𝗰𝗶𝗻𝗾𝘂𝗮𝗻𝘁𝗲-𝗰𝗶𝗻𝗾. 𝗹𝗲 𝘁𝗿𝗮𝗶𝗻

capítulo cincuenta y cinco:
el tren

Siempre se lo había guardado todo para sí misma. Capella pensaba que era mejor así, que no molestaría a la gente y no tendrían que consolarla. Pero, desde que le contó a Gordon todos los secretos en relación a su madre hacía casi un año, se sentía, de alguna forma, liberada. Había tenido miedo de exponerse y que le apuñalaran, pero Gordon le había abierto su corazón por igual y todo iba viento en popa entre ellos.

Pero ahora había algo sobre lo que Capella no podía contarle: la misión. Eso que la mantenía en velo por las noches, sabiendo a lo que Peter estaba enfrentándose, ayudándolo a mantener su perfil, siendo discreto. Y Capella se lo ocultaba únicamente porque no quería desobedecer a Dumbledore, no porque no deseara contárselo. Cuanta menos gente lo supiera, menos fallos saldrían. Y el número exacto era cuatro: Dumbledore, Peter, Dahlia y, por supuesto, ella misma.

El primero, Dumbledore, el único hombre al que Voldemort temía. Capella nunca había tenido una relación estrecha con él, ni siquiera cuando entró a la Orden. Pero, ahora que se había metido de lleno en la misión, se veía pasando más tiempo con el director que antes. Era un hombre misterioso que se empeñaba en contar verdades a medias.

Por su parte, Peter forjó un vínculo bastante fuerte con Capella durante los meses de mayo, junio y julio; lo que llevaban juntos en la misión de infiltración. Ya se llevaban bien en Hogwarts, solían cocinar juntos para sus amigos y se reían el uno con el otro. Ahora Capella desearía seguir haciendo postres con él en lugar de practicar magia oscura, revelar secretos de las familias sangre pura y darle consejos para mezclarse entre ellos. Lo sorprendente era que Peter aprendía rápido.

Dahlia era la muchacha más pura que Capella había conocido. En su corazón no había hueco para la maldad, aunque lo tenía roto en mil pedazos debido a las atrocidades que los mortífagos y su familia le habían obligado a cometer. La visitaba al menos una vez a la semana, a ella y a Camille, porque no les quedaba más remedio que permanecer ocultas. A la vista de todos, Dahlia había muerto en combate y Camille seguía ilocalizable. Así que Capella no pudo evitar hacerse amiga de Dahlia, tratando por todos los medios olvidarse de la cara de su hermano cuando la miraba.

La culpa le carcomía por dentro. Le había prometido a Gordon que no le guardaría más secretos. Él le había jurado que serían sinceros el uno con el otro, siempre.

Dumbledore sabe lo que hace. Si nos ha pedido que no lo digamos, tendremos que hacerle caso.

Julio pasó de esa forma, con misiones secretas, mucho trabajo en el Caldero Chorreante y visitas a casa de los Tonks. Desde que le habían contado la verdad a Deneb, Capella notaba a su hermana más distante que nunca. Y aquello era lo que más había temido, que se disociara de todo, que se encerrase en sí misma.

Que se convirtiera en su madre.

Aun así, Deneb siempre le agradecía por serle sincera. También preguntaba mucho por novedades, pero Capella le aseguró que la única duda viva era qué clase de conjuro tenía el espejo. Eridanus no podía verlas a menudo y no sabían qué progresos había hecho, además de que no tenía mucho tiempo para encargarse en indagar sobre él.

—¿No sentiste nada raro cuando te lo dejé por seis meses? —cuestionó Capella, con recelo.

—Bueno, me gustaba mirarme en él. Me hacía sentir feliz —reconoció Deneb—. Pero no sé por qué.

—Podría ser peligroso. Es mejor que no lo volvamos a usar, ¿no crees?

Aunque Deneb quería replicar, acabó asintiendo, fingiendo estar de acuerdo con su hermana.

A finales de mes, dos parejas que formaban parte de la Orden dieron la bienvenida a sus recién nacidos. El 30 de julio de 1980, Alice y Frank Longbottom tuvieron a un precioso niño, Neville. Horas más tarde, ya entrado el 31, nacía Harry James Potter.

—¡Quiero la primera foto con mi ahijado! —gritó Sirius, viendo que Remus sacaba la cámara de fotos.

—Sirius, acaba de nacer, dale un respiro —se quejó Lily desde su camilla, viendo cómo Sirius aupaba a Harry—. Y la primera foto se la hará conmigo, ¿o has sido tú el que lo ha expulsado de ahí abajo?

—Bien —dijo entre dientes Sirius, devolviéndole a Harry, que había empezado a llorar—. Pero os ha salido igual de llorica que James.

Como si James quisiera corroborar la afirmación de Sirius, entró a la habitación limpiándose las lágrimas con un pañuelo. Llevaba todo el día llorando de la emoción. Cuando Capella había llegado al hospital, se lo había encontrado transformado en ciervo.

Capella se pasó la tarde mirando con ternura al pequeño Harry. Todo lo que el recién nacido hacía —babear, en su mayor parte, además de dormir y llorar— le parecía lo más adorable que había visto jamás. Habían pasado a visitar a Alice y Frank, y Neville había arrancado la misma reacción en la chica.

—¿No es una monada? —suspiró Capella, apoyándose en el brazo de Gordon mientras Harry movía su bracito sin ningún propósito—. Quiero uno igual.

—Espera a que empiece a llorar de verdad, se te pasarán todas las ganas —apuntó Marlene—. Sin ánimo de ofender, James, Lily.


A finales de agosto, el clima oscuro que estaba envolviendo a Peter empezaba a afectarle de forma más directa a Capella. Cuando tenía que ir a ciertos sitios, ella debía cubriré las espaldas.

Tuvo que visitar el Callejón Knockturn en más de una ocasión, y no era el lugar más pintoresco donde una podía hacer turismo. La gente vestía capas que les tapaban por completo, vendían objetos tenebrosos en la calle y se escuchaban gritos dentro de los locales. Sin embargo, Capella debía centrar la mente en una sola cosa: Peter.

«Debes asegurarte de que confíen en él, pero también de que no le ocurra nada», le había dicho Dumbledore. «Solo Peter y tú podéis saber a dónde va y con quién se ve».

Ojalá la cosa se hubiera quedado en un par de visitas indeseadas. Capella podía esconderse perfectamente en el Callejón Knockturn, camuflarse entre la gente vistiendo una simple capucha que le cubriera la cara. Pero era más complicado acudir a Peter cuando tenía reuniones en la casa de algún mortífago. Normalmente, se quedaba patrullando por los exteriores. Esperaba que, si Peter necesitaba ayuda, pudiera pedirla a tiempo.

Lo que le agotó mentalmente fue el día que se dio cuenta de que los mortífagos se dirigían a la mansión que una vez fue su casa. Vio a su padre desde su posición. Estaba más canoso desde la última vez que lo había visto, y su rostro severo dejaba entrever la locura que siempre lo acompañaba.

Aquel hombre era aterrador. Y lo hacía aún más el hecho de estar al lado de Perseus, quien estrechaba la mano a todos como viejos conocidos. Se veía la maldad escapando de cada uno de sus poros, con tan solo dieciocho años.

No pudo seguir mirando. Sabía que no la verían porque llevaba una capa de invisibilidad y estaba lo suficientemente lejos y camuflada, pero el miedo le subía por la garganta como una flema. Ni siquiera la presencia de Voldemort le provocaba tantas ganas de chillar y llorar como los recuerdos de las torturas de su padre.

Volvió especialmente cansada a casa esa noche. Estaba tan dispersa que no se acordó de quitarse la capa de invisibilidad hasta que llegó a la cocina, dándole un susto a Gordon, a quien se le cayó el vaso al suelo por el sobresalto.

—¡Perdón! —mustió Capella, mientras Gordon se llevaba la manos al corazón, calmándose—. Se me había olvidado que la llevaba puesta.

—Tranquila, casi se me sale el corazón, pero todo bien.

Capella se dejó en la silla. Gordon reparó el vaso con un simple hechizo y lo dejó sobre la encimera.

—¿Qué te pasa? Estas semanas estás ida.

—Ya, lo siento. Es solo que, no sé, todo me supera últimamente —reconoció Capella, apoyando los codos en la mesa y dejando reposar su cabeza en sus manos.

—Estás yendo a demasiadas misiones, casi no te he visto el pelo este mes —opinó Gordon—. Deberías decirle a Dumbledore que te deje descansar.

—No te preocupes por eso.

Capella no podía ver la mueca en la cara de Gordon porque tenía la cara tapada con sus manos.

—Hombre, un poco sí me preocupa. ¿Dónde te manda siempre que vuelves así?

—Pues a perseguir mortífagos, vigilar sospechosos... Cosas así, igual que a ti —concluyó, tragando saliva. Mentiras, cómo las estaba odiando y qué mal se sentía sin poder contarle la verdad.

—Oye, Ella... ¿Sabes que puedes confiar en mí, verdad? Nos lo contamos todo, ¿recuerdas?

Ella le dedicó una sonrisa y le dio la mano por encima de la mesa, afirmando el agarre.

—Hay un par de asuntos que no puedo ir comentando por ahí, pero no tienen importancia —le aseguró. Media mentira—. Cosas de la Orden.

—¿No es importante pero sí lo suficiente para ser secreto? —inquirió Gordon, alzando las cejas—. Quelle bêtise.

Capella suspiró y apretó los dedos de Gordon entre los suyos. No tenía ganas de discutir. Primero, porque no creía estar mentalmente estable para una discusión; y segundo, porque no quería acabar revelando nada sin pretenderlo. Así que se limitó a levantarse, dar dos pasos hasta Gordon y sentarse en su regazo.

—Estás intentando distraerme —dijo él, pero el anhelo en sus ojos fue suficiente para que Capella sonriera y se acercara a sus labios para sellar un beso.

—Sí.

—Chantajista.

—Venga, que hace mucho que no estamos solos —murmuró ella, con las manos subiendo hasta su nuca.

Gordon, sin poder retener una sonrisa, pasó las manos por la cintura de la chica antes de rodearla con sus brazos y ponerse en pie, cargando con ella. Capella soltó una risa y se agarró a la barandilla cuando Gordon pretendió subir las escaleras con ella en brazos.


Aquel 1 de septiembre, dejar a Deneb en la estación fue más difícil que el anterior. Porque ahora la chica lo sabía todo. Y tenía que dejarla sola de nuevo para enfrentarse a su quinto curso.

Recordaba que ese fue, sin lugar a dudas, el peor curso de la escuela para ella. Fue el primero sin su madre, durante el cual Evan la estuvo manipulando. Se acordaba de las noches de insomnio, de las revelaciones de Eridanus, de las dudas que tenía respecto a Gordon. También recordaba todas las veces que se arañó la piel debajo del grifo de la ducha, que ardía, intentando escaparse de sí misma.

No fueron buenos tiempos.

—Te contaré todo lo que pase, de verdad —le prometió Deneb en el andén.

—Si te sientes mal, escríbeme, ¿sí?

Deneb abrazó a su hermana y se apresuró a subir al tren, que iba a partir ya hacia la escuela. En esos momentos, Deneb sería la única Black en Hogwarts y, aquello, de alguna forma, era reconfortante. No tendría que preocuparse por si Perseus le hacía algo.

Todo estaba más calmado cuando su familia estaba lejos.

Llegó a casa después del trabajo y casi le estampa la puerta de la entrada en la cara a Gordon, que estaba al otro lado, a punto de abrirla.

—¿Estás bien? —preguntó, alarmada.

—Sí, sí. Iba a buscarte, he recibido un patronus... —Gordon tragó saliva y cerró la puerta. Se colocó enfrente de Capella y le agarró por los hombros con delicadeza—. Ha habido un ataque al Expreso de Hogwarts.

—¿QUÉ?

—Nos necesitan en Hogsmeade para evaluar los daños.

No podía tranquilizarse después de eso. Por lo cual Gordon decidió hacer una Aparición conjunta. En cuanto llegaron a Hogsmeade, Capella se puso a buscar a su hermana entre los alumnos. Todos esperaban junto a miembros de la Orden del Fénix, profesores, aurores u otros adultos del pueblo, que habían acudido a ayudar. Era un caos, se sentía la inquietud en el ambiente, como si una nube de incertidumbre se cerniera sobre sus cabezas.

Vio a Deneb junto a dos chicas de su edad, idénticas. Supo que se trataba de las gemelas Hopkins porque su hermano, Steven, ex compañero de Capella, estaba ahí. Se lanzó a abrazar a su hermana con fuerza, sobresaltándola.

—¿Qué ha pasado?

—Los mortífagos asaltaron el tren —respondió una de las gemelas, abrazándose a sí misma. Debía ser Donna, porque llevaba una corbata de Ravenclaw—. De repente se empezaron a escuchar gritos... Creo que venían a por los hijos de muggles.

—Ojoloco nos ha traído incluso a los que estamos de prácticas en la Oficina de Aurores —dijo Steven, abrazando de costado a sus dos hermanas—. Se han llevado a cinco niños, ya han traído de vuelta a cuatro.

—¿Dónde están esos cuatro?

—McGonagall los ha guiado al castillo personalmente junto a los demás hijos de muggles —respondió Steven—. Estamos intentando calmar las cosas para llevarlos por grupos a Hogwarts, pero no deja de venir gente del pueblo.

Gordon llegó corriendo a su encuentro.

—Están haciendo grupos. Steven, nos han mandado a buscar al niño, dicen que es de primero. Quédate vigilando, Ella, ¿sí?

Capella asintió y Gordon se desapareció.

Tardaron un cuarto de hora en poner orden. Pasaron lista de cada curso y casa no menos de cinco veces, asegurándose de que no faltaba nadie más. Algunos miembros de la Orden se aparecían, informaban de novedades y se marchaban de nuevo. Nadie había dado todavía con el niño.

Los Premios Anuales iban contando a los niños que salían en los carruajes, todos acompañados de un adulto capacitado. La estación se fue vaciando y pronto solo quedaron los alumnos de séptimo, que se negaban a regresar hasta que no hubieran dado con el niño que faltaba. Entre ellos, Capella se fijó que se encontraba Adler Whittle, el hermano de Coraline.

—¡No me pienso ir! ¡Sé de lo que son capaces! —le gritaba a uno de los aurores, ya que todos les pedían que se marchasen—. ¡Mataron a mi hermana y lo harán con él también!

—Nos estamos encargando de ello —aseguró el auror.

Adler lucía tan consternado que Capella no sabía qué sería lo siguiente que haría, si escupirle en un ojo al auror o echarse a llorar. Así que decidió acercarse a él.

—En el castillo estaréis a salvo, Adler, aquí no podéis hacer nada. Hay al menos quince personas buscándolo ahora mismo.

—Si nos dejáis ayudar...

—Ni de broma.

Él la miró con los ojos entrecerrados.

—A Coraline no le hubiera gustado que nos quedáramos de brazos cruzados —murmuró Adler, frunciendo los labios.

—También le hubiera gustado que su hermano se quedara a salvo y no fuera a un suicidio directo. Nadie está contento aquí, pero...

Se interrumpió a sí misma porque Fabian Prewett acababa de aparecerse en el lugar y su cara reflejaba pánico. Capella se acercó a él, al igual que los aurores y los miembros de la Orden que seguían ahí.

—¿Qué ha pasado, Fabian? —inquirió Marlene, quien había estado ocupándose de curar las heridas de un par de alumnos.

Él tardó unos segundos en contestar.

—Lo han encontrado muerto.

A todos se les cayó el alma a los pies.

—Eso no es todo... —Fabian tragó saliva y desvío la mirada de Marlene—. Han... han asesinado a Dorcas. Ha sido Voldemort.

Marlene se desapareció.

Joder.






funfact iba a matar a Steven también pero no aportaba nada a la trama quizá es que solo soy cruel en fin. estoy intentando desviar la atención porque Dorcas </3 pero no es mi culpa la señora la mató no yo 😭

olvidémonos, ¿sí? nos vemos el lunes que viene con el capítulo 56, lmao es que no queda nada...

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