Primera dama.
Refinada, recatada, silenciosa, sonriente, fina, decorosa, siempre cuidando como moverse, como miraba y por supuesto su caminar, y más específicamente como lo sujetaba a él, cero contacto romántico, solo lo antes previsto, sin impulsos. Sin emociones. Como una elegante estatua adornando la sala de estar.
Sonrió conteniendo la pesadez, imperceptible para la prensa que tomaba fotos al finalizar el discurso del presidente de los Estados Unidos, junto a él caminaron el vicepresidente con su mujer y ministros, ella tomaba con decoro el brazo de aquella estatua viviente, en lo que ella misma se había convertido.
Junto a los autos, en la limusina abordó dos hombres del cuerpo de seguridad y ella, la esposa trofeo del presidente. Sasuke Uchiha. Miraba unos papeles con pesadez frunciendo el ceño. El auto se detuvo en el banco nacional y él, junto con su guardaespaldas salió, indicándole al chofer que se dirigieran a la casa blanca, en ningún momento le dirigió una mirada.
Ella cerró con fuerza los parpados, evitando que la poca luz del vehículo se filtrará a sus orbes esmeraldas. Soltó un quejido, escuchó la ventana que conectaba la cabina del conductor con la parte trasera cerrándose. Una caricia la incitó a abrir sus ojos, encontrándose con el más muro celeste, un cielo por completo despejado y aquel cabello tan brillante como la mismísima estrella incandescente.
Aquellos orbes tan vivos, cálidos, derramando dulzura y emociones intentándola alcanzarla, ella no pudo evitar compararlos con aquel frío negro mezquino que la contemplaban de vez en cuando, aunque compartieran la misma cama. Aquella piel quemaba con un solo roce, provocaba que todo lo reprimido explotara.
Una danza desesperada se desató entre sus labios, intentando alcanzar lo más que se podía del otro, tomar la mayor cantidad de esencia del masculino, llenarse de él, como tiempo atrás llevaban haciendo, era incorrecto, indecoroso, fuera de todo lo que le habían enseñado y eso era lo que Sakura Haruno amaba.
Las manos de Naruto se deslizaban por sus piernas descubiertas y alcanzando sus pechos perfectamente cubiertos, aunque la ropa jamás había sido un problema para ellos. Sus lenguas hicieron contacto llevándolos a la locura, sus cuerpos exigiendo más, con desesperación la falda se abrió, los botones cayeron permitiendo convertirse en uno con desenfreno, intentando reprimir gemidos satisfactorios.
El auto freno, trayéndolos a la dura realidad, el contacto desapareció, las ropas fueron arregladas, la puerta se abrió, el rubio bajó ayudando a la fémina a salir, aquel enlazamiento de manos fue su último contacto hasta que la situación volviera a unirlos en ese juego peligroso, pero ahora debían comportarse.
Después de todo, ese era el deber de Sakura, la primera dama de los Estados Unidos.
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