Capítulo Doce


Al día siguiente, cuando salgo de tomar un baño, Alison está al enorme ventanal de la habitación como como una calcomanía mientras observa impresionada todo lo que sucede ante sus ojos.

—¿Te gusta? —pregunto y al escucharme de inmediato de despega de la ventana para mirarme. Separa sus piernas a la altura de sus hombros y de pie completamente derecha pone sus manos detrás de ella—. Está bien, puedes mirar... ¿no es bonita? —le digo acercándome.

   La ciudad está llena de vida. Hay autos por doquier, gente cruzando las avenidas; los pájaros vuelan el cielo y el sol ilumina todo resplandecientemente.

—Bonita —repite ella volviendo a recargar su frente en el cristal.

—...estaré ahí por la tarde —Levy dice desde la sala y la curiosidad me obliga a salir a su encuentro. Habla por teléfono y masajea sus sienes mientras escucha lo que quien sea que esté al otro lado le responde—, ...discutió con sus padres... estamos cerca del Golden Gate... —miente un antes de gesticular la palabra «Jessica» para mí. Me río ante el control que su nombre ejerce sobre él—, ...lo sé, te veré en tu casa —le asegura—, ...también te amo —se despide y luego cuelga el teléfono.

—¿Problemas en el paraíso? —me burlo sentándome en la silla de madera a su lado.

—Al parecer ninguno de los dos le contesta el teléfono a Jessica desde ayer. El mío se quedó sin batería anoche y el tuyo...

Corro hasta la habitación en busca de mi celular dentro de la improvisada maleta que traje y justo cuando me doy cuenta de que no está; Levy aparece a mi lado.

—¡Lo dejé en San Francisco!

El pánico se apodera de mí.

—Supuse que fue intencional —lo miro—. Sabes que pueden rastrearlo ¿no?

—Claro que lo sé, pero no lo entiendes. Lo deje en San Francisco. ¡Dentro del laboratorio!

—Oh...

—Tienes que regresar, tienes que irte antes de que alguien vea los mensajes y...

—Cálmate Jessica, estaré bien. Primero iré a comprar algo de comida para ustedes —lo miro al borde de un colapso nervioso—, y después volveré a San Francisco.

—No debí de haberte arrastrado dentro de esto —replico.

—No tardo —agrega y luego sin más, se va.

Me dejo caer sobre la cama y cubro mis ojos con mi antebrazo comenzando a pensar en lo tonta que he sido hasta que la cama se hunde un poco por el peso de alguien que sube. Descubro mis ojos y me encuentro con los ojos azules de Alison observándome desde arriba con una sonrisita juguetona que hace que se me forme un nudo en la garganta.

—¿Qué haces? —pregunta.

—Descanso —respondo y ella se sienta cruzando sus piernas delante de ella.

—¿Estás enferma? —inquiere.

—No —respondo incorporándome.

—Tus manos no son blancas —repite lo mismo dijo ayer y luego me mira esperando una respuesta a una duda que no tengo ni idea de cómo solucionar.

—Son como las tuyas —contesto evasiva y ella asiente.

Papi no está enfermo y sus manos son blancas —señala haciéndome entender finalmente de lo que habla.

—Mira esto —le digo quitándole uno de sus calcetines para ponerlo en una de mis manos como si fuera un guante y se la muestro intentando demostrar mi punto—. ¿Lo ves? Ahora es blanca. Se llaman guantes —le explico.

—No, son calcetines —me corrige haciéndome reír por la ternura de su aclaración.

—Sí, estos son calcetines —reconozco—, pero lo que vuelven las manos de papi blancas, se llaman guantes.

—Yo estoy enferma —comenta cambiando de tema y entonces lo único que puedo hacer es quedarme viéndola.

Mientras planeaba este escape con mi madre, jamás hablamos acerca de si debía contarle la verdad o no, pero, ahora sé que, aunque lo hubiéramos hecho. ¿De qué manera podría explicarle a esta dulce niñita que nada de lo que le han hecho sufrir toda su vida ha sido por estar enferma, sino por todo lo contrario? Quizás por eso mismo no me lo dijeron antes. No hubiera sido capaz de entenderlo o ellos de siquiera atreverse a explicarlo.

—Ve a mirar por la ventana —es todo lo que se me ocurre decir para quitármela de encima y ella simplemente obedece de inmediato.

Cerca de una hora después, Levy regresa con miles de cosas.

—Esto debe de ser suficiente —exhala dejando las bolsas sobre la barra de la cocina.

—Te pagaré todo cuando regresemos —apunto y él sacude la cabeza.

—Asegúrate de regresar y estamos a mano. —Me guiña el ojo y a pesar de ser tan solo una broma, tiene un buen punto.

No sé en qué país las cosas que compró se consideren realmente como comida, pero supongo que hizo su mejor esfuerzo al comprar fruta, cereales, pan, comida enlatada, wafles congelados y sopas instantáneas.

—¿Sabes? Es más probable que esto nos mate antes de que logremos regresar —me burlo mostrándole una de las latas de comida y un vaso de sopa deshidratada.

—Siento mucho no haber comprado langostas, Señorita Perfecta —responde quitándome la lata de la mano—. En mi defensa, estoy seguro de que no sabes cocinar nada; y esto tiene un sencillo instructivo para que sigas —señala haciéndome reír—. Además, acordé con Jessica que te haríamos engordar antes de la graduación.

—Oh probablemente lo haré —reconozco—, si es que logro regresar...

Mi comentario torna nuestro bromista ambiente en serio y entonces Levy me muestra la caja con los Wafles congelados.

—Descuida, te prepararé un último desayuno para que no mueras de hambre —sugiere en un intento por relajar la tensión y luego saca la tostadora. Diez minutos después, tenemos seis wafles listos en platos con un par cada uno.

Cuando acomodamos todo con los ingredientes para prepararlos voy por Alison y tengo que ayudarla a subir a una de las sillas altas frente a la barra de la cocina. Levy desliza un plato frente a ella y un par de cubiertos, y comenzamos a devorarlos de inmediato. Pongo un poco de jarabe sobre el mío y cuando miro a Alison para ofrecerle, me encuentro con la sorpresa de que no ha probado ni un solo bocado. Solo nos ha estado viendo comer.

—Puedes comer —Levy habla con la boca llena y hago el mayor esfuerzo por no reír ante eso. Alison me muestra su brazo en respuesta.

—¿Qué tiene? —pregunto—. ¿Te duele?

—¿Aguja? —contesta. Miro a Levy quien solo se encoje de hombros cuando hacemos contacto visual.

—No, comida —contesto mostrándole un trozo de mi wafle y luego lo meto en mi boca. Ella baja su brazo colocándolo sobre sus piernas y mira el plato pasando su dedo sobre el tenedor—. ¿No sabes cómo comer? —pregunto lo que parece más que obvio y ella sacude su cabeza.

Me pongo de pie detrás de ella y tomo su mano junto con el tenedor para ayudarle a cortar un pedazo de su desayuno. Lo encajo y luego lo acerco hasta su boca mostrándole cómo hacerlo.

—Abre tu boca —indico y ella obedece enseguida. Meto el trozo de comida en su boca sacando el tenedor y después empujo su barbilla un poco para que cierre la boca nuevamente. Sus ojos se cristalizan y cuando regreso a mi lugar allá solo me mira con el bocado aún intacto.

—Tienes que masticarlo —ríe Levy logrando que lo mire—, así —le demuestra masticando con la boca abierta y yo me río haciendo que la niña me esboce una pequeña sonrisa que escapa de sus labios. Le asiento como si necesitara mi permiso y ella comienza a masticar como lo haría un bebé que apenas comienza a probar la comida sólida.

—¡Gina! —Clarisse me envuelve en un abrazo al abrir la puerta—. ¡Que sorpresa verte por aquí! Por favor, pasa.

Su casa es bastante acogedora; pequeña en comparación de la nuestra pero lo suficientemente grande para las cinco personas que la comparten junto con ella.

—¿Puedo ofrecerte algo de tomar? ¿Agua? ¿Té? —sugiere educadamente mientras me indica el camino a la sala. Hay cientos de documentos y papeles por todo el lugar.

—Agua está bien —respondo—. ¿Cómo están tú, Francis y los niños?

—Molly acaba de cumplir trece años —contesta volviendo de la cocina—, está emocionada probando su adolescencia —añade entregándome el vaso de agua con una sonrisa orgullosa en el rostro—. Oliver se las arregla en la universidad, no cabe duda de que será uno de los mejores ingenieros en su rama cuando se gradúe.

—Debes de estar muy orgullosa —comento y ella asiente.

—Francis bastante bien, a decir verdad, de un lado a otro con cientos de casos por resolver, y Levy, tú lo conoces; nos sorprende a todos cada día, está ansioso por asistir a Columbia.

—Seguirá sus pasos ¿cierto? —corroboro intentando hacer conversación y ella asiente orgullosa.

—Mi hijo nació para estar en la corte —confirma.

—No lo dudo —respondo sin más que decir y ella asiente.

—¿Qué hay de Madison?

—Está bien —respondo—, irá a la Universidad de San Francisco el próximo año.

—Le irá fantástico, es una niña muy inteligente —contesta y yo asiento.

—¿Cómo va todo con la demanda? —pregunto antes de que ella logre preguntar algo más sobre nosotros y su mirada se torna serena de inmediato.

—Aún trabajamos en ella —se frota las sienes— Estados Unidos ha sido bastante complicado.

—¿Por qué lo dices? —inquiero y puedo sentir como me estudia con la mirada. Frunce sus labios que resaltan en contraste con el tono oscuro de su piel.

—Encontramos laboratorios fuera del país hace cerca de un año —me informa consiguiendo toda mi atención—. Canadá, Suecia, Alemania, India, China, incluso en Australia —enumera todos con los dedos de su mano—, los destrozamos; pero los respectivos gobiernos se negaron a darles a los pequeños la ciudadanía en sus países y los desaparecieron.

—¿Por qué no? —Ella levanta las manos en respuesta.

—Quisiera poder comprender esa mentalidad tan... ilógica con la que se trabaja en esos lugares —responde—. Crean a un niño dentro de un laboratorio, lo obligan a someterse a todas esas torturas que legalizan bajo el nombre de experimentos y luego se olvidan de que son humanos para conseguir dormir por las noches —sus palabras golpean mi pecho como piedras dirigidas directas a mi corazón—, ruego a dios por lograr verlos pagar por lastimar a esos inocentes bebés algún día.

Trago saliva sin palabras para argumentar nada de lo que dijo.

—Francis está en Washington D.C ahora mismo, siguiendo reportes de personas que creen haber visto algo allá. —Cuando lo menciona de inmediato sé que los reportes de los que habla han sido hechos por parte de los mismos laboratorios en otras ciudades. Ha sido así por años, siempre que la Asociación está demasiado cerca de encontrar algo, los desvían en otra dirección.

—Estamos cerca —agrega confiada, pero la realidad es completamente diferente.

—Tengo algo para ti —cambio de tema buscando dentro de mi bolso por la lista de laboratorios que escribí para ella. Clarisse se pone sus anteojos que se escondían en algún lugar entre su cabello rizado cuando se la entrego y comienza a leerla con una mirada desconfiada en su rostro.

—¿Qué es esto? —pregunta sin despegar la mirada de la larga lista de ciudades.

—Los laboratorios del país —respondo.

—¿Cómo...? —dice incrédula— Washington no está aquí.

—La llamada que recibieron... fue una distracción —confieso—. Cada vez que creen estar más cerca de encontrar algo, en realidad están aún más lejos.

Su cuerpo se tensa ante mis palabras y se quita los anteojos dejando la lista a su lado para poder verme. Puedo verla juzgando cada parte de mí, quizás deseando que desaparezca de su vista y lo cierto es que lo merezco. Merezco que me odie con casa fibra de su ser.

—¿Ustedes...? —Asiento ante la pregunta que he temido responder toda mi vida.

—Tenías razón. La casa es un laboratorio —respondo y ella cubre su boca de la impresión.

—¿Por qué me dices todo esto? —puedo notar el desprecio en su voz—. Nada de esto tiene sentido.

—Lo sé, se lo descabellado que suena. Déjame explicarte antes de que decidas hacer cualquier otra cosa —le suplico y cuando tan solo se cruza de brazos. Comienzo a hablar.

Le cuento todo desde el primer momento, tal y como lo hice con Madison; mi relación con Sean, su relación con Wen; el momento en que me empecé a involucrar con los laboratorios, mi relación con Madison en un inicio, la historia de cómo fue que la liberé y luego concluyo explicando el motivo de mi visita.

—¿Cómo puedo ayudar? —pregunta tan pronto termino de hablar.

—Bueno, necesito una excelente abogada y se que no hay nadie mejor que tú para hacer esto —contesto. Ella suspira pasando una y otra vez sus manos sobre la larga y estampada falda que viste.

—Bien. Comenzaremos entonces por destruir este laboratorio y continuaremos con el resto cuando hayamos acabado —explica—, la niña está a salvo por el momento. ¿No es así?

—Eso espero, está con Madison.

—¿A dónde se la llevó?

—No lo sé —confieso— y creo que es lo mejor para garantizar su seguridad.

—Debo advertirte Gina, esto no va a ser una caminata en el parque. Es extremadamente complicado y arriesgado. Posiblemente habrá implicaciones legales para ti y quizás también para tu hija, por lo que me dices hay cientos de acuerdos de por medio que tendré que revisar a detalle si no queremos que algo se nos escape de las manos.

—Gracias a dios que eres la mejor abogada del país —reconozco ofreciéndole las carpetas repletas de información que traje conmigo.

—No creo que me estés entendiendo —suspira.

—Sí, lo hago —asiento—. Estaré jugando para ambas partes en un inicio, pero te aseguro que cuando llegue el momento, lo daré todo por esto. Quiero pelear por todos esos niños de los que hablas —agrego mientras ella echa un vistazo a los documentos que ahora tiene en su poder—. Todas esas formas, son algunos de los reportes de pruebas que hemos realizado en esta niña, también adjunté varios archivos acerca de Madison —explico y ella toma de nuevo la lista que le entregué en un principio.

—Diez niños tan solo en este país —repite— California, Nueva York, Colorado, Georgia, Illinois, Texas, Pennsylvania, Massachusetts, Luisiana, Arizona... son muchas vidas.

Asiento cuando termina de leer la lista.

—¿En qué momento el mundo se pudrió tanto?

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