VEINTISIETE
Los aplausos y vítores estallan justo cuando el video acaba. El sello del Sinsajo continúa ardiendo en llamas en la pantalla cuando Coin da un paso al frente, acompañada de Katniss, a punto de dar su discurso. Yo las observo desde el fondo del palco, junto a Finnick, la madre y la hermana de Katniss. Todos aplaudimos un poco.
—No existe progreso sin compromiso. No hay victoria sin sacrificio. Pero estoy aquí con el Sinsajo para anunciar que nuestro momento ha llegado —toma la mano de Katniss y la levanta junto a la suya. El público vuelve a emocionarse.
Antes de que la presidenta continúe, Katniss vuelve con nosotros, colocándose al lado de Finnick.
—Beetee, gracias a ti podremos transmitir diez veces más. Este mensaje se transmitirá esta noche a todos los Distritos. Las palabras del Sinsajo inspirarán a todos a unirse a la rebelión. Juntos, nos convertiremos en una alianza formidable.
Por una última vez, el Distrito 13 ruge en apoyo a las palabras de su líder.
—Es un canto de batalla en un funeral —murmura Finnick para nosotras, logrando que lo volteemos a ver—. Con más gente de nuestro lado estaremos más cerca de Peeta, Rhys y Annie.
Agacho la mirada, pensativa. Aunque no sobre la rebelión. Finnick acaba de recordarme algo que quería hacer antes del ataque en el 8. Con todo lo que pasó, lo había olvidado casi por completo.
Es por eso que, cuando la gente empieza a retirarse de vuelta a sus actividades, tomo a Finnick de la muñeca, antes de que se vaya. Fue un impulso, así que cuando logro que él se detenga, lo suelto de inmediato.
—Tengo que decirte algo.
Está desconcertado, pero debe ver la seriedad en mi rostro, porque asiente de inmediato.
—Claro. ¿Qué pasa?
Quisiera poder soltárselo ahí mismo, sin más. Pero recuerdo las palabras de Plutarch, e incluso las del mismo Finnick, acerca de lo importante que es no revelar la identidad de Callie o algo que pueda comprometer su situación. Y nunca se sabe quién podría estar escuchando.
Aprieto los labios antes de hablar.
—No puedo decírtelo aquí.
Eso aumenta la extrañeza con la que me mira, pero acepta.
Salimos de ahí finalmente. El camino está despejado en su mayoría, gracias a que todos han vuelto a sus rutinas. Mientras caminamos, pienso en un lugar que pueda servirnos justo ahora. El único que se me ocurre es El Refugio, pero guiado a él, me acuerdo de Ivy, y de la vez que ella me contó lo que había pasado en el 11. Me decido por ese, y ruego por acordarme aún de cómo llegar.
—¿Por qué tanto misterio, preciosa? —me pregunta Finnick cuando salimos del ascensor. Nos habíamos quedado en silencio la mayoría del camino.
Bueno, en realidad, porque él insistía en que le dijera qué era lo que pasaba, y como no solté ni una palabra, dejó de preguntarme.
—¿Acaso vas a confesarme tu amor?
Le lanzo una mirada.
En el pasado, ese tipo de bromas solo hacían que mi molestia creciera. Ahora, hacen que mi corazón se acelere. Y no sé cuál es peor.
Aún así, le respondo:
—Quisieras.
Se ríe.
En silencio, pasamos por el prado y nos escabullimos hasta el mismo cubículo donde hablé con Ivy. Tal como aquella ocasión, el ruido y las personas empiezan a desaparecer. Entramos, y cierro la puerta con cuidado.
Finnick observa el lugar con curiosidad, caminando lentamente alrededor del cubículo. Es un espacio pequeño, casi claustrofóbico, pero la tranquilidad lo hace parecer más grande. Se detiene frente a la pared opuesta y se apoya ligeramente en ella, cruzando los brazos.
—¿Qué es este lugar?
Me encojo de hombros.
—No lo sé. Ivy me lo mostró. Creo que Niels se lo mostró a ella —respondo, y me cruzo de brazos también, como si eso pudiera reforzar mi determinación—. Me trajo aquí cuando... cuando me habló del levantamiento en el 11.
—¿Por qué tenía que mantenerlo tan... discreto? —cuestiona.
—En el hospital no querían que me enterara, por temor a que mi estado empeorara.
Finnick asiente, aunque sé que está esperando más. Su mirada fija en mí me pone nerviosa. Es el momento de decirle.
Tomo aire profundamente.
—¿Recuerdas cuando Coin quería hablar conmigo?
Asiente.
—Nunca me dijiste qué fue lo que te dijo.
Se me escapa una especie de bufido al acordarme. Meneo la cabeza.
—Ella y Plutarch querían convertirme en otra cara de la revolución, junto con Katniss. Querían que fuera su "Fénix" —hago comillas con los dedos—. Cosa que, por supuesto, rechacé.
—¿Por qué? Apuesto a que te hubieras visto increíble en esas propos —sonríe, coqueto.
Pongo los ojos en blanco, aunque no puedo negar la sensación de algo revoloteando en mi estómago.
—Bueno, pero ese no es el punto —retomo. Doy unos pasos hasta llegar a un escritorio que hay ahí, y me recargo en él—. Antes de irme, me enteré de algo que no debí haberme enterado.
Sus cejas se alzan. La sonrisa que tenía desaparece. No dice nada, no pienso que lo haga, así que continúo.
—Fuiste tú el que me dijo sobre los espías de Plutarch, y también sobre uno que estaba cerca de los vencedores —lo miro. Me muerdo el labio inferior antes de confesar:— Ya sé quién es.
Parpadea, sorprendido. Su postura cambia; ahora está más alerta.
—¿Quién?
—Callie.
El nombre flota en el aire. Por un segundo, me siento estúpida, porque cabe la posibilidad de que Finnick no tenga idea de quién es. Estoy a punto de explicarle, cuando es él el que me sorprende.
—¿Sterling? —pregunta— ¿Tu estilista?
Frunzo el ceño.
—¿Cómo la conoces?
—Por la misión. Sabía que apoyaba la causa, pero no imaginé que fuera una espía.
—¿Callie sabía de la misión? —pregunto, incrédula.
Maldita sea.
No sé absolutamente nada de esa mujer.
Me dejo caer sobre el escritorio, atónita.
—Solo aceptó ayudar si Plutarch le aseguraba que te sacaría también.
Por eso lo hizo. Antes de que entrara a la Arena, antes de que los Juegos comenzaran. Por eso me dijo que hiciera lo posible por sobrevivir. Me hizo prometérselo.
Finnick se separa de la pared y se acerca a donde estoy. Toma lugar a mi lado, sentándose en el escritorio.
—Creí que lo sabías.
—No, no lo sabía. Pero, si te soy sincera, no me sorprende.
Finnick asiente, pero no dice nada más. Parece que está procesando la información, igual que yo. Por un momento, el silencio nos envuelve, pero no es incómodo. Me tomo ese tiempo para asimilarlo todo, para preguntarme ¿quién es Callie, en realidad? ¿Una estilista? ¿Una espía? ¿Una rebelde? ¿Mi amiga?
El silencio se alarga, pero no me molesta. La calma del lugar contrasta con el caos que siento dentro de mí. No sé qué pensar de Callie. Por un lado, estoy agradecida. Creo. Pero por otro, no puedo evitar sentirme traicionada. Su papel en todo esto va más allá de lo que jamás imaginé.
Finnick rompe el silencio, su tono más suave que antes.
—Lamento que te hayas enterado así.
—No, está bien —le aseguro—. En realidad, fue mejor que enterarme por Plutarch que ella era una espía. Sobre todo porque me sacó de ahí antes de que pudiera preguntarle nada.
—Bueno, no lo culpo por tener miedo de tus interrogatorios —se burla, y sé exactamente sobre qué.
Lo miro mal.
—Necesitas soltar eso. Ya.
—No lo creo.
Coloco mi mano sobre su hombro y lo empujo. Él simplemente ríe. Me sorprendo a mí misma haciéndolo también.
—Pero entonces —vuelve a hablar, cuando nuestras risas cesan—, si Plutarch no te dejó hacer preguntas, ¿significa que no sabes nada de ellos?
La diversión ha desaparecido por completo.
Aprieto los labios en una línea, y niego, apenada. Esas son las malas noticias que me aterraba darle.
—No, nada. Por eso dudaba si decírtelo —confieso.
Veo la decepción abrirse paso en su rostro, haciendo que mi pecho se apretuje.
—Pero, seguro que están bien —murmuro, sin saber muy bien qué me impulsa a seguir haciéndolo. Veo el dolor en su rostro, mezclado con frustración e impotencia. Me es fácil entenderlo, porque yo me siento igual por Rhys—. Annie debe estar bien.
Finnick mantiene la mirada al frente, perdida en algún punto en la descolorida pared. Comienzo a arrepentirme un poco de haber dicho algo que no debía.
Es cuando él, inesperadamente, se sincera.
—La he cuidado desde sus juegos. Se volvió muy importante para mí —me cuenta—. Es como mi hermana.
Como su hermana...
De repente me siento avergonzada. Desde el principio tuve el presentimiento de que su relación iba más a lo... romántico.
—Es mi única familia —continúa él, haciendo que yo deje de lado lo demás—. No me queda nadie más.
Lo observo en silencio los primeros segundos, porque no sé qué decir, o si debería decir algo siquiera. Pienso que nunca antes había visto este lado de él, tan sincero, tan vulnerable. Un contraste absoluto con el Finnick que era durante el Capitolio o la Arena. Una versión de él que no esperé que fuera real.
Por un momento, tengo un destello de aquel Finnick que había enterrado en lo más profundo de mi memoria. Aquel de hace tantos años...
Y no sé qué es lo que me impulsa, ni por qué no detengo mi mano antes de que se coloque sobre la suya, pero lo hago. Él deja de observar la pared para bajarla hasta nuestras manos. Está igual de sorprendido que yo, pero no se aparta. Y yo tampoco quiero hacerlo.
Con el corazón acelerado, pronuncio mis siguiente palabras.
—Ella va a estar bien. Sé que no te lo puedo asegurar. A mí misma me cuesta creerlo del todo. Pero pienso en Peeta, en esa entrevista, y si él lucía bien, quiero creer que todos también lo están —Un suspiro tembloroso se escapa entre mis labios—. Si no me aferrara a esa esperanza, no sé qué sería de mí justo ahora.
El silencio se instala entre nosotros, pero no es incómodo. No existe la necesidad de llenar el espacio con palabras.
Él gira un poco su mano bajo la mía, entrelazando nuestros dedos. Mi corazón late con fuerza, desprevenido ante tal contacto. El gesto es tan simple, pero también demasiado. Lo suficiente para encender algo dentro de mí. Algo que he estado tratando de ignorar desde hace mucho tiempo.
—Gracias —me dice.
No sé si por lo último o por haberle contado lo de Callie. O ambas.
—De nada —le respondo aún así, concentrada en nuestras manos entrelazadas. Concentrada en cómo reacciona mi corazón solo por eso.
No sucede nada más. Yo me mantengo atenta a nuestras manos, pero sé que él me observa a mí.
Es cuando otro sentimiento me ataca. El mismo que se apoderó de mí durante el bombardeo, cuando lo perdí de vista. Cuando me sentí tan segura de que lo había perdido.
Y no puedo. No puedo hacerlo.
Muy lentamente, como si una parte de mí se aferrara a él a pesar de todo, deshago el agarre. Sus dedos se deslizan entre los míos hasta que no se tocan más. De esa manera, ambos nos espabilamos y decidimos volver, porque ya hemos pasado demasiado tiempo escondidos.
Nos despedimos antes de que las puertas del ascensor se cierren. Él se queda, porque el hospital no está en esta planta —debe ir para revisarse las heridas que le causó el bombardeo—; soy yo la que sale, porque más temprano ese día le he prometido a Ivy que estaríamos juntas. Así que, tras dedicarle una última mirada a Finnick, me voy directamente hacia la escuela del Distrito 13. Agradezco por segunda vez en mi día a mi buena memoria cuando llego, y agradezco aún más cuando la rubia está haciendo salida justo en ese momento.
En cuanto me ve, corre para abrazarme.
—Hola, Valie —me saluda, apretujándome.
Nos separamos y la miro, sorprendida.
—No me habías llamado así en años —observo.
Ella simplemente sonríe con inocencia, encogiéndose de hombros.
Empezamos a caminar, mientras me cuenta con entusiasmo sobre su día. La escucho con atención, pero es ese mismo cuidado que le pongo el que me hace comenzar a sospechar algo a lo largo de lo que queda del día. Algo relacionado con cierto soldado del Distrito 13.
Cuando la hora de cenar llega, nos dirigimos al comedor. No porque Ivy tenga que trabajar, sino para comer juntas, porque hoy es su día de descanso o algo así.
Una vez que nos sirven nuestras respectivas raciones, vamos en busca de una mesa. Me acuerdo de la primera vez que estuve aquí, y cómo la gente me observaba como si fuera una celebridad. O un animal que creían extinto. Sí, creo que esa última lo describiría mejor. Por suerte, la conmoción ya pasó. Ya debieron haberse acostumbrado a mi presencia como para prestarme demasiada atención.
Pero aún así, no puedo evitar reírme por lo bajo, lo que capta la atención de mi amiga.
—¿Qué?
La miro, negando con una sonrisa en la cara.
—No es nada.
Pero ella arquea una ceja.
—¿Qué te tiene tan contenta?
—No es nada —le repito, y me siento a su lado. De pronto, me acuerdo de otra cosa, y la miro de reojo, sugerente—. Aunque yo podría hacerte la misma pregunta.
Ivy sorbe su cucharada de estofado y me mira, extrañada.
—¿De qué hablas?
—Creo que es más bien un quién —sonrío, mientras revuelvo mi comida—. ¿Cuándo me ibas a contar sobre Niels?
—¿Contarte qué? —cuestiona, pero al instante entiende que me refiero a cuando los ví despidiéndose, antes de que nos fuéramos al 8. Carraspea, y se lleva otra cucharada a la boca—. Eso no fue nada, ¿de acuerdo? Somos amigos. Es todo.
—Si tú lo dices —canturreo.
Me mira, seria. Casi desafiante.
—¿En serio quieres hacer esto? Porque, en ese caso, yo también tengo mucho que preguntarte acerca de cierto vencedor del Distrito 4.
La cuchara queda a medio camino entre el plato y mi boca, antes de que pueda soltar una risa, que me sale más como un resoplido.
—No sé a qué te refieres.
Me enfoco en comer, pero de reojo, distingo una sonrisa triunfal en los labios de la rubia.
—Sí, eso pensé.
La miro mal, pero cuando nuestras miradas se cruzan, no podemos evitar comenzar a reírnos. Esto es extraño. No recuerdo que Ivy y yo hayamos tenido una conversación así antes. Bueno, ella me contaba de vez en cuando sobre chicos lindos que iban a comprarle. Me divertía mucho verla imaginándose toda una historia de amor con ellos, sobre todo porque, una vez que los tenía en frente, no se atrevía ni a dirigirles la palabra.
Conmigo, en cambio, ni en sueños ocurriría algo así. Después de los juegos, solo tenía cabeza para lo asustada que estaba. No había espacio para nada más que no fuera Olive, mi culpa y mis pesadillas.
Aunque, antes de todo eso, sí tenía pláticas similares con mi hermana. Pero solo teníamos catorce años, así que cada ocasión que salía el tema, no lo tratábamos con muchísima seriedad. Trato de imaginarme si hubiera conocido a Ivy entonces. Seguro las tres hubiéramos compartido horas hablando sobre eso. O sobre cualquier otra cosa. Creo que a Olive le hubiera agradado tanto como a mí. Hay momentos donde Ivy me recuerda mucho a ella.
Seguimos comiendo, compartiendo un que otro comentario acerca de la comida, cuando Ivy, mirando por encima de mi cabeza, vuelve a estallar en risas.
—Oh, mira quién viene, Val.
Giro, y me encuentro a Finnick, junto a Katniss, entrando al comedor. Debieron haberse encontrado en el hospital, porque a Katniss también la mandaron ahí por las mismas razones que a él. En cuanto los veo, ellos me encuentran, como si los hubiera llamado telepáticamente. Se sirven su comida, y se nos unen a la mesa.
Ivy está como poseída de diversión.
—Cállate —le siseo, antes de que se sienten.
Nos saludan. Bueno, me saludan a mí. Katniss y Ivy comparten un asentimiento de cabeza y una sonrisa, Finnick murmura un «Hola» que ella responde de la misma manera. Y es cuando me doy cuenta de que nunca los he presentado. Bueno, tampoco es como que hubiera tenido una oportunidad.
—Ella es Ivy Scaymore, del Distrito 11 —les digo, luego me dirijo a Ivy—. Ellos son Finnick Odair y Katniss Everdeen.
Ahora los tres se sonríen con más naturalidad. He cumplido mi tarea.
—¿Scaymore? —le pregunta Katniss a la rubia—. ¿Eres familia de Rhys?
Mis hombros se tensan. Los ojos de Ivy se vuelven brillosos, pero acaba por apretar los labios y asentir.
—Lo lamento, no debí preguntar eso —farfulla Katniss cuando se da cuenta.
Pero yo me acuerdo de aquella vez en la Arena, cuando a ella y a Rhys los torturaron una hora entera con las voces manipuladas de las personas que amaban. Rhys salió corriendo apenas escuchó a Ivy. Luego, cuando todo terminó, Katniss me preguntó sobre ella.
Tal vez Katniss lo recordó también.
—No, está bien —Ivy la relaja. Su tono es amable y sincero, como ella—. Me gusta hablar de mi hermano.
Las chicas se sonríen, pero no dicen nada más. De hecho, nadie dice nada más, lo que le da paso a un silencio incómodo que va aumentando y aumentando mientras intentamos comer.
Y es Finnick el único que decide romperlo.
—El estofado está delicioso, ¿no creen?
—Mucho mejor que cualquier otra cosa que haya comido aquí —le apoyo, agradecida—. Pero, ¿de qué es?
—Venado —responde Katniss—. Gale y yo lo cazamos más temprano.
—¿Lo cazaron? ¿Cómo? —pregunta Ivy.
—No sabía que podíamos salir —añado.
—En teoría, no. Conseguimos una especie de permiso especial. Nos dejan hacerlo siempre y cuando lo traigamos aquí.
—¿Y qué tal estuvo? Yo daría lo que fuera por volver a respirar aire fresco —comento, imaginándome a mí misma en un prado bajo el calor del Sol.
Veo que Katniss se dispone a contarme su experiencia, pero el televisor la corta. De hecho, es ella misma quien se interrumpe, a través de la propo que grabaron en el Distrito 8. Olvidé que se transmitiría esta noche, al menos en todos los Distritos. Beetee continúa esforzándose para poder llegar al Capitolio.
Las imágenes están salpicadas de cortas grabaciones de estudio en las que Gale, Boggs y Cressida describen el incidente. Contemplamos con dificultad las escenas en las que la gente recibe a Katniss, y esta última quien aparta la vista, incapaz de ver más, cuando aparecen las bombas y caen sobre el tejado del hospital. No vuelve a mirar hasta que ella misma vuelve a aparecer en pantalla, después de las muertes de las víctimas.
Cuando termina, solo Ivy comenta.
—La gente tenía que saber lo que pasó. Ahora ya lo sabe.
Todos parecemos agradecidos de que no se pusiera contenta o comenzara a aplaudir, como la mayoría.
Nos disponemos entonces a levantarnos, para ir cada uno a su compartimiento. Pero apenas nos hemos puesto de pie, cuando Katniss nos detiene.
—Esperen —casi grita.
Devuelvo mi atención a la pantalla, y reconozco el sello del Capitolio y a Caesar Flickerman cuando aparece en ella. Katniss se vuelve a sentar, y todos la imitamos.
Cuando el invitado de Caesar aparece, ahogo un grito.
—Oh, Peeta... —susurra Katniss, igual de impactada.
Y, aunque yo no ví la entrevista pasada, este Peeta no se parece en nada a lo que me habían descrito. Ni siquiera al que recuerdo en la Arena. Este Peeta ha perdido al menos siete kilos, tiene un temblor en las manos y bolsas bajo los ojos que el maquillaje no ha sido capaz de ocultar. No veo a una persona que parece estar bien, lo que veo es a una persona a la que le han hecho daño, y esa visión se siente como si me acuchillaran el corazón.
Caesar y Peeta intercambian algunas frases tontas antes de que Caesar le pregunte por los rumores de que Katniss está grabando propos para los distritos.
—La están usando, está claro —responde Peeta—. Para azuzar a los rebeldes. Dudo que ni siquiera sepa lo que pasa en la guerra, lo que está en juego.
—¿Te gustaría decirle algo?
—Sí —responde él, mirando directamente a la cámara—. No seas tonta, Katniss, piensa por ti misma. Te han convertido en un arma que será esencial para la destrucción de la humanidad. Si tienes alguna influencia real, úsala para frenar esto, úsala para detener la guerra antes de que sea demasiado tarde. Pregúntate esto: ¿de verdad confías en las personas con las que trabajas? ¿De verdad sabes qué está pasando? Y si no lo sabes... averígualo.
Todo se funde en negro. La entrevista ha terminado.
Solo puedo pensar en lo rápido que han decidido extinguir mis esperanzas.
Ni siquiera puedo voltear a ver a Finnick.
Si esto lo lastima tanto como a mí, ahora es mi culpa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top