°.✩ ── ❛005. scars of the heart ❜
005. ❛CICATRICES DEL
CORAZÓN❜
❛❛ 𝘌𝘯 𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰, 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘯𝘤𝘰𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰 𝘢𝘳𝘥í𝘢𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘣𝘳𝘢𝘴𝘢𝘴 𝘰𝘤𝘶𝘭𝘵𝘢𝘴, 𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘴𝘶 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘧𝘪𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘰𝘤𝘶𝘭𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘪𝘤𝘢𝘵𝘳𝘪𝘤𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯 𝘩𝘦𝘳𝘪𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘯𝘦𝘨𝘢𝘣𝘢 𝘢 𝘮𝘰𝘴𝘵𝘳𝘢𝘳 𝘴𝘶 𝘧𝘳𝘢𝘨𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘭 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘣í𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰𝘻𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘶 𝘪𝘯𝘧𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢. 𝘌𝘯 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘴𝘶𝘦ñ𝘰𝘴, 𝘶𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘧í𝘰 𝘢𝘯𝘨𝘶𝘴𝘵𝘪𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘦𝘯𝘧𝘳𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳, 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘦𝘴𝘢𝘥𝘪𝘭𝘭𝘢 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘦𝘳𝘢 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘦𝘯𝘤𝘢𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘴𝘶𝘴 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘰𝘴 𝘧𝘳𝘢𝘤𝘢𝘴𝘰𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘷𝘦𝘻 𝘮á𝘴. ❜❜
RHAELLA DESPERTÓ DE SU SUEÑO,
con los ojos adormecidos pero, a la vez, intensamente abiertos. Su mirada buscó el entorno familiar de su habitación, donde la luz del día aún se negaba a entrar; la mañana seguía siendo un susurro lejano y las horas parecían haberse estirado hasta lo eterno. La sensación de haber dormido una eternidad la envolvía.
Con un esfuerzo titánico, se levantó de la cama, sintiendo el peso de la noche en cada uno de sus movimientos. Al abrir las cortinas blancas, un tanto húmedas por la condensación del aire frío y las goteras, sus manos se empaparon en la fría tela. Pero no importaba; su mente estaba atrapada en un laberinto de pensamientos que exigían ser liberados.
Frente a ella se extendía un horizonte oscurecido, donde la luna era una ausencia palpable. Relámpagos desgarraban la negrura, iluminando brevemente un paisaje desolado que carecía de estrellas y luz. Los truenos resonaban con una sonoridad casi ominosa, mientras la lluvia caía con furia desatada, golpeando los ventanales con un estruendo que parecía querer ahogar sus propios pensamientos.
A pesar de esa tormenta que rugía fuera de su refugio, Rhaella se encontraba en el sonido de la lluvia una extraña fascinación. Sin embargo, había algo en esa lluvia interminable que le resultaba insoportable; cinco días habían pasado desde que el cielo decidió llorar sin tregua y ella seguía atrapada en Harrenhal, sin poder marcharse.
Rhaella se giró sobre sus talones con una pesadez que parecía reflejar el peso de sus pensamientos, frunciendo el ceño al descubrir una carta reposando solitaria sobre el escritorio. La confusión la invadió.
¿De quien era? y también ¿quién había osado adentrarse a sus aposentos?
Con manos temblorosas, tomó la carta y la llevó hasta la cama, donde se acomodó entre las sábanas arrugadas, buscando en ese acto un refugio momentáneo. La suavidad del tejido contrastaba con la rigidez de su mente, que giraba en torno a preguntas sin respuesta. Con una respiración profunda, desdobló el papel, dejando que su mirada se posara en la escritura que lo adornaba.
❛ PARA MÍ QUERIDA HIJA,
RHAELLA.
Con el más profundo pesar de no haber hallado un momento apropiado para compartir contigo una conversación, me veo en la necesidad de recurrir a esta misiva.
Ya que en los momentos que me acerco a ti siempre son un completo desastre, siempre una disputa se desata en lugar de una conversación.
Siempre.
Sin más preámbulos, me atrevo a dirigirme a ti con un ruego que considero de suma importancia en estos tiempos convulsos.
Te imploro que consideres la posibilidad de volar hasta Dragonstone para manifestar tu apoyo hacia la reina legítima al trono de hierro... La sombra de una guerra civil se extiende sobre nosotros, y el trono legítimo de mi esposa ha sido usurpado por quienes no conocen la lealtad. Mi anhelo más ferviente es ver a Rhaenyra coronada y a aquellos que han traicionado su derecho muertos.
La reina se encuentra en busca de jinetes de dragones; tú, que ya posees uno, serias de mucha ayuda para ella. Bloodfyre, tu dragón, ha crecido en fuerza y tamaño, y estoy convencido de que es capaz de enfrentar las adversidades que se avecinan si decides unirte a nuestra causa. Este no es simplemente un pedido; es más bien una obligación moral hacia tu honor.
Deseo fervientemente que todo se resuelva como debe ser, lo cual incluye la estabilidad y bienestar de nuestra familia. La coronación de Rhaenyra es esencial para restaurar el orden que tanto anhelamos.
CON TODO MI AMOR.
D.T ❜
La carta, aún humeante y reducida a cenizas, simbolizaba más que un simple mensaje; era un recordatorio del dolor que su padre había infligido no solo a ella, sino a su madre. El eco de su voz resonaba en su mente, con sus palabras cargadas de desdén: "obligación". ¿Cómo se atrevía a utilizar tal término? ¿Cómo podía él, que había abandonado a su familia en el momento apenas su hija nació, pretender ahora dictar sus decisiones?
Con un giro brusco, se volvió hacia el otro lado de la cama, buscando en la oscuridad un refugio que parecía escurrirse entre sus dedos. La indignación burbujeaba en su interior como una lava a punto de erupcionar.
───── Estúpido ───── murmuró con desprecio, sintiendo cómo cada sílaba se convertía en un dardo afilado dirigido a la figura de su padre. Daemon Targaryen, el príncipe canalla que había dejado huellas imborrables de abandono y desdén en su corazón.
Rhaella sabía que su apoyo hacia Rhaenyra eran sinceros; la justicia reclamaba lo que le pertenecía por derecho. Pero el vínculo con Daemon era otro asunto completamente diferente. Su arrogancia y pretensiones le resultaban insoportables. ¿Acaso no comprendía el sufrimiento que había causado? Había regresado como si nada hubiera sucedido, ignorando la herida abierta que aún latía en el pecho de su hija.
La noche avanzaba y la luna iluminaba tenuemente su habitación, pero Rhaella no podía encontrar consuelo en su luz. Su mente vagaba por los senderos del resentimiento y la traición.
───── ¿Hija? ───── la palabra salió de sus labios como una burla en su mente
───── . ¡Qué osadía!
Rhaella cerró los ojos con fuerza, intentando ahogar el torrente de pensamientos que amenazaban con arrastrarla hacia una espiral de melancolía.
Rhaella yacía en su cama, envuelta en un torbellino de emociones que se entrelazaban como sombras danzantes en la penumbra de su habitación. Desde el exterior, su figura podía parecer la de una joven fuerte, con una mirada desafiante que desmentía cualquier atisbo de vulnerabilidad. Sin embargo, detrás de esa fachada se ocultaba un corazón quebrantado, un corazón que había sido destrozado por las manos del destino.
La imagen de su padre, el príncipe canalla que se había desvanecido en la bruma del tiempo, persistía en su memoria. Aquella tarde, cuando apenas contaba con seis años y con la tristeza que le había robado su madre, Rhaella decidió escribirle. Su mano temblorosa trazó palabras llenas de esperanza y anhelo, como hojas arrastradas por el viento. "Papá" , comenzaba la carta, lo recordaba tan bien. "Te extraño tanto..." Pero las palabras nunca cruzaron la distancia que separaba sus mundos; las cartas se perdieron con el cuervo o simplemente él las ignoraba, con el pasar de los años se guiaba por la segunda opción.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en años, pero el eco de su soledad resonaba con más fuerza que nunca. Cada noche, mientras la luna asomaba su rostro, Rhaella lloraba en silencio. En su mente infantil, soñaba con un abrazo cálido que ahuyentara sus miedos; alguien que le murmurara al oído que todo estaría bien. Pero la cama seguía vacía, y el frío de la ausencia se apoderaba de ella como una manta pesada.
La indiferencia de su familia era otra herida abierta. En lugar de consuelo, encontraba miradas ausentes y palabras vacías que solo alimentaban su desconsuelo. Se sentía como un espectro en su propia casa, invisible ante aquellos que deberían haber sido su refugio. La arrogancia que mostraba al mundo era solo una coraza frágil, construida para protegerse del dolor que parecía acecharla a cada paso.
En ese instante de introspección, mientras giraba sobre sí misma en la cama, Rhaella comprendió que el camino hacia la sanación sería largo y tortuoso. Pero también había una chispa tenue dentro de ella; una pequeña llama que aún ardía con la esperanza de encontrar paz. Quizás algún día podría recomponer los fragmentos dispersos de su corazón y aprender a amar nuevamente. La vida le había enseñado a ocultar sus sentimientos tras una máscara impenetrable, pero en lo más profundo de su ser anhelaba liberar esa carga.
Con un suspiro cargado de melancolía, cerró los ojos y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. En aquel momento, Rhaella decidió permitirse sentir; porque aunque el dolor era insoportable, también era parte de su viaje hacia la luz y la buena nueva, si era que en algún momento sería dichosa de obtenerla.
La desolación la envolvía como una niebla espesa, y a pesar de su fortaleza, anhelaba la compañía de alguien que pudiera entenderla en sus momentos más oscuros. No buscaba a cualquiera; deseaba a alguien único, capaz de ver más allá de las heridas que la vida le había infligido.
Su padre, la figura sombría en su memoria, era la raíz de su dolor. El odio que le profesaba no era solo por su ausencia, sino por el legado de sufrimiento que había dejado tras de sí. Las cartas no respondidas eran dagas en su corazón, recordatorios constantes de una relación rota. La muerte de su madre, un trauma que nunca podría olvidar, la hacía sentir que él había sido el arquitecto de su desdicha.
El resentimiento se convertía en un escudo protector; ella sabía que perdonar era un acto difícil y raro, especialmente hacia alguien tan cruel. Las enseñanzas de su madre resonaban en su mente: las personas crueles jamás se merecen el perdón de un buen corazón. Con cada palabra recordada, ella levantaba la cabeza y reafirmaba su decisión de no dejarse arrastrar por el dolor del pasado.
Con firmeza y determinación, avanzaría hacia el futuro, buscando lo que realmente necesitaba: amor verdadero y comprensión. La promesa de no rendirse ante la soledad sería su guía mientras enfrentaba un mundo que a menudo parecía hostil. En esa búsqueda, quizás encontraría a alguien que pudiera ser el refugio que tanto deseaba, lo deseaba.
DAEMON SE REMOVÍA INQUIETO EN SU CAMA, atrapado una vez más en las garras de una pesadilla que lo acechaba como un depredador en la oscuridad. Al despertar, se encontró en un paisaje vacío y negro que parecía consumir toda luz y esperanza. Sin embargo, a pesar de la oscuridad, sus sentidos estaban agudizados; podía ver con claridad, como si los oscuros rincones de su mente le revelaran verdades ocultas.
Giró sobre sus talones, buscando alguna señal de compañía, pero el silencio era abrumador. Un suspiro profundo escapó de sus labios, un intento vano de calmar la inquietud que se apoderaba de él. Fue entonces cuando sus ojos se encontraron con los de ella, con los de Rhaella.
Ella avanzaba hacia él a paso lento, su figura distorsionada por la oscuridad del entorno. La extraña sensación de desasosiego se intensificó en el príncipe canalla mientras la contemplaba; su mirada era fría y cargada de desprecio, un rayo helado que atravesaba su pecho. Daemon sintió un escalofrío recorrer su espalda.
───── Te odio ───── soltó Rhaella con una voz que resonaba como un eco desgarrador en el vacío. En ese instante, su imagen se aclaró, revelando su perfección etérea, pero el desprecio en su voz era inconfundible.
Daemon no podía comprender del todo la intensidad de su rencor. Con cautela, murmuró:
───── No te entiendo en verdad.
La joven se movió a su alrededor como un espectro, cada paso resonando con una certeza inquietante.
───── Si lo haces ───── replicó ella con firmeza ─────. Te odio, Daemon.
Él alzó los hombros con una despreocupación fehaciente, pero la indiferencia le resultó vacía ante la carga emocional que emanaba de ella.
───── Pues no lo hagas ───── replicó él, intentando desestimar el peso de aquellas palabras.
Rhaella se detuvo repentinamente y lo miró fijamente a los ojos; había una profundidad en su mirada que lo atravesaba como una espada.
───── Siempre creí que mi madre merecía algo mejor; merecía un buen padre para sus hijos, no un idiota que no sabía lo que quería, un ambicioso ───── lanzó la acusación sin contemplaciones, y al instante siguiente desapareció en la negrura.
El escenario cambió abruptamente; la visión de Daemon se tornó nula y el vacío lo envolvió por completo. En ese silencio opresivo comprendió las palabras de Rhaella; las sombras del pasado danzaban a su alrededor mientras el dolor y la culpa se entrelazaban como serpientes venenosas en su corazón, no estaba preparado para enfrentar lo que vendría.
La atmósfera nueva era en un gran banquete, era un aire denso y lleno de tensión. Los nobles, figuras imponentes y vestidas con ropajes lujosos, se movían entre sombras y luces titilantes, sus rostros ocultos tras máscaras de cortesía. Pero en el corazón de esa escena, Daemon se sentía expuesto, atrapado en un juego del que no conocía las reglas.
Rhaella, sentada en el centro de la mesa principal, irradiaba una majestad melancólica. Su mirada, oscura como una tormenta inminente, se clavaba en él con una intensidad que podía derretir acero. Era como si pudiera ver más allá de su piel, desnudo no solo su cuerpo sino también su alma. Daemon sintió el peso del resentimiento que emanaba de ella; una carga palpable que lo mantenía a distancia.
Los murmullos comenzaron a crecer como un eco distante que se volvía cada vez más claro. Palabras afiladas y juicios crueles lo rodeaban: "el mal padre", "el sin vergüenza", "el asesino". Cada frase era un golpe en su pecho, una herida abierta que se negaba a sanar. En ese instante, la ausencia de su espada se convirtió en una metáfora cruel; se sentía desarmado no solo físicamente, sino también emocionalmente.
A pesar del tumulto a su alrededor, Daemon no pudo apartar la vista de Rhaella. Ella sonrió entonces, una sonrisa que era todo menos cálida. Era burlona y llena de satisfacción, como si disfrutara del espectáculo que él representaba: el bufón triste en una corte de nobles. Esa sonrisa lo hizo tambalearse; le llegó la comprensión brutal de su propia ridiculización.
Con el corazón latiendo con fuerza, Daemon dio un paso adelante. La distancia entre ellos se evaporó y se encontró cara a cara con la adolescente. Su rostro estaba sereno, casi inalcanzable desde su trono improvisado entre los manjares y copas doradas.
───── Lo lamento, Rhaella ───── pronunció sus palabras con un tono inusitado para él, casi reverente.
───── Si claro, claro que lo haces ───── respondió ella con desdén, sus ojos chispeantes llenos de ironía.
Daemon sintió que el mundo giraba a su alrededor mientras buscaba las palabras adecuadas para detener la tormenta que había desatado. Era un hombre acostumbrado al poder y al respeto; sin embargo, aquí estaba, suplicando por clemencia ante la niña que había abandonado y perdido.
───── Habló enserio ───── insistió él, mientras buscaba en sus ojos alguna señal de entendimiento ───── perdóname por favor... frena esto.
Su mirada era un rayo de esperanza entre las nubes oscuras de su desesperación. En ese instante crítico, las murmuraciones cesaron y el aire se volvió pesado con la expectativa. El destino de Daemon pendía sobre un hilo muy delgado; sólo ella podía decidir si cortarlo o dejarlo intacto.
Rhaella, con una mirada que ardía como el fuego, se levantó lentamente de su asiento, haciendo que todos los ojos en la sala se centraran en ella. La tensión era palpable, y su voz resonó con una mezcla de dolor y desdén que atravesó el aire como un cuchillo.
───── ¿Lamento? ───── alzó su voz con una risa amarga que reverberó entre los nobles ───── ¿Qué sabes tú de lamentos, Daemon? ¿Acaso sientes el mismo vacío que dejaste en mi corazón cuando te marchaste así nada más? ¡Eres un asesino en la sombra! Un hombre que se escuda en su propia cobardía mientras los demás sufren las consecuencias de tus actos.
El eco de sus palabras llenó la sala, y los murmullos volvieron a surgir, esta vez cargados de horror y morbo. Rhaella continuó, dejando que cada palabra se hundiera en la conciencia de Daemon como dagas afiladas.
───── Mi madre murió por tu culpa, por tu capricho. Y tú... tú te crees un héroe caído del cielo, esperando redención. ¡Eres un bufón, Daemon! Un payaso que no entiende el verdadero significado del dolor.
Su voz se volvió más intensa, cada sílaba cargada de resentimiento y tristeza.
───── Mientras yo lloro por la sangre derramada, tú te paseas por la corte como si nada hubiera pasado. ¡Eres un cobarde que abandonó a su propia familia! ¿Y ahora esperas compasión? No tienes derecho a pedir perdón; tu arrepentimiento es tan falso como tu nobleza.
Rhaella dio un paso hacia él, acercándose lo suficiente para que pudiera sentir el ardor de su dolor. Sus ojos destellaban con lágrimas reprimidas y furia contenida.
───── Así que dime, Daemon: ¿qué has perdido realmente? ¿Acaso sientes el peso de las vidas que has arruinado? O simplemente estás para jugar al héroe en esta comedia trágica. Tu egoísmo ha arruinado todo lo que tocaste. ¡No mereces nada menos que el desprecio!
Con esas palabras, Rhaella se retiró un paso, dejando a Daemon atrapado en una red de su propia creación.
Daemon cerró sus ojos con pesadez asimilando todo, las palabras recientes de Rhaella lo habían dejado mudo, como un completo idiota, lo era sin dudas. El príncipe canalla volvió abrir sus ojos encontrándose sorpresivamente con otro escenario.
El laberinto...
En aquel laberinto sombrío, la atmósfera se tornaba densa, cada paso de Daemon resonaba como un eco de sus propios remordimientos. Las antorchas, con su luz titilante, apenas lograban ahuyentar las sombras que danzaban en las paredes, sombras que eran un reflejo distorsionado de su alma atormentada. El frío le calaba hasta los huesos, pero no era solo el ambiente el que lo helaba; era el peso de sus decisiones.
───── Avanza ───── la voz de Rhaella resonó en su mente, aunque su figura estaba ausente. Era un mandato que parecía surgir de lo más profundo de su conciencia, un llamado a enfrentar los fantasmas que lo acosaban. A pesar de su resistencia inicial, Daemon sintió que la única forma de liberarse era avanzar, aunque cada paso lo hacía sentirse más expuesto, más vulnerable. Sin una espada en mano, se sentía despojado de su poder y dignidad.
A medida que se adentraba en el laberinto, las paredes parecían cerrarse a su alrededor, como si el propio espacio estuviera vivo y decidiera asfixiarlo con sus recuerdos. A su derecha, las sombras tomaron forma; visiones de traiciones y decisiones erróneas que había tomado a lo largo de su vida emergieron del oscuro rincón de su mente. Eran imágenes vívidas y dolorosas: rostros conocidos marcados por la decepción y el sufrimiento. Cada figura era un recordatorio punzante de los caminos que había elegido y las vidas que había destrozado.
Pero fue el llanto desgarrador de Rhaella lo que realmente le atravesó el corazón. En una fracción de segundo, la imagen se volvió clara: una niña solitaria, sus ojos inundados en lágrimas y su rostro desolado. Daemon sintió cómo un nudo se formaba en su garganta; esa visión era un espejo cruel que reflejaba su culpabilidad. La angustia lo envolvió como una red implacable, dejándolo sin aliento. Se dio cuenta de que él era la causa del dolor que había marcado su vida.
No obstante, cuando la desesperación parecía consumirlo por completo, las visiones comenzaron a desvanecerse. Y allí estaba ella: Rhaella apareció ante él, etérea y hermosa como siempre, pero en sus ojos había una mezcla inquietante de tristeza y desafío. Su presencia iluminó el laberinto oscuro, como si ella misma fuera una antorcha viviente en medio de la penumbra.
Daemon se sintió atrapado entre la necesidad de acercarse a ella y el terror que le provocaba saber cuán lejos estaba realmente de poder redimirse. Frente a su figura aplastada por la culpa y el laberinto mismo, comprendió que debía enfrentarse no solo a sus miedos externos sino también a los monstruos internos que lo mantenían prisionero en esta pesadilla interminable.
La figura de Rhaella, amenazante, se erguía ante él, su dedo tembloroso apuntando como si fuera un rayo que lo atravesara. Las palabras que brotaban de sus labios eran dagas afiladas, cargadas con la pesada carga del desprecio.
───── Nunca serás digno de mi amor y perdón ───── susurró ella, y cada sílaba resonó en el aire como un eco que se negaba a desvanecerse. Era una sentencia que lo golpeaba con la fuerza de un torrente, dejando a Daemon impotente, su voz atrapada en un mar de oscuridad. Intentó gritar, defenderse, pero el silencio lo envolvía como una tela de araña, sofocante y densa.
Cuando finalmente despertó, el grito de Rhaella aún vibraba en su mente, un último lamento que lo perseguía como una sombra. La habitación estaba impregnada de un sudor frío que le recordaba la intensidad del sueño; sus pensamientos eran un torbellino de culpa y desesperación. El odio que había sembrado en el corazón de Rhaella parecía cobrar vida propia, manifestándose en cada rincón de su ser.
Daemon se sentía como una máquina diseñada únicamente para causar estragos. La imagen de Rhaella, con su mirada llena de desprecio, era un espejo cruel que reflejaba su propia miseria. Había sido un arquitecto del dolor, construyendo muros entre él y aquellos a quienes había amado. La pesadilla no era solo un producto de su mente; era una revelación dolorosa de su realidad.
Mientras el amanecer comenzaba a asomarse tímidamente por la ventana, Daemon se dio cuenta de que no podía seguir huyendo de sus demonios. El eco del grito de Rhaella se transformó en una llamada a la acción: debía enfrentar el abismo que había creado con sus propias manos. Aunque la culpa lo consumía, había una chispa dentro de él que anhelaba redención.
Con determinación renovada, se levantó del lecho donde las sombras aún danzaban y decidió dar el primer paso hacia la luz. Intentaría estar junto a Rhaella cueste lo que cueste, esperaba su perdón pero sabía que no sería fácil obtenerlo.
AUTHORS NOTE
¡HOLA! ¿QUÉ TAL?
NEW CAP CON USTEDES 🙌
¿Qué opinan de este capítulo?
¿Creen que el poder del guion arreglará las cosas entre Rhaella y Daemon?
¿Creen que Daemon es merecedor del perdón de Rhaella? ¿Lo llegará a obtener?
Preguntas que no me dejan dormir 😟
¡Sin más!
¡VOTEN Y COMENTEN!
@BILVSK_
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