Capítulo Uno
—¡Felicidades, la mejor calificación! —me felicita el profesor Barnes al entregarme mi examen de Álgebra justo antes de que la campana suene indicando el final de la clase.
—¡Tienes que decirme tu secreto! —Anne me sorprende dándome un pequeño empujón por la espalda al ponerme de pie.
—No entiendo a qué te refieres —musito.
—Ay, por favor, ¡mírate! Eres la perfección en persona. No hay una sola cosa que esté mal en tu vida —contesta en nuestro camino por el corredor hasta las mesas de afuera del edificio.
Le fuerzo una sonrisa en respuesta.
—Sólo soy nerd —me encojo de hombros al encontrarnos con el resto de nuestro grupo de amigos.
—Tú no eres nerd —Jessica se une a la conversación antes de besar a su novio—; Él lo es... Un matado de primera.
—¿Qué hizo la señorita perfecta esta vez? —agrega Levy cuando terminan de intercambiar saliva. Pongo los ojos en blanco.
—Sólo la mejor calificación de Álgebra —responde Anne.
—Eso no es nuevo. Honestamente, tenemos suerte de que aún nos dirija la palabra —bromea.
—Sí, quizás me haga falta un nuevo grupo de amigos —respondo.
—Levy tiene razón. Podrías ir y ser parte de la élite de la escuela sin problemas —añade Jessica—. Salir con quien quieras cuando quieras.... Eres la perfección en su máximo esplendor y no lo aprovechas —dice mientras se pinta los labios con un labial demasiado rosa para mi gusto pero que luce hermoso en contraste con su blanco tono de piel y rubio cabello.
Siempre es lo mismo.
Miss Perfection, fue el bochornoso título que recibí el año pasado por parte de toda la escuela; se trata de una estúpida votación que se realiza cada año en la que seleccionan de entre todas las chicas a la supuestamente más bonita, inteligente y atlética; quién para mi suerte y desgracia, por algún motivo resultó ser yo.
Comparada con las cientos de chicas que se pelean por obtener el premio cada año; yo no me considero esa clase de persona. Al mirarme al espejo, lo único que veo es a una chica común y corriente de cabello café en ondas imposibles de controlar y ojos color verde raro que heredé de mi padre; con una inteligencia extraña pero favorable que me ayuda a entender todo a la perfección desde el momento en que me lo explican y a devorar libros en un santiamén. Lo que me deja demasiado tiempo libre que en realidad no tengo en que aprovechar.
—¿Madison?
La voz de Levy me despierta y cuando lo hago, estoy completamente perdida en la conversación. Ya solo quedamos él y yo en la banca.
—¿Te importaría darle una leída a todo esto en tu tiempo libre? —inquiere mostrándome un montón de os llena de palabras—. Son mis argumentos para el club de debates del lunes.
—Claro —exhalo tomándolo.
—Su majestad, ¡la carroza ha llegado! —anuncia casi gritando cuando la Range Rover negra de mi padre se detiene junto en la acera frente a nosotros.
Charles baja de inmediato para esperarme de pie junto a la puerta del auto.
«Y... lo hizo de nuevo», pienso.
—Adiós —suspiro poniéndome de pie. Levy se despide con un antiguo saludo de soldado.
Al llegar, Charles me abre la puerta educadamente y cuando me saluda diciendo únicamente mi nombre, me limito a asentir y subirme en la parte trasera de la camioneta.
—Su madre lamenta no haber podido venir a recogerla, señorita Wrestler, pero surgió algo...
«Importante», mi mente autocompleta al tiempo que él dice exactamente lo mismo.
Nos detenemos justo en la gran entrada de mi casa y luego subo casi corriendo las escaleras en cuanto bajo del carro.
—Lindo vestido —comenta mi madre cuando la encuentro saliendo de la que me encanta llamar: la habitación prohibida.. Le fuerzo una incómoda sonrisa en respuesta y luego, sin decir más, continúo caminando hasta llegar a mi habitación al final del pasillo.
Tomo mi celular de mi mochila antes de dejarla sobre el escritorio justo a un lado de mi puerta y después me dejo caer en la cama.
Otro día más con la misma rutina: «levántate, arréglate, ve a la escuela, sé la mejor de la clase sin intentarlo, regresa a casa y sé ignorada el resto del día por tus padres».
Siendo honesta, nunca he logrado entender por qué tenemos una casa tan grande si únicamente somos tres personas en la familia —o lo que sea que se supone que formamos— sin contar al resto de las personas que nos ayudan literalmente a sobrevivir: Sarah, la mucama y en realidad la única persona que me presta atención en este lugar; Teo, el mayordomo que siempre vigila que todo en la casa funcione a la perfección; Martha, la cocinera; y Charles, el chofer que siempre se encarga de llevarme a todas partes.
La casa está formada por dos pisos y un sótano al que jamás entro. La planta de abajo consiste en un espacio completamente abierto con cocina, sala, comedor y una pequeña cantina que se conectan en todo el piso de abajo.
Las escaleras se encuentran justo frente a la entrada principal y ascienden a manera de un caracol semiabierto hasta el segundo piso rodeada por un barandal de madera oscura y brillosa que se extiende a lo largo de todo el piso de arriba de una elegante manera.
En contraste con el primer piso, el segundo está formado por un solo corredor y el resto de las habitaciones que se encuentran a lo largo de éste por lo que lo único que se encuentra al subir las escaleras son cinco puertas que van del piso al techo talladas en madera a juego con el barandal.
Al fondo del lado izquierdo del corredor, se encuentra la habitación de mis padres que es la más grande de todas y junto a ésta se encuentra la Puerta Prohibida. No puedo decir mucho acerca de esta habitación ya que nunca en mi vida he entrado en ella, pero quiero creer que es una oficina en donde trabajan mis padres casi todo el tiempo.
Cuando era una niña y la curiosidad me ganaba. Sarah solía decirme que no era más que una habitación oscura donde existían monstruos como los de los cuentos que me leía y que mis padres luchaban día y noche ahí dentro por acabar con todos. Algo fantasioso —ahora lo sé —, pero en ese entonces de alguna manera terminó con mi interés por ese lugar.
A un lado de esta, se encuentra el estudio de mi padre. Una habitación lo suficientemente grande con libreros enormes en cada una de las paredes, llenos de libros inmensos y un escritorio justo al centro con una computadora. Es la primera puerta que se encuentra al subir la escalera y le sigue una tercer recamara completamente decorada y diseñada para recibir visitas —algo inútil si me lo preguntan— ya que, literalmente, nunca nadie lo hace.
Al final del corredor está mi habitación que lo suficientemente grande para mí o lo que pudiera necesitar, pero mucho más pequeña en comparación a la de mis padres; dentro tengo un baño con ducha y bañera y un espejo inteligente que lee y responde a cualquier cosa que pudiera llegar a preguntar.
Para terminar, la casa está rodeada de un jardín enorme que se extiende por metros y metros desde la entrada con una alberca en el área de atrás, una cancha de tenis que usualmente utilizo con mi entrenador y una terraza.
Como dije, una casa muy por encima de lo que en realidad podríamos necesitar.
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