»Capítulo 29

¿Qué es lo correcto?

¿Amar hasta lo último? O... ¿Alejarte y olvidar lo que sientes?

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—Déjamelo a mí —mascullo—, dispersa el grupo que queda. —James asiente, pero noto su preocupación—. Estaré bien —menciono y al instante me deja en mi sitio.

Salgo de mi escondite y observo los heridos. La rabia se adueña de mí y al instante su imagen aparece en mi mente, verla a los ojos y no reconocerla me llenó de impotencia y dolor. Ella se veía como una mujer fría y sin sentimientos.

¿Será esa la verdadera Jhandra?

Me he enfocado tanto en ver a esa niña de la cual me enamoré y a la que le di todo de mí, qué no me he dado cuenta realmente que ella, mi Jazba, solo quiere y desea su venganza.

Aprieto mi arma.

El corazón golpea mi pecho cuando recuerdo la escena del maldito de Dyclan tocándola y hablándole como si fuesen parejas, eso fue algo que me trastocó, haciendo que se instalará un dolor en mi pecho dejándome casi sin respirar.

Despejo esos pensamientos y camino un poco más hacia adelante, sonrío al verlo, empuño el arma y lo enfrento.

—El capitán Dorell. —Se burla haciendo un gesto de saludo como en el ejército y en este instante solo quiero romperle la cara—. ¿Me vas a detener?, ¡imbécil! —Sus ojos denotan furia.

Suelta un disparo y me lanzo al suelo rodando, incorporo y me acerco a una de las columnas, empuño el arma , mi respiración está alterada, la frustración y la rabia son mis motivaciones en este momento, lo busco con la mirada, sonrío cuando lo encuentro y sin pensarlo le devuelvo la detonación.

Nos enfrentamos.

Los disparos siguen resonando por todo el lugar haciendo ecos entre las paredes. Me harto de estar detrás de estas y salgo de mi sitio, él hace lo mismo, ambos estamos agitados, nos acercamos con el arma apuntando al otro.

—¿Me vas a matar? No le tengo miedo a morir, Dorell. —Sonríe con cinismo.

—Yo tampoco, Colatelle —pronuncio y observo como su dedo se halla justo en el gatillo y sin pensarlo presiono el mío.

Sonríe y lo observo con rabia, el muy maldito también lo presionó.

Nada.

Las armas están vacías. Las arrojamos a un lado y doy un paso hacia atrás, no le quito la mirada de encima, veo su sonrisa siniestra y como alza su ceja, esta tiene un corte en ella. Sus ojos están llenos de furia contenida.

Este tipo es un psicópata.

—La vida a veces tiene juegos macabros... —Habla distante, con una mirada lacerante—. ¿Quién iba a pensar que hoy estaríamos enfrentados? o ¿enamorados de la misma mujer? —cuestiona con una maldita sonrisa en su rostro.

—Ni se te ocurra mencionarla —mascullo entre dientes y aprieto mis puños—, ¡eres un maldito psicópata! —exclamo con rabia.

—No importa quién soy, Dorell —Su maldita sonrisa no se va de su rostro—. Lo que realmente importa es...— Su semblante se torna implacable—. ¿Quién de los dos es capaz de darle lo que ella necesita en estos momentos?

La ira bulle en mí como una olla de presión a punto de explotar y sin pensarlo acorto la distancia e impacto mi puño en su rostro, el golpe hace que pierda un poco el equilibrio, pero al instante me lo devuelve, el dolor no se compara con la furia que llena mi ser ahora mismo. Ambos comenzamos a golpearnos sin piedad, le doy una patada en su espinilla y lo desbalanceo, antes de caer me sujeta del chaleco y me da un puñetazo en la quijada, siento el ardor impregnándose igual que la rabia.

—Aunque quieras negarlo, sabes que tengo razón. —Ambos nos miramos con el mismo sentimiento: odio. Lo veo limpiarse un poco la sangre de su boca, sin embargo, su sonrisa torcida me causa más impotencia.

Él tiene razón... lo único que puedo hacer es detenerla y hacer que se rinda ante esta locura.

—¿Eso es lo que quieres?, ¿qué la hundan en una cárcel o que la maten? porque eso no es amor, miserable —gruño.

—El amor... —expresa abriendo sus brazos y sonriendo como un maniático—, es aquello que te hace feliz, ¿no? Somos tan idiotas que creemos en esas estupideces. —Se ríe con sorna—. El amor es más que eso... —Al instante su rostro se torna serio—. Es entender y comprender el dolor de una persona sin palabras, estar allí a su lado en plena oscuridad y ser esa mano que la acompañe en ese camino y que sea su propia decisión el salir o no —masculla mirándome con molestia.

Resoplo.

—A veces solo hay que ser esa mano para sacar a esa persona del abismo, y sé que ella en el fondo no quiere esto.

Niega de forma lenta y con la seriedad en su rostro.

—Estas equivocado, Dorell, si usted no sabe domar demonios ¿para qué quieres entrar en ese infierno? —dice con su mirada fría—, ella ya no es la misma chica que tú conociste y nunca, escúchame muy bien, nunca volverá a serlo —zanja y aprieto mis manos volviéndolo puños.

—No, no estoy equivocado, sabemos que la vía que eligió no es la correcta y va a terminar hundiéndose —digo aturdido y lleno de incertidumbre.

—Aryek... A veces solo un salto a ese abismo define quienes somos en realidad. —Se aleja hacia la trampilla y antes que pueda atraparlo él salta.

—¡Mierda! —Escucho detrás de mí—. Vine a ver si no tenías un tiro en la cabeza, idiota. —Observo turbado a James y algunos oficiales apuntando y observando la zona—. El equipo de antisecuestro junto a los federales comenzó con el operativo. Ya saben qué el teniente está implicado en el caso gabinete, harán lo posible para rescatarlo, pero si sale vivo tendrá muchos años de cárcel —informa colocándose a mi lado—, Aryek...—Me enfrenta tomándome del chaleco y cambiando su semblante, por primera vez lo veo serio—. Debes de parar esto, ¡maldición! Eres un policía, más que eso, el capitán, no eches a perder todo lo que has logrado. ¡Haz algo! —ordena.

Sopeso sus palabras.

¿Hacer algo?

¿¡Qué carajo se hace cuando tu corazón puede más que tu razón!?

—La sacaré de esto así muera en el intento. —decido con todas mis emociones agitadas y confusas. Él se acerca me da una palmada en mi hombro y sonríe con comprensión.

—¡Eso, ese es mi hermano! Confío en ti, sé qué harás lo correcto. —Veo el desastre que se hizo en el entorno—. Vamos, por hoy no estaremos en el caso, el federal Gabriel no nos necesita, al saber que el secuestro lo llevó la banda de Colatelle pidió refuerzos a los suyos. ¿Entiendes porque te digo que tomes una decisión? —Asiento.

Si el FBI la atrapa primero que nosotros se acabó todo.

Para ella.

Para mí.

Para un nosotros.

¡Maldición!

Me alejo de ellos y salgo de la comisaría, las calles están sumidas en silencio y una vista de destrucción se abre ante mí.

Tengo que hacer lo correcto pese a todo lo que siento.

Antes de subir a mi moto, reviso el móvil y me monto saliendo a toda prisa. La noche ha caído, el viento aleja un poco los nervios que ahogan mis pensamientos.

Solo necesito hablar con ella.

Hacer el último intento.

Estaciono, los colores de neón me dan la bienvenida, rodeo la zona para ver si puedo entrar por la parte de atrás, sigo caminando hasta que llego al callejón de la otra vez, veo a alguien en cuclillas y me acerco de manera sigilosa.

Me sorprendo al verla de esa forma.

Jazba. —Mi voz sale en un susurro haciendo que ella se quede tan quieta como una piedra—. Sí, soy yo —confirmo. Al instante se levanta y se gira lentamente, su rostro de porcelana está lleno de lágrimas y algo dentro de mí se rompe.

—¿Qué tienes? —Niega y de mala gana borra sus lágrimas, me acerco a ella y la arropo con mis brazos—. Ven conmigo —suplico, ella asiente y sin pensarlo le afirmo de la mano y nos alejamos del club.

Regreso por el camino andado y llego hacia la moto, ella en ningún momento ha dicho algo, ofrezco mi casco y al momento que se lo comienza a colocar saco mi móvil y tecleo a James.

«Creo que Dyclan lo tiene en el club. Revisen».

Lo guardo y me subo, al segundo ella me imita y sus manos me rodean, acelero y salgo dejando atrás el club. El viento da contra nosotros, siento su agarre flojo y la miro de reojo, alza sus brazos y echa su cabeza un poco hacia atrás como queriendo llevarse por la sensación del aire en todo su espacio. Disminuyo la velocidad para que disfrute un poco de esa emoción.

A los minutos llego al mirador Hollywood. Desciendo de la moto y con mis manos la afirmo de la cadera para que haga lo mismo, me quito el casco, la ayudo a quitárselo y su rojo cabello se abre paso en su rostro.

Ella es preciosa.

Agarro su mano y la guio por el camino de piedra, hasta llegar a la cima de la colina donde el cartel de Hollywood nos da la bienvenida. Nos sentamos en un muro y ella toma asiento dejando una pierna flexionada a su altura y la otra colgando y comienza a moverla de manera nerviosa.

—Hermosa vista. —dice, su mirada es apática, observa la ciudad en todo su esplendor, la noche dejando que las tenues luces de estas sean las protagonistas.

La ciudad entera está a nuestros pies.

—Lo es —concuerdo observándola detalladamente—, eres hermosa mi Jhan, recuerdo cuando te conocí eras una niña tan hermosa y roja, que no creía que existías. —Ella me observa y su sonrisa me recibe, al instante mi corazón da un vuelco.

—Sí, recuerdo verte y pensar ¡oh, ese niño parece un adulto! Solo era por lo serio que estabas, pero luego vi que te faltaban dientes.... —Su mano va hacia su boca y da una carcajada y sonrío admirado—. Desde allí me di cuenta de que era tu forma de ser con todos, menos conmigo —menciona y sonríe a boca cerrada.

Allí está esa niña, en el fondo de esa coraza llena de rencor.

Jazba, has cambiado tanto y espero que seas lo que seas ahora, te sientas fuerte y libre. — Agarro sus manos y las presiono—. Desde que te vi por primera vez, te convertiste en mi primer todo... Eres mi todo, Jhandra —confieso mirándola intensamente.

—Ar —susurra de forma desgarradora—, ¿por qué no sólo me dejas ir?, ¿por qué sigues apareciendo en mi vida? —cuestiona y su tono se va elevando—, llegas y desarmas cada maldito muro que coloco antes mis dudas.

Su mirada cambia de repente a una furiosa, dolida y atormentada.

—Lo siento, pero no puedo dejar que sigas por ese camino, te amo demasiado —confieso agarrando una de sus manos—, prefiero verte en una cárcel que muerta Jhandra, ya te lo he dicho antes, solo haz lo correcto —digo esto último de forma suave.

Todo lo que hacemos en la vida tiene consecuencias tarde o temprano.

—A la mierda, lo políticamente correcto. —Se levanta de un salto y sus cabellos se mueven con el frio viento, qué de repente da de lleno contra nosotros—. Esta es mi vida y mis decisiones, esto pronto acabará y en ese preciso instante podré vivir en paz.

Ella me da la espalda y se aferra a su chaqueta roja, está tiene una rosa con sangre en los tallos.

—¿Por qué carajos no puedes dejarlo y ya? Buscaremos la manera legal de hacerlo, tengo pruebas que lo hundirían, solo dame tiempo —pido desesperado.

—¡No! No dejaré que ese mal nacido se libre así por así, lo que le hizo a Vanny lo va a pagar caro. —Sus puños apretados y su grito dolido me desgarran el alma—. La cárcel para ese tipo de escoria son unas cortas vacaciones, en cualquier momento pagan a algún juez o a la policía — enfatiza—, y quedan libres. Es algo que no voy a permitir. —El brillo malicioso de esos ojos verdes me estremece.

Dyclan, tiene razón.

Ella no quiere salir del abismo.

El dolor en mi pecho me corta la respiración.

Halo mi cabello con ambas manos clavando una mirada herida en ella.

¿No vale todo lo que vivimos?

—Pensé...

—¿Qué pensaste? —corta de inmediato mi pregunta—, ¿crees de verdad que puedo dejar esta mierda así por así? —Ríe sarcástica—. Eres un iluso, tú y yo somos esas almas gemelas que no estamos destinados a estar, lo siento Aryek —susurra esto último, niega y sus ojos se cristalizan

Ahora mismo me siento como si estuviera esperando algo que no va a suceder.

—¿Te estás conteniendo o realmente no te importo? —Mi garganta se cierra, tengo un nudo de emociones enredándose en mis cuerdas vocales.

Todo lo que he sido se ha definido en luchar por lo que quiero.

Por buscar soluciones a cualquier problema.

Lo más importante de mi vida, que creía perdido, está al frente de mí haciendo que mis ideales se enfrenten con mis ganas de estar con ella y con eso mi mundo se está rompiendo.

«—Aryek... A veces solo un salto a ese abismo define quienes somos en realidad. —Se aleja hacia la trampilla y antes que pueda atraparlo él salta».

—¡Basta, Aryek, déjame en paz! —exclama contenida sacándome de ese recuerdo.

Niego abrumado y la veo sacar una glock 26 de su espalda, me apunta con sus ojos llenos de rabia y dolor.

—¡Dispara, hazlo ya! Saca de una vez este maldito sentimiento que no me deja vivir desde que regresaste. —Exploto y siento mis ojos arder—. Todo es un caos en mí, mis ideales, mi moral y hasta mi conciencia. —Me río por no llorar, para que la impotencia que siento no salga—. ¿Cómo es posible que ayer era el hombre más feliz y hoy no sé quién soy? No lo sé, Jazba —susurro derrotado.

La veo quieta y firme apuntándome. En un movimiento la pego a mí, coloco su mano detrás de su espalda, haciendo que con este acto el arma caiga en la hierba seca. Ella forcejea conmigo y la someto haciendo que sus ojos conecten con los míos, al segundo estampo nuestras bocas y las lágrimas hacen acto de presencia.

Entre lágrimas y risas.

Nos alejamos a centímetros del otro y acaricio su rostro.

—Jhandra, el teniente ya está bajo investigación, hay muchas formas de vengarse, no siempre la muerte es una de ellas —expongo molesto—, trata de que Dyclan no lo mate. Si lo hace, no sólo él sino tú también, serán condenados por secuestro y por asesinato. Maldición Jhandra, ¿¡lo entiendes!? —La sujeto por los brazos. Sé que no puedo hacerla cambiar de opinión respecto a Dan, pero quiero que sepa que, al atentar contra Barry, aunque este bajo investigación sigue siendo un teniente de la policía de los Ángeles y eso sí sería un suicidio.

—Claro que lo hago —masculla molesta—, esta vida la elegí yo, sé más que nadie que saldré muerta o presa —revira—, no te metas más en mi camino, Aryek, olvídame de una puta vez o haz tu maldito trabajo, pero déjame en paz.

Cada palabra da contra mí como una bala, desgarrándome, haciendo cenizas la poca cordura que me queda.

—Cuando esto acabe... ¿Podemos rendirnos? —cuestiono con mi voz temblorosa, donde en cada palabra está impregnada de impotencia y del dolor que siento.

Su mutismo es como una pistola con silenciador.

No hay respuesta. La veo recoger su arma, la guarda y se aleja de mí, dando por zanjada esta conversación.

La sigo.

¿Saltar al abismo o sacarla de ahí?

Sea cual sea mi decisión, será la correcta.

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