Capítulo Veintiséis
Luego de un muy largo y atemorizante viaje hasta San Francisco. Nos detenemos fuera de una enorme casa que bien podría ser la más grande de la cuadra con un enorme jardín que la rodea.
El hombre que conducía mi auto me abre la puerta y me fuerza a salir reiniciando el dolor de todo mi cuerpo.
Hay otros tres autos formados detrás de nosotros, entre los el de Levy, de donde también es forzado a bajar. El odioso hombre de los ojos azules sale de otro de los carros cargando a Alison completamente sedada. Le acompaña su compañero quien también sostiene a una Madison totalmente inconsciente.
—¡Oh por Dios! ¡¿Qué pasó?! —una mujer rubia y de ojos grises chilla tan pronto nos ve entrar a la ostentosa mansión.
—Enciérralos en el sótano hasta que logremos resolver todo esto —ordena el hombre—, no pienso quitarles los ojos de encima esos tres.
El fortachón que me sujeta me obliga a bajar por unas pequeñas escaleras
—¡¿Qué le hiciste a mi hija maldito desgraciado?! —escucho gritar a la mujer desde arriba, pero el sonido de sus voces se pierde cuando llegamos al sótano.
Aquí abajo no luce nada como lo hacía la casa. Puedo ver los cimientos de la construcción y el lugar entero está cubierto de polvo. Hay un solo foco en el centro del techo que es lo único que provee luz al resto del espacio que tan solo cuenta con un viejo sillón en donde recuestan a Madison, un montón de cajas y máquinas envueltas en plástico de burbujas y un pequeño baño al fondo.
Tan pronto nos dejan solos, puedo sentir la mirada amenazante de Levy sobre mí.
—¿Por qué no solo me dices lo que sea que me quieres decir y acabamos con esto? —sugiero sentándome contra una pared en el piso.
—¡Agradece que me hayan golpeado porque te juro que quiero hacerte mierda justo ahora! —ruge—. ¿Cómo diablos...? ¿Qué fue lo que...? ¡¿Qué demonios hacías con ella?!
«Jugando. Conquistándola. Arruinándole la vida...»
—De todas las chicas que abundan en Los Ángeles... ¿por qué demonios tuviste que ir por ella? —completa y cuando me fuerzo a mirarlo, la puerta de las escaleras se abre y alguien baja tan rápido por ellas que por un momento pienso que tropezará.
—¡¿Dónde está?! —una nueva mujer, esta vez morenas y de cabello completamente rizado entra corriendo en la habitación dejando un montón de cosas que sostenía en el piso y corriendo directo hasta donde está la persona que vino a buscar—. Ay, mi niña —llora acariciando la mejilla de Madison que ni siquiera se estremece por el contacto—. Estoy tan aliviada de que estés bien —agrega plantándole un beso en la frente y luego finalmente nos mira.
—Se pondrá bien —se apresura a decir Levy y la mujer asiente.
—Sí, ella es fuerte —contesta—, aunque no puedo decir lo mismo de ustedes. Georgina me dijo lo que pasó, así que traje algunas cosas para intentar curarlos.
—¿Están...?
—De vuelta en el laboratorio —responde la chica antes de que Levy consiga terminar su pregunta mientras toma un botiquín de las cosas que traía con ella para después acercarse a Levy—. Quítate la playera —le ordena y él obedece al instante.
Su torso entero está cubierto de moretones sobre los que la amable mujer aplica un ungüento que huele a mierda pero que de inmediato llena de alivio el rostro de mi amigo. Mi cuerpo también termina embadurnado de esa pomada rara y luego indicarme que es probable que tenga una costilla rota me regala dos píldoras analgésicas.
—Eso debe de ser suficiente para ayudarlos a pasar la noche —dice entregándonos un sándwich y una botella de agua a cada uno junto con un cobertor—. Desearía poder hacer más por ambos.
—Gra...
—¿Sabes qué pasará ahora? —Levy me interrumpe cuando intento agradecer y ella sacude la cabeza.
—Sólo espero que pase lo que pase, termine rápido —responde—, de todos modos, no pueden mantenerlos aquí por mucho tiempo antes de que comiencen a levantar sospechas...
—O los acusen de secuestro —bromeo y ambos me miran como a un bicho raro.
«Supongo que no es el momento...»
—Gracias, Sarah —Levy dice ignorando mis palabras y la mujer le sonríe.
—Traten de descansar un poco —sugiere echando un ultimo vistazo a su hija y luego se retira.
Levy se recarga contra la espalda del sofá y cierra los ojos antes de darle un primer mordisco al sándwich, que luego de no haber comido nada en un día entero, sabe delicioso; y no es hasta que casi termino el mío, que me decido por hablar.
—La vi por primera vez un día cuando regresaba al edificio —comienzo—, ella iba saliendo...
—No quiero escucharlo —interrumpe.
—Entonces cúbrete los malditos oídos porque hablaré de todos modos —replico—. Empujé la puerta y la encontré detrás. Ella se disculpó por haber estado ahí y después solo siguió su camino como si jamás me hubiera visto...
—Volviéndose parte de tu juego —señala con la boca llena—. No es la primera vez que escucho esto.
—Levy, no sabía que era tu amiga —alego.
—¡¿No notaste que vivía en mi maldito apartamento?!
—¡¿Cómo se supone que sabría eso luego de verla una vez?! —contradigo—. La conocí en el maldito parque, Levy, no en tu apartamento.
—¿Y qué? ¿Luego sin conocerte te dio toda su información para que la acosaras y jugaras con ella? —me cuestiona—. Aparte, ¿qué diablos estaba haciendo ella en un maldito parque? —balbucea y suspiro cuando no puede dejar de verla, seguramente intentando descifrar cómo llegamos a este momento.
—Mira, yo sé que estoy enfermo por tratar de probarme a mí mismo que podría conquistarla, pero te juro que después de que la vi aquel día, no podía sacarla de mi mente; y lo admito al principio todo era solo un juego que yo intentaba ganar, pero... mierda —exhalo— ella es tan hermosa y diferente a todas las demás que no podía dejar que se fuera de mis manos. Si tan sólo pudieras verla de la forma en que yo la veo, podrías...
—Soy su amigo, no estoy ciego —replica.
—No es lo que...
—Conozco a Madison, sé que es hermosa y estoy jodidamente consciente de eso. Se ganó la lotería genética y ella lo sabe a pesar de que le cueste admitirlo. Créeme que no eres el único con un par de ojos que lo ha notado —señala—, y mucho menos eres el único que ha intentado ganársela ni serás el último tampoco. Hay toda una fila de chicos ahí afuera que están perdidamente enamorados de su belleza... y olvida eso, están enamorados de la increíble persona que es.
—Lo sé —suspiro.
—. ¿Sabes en qué tuviste suerte? —pregunto y me mira—. Tu ventaja estuvo en que la encontraste en el peor momento de su vida.
—Lo sé...
—No, no sabes ni una mierda —me interrumpe—. Ha tenido un infierno de vida desde el momento en el que llegó al mundo y quién sabe lo que le espera ahora. ¡Fue un maldito experimento!
La culpa me carcome nuevamente por dentro. Recuerdo su rostro tras descubrir lo que intentaba hacer en la playa. La decepción en su mirada. Si tan sólo hubiera sabido lo que ahora sé...
«Quizás jamás me hubiera acercado. Hubiera solo sido ese cobarde que soy y nunca le hubiera dirigido la palabra...»
—Ella aparenta ser alguien mucho más fuerte de lo que en realidad es, Dylan. No conoces ni siquiera una pequeña parte de ella. Así que no vengas aquí fingiendo que lo sabes todo porque solo la has conocido por una semana y créeme cuando te digo que no conociste a Madison porque ella jamás se hubiera planteado el aceptar salir con alguien como tú de haber estado consciente de ello
«Con alguien como tú», su despreciable frase se repite dentro de mi cabeza mientras lo único que logro sentir es culpa, «Alguien como yo. Alguien que no vale la pena. Alguien sumamente reemplazable y que sólo piensa en sí mismo...»
—¿Qué hago ahora entonces? —pregunto.
—No podría importarme menos —suspira—, si fuera por mí te diría que te quiero lo más alejado de ella como sea posible, pero no es mi decisión... es suya.
Cuando miro a Madison, ésta completamente dormida sobre su costado. Sus labios parecen formar un pequeño puchero mientras el rostro de su rostro luce completamente relajado.
Me gustaría que al despertar una sonrisa enorme se apoderara de su boca al verme a su lado como cientos de otras chicas o han hecho. Que se arroje a mis brazos y me regale un beso tan cálido como el de aquél a la orilla del mar... pero eso jamás va a pasar.
—Debí de haberle dicho. —Levy me mira—. Debí de haberle advertido que me habían encontrado y que sabía que alguien la perseguía. De haber sabido lo que pasaba de saber que ella era un... experimento —decirlo en voz alta es aún más difícil que intentar encontrarle sentido en mi cabeza—. Desearía haber sabido, pero entonces solo sabía que ellos conocían todo sobre mí y que me amenazan con lastimar a mi familia o a mí o a ti y yo... sé que no es justificable, pero... apenas la conocía ella. ¿Qué se supone que debía hacer?
Mi voz tiembla al confesar la verdad y la expresión de Levy de pronto ha cambiado de una llena de rencor a una completamente hecha de lástima y debo de verme fatal y se logrado obtener esa mirada de su parte.
—Sé que estoy dañado y que probablemente necesite reordenar mi vida y que Madison no tiene por qué ser la razón de todo ello, pero te juro que nunca hubiera hecho lo que hice a propósito. Simplemente no sabía que más hacer, estaba atado de manos y... —un nudo enorme se me forma en la garganta con una sensación que hace años no sentía y que se extiende por mí garganta como fuego que, si no dejo salir... me comerá vivo.
—Lo siento. De verdad lo siento —exhalo.
Cuando me atrevo a levantar la mirada nuevamente hasta sus ojos él ya no está teniéndome lastima. Me está analizando e intentando descifrar si lo que digo realmente es verdad.
—No soy yo a quien tienes que intentar convencer —responde al fin.
—No va a querer escucharme —resoplo.
—Entonces oblígala a hacerlo —se desespera—. Has que te escuche luego tú pon atención a lo que sea que ella quiera hacer o lo que tenga que decirte. Si en serio te arrepientes como tanto quieres hacérmelo creer, pruébaselo a ella; y si la haces siquiera un poco feliz, quédate. Sería egoísta de mi parte pedirte lo contrario.
Sus palabras me hacen sentir como si una soga hubiera estado ahorcándome todo este tiempo y al fin comenzara a relajarse en mi cuello.
—No eres una mala persona, Dylan —agrega unos segundos después. Lo miro—. Puede que no esté de acuerdo con la manera en que actúas la mayoría de las veces, pero no eres una mala persona.
—Intenta decírselo al resto del mundo —señalo.
—¿A quién le importa el resto del mundo? Ella lo notó y eso es lo que importa —contesta asintiendo hacia Madison que permanece inmóvil.
—Acabas de decir que...
—Ya sé lo que dije —me interrumpe—. Créeme que no sé como hiciste que ella confiara en ti cuando no puede confiar en nadie más.
Le fuerzo una sonrisa en respuesta.
—Saca tu lado bueno, Dylan, como lo hiciste con ella, pero esta vez de verdad —agrega—. El mundo ya tiene suficientes cretinos idiotas.
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