❛ ━ PRÓLOGO ; the diamond of the kingdom
𝘰𝘰𝘰 ┊ ﹟ 𝗕𝗢𝗥𝗡 𝗧𝗢 𝗗𝗜𝗘 ࿐ྂ
↯ PRÓLOGO
▬ ❛ el diamante del reino ❜ ▬
❛ Según Hongo, habían
muchas opiniones
acerca de lady Dhaenessa, y
aunque muchas se crearon a
mitad de la sanguinaria
Danza de los Dragones,
otras cuantas iniciarían
desde el momento en que
sus ojos se abrieron,
haciendo que el reino
celebrará no solo su
nacimiento, sino que
también su magnífica
belleza que, desde entonces,
robo suspiros de mujeres y de
hombres. Aunque, sobretodo,
de su círculo familiar ❜
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La belleza se describe comúnmente como una cualidad de los entes que hace que estas sean placenteros de percibir, y su clara definición en persona podrían ser todas aquellas familias que descendían de la antigua Valyria, sobretodo, aquellos que poseían la sangre de dragón entre sus venas, como los Targaryen, los Velaryon y hace mucho tiempo, los Celtigar.
Para los desdichados, la belleza es una noción abstracta ligada a numerosos aspectos de la existencia humana... y para otros, la palabra tenía una dueña, y esa era Dhaenessa Velaryon desde el día que abrió los ojos por primera vez.
Los aposentos de la princesa heredera se habían mantenido con el aroma a metal que la sangre desprendía desde que el sol se asomó por los cielos, y con este, también los sonidos de mero dolor que se escapaban de la garganta de Rhaenyra.
—Llevamos aquí más de medio día, princesa, tiene que pujar con más fuerza, ¡vamos! —un nuevo jadeo se escapó de la princesa al oír lo dicho por la partera—. ¡Puje, puje!
Ella era muy consciente de cuánto tiempo llevaba agonizando de dolor, cosa que le preocupaba: Jacaerys, su primer vástago, había llegado en un parto rápido y sin muchas complicaciones de por medio, podía afirmar que el dolor casi había sido nulo comparado al de estos instantes, el cual era punzante y agonizante, llegando casi al punto donde se veía obligada a retorcerse en un intento de aliviar los malestares.
Los gritos de la peliplateada hacían eco en su habitación y en el pasillo de afuera, sus quejidos salían cada vez más desgarradores y las maldiciones escapaban de su boca de manera involuntaria, pues el dolor era tal, que ni siquiera podía pensar con claridad.
—¡Ah! —un nuevo grito le desgarró la garganta, tomando con fuerza las sábanas debajo de ella, arqueándose por la nueva contracción que la golpeaba—. ¡Qogralbar, sagon sōnar!
Si, era un hecho: con este bebé cerraría la fábrica de reproducción.
—¡Puedo ver su cabecita, princesa! —Rhaenyra chasqueo la lengua, con un nuevo quejido alto—. ¡Siga pujando! ¡Ya casi hemos terminado! ¡Puje!
La princesa heredera jadeo del dolor y la incomodidad nuevamente antes de hacer lo que se le pidió, encajando las uñas en la antes sabana blanca, volviendo a pujar con las pocas fuerzas intactas que le restaban, con sólo un pensamiento en mente: no quiero morir, no como mi madre.
Ese había sido su miedo a lo largo de su primer embarazo; la cama de parto. Este se disipó al expulsar con facilidad a su primogénito y próximo rey de los siete reinos, pero ahora... todo se veía más complicado, más difícil, y con sus fuerzas debilitadas, solo quería que ya se terminara.
—¡Puje princesa, le prometo que es la recta final... ahora!
Rhaenyra volvió a pujar una y otra vez por los próximos cinco minutos hasta quedarse sin aliento. Cuando creyó que iba a darse por vencida mientras lágrimas por todo el esfuerzo se escapaban por las orillas de sus ojos, toda la habitación recayó en un súbito silencio, en donde lo único que podía oírse era la respiración de la princesa, que era un completo desastre.
—¿Qué... qué pasa...?
Las palabras de Rhaenyra, cada una arrastrada, se vieron interrumpidas por un llanto: uno agudo y ruidoso que le provocaron una taquicardia tremenda. Pronto, en los brazos de la partera vio un bulto que se removía inquieto, soltando sollozos aun.
—Es una niña, princesa —alego con cierto deje de emoción una de sus criadas—. Una fuerte y linda niña.
En el pecho de Rhaenyra se extendió una extraña pero grata felicidad al oír aquello; una emoción extraordinaria que provocó que las lágrimas surcaran sus ojos y mejillas, además que una sonrisa se extendiese por sus labios.
Desde que contrajo matrimonio con Sir Laenor Velaryon había tenido el sueño de tener una pequeña niña la cual pudiese llamar suya, porque si de algo estaba consciente era que todos sus hijos varones pertenecerían de un modo u otro a los Siete Reinos a pesar de que ella los hubiera parido, pero su niña... ella siempre sería su adorada princesa.
La criaría con el mismo amor con el que su madre la crío, esperando ser la mitad de buena que Aemma Arryn en vida lo fue con ella. Protegería a su hija con uñas y dientes de cualquiera que se dignara a dañarla: no habría lugar en el mundo que pudiese huir de ella si su princesa derramaba una lagrima por culpa de externos. Le daría todos esos privilegios que a ella no le dieron en su momento; quería que, desde ese mismo momento, siempre fuera feliz.
Tenía claro que no sería fácil, mucho menos en un mundo donde si no eras hombre no tenías derecho a ser digno de felicidad: quería algo más para su hija, algo más allá de estar expulsando herederos o con el riesgo de morir en una cama de parto, y si Rhaenyra era capaz de dárselo, darle un futuro en donde ella pudiese decidir su propio destino, no iba a dudar en hacerlo.
—¿Princesa, se encuentra bien?
Otra de las criadas la miró con cierto desconcierto al ver el estado ido en el que se encontraba la recién parida. Se acercó a ella un poco, buscando algún signo de problema.
—Si, estoy perfecta... o lo más que pueda estar después de las últimas horas —murmuró ella en respuesta, antes de volver los ojos a la niña con cierto deje de adoración—. ¿Puedo cargarla?
—En un segundo, princesa.
La partera asintió y tras avanzar unos pocos metros hacia la cama, estiró al pequeño bulto entre las toallas hacia di madre: Rhaenyra, ansiosa, tomó el cuerpo con sumo cuidado, soltando pequeños murmullos, buscando darle consuelo a su pequeña dragona.
Al verla, sintió que se enamoraba una vez más en su vida. La niña, como se lo esperaba desde el nacimiento del pequeño Jace, tenía el cabello castaño. Un tono que ni Laenor ni ella misma poseían. Era un café fuerte, y aún así, no se permitió pensar mucho en eso.
—¿Está sana? —inquirió la peliplateada, mirando de reojo a las mujeres que la rodeaban; todas viéndola con sonrisas repletas de ternura.
La partera asintió—. Sana y fuerte, tal y como un dragón.
—Es suficiente con eso —afirmó Rhaenyra, pegándose más al pecho a su pequeña hija.
De pronto, en cuanto la niña sintió la cálida piel de su madre, dejó atrás los llantos ruidosos y abrió los ojos de par en par; como si algo dentro de la niña le dijera que estaba a salvo, que ahora estaba en los brazos de su madre y que nada iba a sucederle mientras ella estuviera cerca. Sus inocentes ojos se posaron sobre los de Rhaenyra: púrpura con púrpura, para la sorpresa de la mayor, que sonrió entre lágrimas y repartió besos sobre la cabecita de la niña.
Habría dudas, ella lo sabía. Afuera de esas cuatro paredes se cuestionaría la legitimidad de su hija, tal como había pasado con Jacaerys, pero eso no iba a importar.
Su heredero tenía sangre de dragón, y aunque al inicio todo fue caos, no se dijo mucho del tema por qué, para su suerte, era un hombre.
No sería el mismo trato con su hija por ser mujer: la gente sería el doble de hiriente con ella, y Rhaenyra lo sabía, pero haría hasta lo imposible para que eso no importara, porque después de todo su niña tenía sangre de dragón. Era una Targaryen. Sería fuerte e inteligente, hermosa y poderosa; en pocas palabras, un dragón.
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La buena nueva había cubierto a todo Desembarco del rey, que se hallaba repleto de júbilo ante la noticia de que el rey era abuelo por segunda vez: todas las campanas del sitio no habían cesado desde muy temprano, y por lo visto, no se les veía estar cerca de callarse.
—¡Mi primera nieta! —el rey Viserys alzó los brazos a los lados, mientras que una sonrisa se extendía por sus labios. Rhaenyra debía de admitir que no lo había visto tan contenta en un largo rato: ni en los nacimientos de sus otros cuatro vástagos con la reina Alicent había estado así de emocionado—. ¡Una princesa... déjame verla, hija! Deja que conozca a su viejo abuelo.
Rhaenyra asintió e hizo el ademán de levantarse de la cama, pero su padre negó rápidamente y caminó hasta la ahora cama reluciente de su hija, en donde descansaba junto a su recién nacida. Una vez el hombre estuvo al lado de su hija mayor, esta no dudó en extenderle con sumo cuidado a la niña, que mantenía los ojos bien abiertos, atentos a cualquier señal de ruido que le diese curiosidad.
—Es bellísima —Viserys tomó asiento junto a su hija, acariciando una de las mejillas de la menor, que no parecía incomodarse en los brazos de su abuelo—. Tiene tus ojos, hija —miró a Rhaenyra, quien los miraba con una sonrisa ladina—. Pero, sin duda, tiene algo de tú madre.
La nostalgia se derramó en la voz del rey, quien dirigió su mirada de nuevo a su primera nieta mujer.
—Yo opinó que es su nariz —alegó la peliplateada—. Tiene algo de los Arryn, sin duda...
Las puertas de los aposentos de la princesa se abrieron de par en par, por donde Sir Laenor Velaryon, el esposo y padre de los ahora hijos de Rhaenyra, entró, con el otro hijo del matrimonio en brazos; Jacaerys. El cual, apenas había cumplido a finales de año su primer día del nombre. En sus delgados dedos cargaba un huevo de dragón: púrpura, con algunas escamas azules.
—¡La buena nueva a llegado hasta mi barco! —Rhaenyra miró con una ceja alzada a su esposo, que intentaba sin duda alivianar el ambiente con algo de humor—. ¡Una niña... tengo una hija! —Laenor sonrió auténticamente, aún manteniendo al niño en sus brazos: la princesa creyó temerosa que, en algún punto, el pequeño Jacaerys se caería de los brazos de su padre—. ¡Si que los dioses han sido benévolos este día con nosotros, Rhaenyra! ¡Una nueva princesita...!
—Así es, Laenor —asintió el rey—. Mi hija me ha dado una hermosa y fuerte nieta; hace mucho que no me hacían sentir tan feliz como ahora.
La princesa heredera sintió como si un peso se le fuera de encima al oír aquello: si su padre no mostraba un tipo de rechazo hacia su nieta, nadie más se atrevería a hacerlo. No si quisieran conservar la lengua en su lugar.
Los ojos de Rhaenyra volvieron a su esposo.
—¿En dónde habías estado? —intentó sonar lo más calmada posible, y tras mirar a su padre, pudo darse cuenta que él, al menos, no había notado su tono rudo.
—Jace y yo fuimos por el huevo de su hermanita —el hombre sonrió con una falsa inocencia que hizo sospechar a Rhaenyra—. Tardó en decidirse... pero aquí está.
—Y a todo esto —Viserys volvió a hablar, esta vez mirando a su hija y a esposo con curiosidad—. ¿Qué nombre van a ponerle a este pequeño y hermoso diamante?
La pareja compartió una pequeña mirada: si, habían compartido opiniones de nombres desde que se descubrió el embarazo de Rhaenyra, pero ninguno tomó en cuenta la opción de que pudiese ser una niña, incluso, hace no mucho se habían decidió de una vez por todas por el nombre de Dhaelon.
—Habíamos hablado sobre el nombre de Dhaelon, su majestad —comenzó a decir Laenor—. Y... bueno, si se me es permitido opinar: estuve pensando en las últimas horas un nombre que se le pareciese, y di con Dhaenessa. Si a mi esposa le parece, me gustaría que se le pusiera así.
Rhaenyra miró a la niña en los brazos de su padre y sonrió de forma ladina. Jamás había oído de tal nombre, y era hermoso: le parecía bien que su hija fuese nombrada con un nombre único y, sobretodo, fuerte y poderoso.
—Es un bonito nombre —afirmó la peliplateada—. Me gusta.
Viserys, que estaba satisfecho con el nombre que se dijo, asintió—. Así será entonces: un gran nombre, digno de un Targa... —se interrumpió a sí mismo—. Velaryon. Dhaenessa Velaryon.
En cuanto el rey dejó un pequeño beso sobre la frente de la nueva princesa, el sonido de la puerta siendo abierta una vez más hizo eco en la recámara, y por ella entró la reina consorte, Alicent, con una sonrisa que se asimilaba más a una mueca.
—Las campanas no han dejado de sonar en todo el día ante la buena nueva: muchas felicidades, hijastra. Has vuelto a ser bendecida, y esta vez con una niña.
Rhaenyra tragó duro antes de sonreír falsamente hacia la mujer vestida de verde—. Gracias, su majestad.
La reina consorte se limitó a asentir antes de encaminarse hacia en donde estaba su esposo con la menor aún en brazos. Alicent, al pasar junto a Sir Laenor, no se resistió y le envió una mirada de cierto asco al niño en sus brazos; acto que no pasó desapercibido por Rhaenyra, quien sintió como su estomago se removía del enojo.
Cuando la pelirroja terminó de acercarse a Viserys, su ceño se frunció y la mueca de asco que se le había formado antes perduró en sus labios, en una clara señal de disgusto. La princesa heredera rápidamente supo que el color en el cabello de la recién nacida tenía que ver con ello.
—Mhm... veo la similitud en el cabello de la niña con el de su hermano, pero sigue pareciéndome raro que la niña no tenga el tono platinado de ustedes —Alicent alzó una ceja—. Al menos en los ojos tiene algo más de ustedes, aún así me temo que es lo único que puedo ver a simple vista. Que raro.
Sus palabras, despectivas y repletas de veneno, llamaron la atención del rey, el cual se irguió en su lugar y miró de forma acusatoria a su esposa—. Dime, querida esposa, ¿qué problema hay en ello?
—Solo fue una espina de curiosidad, esposo: no encuentro ningún tipo de... problema en esta niña —si bien se esforzaba por escucharse lo más convincente posible, sus ojos no podían hacerlo, enviándole miradas juzgadoras a la bebé y a sus padres.
Laenor se removió incómodo en su lugar, dejando a Jacaerys encima de la cama, tomando él el huevo que antes estaba entre las manos del mayor de sus hijos. Jace, inocentemente, gateó hasta estar junto a su madre, la cual lo recibió cariñosamente, aún sin quitar la mirada de Alicent, quien tampoco dejaba de verla a ella también.
Una lucha de miradas que ninguna quería perder, sin duda alguna.
—Mi nieto Jacaerys y ahora ella, mi dulce Dhaenessa, son el legado de Valyria —siguió el Rey—. No quiero oírte comentar algo parecido, esposa. Se puede prestar a malos entendidos, aún cuando esa no es tu intención.
Alicent, con una sonrisa fingida en el rostro, asintió—. Lo siento, esposo: no es mi intención causar incertidumbre en el pueblo.
Pero a Rhaenyra sus palabras carentes de cariño no la convencían, y eso la dejaba intranquila.
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Apenas Sir Harwin Strong vio salir del cuarto a Laenor por la mañana, al día posterior del nacimiento de la niña, se adentró a dichos aposentos con prisa, dando ciertas miradas a sus espaldas para asegurarse de que nadie estaba lo suficientemente cerca para notar sus movimientos.
Cuando cerró la puerta detrás de él y miró hacia la cama, una sonrisa se le formó instintivamente. En ella estaba recostada la princesa Rhaenyra, con la bebé en sus brazos y Jacaerys junto a ella, en su propia cuna, aún dormido.
El hombre se acercó hasta ellos, dando una pequeña reverencia ligeramente torpe, pues toda su atención estaba puesta en el bulto que se removía entre unas mantas rosadas sobre los brazos de la peli-plateada.
—Yo... —vaciló, echándole una mirada de reojo al niño completamente dormido en la cuna—, ¿puedo cargarla un momento?
Rhaenyra asintió, sonriendo de lado—. Puede hacerlo, Sir Harwin.
Con cuidado de no hacerle daño a la bebé, Harwin la tomó en brazos con sumo cuidado, soltando un par de susurros, intentando que la niña no llorase ante el cambio repentino de brazos. Aún así, para sorpresa del Sir, la menor se limitó a mirarlo, con esos ojos violetas grandes y brillantes, sin soltar ni un solo jadeo de incomodidad.
El corazón de Harwin dio un vuelco, mientras arrullaba a Dhaenessa. Su
niña.
—Es... hermosa —soltó el caballero, hipnotizado de repente.
—Todos han dicho que lo es —alegó Rhaenyra, en un tono orgulloso.
—Se parece a ti en eso —acepto el hombre, despegando un segundo la mirada de la castaña—. Siento algo distinto que antes... es... bueno, no puedo describirlo, su belleza me ha dejado sin palabras.
—Te entiendo: es lo mismo que sentí cuando la tuve en mis brazos por primera vez —la princesa miró a Jacaerys, aún en su cuna—. Nuestro Jace deberá protegerla de todo el mal que vaya a acecharla... será un gran hermano mayor —soltando un ligero suspiro volvió la mirada a su guardia juramentado, sintiendo que su corazón se encogía ante la conmovedora escena—. Su nombre es Dhaenessa, por cierto.
—Nessa... —murmuró el Strong—. Un digno nombre para una princesa que montará un dragón.
—Tiene sangre de dragón, nadie va a cuestionar eso —murmuró Rhaenyra, mirando hacia la ventana con un aire pensativo—. Nadie.
Por que de eso se iba a encargar ella. Iban a respetar a su hija, a su hijo y a los que estuvieran por venir si los dioses lo querían. Iba a protegerlos con uñas y dientes si así fuera necesario.
Aunque claro... ¿cómo podría proteger a sus hijos de ellos mismos y de sus tan ardientes pero sinceros sentimientos que, de un modo u otro, nacerían con el pasar de los años?
——— AUTHOR'S NOTES.
holuu
estoy emocionada JAJAJA, lo que he escrito sobre estos dos seres me deja con ganas de verlo en la serie, basta.
Danny va a ser bn linda al principio, ya después veremos cómo trasciende su personalidad (avr si no le afecta el crecer con Daemon vdd) conforme se vaya desarrollando el personaje y así, q es lo que me tiene más emocionada.
recuerden, voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💕
subo edits de esta y otras historias a mi cuenta de TikTok por si quieren ir a darse spoilers antes de tiempo JAJA, la cuenta es idfpotter
eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
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