Capítulo Veintiuno
Una intensa luz brillante me hace imposible abrir los ojos. Intento utilizar mis manos para cubrirla, pero algo me impide acercarlas a mi cara. Conforme se adaptan, logro ver a tres personas frente a mí. Estoy atado a una silla.
«¿Qué demonios está pasando?»
Comienzo a percibir rostros. Hay tres hombres y todos ellos visten con un traje negro. Dos me resultan familiares; el hombre de la camioneta de anoche y el que estaba en la cafetería ésta mañana. Cada uno a los costados del hombre de en medio. Un hombre como de mi estatura de cabello rubio casi anaranjado, piel blanca y ojos grandes y azules.
—¡Sorpresa!
—¿Quién demonios son ustedes? —pregunto.
Estoy en una bodega o lo que parece ser una bodega. Hay cajas apiladas por todo el lugar, cubiertas por un plástico transparente y, por si fuera poco, hay más trajeados. Regreso mi mirada al hombre que ya se encuentra a tan solo unos pasos de mí.
—¿Dónde estoy?
—No hay necesidad de ser paranoicos... —chasquea los dedos e inmediatamente otro de sus hombres responde.
—Dylan.
—Dylan —repite divertido—. Descuida, estarás bien... siempre y cuando cooperes con nosotros.
—¿Me está amenazando? ¿Qué demonios es lo que quiere? —Intento pararme, pero alguien me regresa por los hombros.
—Sea lo que sea. Mi familia no podrá pagar el rescate. —Todos se ríen y no logro entender de qué clase de broma enferma me estoy perdiendo.
—Oh, no. Estás malinterpretando todo esto —contesta el hombre—. No te estamos secuestrando, sólo quiero intercambiar tu vida por algo que me pertenece.
—No tengo idea de qué habla. —Uno de los otros trajeados que nos rodean se acerca e inesperadamente me propicia un muy fuerte puñetazo en la boca del estómago—. ¡Qué... de..! —Apenas puedo hablar.
—Te diré lo que sé —dice el maldito hombre. Su agresivo compañero se para junto a mí como un guardián. Es alto y fuerte; tanto que el saco que viste parece que se romperá con sus movimientos.
—Tu nombre es Dylan Papasavvas, naciste el diez de marzo del 2049 en Chicago, Illinois. Hijo de Marienne y Hendrick Papasavvas, y tienes dos hermanas pequeñas de nombres Victoria y Christine —lee toda mi información desde una carpeta—. Vives aquí en un apartamento de la torre Griffith. Por las mañanas trabajas en el A.M. del centro comercial junto a Kaycee Hawthorne, una chica de Wisconsin criada en una granja. Prácticas surf los fines de semana en Santa Mónica con un joven de San Francisco de nombre Levy Blanchard... ¿Te resulta familiar todo esto?
—Sí y entiendo nada —respondo como puedo.
—Te dije lo que se de ti —se pone de cuclillas—. Ahora, ¿por qué no me dices todo lo que sabes sobre mí?
—No tengo ni una maldita idea de quien es usted. —Una descarga eléctrica en mi costado me produce un dolor agudo que me hace apretar los dientes hasta que cesa—. ¡Realmente no sé nada, carajo! —grito desesperado porque alguien me escuche. Me gano otra descarga aún más fuerte—. ¡¿Cuál es su maldito problema?!
El hombre frente a mí se pone de pie y abre de nuevo la carpeta. Me muestra un papel, que más bien es una fotografía y de nadie menos que de Madison con el Golden Gate justo detrás de ella.
«¿Es ella lo que quieren? ¿Acaso es uno de ellos? ¿Será alguna clase de traidora del gobierno o algo parecido? ¿En qué demonios me metí?»
—¿Qué me dices de ella? —pregunta golpeando la foto y únicamente lo miro—. ¿La conoces? —trago saliva y recibo otro puñetazo que me deja sin aire—. Si no hablas te daremos razones para hacerlo —me amenaza antes de recibir un tercer golpe.
—No... la... conozco —jadeo.
De lo que sea que Madison esté huyendo, no parecía tener intenciones de que la encontraran y ellos no parecen ser para nada amigables. El hombre se ríe sacando otra foto. En ésta, ambos estamos sentados sobre el cofre del auto.
«Mierda».
—¿Aún estás seguro de no hacerlo? —la foto es reemplazada con un arma. Un arma que apunta directo a mi frente.
—¿Qué diablos quieren que les diga? —Apenas logro escucharme por encima del latido acelerado de mi corazón—. No sé nada de esa chica salvo que su nombre es Madison.
—Ya comenzamos a progresar —el hombre pasa la pistola al sujeto a mi lado quien obedientemente la pone justo en mi sien. Cierro los ojos y cada fibra de mi cuerpo comienza a temblar cuando el frio material me toca la piel—. ¿Qué querías de ella?
—Co... conocerla —tartamudeo—. Solo eso.
—¿Por qué? —pregunta.
«Porque tengo una obsesión por romperles el corazón a las chicas. Porque desde el primer momento en que la vi no dejo de pensar en ella. Porque está volviéndome loco».
—No lo sé —miento.
—¿No lo sabes? ¿No es gracioso este chico? —Se ríe y la pistola ejerce presión—. ¿Qué fue exactamente lo que conociste de ella?
—Ya le dije que absolutamente nada.
—¿Absolutamente nada? —repite. Más presión.
«Habla o muere».
—Su nombre es Madison y es de San Francisco —me apresuro a decir intentando recordar todo lo que puedo sobre ella—. Es nueva en Los Ángeles, su apartamento es el número doce en la misma torre en que está el mío y hasta el día de ayer fue la primera vez que conoció una ciudad como turista... —confieso—. No admira a sus padres. —La pistola se relaja y el hombre está levantando las cejas cuando abro los ojos.
—¿Por qué no? —pregunta.
—¿Eso importa? —Otra descarga—. ¡Mierda!
—Yo decidiré qué es importante —gruñe.
—Dijo que era casi como si no los conociera o algo parecido, no lo sé. ¡Lo sabría si su hombre no hubiera interrumpido nuestra conversación!
—¿Es eso cierto Zimmer? —pregunta mirando detrás de él y el culpable asiente serio—. ¡Libéralo! —ordena. El hombre a mi lado desata mis tobillos y muñecas.
—¿Puedo irme? —titubeo cuando me jala para ponerme de pie. Es tan doloroso que cuando lo hago no me puedo enderezar.
—Escúchame bien, Dylan —el rubio me toma de la cara—. Vas a llevar a Madison a dar un romántico paseo por Santa Mónica y te asegurarás de darle el mejor día de su maldita vida. ¿Me entendiste? Solo ustedes dos.
La petición me extraña.
—¿Por qué?
—Tú no haces preguntas. Te limitarás a hacer exactamente lo que digamos —señala—. Te gusta jugar al seductor ¿no? ¡Pues ve y juega! —me ordena empujándome.
«Sea lo que sea. No es mi problema. Haré lo que quieran y me librare de todo este embrollo».
Estoy a punto de obedecer y largarme cuando un inconveniente viene a mi mente.
—¿Hay algún problema? ¿Dylan?
—Uno pequeño —respondo. El hombre sonríe.
—¿Cuál es?
—Madison, ella tiene una hermana pe... —Recibo un golpe tan fuerte en la cara que me tira hasta el piso haciéndome ver estrellas. Mi visión se nubla un poco, pero la recupero lo suficientemente rápido para ver venir un puntapié a mi costilla izquierda.
—La próxima vez que pregunte todo lo que sabes. ¡Me dirás todo lo que sabes! —Recibo otro golpe cuando termina de hablar y esta vez ni siquiera soy capaz de emitir otro sonido o moverme, solo me quedo esperando lo siguiente—. ¡¿Qué hermana?!
—Una niñita —confieso—, de unos cinco años. No lo sé.
—¿Qué hace?
—¿Qué hace? —me golpea de nuevo y por la manera en que duele, no dudo que tenga ya un par de costillas rotas—. No sé qué es lo que quiere que diga —mi voz tiembla y dos hombres me regresan a la silla sin cuidado.
—Quiero que me digas todo —me advierte.
—¡Ya lo hice! Su nombre es Alison, una niña de unos cinco años que pregunta acerca de todo. Le encanta el chocolate y obedece mejor que ningún soldado —me apresuro a decir—. Tiene el cabello café y los ojos azules—. Recibo otra descarga en mi costado cuando me detengo, duele tanto que suelto una lágrima—. ¿Eso por qué fue? Ya les dije lo que sé. —Otra descarga corta.
—Todo —repite el hombre que me la da.
—¡¿Cómo puedo concentrarme en lo que sea que quieren que diga con ustedes electrocutándome cada que abro la maldita boca?! —Solo me gano otra descarga.
«Maldita sea van a matarme».
—Intentemos un incentivo diferente entonces. —El hombre de los ojos azules saca la pistola de nuevo y no parece que vaya a dudar en disparar si no obtiene lo que quiere—. Su muñeca —agrega—. ¿Qué tiene en la muñeca? —Intento recordar lo que sea y entonces el momento en que le estaba mostrando mi teléfono viene a mi memoria.
—¿Un tatuaje? —dudo.
—¿De qué?
—No sé qué bien lo que era —admito apretando los ojos en espera de una descarga que no llega—. Parecían números. —Cuando abro los ojos de nuevo, el hombre baja el arma. Suspiro.
—Mismo plan —ordena con una expresión bastante difícil de leer—. Llévate a la chica a Santa Mónica y pasen el día juntos.
—P-pero y ¿la niña?
—Nosotros nos encargaremos de ella.
—Sí, verá... señor. No creo que eso vaya a funcionar. Ella no dejará a su hermana sola de nuevo... —respondo—, nuestro encuentro con... Zimmer la dejó bastante nerviosa.
El hombre hace un gesto hacia alguien de los de atrás y cuando espero que alguien más aparezca para golpearme, una mujer llega a su lado. Cabello blanco y ojos grises. Es delgada y es la única aquí que no viste de traje. Su cabello cae como una cascada sobre sus hombros.
—Ésta es Olivia —dice—. Ella cuidará a la niña mientras regresan.
—O-kay... —titubeo frente a la fría mujer.
—Y Dylan, asegúrate de no mencionarle a Madison nada de lo que sucedió aquí. ¿Entendido? —Me obligo a asentir—. Buen chico —me una palmada en la mejilla como si hablara con un perro y me hace entrega de las llaves de mi auto y mi teléfono.
El camino de vuelta al auto es una tortura. La simple acción de caminar manda punzadas intensas de dolor a mi costado izquierdo. Me dejo caer de inmediato en el asiento del conductor tan pronto como llego y ni siquiera me molesto en abrirle la puerta a la mujer. Honestamente, no me importaría en absoluto que no viniera conmigo.
Esto es un desastre. Estoy metido en un gran lío del que no podré escapar sin hacer lo que me dicen.
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