𝗰𝗶𝗻𝗾𝘂𝗮𝗻𝘁𝗲 𝗲𝘁 𝘂𝗻. 𝗹𝗮 𝘀𝘂𝘀𝗽𝗶𝗰𝗶𝗼𝗻

capítulo cincuenta y uno:

la sospecha

Capella y Gordon pasaron la noche en la habitación de San Mungo donde Deneb se encontraba, en unas sillas al lado de su cama. Gordon apretaba la mano de su novia sobre su regazo, intentando consolarla, pero Capella no pegó ojo en toda la noche y dejó que él dormitara apoyado en su hombro.

Deneb despertó a primera hora de la mañana, pero se movió tan poco que su hermana no se dio cuenta, pues tenía la cabeza vuelta y no veía sus ojos abiertos. Lo cierto era que Deneb no quería que supiera que había despertado, porque entonces vendrían las preguntas y no sentía la fuerza para responderlas. Sabía que no iba a entenderla. Lo intentaría, pero no podría hacerlo.

Aun así, tuvo que dar su brazo a torcer cuando una medimaga entró a la habitación a traer el desayuno, porque ella sí que la despertó. Y la mirada de preocupación de su hermana era tan grave que Deneb pensó que la había fastidiado hasta el fondo y se enfadaría con ella inevitablemente. Miró las tostadas con aprensión mientras Gordon se frotaba los ojos y se desperezaba.

—¿Cómo estás? —preguntó débilmente Capella, haciéndose un hueco en la camilla y poniendo la bandeja de comida sobre sus piernas—. ¿Tienes hambre?

Deneb negó con la cabeza. Gordon se acercó a Capella para darle un beso en la frente, le dedicó una sonrisa a Deneb y se marchó para darles un poco de privacidad.

—Deneb —la llamó su hermana, acariciándole el pelo con delicadeza. Lo llevaba sudado y sucio, pero no era lo primordial—. ¿Qué es lo que ha pasado?

Le tendió una tostada que Deneb no quiso aceptar, pero aun así la cogió y rompió un pedacito. Antes de metérselo a la boca, cambió de opinión y habló:

—Fue un accidente. Estaba probando un hechizo y... algo explotó —añadió, tragando saliva—. No recuerdo nada más.

—Lo importante es que estés bien —murmuró Capella, y pasó un brazo por su espalda para acercarla y darle un abrazo—. ¿Qué es lo que intentabas hacer? Marlene me ha dicho que han encontrado restos de... —Magia oscura— cristales.

Los ojos de Deneb se abrieron de más durante unos segundos, antes de rascarse el cuello y fingir indiferencia. Se encogió de hombros.

—Flitwick nos enseñó sobre la magia experimental y me pareció que yo también podía crear algo —murmuró—. Supongo que rompería una ventana cuando explotó, o un espejo, o... no sé.

Deneb tragó saliva y sonrió. Había pasado eso. Con unas pequeñas adiciones a la historia que no quería decirle a su hermana.

Se quedaron toda la mañana haciéndole compañía. Los medimagos dijeron que le darían el alta por la tarde, y Capella planeaba llevarla a su casa y después avisar a los Tonks. Solo para que se pasaran a verla, porque no se quedaría mucho hasta volver a Hogwarts.

Fueron a almorzar al Salón del Té, y cuando volvían a la habitación se encontraron con los familiares rostros de Fabian y Gideon Prewett, dos gemelos y compañeros de la Orden del Fénix. Cada uno sostenía a un niño que no alcanzaría los dos años, ambos idénticos, y los movían por el aire mientras reían. Otros tres niños correteaban alrededor, el más mayor perseguía al más pequeño, y el mediano jugaba con un muñeco de un dragón. Todos eran pelirrojos.

—Vais bien acompañados, eh —les llamó la atención Gordon—. ¿Son vuestros sobrinos?

—La mejor compañía —aseguró uno de los dos, Fabian, revolviéndole el pelo al que cargaba en brazos.

—Los hijos de nuestra hermana Molly y su marido Arthur —confirmó Gideon—. ¡Acaban de tener el sexto!

—Por eso estamos aquí, haciendo de canguros. Ronald nació ayer por la tarde.

La cuadrilla de niños pelirrojos había cambiado su interés a la nueva pareja, y el niño del dragón se había acercado a Gordon con su muñeco, fingiendo que le lanzaba llamas.

—Este es Charlie —les dijo Gideon—. El mayor es Bill. —El pequeño les saludó, sonriente—. Percy es el pequeño. Y estos son Fred —Señaló al bebé que tenía en brazos— y George —finalizó, apuntando al que tenía su hermano.

—Como veis, nuestra hermana y nuestro cuñado no pierden el tiempo. Creo que no pararán hasta que salga niña.

—¡Yo no quiero una hermana! —exclamó Charlie, haciendo una mueca—. ¡Quiero un dragón!

—Mamá no puede tener un dragón, tonto —le dijo Bill, riéndose, y Charlie le dio un empujón—. ¡Oye!

Bill agarró a Percy para usarlo de escudo contra su hermano, haciendo que le diera una patada sin querer y se le cayera el muñeco al suelo.

Se quedaron un par de minutos charlando con ellos y con los niños. Percy, que tan solo tenía cuatro años, era el que más hablaba una vez se soltó, y no se calló hasta que Charlie le hizo un placaje y lo tiró al suelo.

Esa misma tarde regresaron a casa. Capella le había mandado una lechuza a Andromeda desde el hospital, diciéndole que podían pasarse a la hora de la cena y que a Deneb le gustaría verles. Su hermana se pasó el rato en el sofá, hasta que subió al baño y Capella no supo nada de ella.

Cuando la cena estaba lista, los Tonks todavía no habían llegado, así que Capella subió para llamar a Deneb. No estaba en su habitación, ni en la de su madre. La puerta del baño estaba entreabierta y se veía una raya de tenue luz.

Deneb estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la bañera, y en las manos sujetaba un espejo. Lo miraba sin pestañear y con una sonrisa creciendo en sus labios, suspirando con anhelo mientras agarraba con fuerza los bordes dorados del objeto. Tan fuerte que se lo clavaba en las palmas. Capella se quedó parada porque sabía bien de cuál se trataba.

—Deneb —la llamó, con la voz tan baja que pensó que no le habría oído.

Pero ella levantó la cabeza rápidamente, asustada, como si le hubiera pillado cometiendo un crimen. La expresión de su rostro cambió, dándole ahora un aire sombrío mientras dejaba en espejo sobre el lavabo.

—¿Qué hacías?

—Mirarme al espejo —contestó, forzando una sonrisa—. ¿Acaso es algo malo?

—Tienes… —Capella sujetó sus manos. Tenía un corte en la derecha y en la izquierda las marcas del reborde.

Deneb las retiró rápidamente, con recelo. Capella suspiró y se agachó, quedando de cuclillas frente a su hermana. Murmuró unas palabras, apuntando con la varita a la palma de su mano, y el corte desapareció.

—Vamos abajo, Andy y Ted deben de estar al caer.


La siguiente vez que vio a Eridanus, en el Caldero Chorreante, Deneb ya estaba de vuelta en Hogwarts. Había regresado el martes y ya se encontraban a viernes por la tarde.

—Me he enterado hoy de lo de Deneb —le dijo, sentándose en la barra—. ¿Cómo está?

Capella chasqueó la lengua.

—¿Cómo va a estar? Igual que siempre —respondió, dejando una taza de café enfrente de su hermano—. Dice que fue un hechizo que salió mal. Pero no creo que sea toda la verdad. Salgo en media hora, ¿te importa que hablemos entonces? Tengo que limpiar la cocina.

Eridanus asintió, sacando El Profeta de su bolsillo y dejándolo sobre la barra. Se entretuvo en la cocina mientras Tom atendía a los clientes, y a lo que salió, unos diez minutos más tarde, casi se le caen todos los vasos al suelo.

Nashira estaba junto a Eridanus, hablándole con tranquilidad, como si ignorase que su hermana trabajaba ahí. Pero por supuesto que lo sabía, la mirada fría que le dedicó lo decía todo. Entonces fue cuando Capella se percató de que llevaba un carrito de bebé.

—Ponme un té de rosas —le pidió, sin apenas mover los labios.

Capella, frunciendo el ceño, se alejó para prepararlo y se lo sirvió. Se quedó un poco apartada, vigilando el bar por si algún cliente necesitaba algo, pero pegando oído.

—A padre no le hizo nada de gracia —dijo Nashira, apretando los labios.

—No tiene ningún poder sobre ellos, no me importa.

—Toma, pues sigue siendo nuestro padre. No puedes negarte y salir de rositas…

—¿Desde cuándo he salido yo impune? —inquirió Eridanus, en un tono de voz muy bajo—. Mira, ya has hecho suficiente daño con este tema.

Nashira abrió los ojos, alarmada, y miró alrededor por si alguien escuchaba, temerosa. Capella estaba fregando unas copas, fingiendo no escuchar. Sin embargo, a partir de ese momento sí que no escuchó nada, a pesar de que los veía mover los labios. Debían de haber lanzado algún hechizo.

Un cuarto de hora más tarde, Nashira se marchó de mal humor, dejando seis sickles en la barra. Eridanus tenía cara de resentimiento, y resopló con cansancio. Capella prefirió no preguntar, ya había escapado de la familia Black y sus problemas, no iba a inmiscuirse de nuevo.

Acabó marchándose con Eridanus, pero no fueron a casa. Gordon estaría ahí y no quería volver a discutir con él. Así que se aparecieron en un callejón poco concurrido del Londres muggle.

—Algo en ese dichoso espejo atrae a Deneb, estoy segura, y me da mala espina. La pillé en el baño mirándose en él como… como si fuera una reliquia —concluyó, retorciéndose las manos con cierto nerviosismo—. Y cuando llegó a San Mungo, los medimagos dijeron que había rastros de magia oscura y cristal. Quizá estoy paranoica, pero... me huele mal.

Eridanus sopesó en su cabeza lo que su hermana le había confesado.

—Puede que la magia oscura fuera la que lleva Deneb dentro —dijo, tratando de consolarla—. Pero deberías deshacerte del espejo. Por si acaso.

Pero esa idea no le gustaba. No podía deshacerse fácilmente de algo que había pertenecido a su madre y aparecía en esos nuevos recuerdos. Mucho menos cuando todavía no había averiguado qué andaba mal con él.

—No. No puedo tirarlo, tenemos que averiguar qué es.

—Si me lo dejas, lo puedo mirar.

Capella se lo pensó. Al ver que no contestaba, Eridanus añadió:

—Sé mucho más sobre magia oscura que tú, Capella. Déjamelo y cuando lo averigüe te lo diré.

—¿Cuánto vas a tardar? —quiso saber, no del todo convencida. Por alguna razón, quería tenerlo cerca.

—No lo sé. Apenas tengo tiempo libre.

Eridanus la miraba con el ceño levemente fruncido, y Capella se encogió de hombros. Apoyó la espalda en la pared después de asegurarse de que no estaba manchada y dejó escapar un suspiro.

—Oye, ¿le has dicho algo a Deneb sobre… todo el asunto de madre? —le preguntó Eridanus.

—No —interrumpió Capella, sorprendiéndose a sí misma por su rotundidad—. Quiero decir, Deneb tiene demasiados problemas a los que enfrentarse ya. —Se mordió la lengua e hizo una mueca—. ¿Cómo voy a explicarle todo lo que le he estado ocultando durante años?

Capella se metió las manos en los bolsillos, fijando la mirada en sus zapatos.

—Me odiará. Me odiará si se lo cuento y me odiará si se lo oculto.

—A veces hay que tomar decisiones que no nos representan para proteger a alguien. Aunque eso signifique que acabe odiándonos.

Que acabemos odiándonos a nosotros mismos.

Capella dirigió la mirada a los brazos de su hermano, ocultos bajo su túnica. Él sabía en qué estaba pensando. En la Marca Tenebrosa. Una decisión que no sabía si le representaba o si solo lo había hecho para proteger a alguien.

—No te odio —murmuró—. No del todo, o no te estaría hablando todavía.

—Tal vez deberías odiarme.

—Quizá sí.

Él hizo una mueca que podría asemejarse a una sonrisa. Capella levantó la espalda, poniéndose en frente de su hermano.

—Esperaré un poco a que se encuentre mejor. No me fío de lo que pueda hacer —confesó, algo nerviosa—. ¿Y si intenta hacer lo mismo que mamá?

Era la primera vez que expresaba ese pensamiento en voz alta, y sintió la culpa correr por su cuerpo en cuanto lo soltó. Deneb estaba mal. Pero ¿estaba tan mal? Por la expresión de Eridanus, esa posibilidad también se le había pasado por la cabeza.

—No podría superar algo así —siguió diciendo Capella, retorciéndose los dedos—. Madre se… se fue de la noche a la mañana y ahora… Es que todavía no puedo creerme que lo hiciera.

—No fue fácil para nadie —dijo Eridanus, apoyando una mano en el hombro de su hermana—. Para ella tampoco.

—Lo sé. Joder, claro que lo sé. —Capella se tapó la cara con las manos—. Pero todo podría haber sido diferente. Si yo no le hubiera causado tantos problemas, tal vez todo hubiera sido más… soportable.

—¿Qué problemas?

—Desobedecía todo lo que padre decía. No sacaba buenas notas ni elegía las optativas que él quería, ni me juntaba con otros sangres pura ni fui a Slytherin ni…

El abrazo de su hermano la interrumpió, dejándola sin habla. Enterró la cabeza en su pecho y respiró, tratando de tranquilizarse y no echarse a llorar. Recordaba que, la última vez que se habían abrazo, había sido hacía más de un año, el día en el que le contó la verdad.

—No te eches la culpa de eso —le pidió Eridanus, separándose rápidamente—. Porque no la tienes.

—Si hubiera sido como vosotros, Cepheus habría estado más contento y madre también.

—Capella, madre tenía depresión y un marido abusivo, no habría sido feliz por muchos Excelentes que hubieras sacado —la cortó Eridanus, tajante. No recordaba haberle oído hablar así de Cepheus antes—. Lo único que hizo la maldición de tía Gaia fue agravar esa sensación y recordárselo día a día. Tú —La señaló— no tienes la culpa.

Capella se encogió sobre sí misma, apartándose un poco de su hermano.

—Gracias.






he subido a instagram una historia explicándolo, pero el miércoles hará un año que subí Bouleversés (!!!!!) y voy a hacer una dinámica:

podéis dejarme cualquier pregunta sobre esta historia, Finding our stars o incluso mi próximo fic de Caelum, Every cloud has a silver lining. dejaré adelantos, respuestas, spoilers out of context y más cosas guays, así que aprovechad que tenéis hoy y mañana para ponerme cosas (en wattpad o instagram, donde queráis yo me las guardo). me encantaría que me preguntaráis algo !!!

ohh y el próximo capítulo (lo subiré el lunes siguiente, el 13) es MUY importante ;) ya veréis porque se viene jejeje

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