CAPITULO 13

INOCENCIA.

Emma James.

Reviso mi espalda detallando las marcas provocadas por la regleta de ayer, tengo el trasero como un tomate así como tengo el sexo enrojecido por
los impactos que recibí.

Camino en el baño mordisqueando mis uñas queriendo razonar conmigo
misma.

La llamada me dejó claro que solo soy yo contra ellos.

«Debo evitar los problemas».

Vladimir es mi objetivo y la única oportunidad para salvarme. El Boss tiene que morir; es claro y sencillo.

«Es el enemigo».

La imagen de él limpiándose la boca después del beso me empequeñece cuando surge la pregunta ¿Por qué lo bese? Me duplica en edad, aunque…

Cada que estoy cerca me siento como en una versión macabra de blancanieves y el cazador.

Rápidamente tomo una ducha aprovechando que el Underboss sigue dormido, esto es de paciencia, de esmero y ganas.

Le demostraré que tiene
mil y un motivos para dejarme vivir.

El agua tibia es un analgésico para las molestias, cosa que aprovecho quedándome un par de minutos bajo la ducha. Escucho ruidos afuera y
termino rápido cuando oigo ruidos en la alcoba.

Vladimir se mantiene inerte en la cama, totalmente tieso soltando un solo movimiento de sube y baja estrellando el puño en la cama mientras cuenta con los ojos cerrados.

Leo sus labios observando la escena que para cuando llega al número 27, transforma el rostro en un gesto que me hace tocarle la mejilla con los
nudillos.

—Vlad —le hablo despacio acariciandole el brazo y abre los ojos lleno de miedo—. Está bien, sea lo que sea solo está en tu cabeza.

Saca los pies de la cama limpiándose la punta de la nariz mientras le toco
la espalda.

—Gracias por traerme ayer —le digo— ¿Cómo está tu padre?

No sé porque hago esa pregunta, para mí es mejor que esté muerto; debe
ser porque quiero escuchar eso, que me diga que falta poco para eso, perono lo hace.

Solo me planta un beso en la boca apretando mi rodillas antes de perderse en el cuarto de baño.

Aprovecho para buscar un analgesico para el dolor.

La Matriarca no ha
venido por mí y tampoco veo rastros de mi uniforme, el sonido de la ducha inunda la alcoba mientras rebusco en las mesas, no hay nada; así que me muevo al closet mirando por encima.

Corro lo utensillos e intento cerrar, pero algo llama mi atención.

Un portaretratos contra la pared mostrando solo la base donde se sostiene.

Miro atrás asegurándome que Vladimir no esté girando la foto que muestra a una
pareja.

«El ruso» sonriendo a la cámara abrazando a una rubia que le está besando la mejilla.

La rubia tiene el mismo cabello de Vladimir, es muy
atractiva.

Me enojo de un momento a otro e intento dejarla en su sitio, pero para cuando quiero hacerlo ya Vladimir me la ha arrebatado empujándome
a un lado.

—Andate a ocuparte de tus asuntos —enfurece con el mero vaquero puesto.

—¿Es tu madre? —pregunto.

Nos interrumpen entrando con mis pertenencias, los patines me dan mil años de vida aunque los arrojen al piso como si no valieran nada.

—Ve a tus quehaceres y mantente lejos de Maxi —me advierte Vladimir.

Deja que me coloque el uniforme sintiéndome feliz a la hora de ponerme
las medias bucaneras que me ayudan con el frío.

Vladimir se interpone antes de que salga.

—Estamos juntos ahora ¿Vale? —dice— Te reclamé y por ello estás bajo mi jurisdicción hasta que te mate.

—Entiendo, es como un noviazgo de la nueva era —contesto con optimismo—. Pero primero quiero saber, ¿Has tenido alguna ex loca asesina de la que deba cuidarme?

Un asesino a la vez…

—Eres mi esclava..

—Bueno… ¿Has tenido alguna ex esclava asesina de la cual deba cuidarme?

Acorta el espacio.

—No, las he matado a todas muy dolorosamente —aclara con un tono siniestro y respondo de la misma manera.

—Pero de mí te vas enamorar perdidamente… Ya te lo dije, no me escuchaste y sin comunicación no vamos a llegar a ningún lado.

—Vete antes de que te corte un dedo —señala la puerta.

Agradezco que Maxi no esté a la vista a la hora de ponerme con mis quehaceres.

Los empleados comentan sobre el estado de salud del Boss
quitando la esperanza de que esté gravemente herido y no pueda volver a levantarse o decir palabra, así tendría que ocuparme de Vladimir solamente  y algo me dice que el Underboss podría salvarse, pero su padre no.

Continúo aspirando las alfombras dejando que el aparato me lleve a la alcoba principal de puertas dobles.

En la casa, el ruso no está con tanta gente encima ¿Y si aprovecho eso para aniquilarlo estando convaleciente?
No hay moros en la costa, empujo la madera con disimulo dejando que la
puerta se abra y un horrible magnetismo surge dentro poniéndome a observar por la brecha que acabo de abrir.

«Está en la cama», lo veo desde mi puesto y tiro del cable de la
aspiradora apagando el aparato, parece que está dormido.
«En lo que llevo aquí no he visto cámaras en las alcobas»

Detecto el arma con silenciador que yace al lado de los sedantes, me voy
acercando despacio, pero en vez de tomar la pistola me pierdo en la imagen
que me brinda acostado boca arriba con el torso descubierto.

La herida está en el lado izquierdo.

No es la imagen de la gente normal que tiene mucho frío, por el contrario, tiene las piernas por fuera, la rodilla izquierda doblada en tanto el percal dibuja su… Miembro viril el cual yace duro.

«Sal».

Me digo queriendo conllevar las extrañas sensaciones que me abarcan, en mi casi nula experiencia coqueteaba con jóvenes de mi edad, mas no con hombres así que desprenden un aura tan maligna, tan provocadora.

Muevo la vista al arma, pero esta niega el cometido volviendo al ser que
sigue durmiendo.

«Es el enemigo», me recuerdo, «Es el enemigo». Estiro el
brazo rozando la sábana con la yema de los dedos.

La curiosidad late dentro mientras voy recogiendo la tela despacio.

Me entra un horrible sentimiento de culpa al no saber que estoy haciendo
rozando el tronco grueso y caliente que tiene.
«Es grande».

De la nada quiero pasar la lengua, pero no lo hago; solo
paso el pulgar por la gota que desprende llevándola a mi boca.

«¡Estoy loca!».

Esta vez los nudillos se pasean por su abdomen.

Definitivamente es algo
que vale la pena ver, muevo la cabeza decepcionandome de mi misma al no ser capaz de meterle un tiro contundente.

Tal vez no es porque sea tonta, es porque no soy una asesina.

Me odio, le repugno y por ello…

—Mafioso de mierda —susurro antes de dejar un beso en los labios.

«Besar a una James», eso es lo que más le enardece.

Salgo con un atisbo de satisfacción continuando con mis labores.

Al mediodía ya estoy algo cansada debido a que me pusieron a barrer las
bodegas donde guardan herramientas y motos para la nieve.

El que me sienta tan entumecida me dice que estoy perdiendo el estado
físico que había alcanzado hace meses.

El miembro del ruso vuelve a mi cabeza y suelto la escoba dando una voltereta la cual me pone alerta  aprovechando la soledad para estirarme un poco.

—Te volvió a golpear, ¿Hasta cuando vas a tolerarlo? —capto en el pasillo siguiente.

Alguien se acerca y tomo la escoba levantando el polvo, pero la discusión merma como si entraran a uno de los compartimientos de resguardo.

—Cuando haya daños irreparables te cuestionaras el no haber hecho algo
a tiempo…

Asomo la cara en la esquina, están a pocos metros.

—El traerte problemas es algo que me incomoda ya —contestan y es Kira discutiendo con Salamaro—. No seas evidente entrometiéndote en
algo que no te interesa.

Él se toca el mentón un tanto desesperado, es un moreno alto con barba
tipo candado y cabeza rapada.

Acaricia la cara de Kira y ella le niega el
contacto.

—Sal de esa relación, no la mereces.

— Maxi es mi pareja y ni siquiera tengo por qué estar hablando contigo  —lo deja solo y yo me pregunto quién puede querer a esa mala versión de Justin Bieber.

Kira y Salamaro son las dos únicas personas que no me aterran en esta
casa.

Busco salida por otro lado encontrándome con el moreno al cual le doy a entender que no sé nada.

—El Underboss te está buscando —avisa.

—Enseguida voy.

El rubio de cabello largo está en la alcoba y lo primero que veo es el
atuendo que yace en la cama. Solo espero que no sea uno de sus siniestros
juegos lúdicos.

—Vístete que vamos a ir Sodom.

—¿Con eso? —pregunto.

—Te quiero con eso —puntualiza—. Recuerda quien es el amo aquí.

Me deja sola y me pongo a la tarea de usar el atuendo; un short de cuero con tirantes, top tipo corset y unas botas supremamente altas.

Esto grita ¡Puta por donde se le mire! Hago uso del maquillaje.

—El cabello va recogido —dice Celia que entró a recoger la ropa sucia  —, para eso es la laca.

«¡Demonios!» Recojo el moño alto cayendo en cuenta de que soy una versión más joven de Zulima. «Una sumisa», soy la sumisa de Vladimir Romanov.

Esparzo las sombras oscuras, el rimel y el labial ciruela.

Me pongo los aros grandes que trajeron como aretes.

Prefiero la túnica a esto e intento cambiarme, pero las últimas represalias me hacen desistir y termino
encontrándome con el Underboss en el auto.

Ni siquiera le importa como estoy vestida, solo se pone al volante.

—Si te preguntan si follamos dirás que sí —advierte enojado—. Porque follamos.

—Si, lo sé —contesto en el mismo tono—. Pero no sabía que las prostitutas son tu fetiche.

—No eres una prostituta; eres mi sumisa, esclava y presa de caza.

El cuero me pica, hace frío y me duele la cabeza.

—¡Parezco una prostituta! —protesto bajando la costura del short— Una prostituta a la cual se le marca la pochola.

—¿De qué estás hablando? —frunce el cejo.

—Mi pochola… Mi sexo, mi vagina o como le quieras decir —señalo para que lo note.

—¡Primero que todo, deja de usar palabras que no entiendo! —detiene el auto cuando Sodom nos recibe— Y tampoco hables porque si no te
comportas, usaré esto.

Muestra el control de la última vez.

—O mejor aún, haré que te azoten.

¿Su padre? Parpadeo rápido eliminando la estupidez que acabo de recordar.

Las botas son demasiado altas, sé caminar con tacones, pero no con este tipo de prendas de exhibición.

El cuero me roza las piernas cuando camino.

Veo que varios hombres
andan con mujeres las cuales lucen mi atuendo y ya no me siento tan  desubicada, pero sigue siendo incómodo.

—Señor, buenos días —una mujer de rizos chocolate, baja estatura y acento español saluda a Vladimir.

Pese a tener un traje de oficina luce un brazalete en el tobillo.

—Maricarmen, no estoy viendo la lista de cobro que ejecutaré —contesta el rubio pasando por el lado de la mujer.

Ella saca la hoja y empezamos a caminar con varios verdugos atrás mientras el Underboss se adentra en distintos sitios reclamando el dinero
que le dan a manos llenas.

En varios sitios se le ofrecen mujeres y él las aparta como si tuvieran lepra mientras que los torturadores sí aprovechan
para manosear.

«Bonita sumisa» «Sexy subordinada» «Linda perra», son los halagos que recibo durante toda la tarde.

Me hacen dar la vuelta y debo tolerar que sujeten mi cara llenándome de asquerosas adulaciones.

Entramos a un sitio de nudes donde el olor a marihuana prevalece hasta en el último rincón.

—¿Tu sumisa, Leoncillo? —pregunta el gordo de barriga peluda y pene microscópico.

El que se levante me pone a la defensiva.

—¿Ya la adiestraste? —continúa.

—El dinero —espeta Vladimir— 400 grandes en efectivo.

—Ven mañana —le dice el sujeto—. El mercado no se ha movido hoy.

El Underboss se mueve demostrando que no le gusta esa respuesta.

—¿El mercado ha estado malo o es que no quieres pagar?

—Sabes que si…

Lo toman de los brazos estampándolo contra una mesa y de un momento a otro uno de los verdugos saca un soplete.

Las llamas se avivan en el
artefacto y el hombre empieza a gritar.

—Tapale la boca —me pide Vladimir tomando el objeto que desprende llamas naranjas— ¡Que le tapes la boca! ¿O prefieres hacerte cargo del
soplete?

Obedezco de mala manera y el Underboss le quema los vellos que van consumiendo la carne. La rabia me corroe, como no puede apagarme la voluntad, busca absorber mi luz de otra manera.

Porque eso es lo que pasa cuando matas, cuando torturas, cuando haces
daño.

—Yo lo hago —se ofrece la mujer española, pero Vladimir se niega.

—¡No! —espeta— ¡Anda, pequeña puta!

Me pongo de rodillas tapando la boca del gordo que no deja de moverse en tanto el rubio acerca el soplete a su estómago quemando los vellos, las flamas esparcen el olor a carne quemada y contengo la arcada.

—Mi dinero —se lo pasa por todo el abdomen—. En Sodom no se dan plazos.

El hombre me muerde haciéndome apartar las manos.
—¡Te lo daré! —chilla— ¡Pero para!

El gordo llama a la mujer que se apresura por el maletín que Vladimir recibe pidiéndome que vuelva a su lado.

—¿Ves que si lo tenias? —me da un beso en la mejilla— A la próxima prendo todo el sitio.

Sale conmigo y en eso se resume mi tarde, en observar cómo cobran o como algunos huyen con su mera presencia.

La caminata me deja observar
los grafitis que exigen la caída de la FEMF.

Llegamos a una plazoleta llena de maleantes y motoristas mientras que un pregonero habla a boca llena.

—¡El Boss está herido! —vocifera— Fue un accidente, pero si alguien lo toca la Bratva masacra, la Bratva se venga…

Se me hiela la sangre, agradezco que el recorrido se acabe una hora  después.

—El mundo criminal es un fruto prohibido —me dice Vladimir de camino al vehículo—. Una vez lo pruebas te condenas.

«Yo no he probado nada», me convenzo de ello.

Yo solo estoy aquí por mi libertad. Sujeta mi cara con ambas manos.

—Ya mataste, eso es una iniciación.

El recordatorio me remueve, pero procuro no tomármelo tan a pecho. Yo sé que todavía puedo hacer algo, él nota la duda sujetando mis hombros.

—Te portaste bien —continúa—. Te daré una croqueta de esas que le damos a los caninos.

—Gracias, benevolente capataz.

—Es amo…

—Capataz es un sinónimo de amo, ¿Por qué no somos originales e inventamos nuestras propias palabras?

—Y de paso nuestras propias formas de perder la vida —amenaza.

Se inclina a besarme deslizando las manos por mi espalda.

Es de buenos besos, de hecho, no es un sacrificio besarlo siendo un joven tan apuesto.

Da un paso atrás reparando el atuendo que traigo y siento que esto solo lo hace para fingir y no porque le guste.

Deja que coloque una melodía suave de regreso a la fortaleza, “Premio por mi comportamiento”.

—¿Puedo quitarme el traje de putisumisa ya? —pregunto rogando cuando
estamos en su alcoba.

—Puedes —contesta.

No puedo imaginármelo como un dominante de esos que vi en el club… O como su padre… Bueno, eso no es un dominante, es un mafioso de
mierda.

—¿Y hace cuánto eres capataz? —le pregunto.

—Es amo —dice entre dientes—. Así que desnúdate rápido.

Suelto los aros, la desnudez no es mi zona de confort, ya que en ocasiones me sentía un poco diferente entre las mujeres de mi familia; ellas
son altas, de pechos gloriosos y cintura tipo reloj de arena.

Mientras que yo soy más menuda de senos pequeños.

Desde niña me he  cuidado para tener el cuerpo que requiere una patinadora y la FEMF me dio piernas esbeltas con un abdomen bastante plano.

Él se quita la ropa también y no miro ahí abajo para no hacerlo sentir
incómodo.

Su tono de piel es bastante blanco, diría que parecido al mío, solo que yo tengo el cabello negro.

Suelto el moño y él se acerca con un frasco en la mano.

—Voltéate.

Asiento dejando que eche el contenido del frasco en mi hombro, las gotas
se deslizan con una tibia sensación y creo que echa demasiado porque se
derrama por mi piel de una forma un poco exagerada.

Hace lo mismo con el otro hombro reiterándome que está exagerando con
la cantidad.

Deja el recipiente de lado esparciendolo por mi espalda y
acercándose más. Sus manos ahora recorren el borde de mis pechos siendo sutil, en tanto baja a mis partes; tuvo que haber notado el estado de mi sexo porque solo recorre el borde de mis muslos.

Sigue esparciendo y hasta se agacha a untarme las piernas, cosa que me
hace sonreír.

Yo soy de valorar los pequeños detalles por asesino que sea.

Algo me dice que no es así porque quiere.

Termina poniéndose en pie, insisto en que usó mucho aceite; soy como una salchicha después de salir del sartén.

Nuestros labios se encuentran
dando inicio a los besos subidos de todo mientras retrocede a la cama dejándome sobre él.

No siento nada duro abajo y, por ello, me apoyo en el codo besándole el
cuello en tanto él posa la mano en mi cintura detallando mi cara.

Suelta una sonrisa apagada cuando alzo las cejas con coquetería, lo vuelvo a besar y él a mí como un par de adolescentes.

El aceite hace que el contacto sea incómodo ya que siento que me resbalo.

No tengo idea del tipo de cosas que hace esta gente.

Doy otro beso para distraerlo buscando una forma de contonearme, él trata de hacer lo mismo y se da la vuelta dejándome bajo él.

—Creo que mejor me quedo arriba —cambio el papel y él lo vuelve a transformar, sin embargo, el intento no funciona porque me termina
mandando el piso.

De mala gana sale de la cama a levantarme, pero estoy
tan resbalosa que deslizo en sus brazos como una barra de mantequilla.

—Ok, ok, me levanto yo sola —digo.

Volvemos a la cama e intento tomar la iniciativa nuevamente
acostándome de medio lado, no soy la super experta que sabe donde tocar exactamente y, por ello, dibujo la forma de su clavícula

—Mañana lo haré bien, déjalo en mis manos —propongo.

—Lo voy a dejar en tu boca —se inclina a darme un último beso.

—Está romantico, capataz —contesto—, a ver otro.

Me lleva la frente atrás devolviéndome a la almohada y frunzo los labios queriendo que me siga la corriente.

—Bésame… Bésame mucho —lo molesto y esta vez sí se deja llevar.
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ESTE LIBRO ES TOTALMENTE DE EVA MUÑOS
NO ES MIO, NINGUNO DE LOS PERSONAJES MENCIONADOS SON MIOS
SOLO LO VOY A COMPARTIR PARA QUE SE PUEDE LEER MEJOR Y PODAMOS DISFRUTAR  DE ESTA HERMOSA HISTORIA  DE EVA MUÑOS

AUTORIA DE EVA MUÑOS

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