y lo habían demostrado demasiadas veces. Pero el problema estaba en que el Ministerio en sí era el corrupto, y le echaba la culpa a una sola persona.

Durante esos meses, Capella estaba pasando más tiempo con Emmeline porque solían ponerlas juntas en las misiones. A veces acompañaban a aurores en busca de mortífagos, otras montaban guardia enfrente de lugares sospechosos. Sin embargo, no cabía duda de que lo más espantoso que habían visto fue al propio Voldemort, en una redada en la que muchos miembros de la Orden se vieron involucrados, a finales de febrero. Lily consiguió desaparecerse por los pelos, ya que los mortífagos habían puesto la vista en ella al estar embarazada.

El aspecto de Voldemort daba escalofríos. Pálido como una calavera, ojos con un brillo de maldad, labios finos y blancos. Era alto, mucho más alto de lo que se esperaría, y en vez de hablar daba la sensación que siseaba. Capella le había visto levantando la varita en dirección a un miembro de la Orden, Kelly, y un segundo más tarde, el cuerpo del joven cayó al suelo.

Y ni él fue el único en caer, ni Voldemort fue el único que asesinó esa noche. Capella había visto máscaras levantadas y la cara de su padre estaba entre ellas, al lado de Bellatrix, entretenidos en torturar a Dorcas. Pero Capella no podía hacer nada por ayudarla, porque estaba metida en un duelo con otro de los mortífagos.

Lanzaba maldiciones con tanta facilidad que se le hacía complicado esquivarlas. Intentó no centrarse en los demás, que también necesitaban ayuda, y blandió la varita con fuerza, lanzando maleficios. Los miembros de la Orden del Fénix no tenían permiso para matar, pero contaban con algunos aurores entre sus filas, que sí lo tenían, como los Longbottom. Aunque Alice, también embarazada, se había marchado con Lily.

La cosa no acabó bien para ningún bando. Voldemort asesinó a dos miembros de la Orden, y sus aliados a otros dos. Tres mortífagos cayeron también, entre ellos con el que había estado luchando Capella. Y había visto quién era. Cetus. Su tío, el marido de Gaia.

Llegaron al cuartel exhaustos. Dumbledore había tenido que dejar Hogwarts y aparecer para calmar la batalla en medio del Callejón Diagon. Se habían destruido un gran número de negocios y Voldemort no se marchó hasta que el duelo con Dumbledore no concluyó.

—Hemos perdido a Kelly y a Gunborg a manos de Voldemort —informó Frank Longbottom, una vez reunidos todos los que quedaban—. Tremblay y Phil también han muerto.

La voz de Frank sonaba rasposa, y le costaba hablar sin trabarse. Por mucha experiencia que pudiera tener, presenciar escenas como aquella jamás sería fácil. Todos estaban rojos del cansancio, algunos heridos de gravedad habían sido trasladados a San Mungo —como Dorcas y uno de los gemelos Prewett—, y otros eran tratados en el propio cuartel.

Capella no podía quitarse de la mente la cara de espanto de su tío cuando una maldición asesina rebotó contra su pecho. No sintió nada de pena. Cetus era un ser despreciable que había atormentado a mucha gente. Gaia era una persona terrible, pero nadie merecía lo que su marido le había hecho.

Aquel tema todavía le daba repelús. Supuestamente, sabía todo lo que había sucedido, y aun así quedaban tantas incógnitas que le costaba creerlo.

Como el espejo. No había vuelto a ver a Eridanus desde diciembre, porque sabía que volvería a pedirle que se lo dejara. Estaba guardado en la habitación secreta y, cada vez que Capella entraba, se observaba por unos segundos. Le transmitía paz mientras sus ojos conectaban con los de su reflejo, pero se evaporaba y se convertía en inquietud en cuanto los separaba de él.

El recuerdo de Agatha usándolo parecía haber aparecido de la nada. No estaba etiquetado y juraría que no estaba ahí antes. Porque ocurrió lo mismo con uno muy similar, Agatha se miraba en el reflejo con nostalgia, como si echara de menos a la mujer que se reflejaba en él. Y ese frasquito tampoco tenía ninguna etiqueta. Antes no estaba ahí.

Los mortífagos y su madre quedaron en el olvido la noche del primero de marzo. Lo único que se escuchaba en el jardín eran los grillos y un constante repiqueteo, que se acentuaba a medida que Capella iba abriendo los ojos, somnolienta.

Miró el reloj, eran las tres de la madrugada. El sonido lo causaba una lechuza que daba picotazos al cristal de la ventana de su habitación, y Capella quiso saber quién en su sano juicio le mandaba una carta a esas horas. Gordon seguía dormido a su lado, con un sueño tan profundo que ni una docena de lechuzas lo habrían despertado.

Abrió la ventana y el ave dejó la carta en sus manos sin esperar respuesta, pues se marchó enseguida. Capella encendió su varita, porque la luz de la luna no era suficiente para poder leerla.

Pero la varita y la carta cayeron de sus manos en cuanto terminó de leerla.

—Gordon, despierta —le pidió con urgencia, zarandeándolo.

Él se sobresaltó y su primer instinto fue llevar la mano a su mesilla, donde reposaba su varita.

—¿Qué pasa? ¿Ha habido un ataque? —preguntó con la voz ronca, destapándose deprisa.

—No. Mi hermana… Deneb está en San Mungo.

—¿Cómo?

Gordon se puso de pie a su lado, sujetándola de los hombros porque había comenzado a temblar.

—Tenemos que ir —dijo, a punto de tartamudear.

Se cambiaron a ropa de calle con prisas, saliendo de casa con sus varitas, una capa de abrigo y una mueca de preocupación. Se aparecieron directamente en el recibidor del hospital.

La cola frente al mostrador de recepción era pequeña, por suerte, pero Capella no dejaba de morderse las uñas con impaciencia. Había sido Marlene la que le había escrito. La chica estaba haciendo prácticas en el hospital y, por lo visto, había impedido que llamaran a Cepheus en lugar de a Capella, sabiendo la situación de las hermanas Black. Pero no había dicho qué le ocurría a su hermana, solo que estaba viva y estable.

—Hemos venido a ver a Deneb Black —dijo rápidamente Capella en cuanto llegaron al frente.

—¿Deneb Black? —repitió la bruja del mostrador, repasando con el dedo la lista de pacientes—. Sí, ha llegado hace un par de horas. Cuarta planta, sala cuarenta y cinco.

—Gracias —murmuró Gordon, apresurándose a seguir a su novia, quien ya había salido disparada hacia las escaleras.

La última vez que Capella había estado en San Mungo fue visitando a Alphard en su lecho de muerte, así que no tenía recuerdos agradables en ese lugar.

Llegó a la cuarta planta y se cruzó con Marlene en el rellano.

—¿Qué le ha pasado?

—Dicen que ha sido un hechizo que no ha salido bien, una explosión… —terció Marlene.

—Pero ¿ella está bien?

—Ahora duerme. Le han tenido que dar Filtro de la Paz porque estaba muy alterada. Madame Pomfrey se estaba encargando muy bien, pero… —Marlene miró a su alrededor y bajó el tono de voz, acercándose a Capella a pesar de que no había nadie más cerca—. Dice que hay magia tenebrosa de por medio.

Capella frunció el ceño.

—Por eso la han mandado aquí —continuó Marlene—. Madame Pomfrey le curó unas heridas, tenía cortes de cristal. Pero estaba débil y la poción para reponer fuerzas no funcionaba correctamente, un signo de que la magia oscura está presente.

En vez de responder, Capella se paralizó.

Claro que había magia oscura. Deneb la tenía en su interior desde que nació, o desde que Cepheus la torturó. Pero ahí estaba, impasible, devorándola por dentro.

—Y entonces rechazaba la poción y… Bueno, que han acabado trayéndola aquí —concluyó Marlene, tomando el silencio de Capella como que todavía lo estaba procesando—. Querían llamar a tu padre, pero les he dicho que vive contigo. ¿He hecho bien?

—Sí —respondió instantáneamente Capella, saliendo de su estupor—. Sí, Marlene. Muchas gracias por avisarme, en serio.

La rubia sonrió con cierta tristeza y la abrazó, dándole palmaditas en la espalda.

—Puedes pasar a verla para quedarte más tranquila, pero sigue durmiendo.

Capella asintió y, acompañadas de Gordon, se dirigieron a la habitación donde descansaba su hermana. Estaba sobre una camilla, durmiendo con el ceño fruncido y las sábanas en un rebullón a los pies.







mmm podría ser peor, al menos no está muerta. algunos ya teníais fichada a Deneb con D de Difunta pero tendréis que esperar <3 (es broma jo no me lincheis)

¿apuestas sobre qué ha pasado? podéis dejar vuestras quejas por aquí también, yo escucho encantada vuestros gritos de reproche

eeen fin, nos veremos el lunes que viene con el capítulo 51, cada vez queda menos y yo no puedo creerlo omg

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