»Capítulo 14

La fragilidad de la vida.

Un momento estamos riendo y al otro sepultando.

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—¡Mueve ese trasero, rojita! —grita Arthur desde la orilla de la playa, lo veo y toma un trago de su cerveza guiñándome un ojo.

—Cállate idiota.

—¡Jhan, ven muévelo como tú sabes! —exclama entre risas el tonto de Gian.

Él es italiano. Solo tiene dieciocho años. Hace tres años entró en la organización, no podía costear el tratamiento de su madre y tuvo que dejar el instituto para buscar un empleo, pero por falta de experiencia no le dieron ninguna oportunidad, en cambio, Dyclan se la dio y nos puso a cargo de él. Es como nuestro hermano pequeño.

Sonrío y le saco la lengua a ambos, doy una última calada a mi cigarro y lo tiro a un bote que tengo cerca, comienzo a mover la cabeza y dejo que el ritmo de la electrónica entre en mi sistema, hago unos pasos con mis pies y mi cuerpo de inmediato se llena de adrenalina.

¡Amo sentirla!

Sonrío al ver a los idiotas de mis amigos, me acerco a la orilla y los halo hacia mí y empezamos a saltar y gritar una y otra vez. Toda la playa se halla congestionada, personas gritando y brincando con las bebidas en las manos.

—Rojita, voy a buscar una Culish. ─Ríe cuando le doy una mirada irónica, no soporto como llama a sus conquistas—. No te pongas celosa sabes que este blanquito es todo tuyo —dice con una sonrisa radiante pasando sus manos por su abdomen bien ejercitado.

—Presumido de mierda, ¡largo de aquí! —Hago un ademán con mis brazos y su carcajada me hace reír más fuerte—. Es un idiota. —digo entre dientes viendo como se acercar al tumulto de gente.

Me tiro en la arena y dejo que el agua moje mis pies, al fondo la música está en sus decibeles más alto. Seguro que en cualquier momento llaman a la poli.

Respiro profundo y mi mirada da hacia el mar, el sol esta cayendo de forma lenta haciendo que los colores del cielo sean un hermoso espectáculo.

—¿Estás bien, Jhan? —Sonrío, él siempre está pendiente de mí.

—Sí —respondo de forma escueta.

—¿Por qué será que no te creo? —Ríe pasando sus brazos por mi hombro y mi cabeza queda cerca de la suya—. Sabes que eres mi hermana mayor y por ti daría mi vida. ─Hace un gesto uniendo su dedo pulgar e índice y se los lleva a los labios—. ¡Te lo juro! Además, pronto tu corazón dejará de sentir dolor y ya no serás una cáscara vacía, Jhandra.

—Gracias, Gian... —Siento como mis ojos se nublan, pero al instante me controlo—. Muchas veces me siento perdida y actuó cuando la situación lo requiere, dejando atrás cada emoción que me asalta. Solo aprendí a ignorar lo que siento para hacer lo que debo.

—Mi madre siempre me dice que cuando llega a tu vida ese motivo de ser mejor, que no lo dudemos, sino que nos aferremos a ello —menciona, suspira y clava sus ojos marrones claros en mí—, aunque en este mundo nuestra vida es tan corta que no sabemos en qué momento nos tocará.

Siento un vuelco en mi estomago cuando dice esto último.

—No te preocupes por eso, aún te falta por seguir viviendo, mi loquito. —Sonrío y lo abrazo.

—Voy a buscar a Arthur, sabiendo como es, seguro ya anda en líos. —Nos reímos y me revuelve el cabello antes de irse.

Suspiro.

Sorrento, Italia

Estamos en una hermosa playa en un pueblo pintoresco. Todo este tiempo este lugar ha sido mi hogar, aunque he llorado lágrimas de sangre por todo lo que he visto, hecho y aguantado.

Mi vida se ha vuelto un caos continuo.

Sigo embelesada con el paisaje, hasta que me doy cuenta del tiempo, ninguno ha regresado, me levanto y voy hacia el tumulto de adolescentes bailando y saltando por la música electrónica que suena. De repente por el rabillo del ojo veo como una fuerte mano trata de agarrarme y en un acto reflejo mi codo impacta con su cara, al instante salgo corriendo y empujo a varios en mi camino, escucho detonaciones y siento el zumbido en mis oídos, me escondo en una de las tarimas y busco por todo el lugar a los chicos.

Ambos están disparando a diestra y siniestra respondiendo a la banda de los malditos italianos.

¡No se cansan!

Llevamos un par de meses luchando con ellos, quieren a toda costa apropiarse del negocio de Dyclan aquí en Italia. Llevo mi mano hacia mi espalda, saco el arma y salgo del sitio para ir hacia los chicos, al salir uno del contrario salta sobre mí y rodamos por el suelo, sin pensarlo presiono el gatillo, la sangre me salpica, pero eso no me importa a estas alturas, corro y me escondo antes de seguir el camino hacia donde están ellos y busco a tientas mi móvil.

—Jhan. —Escucho su voz ronca y hostil a través del altavoz.

—Tenemos un problema, Dy, estamos en la costa, los italianos otra vez. —Él me da instrucciones y cuelgo.

Salgo de mi escondite y la arena se filtra en mis pies, veo el caos; sangre, ruidos de ambulancia, policías, personas gritando, algunos escondidos y otros boca abajo en el piso.

De inmediato corro hacia donde están los chicos y llego. Veo en cámara lenta como uno de ellos está detrás de Arthur, preparo mi arma para disparar y antes que mi dedo apriete el gatillo suenan dos detonaciones, el italiano cae muerto con un tiro limpio en su frente y Gian se desploma frente a mis ojos tocando su pecho lleno de sangre. Mis pies se apresuran hacia él y lo sujeto.

—¡Te he dicho que no pierdas de vista tu maldita espalda! —bramo con la desesperación entrando en mi sistema—, muévete Arhtur, Dy nos viene a buscar. —Asiente con sus ojos humedecidos, observa el entorno y hace un gesto de que la zona está despejada.

—Vas a estar bien, aguanta Gian ─susurro con mi mano haciendo presión en su pecho—, ¡es una maldita orden! —grito al ver como sus ojos se van desenfocando. Arthur se coloca a mi altura y entre los dos lo alzamos, salimos entre la multitud llegando al punto de encuentro, lo dejamos en el suelo, pero no lo suelto, mis brazos se aferran a él.

—Jhan... gracias por ser... Mi mejor amiga, Ciliega. —Escucho su voz débil y lo observo: su tez blanca está translúcida, la angustia de mi pecho crece y veo todo rojo cuando escupe sangre, niego con la cabeza cuando su cuerpo pierde fuerza y su peso laxo hace que mis antebrazos duelan.

No.

¡No!

—¡Maldición! Sirenita. ─Siento sus brazos sobre mí alejándome del cuerpo sin vida de Gian.

Veo a Arthur agacharse y cerrarle los ojos, las lágrimas de él mojan el rostro de Gian. No puede ser, él era nuestro pequeño loquito.

«Tengo miedo. Escucho su voz nerviosa y suave.

¿No sé por qué carajos Dyclan nos mandó con este mocoso? Arthur cuestiona por los auriculares con un tono de molestia.

Realmente esta así desde que salimos de la oficina.

Gian no tengas miedo, vas a estar bien, solo harás lo que yo te diga, ¿estamos? Confía en mí, ¡es una orden! Asiente alterado con su mirada llena de pánico.

Rojita, ya están en posición informa en mi oído—, recuerda, matar y salir.

Gian, dispara cuando sientas el peligro, ¡vamos! ordeno de forma severa.

Ambos corremos a la dirección y disparamos a tres de los escoltas del objetivo, sigo un pasillo y le hago una seña para que entre, antes que demos un paso más veo como él se queda paralizado un segundo y luego reacciona disparando.

Era el objetivo.

¡Buen trabajo, Gian! felicito—, recuerda que el miedo puede costarte la vidamenciono guardando mi arma y solo puedo esperar que lo comprenda.

Este mundo es así; matar o morir».

—Carajo, esos malditos italianos no van a descansar hasta que nos maten a todos, me lo mataron, ¡voy a matarlos a todos! ─Vuelvo en sí cuando escucho a Arthur, asiento en modo automático, sé que ahora es el dolor y la impotencia que hablan por él.

—Debemos salir de aquí, Mok recoge a Gian —ordena Dyclan a mi lado, veo como los chicos comienzan a recoger el cuerpo laxo de Gian.

Era solo un chico que recién comenzaba a vivir...

Su madre.

—Debemos de avisarle a su madre —digo en un hilo de voz que solo escucha Dyclan, me abraza y el frío poco a poco comienza a alejarse de mí.

Desde que Vanny murió... Mi vida dio un giro tan drástico que deje atrás a la persona que conocía todo de mí... y desde que me derrumbé por completo en los brazos de Dyclan, no he soltado ni una maldita lagrima. Me siento vacía, perdida y llena de dolor.

Los malditos italianos llevan un año tras de nosotros. Dyclan hizo negocios con el jefe de ellos y éste lo traicionó, pero con lo frío y maldito que es comenzó a vengarse.

Asesinábamos a uno y ellos respondían. Desde ese entonces estamos en constante enfrentamientos. Hasta que hoy... Nos lo cobraron con la vida de Gian.

Esta es mi vida ahora, para bien o para mal.

Toco mi cuello y siento el relieve del dije.

«Hermanita falta poco». pienso, ya que es lo único que me mantiene cuerda.

—Debemos de regresar a Los Ángeles, se acabaron los negocios aquí. —Escucho y frunzo el ceño, no me di cuenta en el momento que subí al coche, llevo mi mirada hacia la ventana con el frío metal en mis manos.

Nunca se está a salvo. Lo aprendí a la mala.

Regresar a los Ángeles... Han pasado seis años desde que me alejé y nunca más supe de él.

No había nada que decir...

Ese último momento lo recuerdo como si fuese ayer, nos despedimos y al siguiente día Dyclan me esperaba en el mismo lugar donde aceptamos ser parte de esto.

«Te daré de plazo mañana en la mañana. Estaré esperando por ti, Sirenita». Fue su condición.

El sonido del coche me traslada al presente y bajo de este, observo mi alrededor y afirmo mi arma a la defensiva.

—Tranquila Jhan, nadie nos siguió, ven conmigo. —Me toma la mano y me relajo al instante, me dejo llevar mientras guardo el arma a mi espalda.

Es jodido cuando alguien marca un antes y un después en tu vida. Ese que es capaz de revolucionar tu mundo en un segundo.

En cada caída me ha sostenido, en cada fallo me ha apoyado y en cada camino no me ha soltado la mano. Dyclan... Es el hombre que me ha enseñado todo lo que hoy soy.

Él no es un hombre bueno, sin embargo, conmigo siempre hace la excepción. Nunca pensé que podría sentirme segura y calmada en los brazos de un demonio.

Siento sus manos presionando las mías, entramos a la habitación, rodea mi cintura sacando mi arma dejándola a un lado, al momento sus brazos se ciernen en mi cuerpo, una mano la tiene en mi cintura y la otra en mi cabeza haciendo que hunda el rostro en su pecho.

—Sirenita, desahógate, debes de llorar, aquí estoy —susurra, mis vellos se erizan y al instante siento calor.

Sé que algo dentro de mí está roto, desde hace mucho tiempo, porque sin pensarlo lo beso y el alivio recorre mi cuerpo como un ungüento calmando una herida abierta.

—No me refería a esto, Jhan —dice entre besos, tratando con sus manos que pare, pero no lo suelto, mis dientes muerden sus carnosos labios, lo saboreo de una manera desesperada, él suspira y cede.

Me aferro a él como si fuese mi salvavida en este torrencial de emociones que me ahogan, asfixia y llenan mi ser de miseria.

Nos besamos con ímpetu.

Necesidad.

Dolor.

Deseo.

Avidez.

Jadeo cuando siento sus dedos acariciando mi centro.

—¡Joder! Eres tan hermosa, Jhandra —Sus ojos miel se clavan en los míos mientras sus yemas siguen un ritmo que me eleva hasta lo más alto.

Su mirada denota deseo y otra cosa que no logro entender.

Nos unimos y el vaivén de nuestras caderas nos hacen tocar el infierno.

Él es mi desahogo a tanta desolación.

La culpabilidad me dejó hace mucho tiempo atrás, tenía dieciocho años cuando me entregue a él... Una noche mis pesadillas me hicieron trizas y el dolor mezclado con el odio volvieron con más fuerza. Comencé a sentir tanta rabia que destruí todo de mi habitación, él estaba al lado de esta y entró, al instante sus ojos miel se llenaron de preocupación y dolor, se acercó y me abrazo.

Él fue mi contención en plena tormenta llena de sufrimiento.

No tenía fuerzas.

Gritaba.

Me rompía.

Me destruía por dentro por cada recuerdo doloroso que mi mente recreaba.

En ese momento en pleno abismo, él y yo encontramos nuestro propio refugio en la oscuridad.

«¡Aquí estoy sirenita! Mataremos a ese hijo de puta y haremos que tu dolor lo sienta cien veces más. Su voz fría y sincera hizo que mi corazón latiera de forma frenética.

Agarre su rostro y lo bese.

¡Juro que tendrás tu venganza! Tus ojos jades no merecen tanto sufrimiento, Sirenita».

Me hizo esa promesa y en ese instante decidí entregarme a ese hombre roto, tratando de que juntos encajemos con las piezas restantes de nuestro propio rompecabezas.

Me costó dejar mis prejuicios, remordimientos y la culpa, sin embargo, lo logré, comencé a vivir y disfrutar del infierno que me ofreció Dyclan Colatelle

Nuestra unión está llena de dolor mezclado con el deseo de sentir y huir de la realidad.

Una realidad que vivo cada día:

Con odio.

Con ansias.

Con desesperación.

Desde ese día... Él se convirtió en mi entrada personal hacia la oscuridad y en mi refugio cuando siento mi alma ahogada. 

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