VEINTITRÉS
El ascensor se movía, provocando un ruido que, mezclado con la voz de Ivy, sólo aceleraba mi ritmo cardíaco.
Sabía muy bien lo que quería saber, lo que quería que ella me dijera. Sobre lo que no tenía idea era cómo hacerlo, cómo pedírselo; ¿de qué manera se puede pedir una explicación como esa?
La mano de la rubia alcanzó la mía y las entrelazó. Cuando alcé la mirada, me encontré con su sonrisa.
—Te aseguro que te va a encantar —me dijo.
Había estado hablando todo el camino sobre que había un lugar muy especial, que Niels le mostró, al que moría por llevarme. Yo solo me dejé guiar, ajena a todo lo que no fuera la familia de Lea. Ame. Asher. Acacia. ¿Qué había pasado con ellos durante ese levantamiento?
Cuando me hablaba, la estudiaba discretamente, en busca de alguna cicatriz o herida en sanación. Pero no había nada, lo cual no sabía si considerar como bueno o malo. Significaba que Ivy no había salido herida —al menos a simple vista—; me decía que, con suerte, el levantamiento no había sido como mi mente, influenciada por lo que le había pasado al 12, imaginaba. Pero entonces, ¿por qué Ivy llegó aquí? ¿Por qué la trajeron? ¿Y por qué no a Acacia y los niños?
El ascensor se detuvo. La puerta se abrió, haciéndome entrecerrar los ojos por la repentina iluminación (inusual tratándose del 13). Ivy soltó un chillido de emoción y me jaló con ella al exterior. Dando traspiés, y mientras mi vista se acostumbraba al nuevo ambiente, seguí tras ella hasta que una sensación diferente me golpeó. La saboreé, y me encontré incrédula cuando la pude apreciar al fin con claridad.
—Te lo dije. ¿O no te lo dije? —presumió Ivy, a mi lado, aún sujetando mi mano.
Por un momento, me olvidé completamente de lo que estaba pasando con ella. Me sentí ajena, incluso, del propio lugar donde me encontraba. Porque lo que tenía frente a mí era imposible de relacionar con el Distrito 13; el Distrito que vivía bajo tierra, donde la única luz era artificial y, en su ausencia, el gris gobernaba cada rincón.
Una réplica de un prado lleno de árboles de verdad y plantas en flor, repleto de colibríes. Eso es lo que veía. La primera cosa bella que había visto desde que llegué aquí, y también la única que jamás esperé encontrar.
No pude evitar que una sonrisa se extendiera por mis labios mientras me adentraba con Ivy en aquel irreal ecosistema. No, lo que tenía en frente no podía encontrarse en el 13. Pero sabía muy bien de un lugar donde sí.
Apreté un poco la mano de Ivy.
—Es como estar en casa.
Volteé a verla, alcanzando a vislumbrar el cambio en su expresión antes de que su rostro se dirija en su totalidad al paisaje. Un sentimiento que identifico sin problemas; sin embargo, también uno que no logro entender con claridad. No hasta que ella habla.
—Sí... Casa... —murmura.
Entonces confirmo la nostalgia a través de su voz, y es eso lo que me lleva fuera de mi embelesamiento, donde mis preocupaciones previas se empujan poco a poco hasta entrar de vuelta en mi cabeza.
Tomo un poco de aire, intentando convencerme de que puedo hacer esto.
—Ivy —Ella se vuelve hacia mí, todavía con un poco de felicidad en sus labios. Me da un poco de pena lanzar aquella bomba—. Necesito preguntarte algo.
Pero lo hago. Y, para mi sorpresa, la reacción de mi amiga es de genuina confusión e inocencia.
—Oh —ladea ligeramente la cabeza—. ¿De qué se trata?
—Katniss me habló del levantamiento en el 11 —suelto, sin tomarme tiempo para meditarlo.
El rostro de Ivy se petrifica. La inocencia y la curiosidad se desvanecen poco a poco.
—Creo que te conozco lo suficiente para reconocer cuando mientes —continuo, cruzándome de brazos—. La pregunta es: ¿por qué lo hiciste?
Cuando reacciona, parpadea frenéticamente y observa a su alrededor. Su pecho se infla, sus cejas se arrugan. Cuando deja escapar el aire, lo hace lento y acompañado de un meneo de cabeza. Prevengo una confesión, y es cuando más atención le pongo. Se muerde el labio inferior y me mira a los ojos, y esa es la confirmación que necesitaba.
—Ellos no querían que te dijera —confiesa, en un hilo de voz. Es como si le costara contármelo—. Me lo prohibieron; dijeron que no necesitabas aún más preocupaciones que pudieran afectar tu proceso de sanación. Por eso no lo hice: tenía miedo de que te pusieras mal por mi culpa.
Mis brazos cruzados frente a mi pecho deshacen su agarre, hasta que se deslizan a cada uno de mis costados.
«Sabía que Ivy lograría hacerte cambiar de opinión»
«Estás muy cerca de que te den de alta, has mejorado mucho. Tratemos de que continúe así, ¿está bien?»
Por qué había visto a Ivy y a mi enfermera hablar tras la primera visita.
Por qué el interrogatorio.
Ahora todo tenía sentido.
No era que Ivy estuviera mintiéndome por gusto. Es que así se lo habían ordenado.
La rubia se acerca y me toma de las manos. Su labio inferior tiembla como el de un niño a punto de llorar.
—Pero eres mi mejor amiga, no puedo ocultarte algo así —dice, negando con la cabeza—. Ya no más.
No veo más que decisión en ella. Pero antes de decir una palabra, nos guía fuera del prado en busca de privacidad. Las personas van desapareciendo paso a paso, hasta que ambas ingresamos a una especie de cubículo. Me ahorro la pregunta de cómo lo ha descubierto cuando pienso en el mismo soldado que le enseñó el prado. Debe estar lo suficientemente segura de que estamos fuera del rango de cualquier curioso, porque tan pronto como nos encerramos, suspira y entrelaza nuestras manos. Reconozco el temblor y sudor frío en las suyas. El único ruido es el de nuestras respiraciones, la suya nerviosa; la mía, consumida de miedo por lo que estoy a punto de escuchar.
—Cuando... —Su voz se hace presente tras varios segundos. Pausa para controlar su tono—. Cuando la Arena estalló, varios Distritos lo tomaron como una oportunidad para iniciar los levantamientos. Era algo que llevaban planeando desde hace mucho tiempo. El 11 entre ellos. Yo... No tenía idea, ¿cómo podría? Estaba en la escuela cuando nos sorprendió. Estaba en clase, con Ame. Fue cuando escuchamos el disturbio; y traté de tranquilizar a los niños. Me asomé por la ventana esperando ver algo, y de repente hubo una explosión.
Un jadeo se escapa de mis labios, y mis dedos, fríos y temblorosos, los tocan.
—Tan pronto como reaccioné ayudé a los niños a ponerse a salvo: les dije que se escondieran bajo las mesas y taparan sus oídos. No sabía qué más hacer. Las explosiones no paraban. Estaba muerta de miedo por que algo les ocurriera...
Me suelta las manos para taparse la cara. Disfraza un sollozo en un suspiro trepidante. Con un nudo en la garganta, acaricio su hombro y ella se descubre, respirando a pausas. Traga saliva con dificultad antes de seguir.
—Entonces entraron unos hombres. Eran soldados, lo supe por el uniforme. No eran del Capitolio, y eso me tranquilizó en parte, sobre todo cuando dijeron que estaban ahí para ayudar y que nos iban a sacar. Eran del Distrito 13. Niels era uno de ellos —aprieta los labios, intentando sonreír—. Guiamos a los niños primero. Tomé a Ame de la mano y, cuando salimos del salón, ella logró ver a Asher. Cuidé de ambos hasta que salimos de la escuela... —Su voz se va apagando—. Pero ellos...
Aún con miedo en la voz, casi deseando no saber cómo seguía esa historia, pregunté:
—¿Pero ellos...? ¿Qué? ¿Qué pasó con ellos, Ivy?
Los ojos de la rubia están rebosantes de lágrimas esta ocasión cuando me miran.
—Llegaron unos agentes de la paz, Val —me contesta, con lágrimas rodando sus mejillas, acompañando sus palabras—. Se los llevaron con ellos. Te juro que traté de impedirlo. No pude —solloza—. No pude hacer nada.
Me siento de piedra, viendo cómo las lágrimas se desparraman en su rostro, y ella lucha por encubrir sus sollozos. No hago nada, ni siquiera sé qué pensar. Finalmente sé lo que les pasó. Siendo honesta, jamás esperé buenas noticias, ¿pero realmente esto era mejor?
Se sienten como años los segundos que paso así hasta que reacciono. Parpadeo, y es la lágrima escapándose de mi ojo la que me devuelve por completo.
Me acerco lo suficiente para envolverla en mis brazos.
—No fue tu culpa. Nada es tu culpa —murmuro contra su cabello—. Tranquila.
No puedo verle el rostro y comprobar si mis intentos funcionan, pero su cuerpo deja de sacudirse, y los sollozos se desvanecen en el silencio. Entonces ella levanta la mirada, sorbe su nariz y asiente con la cabeza.
—Debemos irnos de aquí, alguien puede encontrarnos —me dice, lo que me descoloca en gran medida.
¿A qué se debe ese cambio tan repentino? ¿Acaso no quiere preocuparme? ¿Simplemente no quiere saber nada más del tema por el momento? Pienso en ello cuando camino a su lado fuera de nuestro improvisado escondite. La ojeo de vez en cuando, pero ni siquiera cuando la luz del jardín —que había olvidado por completo— la ilumina puedo descifrar un indicio en su expresión.
De repente me siento harta, cansada de intentar descubrir lo que los demás se esfuerzan por ocultarme.
—Ivy —Así que me decido por encararla.
Pero no tengo ni la oportunidad de intentarlo.
Con la mención de su nombre, ella se da la vuelta, con la frente arrugada, y me habla:
—Lo siento mucho, Val. No debí contártelo. Perdóname.
Meneo la cabeza, incrédula.
—¿Qué dices?
—Ellos tenían razón. No quería que te afectara...
Así que eso era: se siente culpable.
La tensión en mi cuerpo disminuye con un suspiro.
—Me afectaba más que me mintieras —contesto, y busco su mirada—. Ivy, lo que pasó no fue tu culpa. Y yo quería saberlo, yo te pedí que me lo contaras. Eso tampoco es culpa tuya.
El remordimiento persiste en ella, pero no insiste en exteriorizarlo.
—Sólo quiero que estés bien —me confiesa en voz baja.
Sonrío de lado.
—Lo sé.
Y la abrazo con cariño. Ella lo acepta de la misma manera.
A mis ojos queda la perfecta e irreal vista del jardín, y me hace sonreír aún más. No solo porque aprecio la belleza del verde de las hojas, o los colores de los colibríes que revolotean a sus alrededores. En realidad, mi calma la encuentro cuando cierro los ojos, y recuerdo el jardín tarsero al que me encantaba huir para escapar de mi realidad. Recordar mi hogar, contrario a lo que significaría con toda esta situación, me hace sentir una paz que hace mucho no sentía. Y es ese sentimiento el que me hace murmurar, aún en los brazos de Ivy:
—Todo va a estar bien.
Y puedo decir que iba en serio, que hasta yo misma me lo creí. Al menos en ese momento.
Luego de eso, aprovechamos el tiempo que nos quedaba de la visita en hablar de otros temas aparte. Yo no era la única a la que aquel lugar le recordaba lo que eran nuestras vidas en el Distrito 11; así que nos la pasamos reviviendo los mejores momentos que habíamos tenido desde que nos conocíamos, cuando no importaba tanto qué tan mala fuera la vida. Sin embargo, con las memorias de ambas venía siempre una persona muy importante: Rhys. Intentábamos mantener la dinámica y quedarnos con la parte buena, la agradable, pero incluso recordar su sonrisa nos llevaba a preguntarnos cuánto tiempo llevaría sin mostrar una. O si aún era capaz de hacerlo siquiera.
Entonces, cuando el ambiente empezó a tornarse agridulce, ambas decidimos que era momento de volver al hospital. No me entusiasmaba, desde luego, pero lo prefería a seguir torturándonos de esa manera.
Para mi suerte, el resto de la tarde transcurrió con normalidad. Hice lo posible por alejar toda preocupación de mi mente, más cuando la enfermera entraba a comprobar que todo estuviera bien. Lo logré, en parte, porque decir que no me afectaba era una mentira enorme.
Pero, como siempre, mi suerte es eternamente efímera.
Me fui a dormir tranquila, creyendo que había ganado, pero mis pesadillas decidieron atacar de imprevisto. Para esta ocasión, el escenario seguía siendo el Capitolio, pero no la Arena, ni la mansión de Snow; era un lugar que en mi vida había visto, pero que sí sabía muy bien lo que era. Una mezcla espeluznante de cárcel y laboratorio, donde en las celdas, como simples animales, se encontraban las personas más importantes para mí. Usualmente, era solo a un rubio al que reconocía tras las rejas; ahora, habían tres rostros más en el otro lado.
Lo más aterrador era que, mientras más me acercaba para tratar de sacarlos, más incrementaban sus lamentos. Hasta que me quedaba impotente, espectando a la enorme serpiente hacer su camino hacia ellos.
Desperté en el momento justo en que mostraba sus colmillos a la pequeña Ame, temblando y sudando frío. Mi corazón amenaza con salir expulsado por mi garganta, y eso me hace contener las ganas de gritar. Eso, y también que, por alguna razón, el pensamiento de que pueden hacerle algo a Ivy me ataca. No puedo mostrar lo afectada que estoy. Sabrán automáticamente que me he enterado de algo, y todas sus espadas apuntarán a Ivy. No quiero que tenga consecuencias por algo que yo misma le exigí decir.
Entonces me obligo a controlarme. Por vez primera, decido aplicar las recomendaciones del doctor.
—Respira... —me digo en un hilo de voz, inhalando y exhalando a tiempos.
Funciona, y mi corazón desacelera gradualmente.
—Repite lo que sabes que es real...
Pero es ahí cuando la técnica falla. Porque ¿qué es lo que sé que es real? Que Rhys está secuestrado en el Capitolio; que Lea probablemente tuvo el mismo destino, sino es que uno peor; y que Acacia, Asher y Ame... Ni siquiera sé lo que pudo haberles pasado en manos del Capitolio.
Me llevo la mano al corazón, solo para comprobar que mis latidos aumentan otra vez. Me desespero. Pienso: no puedo llamar la atención en el hospital; sé que vendrán y me ayudarán, pero esa ayuda supone medicarme o sedarme, y no quiero nada de eso. Sin mencionar que indagarán en cómo he llegado a este estado, lo cual me lleva a dos problemas más: que reprendan a Ivy, y que pierda la posibilidad de que me den de alta.
Entonces tomo mi decisión —no he dicho que buena— y me escabullo fuera de la habitación y del hospital. Hay un solo lugar aquí en el que he sentido la tranquilidad que busco justo ahora, y me dirijo hacia él con mis pies descalzos marcando el camino. Intento ir rápido, pero no soy tan estúpida como para olvidar la hora que es, y que cualquiera que me vea puede hacer que todo se vaya a la mierda.
Y afortunada e inesperadamente, logro llegar.
Un suspiro de alivio se me escapa cuando lo veo de nuevo, aunque el verde en él yace bajo la poca luz del ambiente. Pero eso no contrarresta su efecto.
Mantengo la precaución al acercarme. Los latidos de mi corazón son por adrenalina, y supe que tenía razón al venir aquí. Lo confirmo cuando mis pies tocan el pasto, en mi camino hasta los pies de un árbol; cuando mis pulmones se llenan de ese aire artificial, pero que no podría llenarme más de calma; y cuando mi mano toca mi pecho otra vez. Cierro los ojos, y lo único que me importa es concentrarme en mi respiración, hasta que esta se vuelve la de siempre.
—Bonito lugar, ¿verdad? —Una voz profunda rompe mi paz.
Doy un respingo y abro los ojos.
Una figura empieza a tomar forma mientras se acerca. Me alerto, hasta que la luz revela quién es.
—¿Qué haces aquí sola? —me preguntó Finnick.
Lo estudio, cautelosa, en busca de cualquier cosa. Aunque ni siquiera estoy segura de qué.
—Podría preguntarte lo mismo.
—Todos necesitamos un lugar donde escapar de vez en cuando, ¿no? —se encoge de hombros.
No le respondo, aunque le doy la razón.
—¿Te importa si me quedo? —preguntó, justo cuando pensé que daría la vuelta y se iría.
Levanto la vista y enarco una ceja, sorprendida. ¿Desde cuándo Finnick Odair pide permiso?
Termino por asentir, y él toma lugar a mi lado, con la espalda contra el tronco.
Lo observo de reojo, y pienso en cuánto tiempo había pasado desde la última vez que nos vimos. Y la recuerdo también. Una gota de culpa cae sobre mí, recordando lo que le dije, y aparto la mirada.
—Descubrí este lugar gracias a Beetee —habla Finnick, rompiendo el silencio con una voz baja, casi susurrante.
Me vuelvo hacia él.
—¿Beetee? —repito—. ¿Está aquí?
Finnick asiente.
—Siempre ha estado aquí. Pero no te preocupes, es entendible que no lo supieras. Se la pasa ocupado en el... —hace una pausa, tratando de acordarse— departamento de desarrollo armamentístico. Paso un tiempo con él, aunque no entiendo la mayor parte de lo que dice.
Se ríe levemente, lo que me hace esbozar una sonrisa. Tal vez porque nos recuerdo escuchando su plan para eliminar a Brutus y Enobaria.
El silencio vuelve a hacerse, pero, a diferencia del anterior, la tensión pareció disiparse. Es cuando me doy cuenta de que, probablemente, esta es la oportunidad que había esperado para enmendar mis palabras.
Separo los labios, sintiéndome más asustada que nunca.
—Lamento lo que dije sobre Annie. Es obvio que es muy importante para ti —murmuro, sin mirarlo.
Siento sus ojos clavarse en mí por segundos que se me hacen eternos.
—Lo es —admite por fin—. Como Rhys lo es para ti, ¿no?
—Sí. Indudablemente —sonreí.
Finnick asiente, pero cuando devuelve su vista al paisaje, noto la tensión en su mandíbula. Mi primer pensamiento es que acabo de recordarle lo mucho que aprecia a Annie, y el hecho de que ella esté en manos del Capitolio solo lo vuelve doloroso. Lo entiendo, y por eso también siento la necesidad de compartirle lo que supe.
—Katniss me contó que vio a Peeta, en una entrevista con Caesar. Parecía estar bien. Si él lo está, seguro los demás también.
—Sí, también lo vi —confiesa—. Por eso he hartado a Plutarch para que intente averiguar si es verdad.
Arrugo las cejas.
—¿Cómo podría saberlo Plutarch?
—Tiene espías en el Capitolio. Y escuché que uno de ellos ha llegado a una infiltración bastante valiosa, por su cercanía con los rehenes —me informa—. Pienso que debe ser un médico, o quizás un guardia.
Su confesión cayó como un peso en mi pecho, y por un momento sentí que el aire me faltaba. Traté de imaginar a esa persona. Era una posición peligrosa. Si el Capitolio llegara a enterarse...
Sacudí esos pensamientos de mi mente.
Pero hubo algo en la idea que me hizo sentir una mezcla de miedo y esperanza.
—¿Y qué te ha dicho Plutach? —le pregunté, guiada por la última.
El rubio meneó la cabeza.
—No puede revelar quién es, por obvias razones. Así que tampoco me ha dado más información.
Era obvio. No podíamos contar con ninguna certeza, solo la necesidad de creer que aquella esperanza podía sentirse por más tiempo. Sentí un nudo formarse en mi estómago. Era una noticia peligrosa, porque si me aferraba a ella, podría arrastrarme hasta el fondo.
Me mordí el labio, tratando de mantenerme firme, de no dejarme llevar por la emoción que crecía en mi interior. Pero la idea de que Rhys estuviera bien... era imposible no aferrarme a ella aunque fuera por un instante.
—Tal vez debamos persuadirlo —propuse.
Por la forma en que sus labios se curvaron, supe que el mismo pensamiento había cruzado su mente, extendiendo una tenue luz sobre la sombra que gobernaba sus ojos.
De pronto, un ruido metálico se extendió por la atmósfera, alertándonos. Como una puerta abriéndose.
Finnick se puso de pie en seguida, y extendió su mano hacia mí, para ayudarme.
—Te llevaré de vuelta —dijo. Lo observé con duda—. A menos que quieras que alguien más te encuentre aquí.
Entrecerré los ojos, pero acabé tomando su mano y dejándome guiar hasta el hospital, deteniéndonos de vez en cuando para comprobar que nadie nos viera. Pero, para cuando llegamos, mis ganas de volver adentro se habían esfumado. Aunque sabía que no tenía otra opción.
Me despedí y me di la vuelta, pero antes de cruzar la puerta, sentí su mano sujetar mi muñeca con un agarre que era firme pero no agresivo. Me giré, sorprendida, y sus ojos buscaron los míos en la penumbra.
—Solo quería recordarte que mi oferta sigue en pie —dijo, y su tono era más suave de lo que esperaba—: Estaré para ti si lo necesitas.
Durante un instante, no pude decir nada. Las palabras se enredaron en mi garganta, como si la simple idea de aceptar esa oferta me resultara imposible de procesar. Hasta ese momento, había sido fácil mantener la distancia, poner barreras entre nosotros, enfocarme solo en la misión, en lo que venía después. Pero al ver la sinceridad en sus ojos, sentí algo cambiar, algo que intentaba ocultar bajo capas de orgullo y miedo.
—Lo pensaré —respondí, mi voz casi inaudible, pero haciendo mi esfuerzo por mostrar una sonrisa burlona.
Finnick me soltó la muñeca lentamente, pero incluso después de que su mano se apartó, podía sentir el calor de su toque en mi piel. Me quedé allí, mirándolo por un segundo más, antes de dar un paso hacia la entrada. Me giré una última vez antes de cruzar la puerta, y lo vi alejarse, su silueta apenas visible bajo la débil luz.
No era una promesa, y tampoco quería que lo fuera, pero por primera vez, consideraba la posibilidad de dejar que alguien estuviera cerca de mí de nuevo.
Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez, solo tal vez, no tendría que enfrentarme a todo esto sola.
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