VEINTINUEVE

Todo comenzó en mis juegos; para ser más específica, al final del desfile de tributos. Esa fue la primera vez que lo vi, pasó por mi lado, centrado en su papel de mentor; recuerdo que fue la misma Callie la que nos dijo a Jay y a mí que era muy popular en el Capitolio, y Lea después nos advirtió, también en su papel de mentora, que precisamente por eso era seguro que sus tributos tuvieran patrocinadores. Yo apenas presté atención; en ese momento, Finnick Odair era solo un nombre más, otro rostro entre los vencedores que parecían tan lejanos de mi realidad.

Hasta que la hora de las sesiones privadas llegó. Lea no estuvo ahí para decirnos qué hacer, nunca supe por qué, pero desapareció apenas los entrenamientos iniciaron; y Chaff... bueno, estaba demasiado borracho como para pronunciar dos palabras. Estaba perdida, sin saber qué hacer. Los demás tributos parecían tan seguros de sí mismos, como si supieran exactamente cómo usar cada arma, cómo destacar frente a los Vigilantes. Yo apenas podía respirar, tratando de mantener la compostura mientras mi mente giraba en círculos. Y supongo que Finnick se dio cuenta de eso al instante en que subió al ascensor conmigo. No tenía motivos para hablarme, mucho menos para aconsejarme, y sin embargo, lo hizo. Recuerdo perfectamente sus palabras, pues fueron las mismas que utilicé para mis futuros tributos:

«Encuentra lo que se te dé bien y perfecciónalo».

Y aunque no tuviera idea de por qué lo hizo, o si debía confiar en él, lo seguí. Y la nota que obtuve me hizo sentir gratitud por Finnick Odair.

Entonces las entrevistas llegaron. Lea seguía desaparecida. Irida, nuestra escolta, fue la única que intentó orientarnos, pero como sus consejos solo incluían cómo sonreír a las cámaras y saludar al público, nuevamente me encontraba perdida. Y de nuevo, no sé cómo, apareció Finnick.

«Solo convéncelos de que eres alguien a quien vale la pena apostar» fue su consejo esa vez. Fue mi éxito otra vez. Y aunque no podía comprender por qué alguien como él se molestaba en ayudarme, estaba agradecida.

Después de los Juegos, cuando finalmente sobreviví, mi mundo estaba destrozado. Había ganado, pero la victoria me sabía amarga. La muerte de Jay, mi compañero, mi aliado, mi amigo, se sentía como toneladas sobre mis hombros. No podía soportar los recuerdos, ni enfrentarme al vacío que sentía al ser la única en regresar. Fue entonces cuando pensé en él. En Finnick.

Lo busqué. Fue él quien me dio los consejos para la Gira de la Victoria, quien me ayudó a sobrellevar las multitudes y las preguntas invasivas. Cuando llegué al Distrito 4, con él, se sintió como un respiro. En ese momento, habíamos desarrollado una conexión que parecía casi natural, como si él entendiera mi dolor mejor que nadie.

El último día de mi gira, durante la fiesta en la mansión de Snow, fue Finnick quien me llevó al encuentro con el presidente. En su rostro podía leer una expresión extraña, como si él mismo estuviera a punto de enviarme a otra Arena. No entendía por qué lo hacía ni qué significaba esa reunión, pero confiaba en él.

La conversación con Snow me dejó aterrada. Su amenaza fue clara, y todo en mí quería huir, pero Finnick estaba allí cuando salí, esperándome. Cuando dije que sabía lo suficiente sobre esa vida como para saber que no la quería, fue gracias a Finnick. Él me abrazó, me consoló, aunque ambos sabíamos que no había mucho que pudiera hacer para protegerme. 

Cuando mi hermana murió, una consecuencia directa de mis decisiones, lo necesitaba más que nunca. Intenté contactarlo, pero Finnick jamás respondió a mis llamadas. Nunca supe por qué. Me sentí abandonada. Sin nadie más a quien acudir, busqué apoyo en Lea, era la única persona ahí en ese momento. 

Al año siguiente, cuando hice mi debut como mentora, las cosas cambiaron por completo. Finnick era otra persona, distante, casi cruel. Su tributo, Annie Cresta, logró sobrevivir, y no perdió la oportunidad de restregarme su éxito. Fue como si me estuviera castigando, aunque nunca entendí por qué. Nunca comprendí a qué se debió ese cambio. 

Me sentí traicionada. Algo se había roto entre nosotros, y aunque quería respuestas, también sabía que no podía soportar saberlas. Desde ese momento, decidí que no quería saber de Finnick Odair nunca más. 

O al menos eso creí entonces. 

Ahora, aquí estaba, llorando frente a Ivy porque había cometido el mayor error: volver a caer por él. 

Me paso las manos por el cabello, como si de esa manera pudiera despejar los recuerdos. Ivy me observa, en silencio, procesando la historia. 

—No sé por qué te estoy contando todo esto —murmuro, inquieta—. Tal vez... tal vez porque necesitaba decirlo en voz alta. Porque no puedo seguir guardándomelo. Pero también porque —siento mi voz quebrarse. Respiro profundamente antes de continuar—. Porque siento que estoy perdiendo la cabeza. No sé lo que me pasa. 

La mano de Ivy alcanza la mía y le da un suave apretón para que la mire. Cuando lo hago, encuentro una pequeña sonrisa dibujada en sus labios. 

—Sí lo sabes, Val. Pero no lo quieres aceptar —afirma—. Ese es el único problema. 

Y tiene razón. 

Sí lo sabía: me había enamorado de él. A pesar de todo. Había sucedido sin darme cuenta. 

—Pero el arriesgarte sigue siendo tu decisión —continúa—. Nadie más puede decirte si vale la pena intentarlo otra vez. 

Me muerdo el labio inferior, meneando la cabeza.

—No creo poder hacerlo de nuevo, Ivy. No puedo perderlo una vez más —me sincero—. La primera vez lo soporté, pero ahora... No puedo. Me destruiría. 

La rubia vuelve a guardar silencio mientras me observa. Como si me analizara, como si tratara de ver en mi interior. Y, cuando vuelve a hablarme, creo que lo ha logrado. 

—Val, lo que siento es que ya lo perdiste una vez, y aun así estás aquí —dice con suavidad, pero su mirada es penetrante—. No te destruyó entonces. Te dolió, sí. Pero seguiste adelante. Y ahora... ahora no es lo mismo. Tú no eres la misma.

La fuerza en sus palabras me hace apartar la vista. Sé que tiene razón, pero no quiero admitirlo. Es más fácil aferrarme al miedo que a la esperanza.

—¿Y si vuelve a pasar? —susurro. Mi voz suena pequeña, frágil, como si tuviera cinco años otra vez, enfrentando un mundo demasiado grande para mí.

—¿Y si no? —contrapone Ivy, inclinándose hacia mí. Sus ojos están llenos de algo que no esperaba: fe. Fe en mí, algo que ni siquiera yo tengo en este momento—. Sé que temes abrirte de nuevo. Es natural después de todo lo que has pasado. Pero si hay algo que he aprendido de ti, es que eres más fuerte de lo que crees.

Un nudo se forma en mi garganta, y mis manos comienzan a temblar. Ivy me observa con paciencia, como si supiera que estoy a punto de derrumbarme.

—No sé cómo serlo —admito. Las palabras apenas logran salir antes de que una lágrima se escape y descienda por mi mejilla—. No sé cómo ser fuerte otra vez.

Ivy sonríe, una sonrisa cálida, casi maternal, que me envuelve como un abrazo.

—No necesitas saberlo ahora —dice, apretando mi mano con firmeza—. Solo necesitas dar el primer paso. Hablar con él. Y no para arreglarlo todo o para volver a como eran las cosas. Solo para encontrar algo de claridad. Hazlo por ti.

Suena tan simple cuando ella lo dice, pero sé que no lo será. Hablar con Finnick significa abrir una puerta que cerré hace mucho tiempo, una puerta que podría dejar salir más dolor del que puedo soportar.

Pero también sé que Ivy tiene razón. Siempre la tiene cuando se trata de estas cosas. Necesito respuestas. Necesito esa paz.

Tomo aire profundamente, tratando de calmar el torbellino de emociones dentro de mí. Y por primera vez en mucho tiempo, permito que una pequeña chispa de determinación se encienda en mi interior.

—Está bien —murmuro, apenas audible—. Hablaré con él.

Ivy me sonríe, orgullosa, pero no dice nada más. 

Es cuando las sirenas empiezan a sonar en todo el Distrito, amenazando con rompernos los tímpanos. Nos volvemos, asustadas, con las manos en las orejas. No tengo idea de lo que está ocurriendo. Y aunque parece que Ivy sí, el terror que siente es evidente. Pienso que nos quedaremos ahí paralizadas por siempre, pero es cuando la rubia despierta, y me toma de la mano, apresurándome hacia la salida mientras intenta hablarme por sobre el ruido de las sirenas. Solo logro captar una que otra palabra, como «búnker», «simulacro» y «ataque». Es la última la que me hace helar la sangre, y dejo que mi amiga nos guíe hasta un río de personas que avanzan de manera descendente. Todos se manejan con calma, y trato de adoptar la misma tranquilidad hasta que un pensamiento me ataca. 

Finnick. 

Jalo a Ivy de la mano, y como una loca trato de decirle que debo encontrarlo. Ella no logra entenderme. No tengo tiempo para explicarle. Me suelto de su agarre y me dispongo a salir corriendo en dirección contraria. Es cuando Niels aparece. Le ayuda a Ivy para hacerme seguir caminando, pero me tienen que llevar a rastras, porque sigo forcejeando y gritando, exigiendo que me dejen ir a buscarlo. 

El soldado, de pronto, se para frente a mí. Me sujeta el rostro con firmeza entre sus dos manos, cubriéndome las orejas, como si quisiera que me concentrara solo en él y no en el caos del exterior. Intenta hablarme. No lo puedo escuchar, así que me esfuerzo por leer sus labios: 

—Él estará bien. Todo el mundo está yendo hacia el búnker. Te prometo que Finnick estará ahí —Es lo que entiendo. 

Bajo el ruido de las sirenas y el de mis latidos descontrolados, me esfuerzo por creerle. No vuelvo a resistirme cuando nos incorporan de vuelta al flujo de personas que van descendiendo, planta por planta. Trato de buscar a Finnick entre la multitud, pero es una tarea imposible, peor que buscar una aguja en un pajar. Solo puedo confiar en las palabras de Niels. 

A medida que bajamos, siento los párpados pesados y los oídos taponados. Prefiero no imaginarme a qué nivel debemos estar ya. La única ventaja es que las horribles sirenas dejan de ser tan agudas. Ojalá mi preocupación también disminuyera. Me mastico el labio para calmar la ansiedad, pero solo logro hacerlo sangrar. 

Niels nos sigue guiando hasta que, por fin, las escaleras terminan al borde de una enorme caverna. Bueno, eso parece. A través del mar de personas, distingo que algunas de sus paredes son de piedra, mientras que otras están muy reforzadas con vigas de acero y hormigón. Han excavado las paredes de roca para hacer literas. Hay una cocina, baños y un puesto de primeros auxilios. Un refugio diseñado para una larga estancia. 

Niels nos muestra a Ivy y a mí nuestros respectivos espacios. Mi amiga me obliga a formarme para recoger mi paquete de suministros, pero yo, como loca, sigo moviendo la cabeza y repasando a cada individuo con la mirada en busca de Finnick. 

Pero fallo. No está aquí. 

Mi pecho sube y baja, mi frente se arruga y tengo ganas de llorar, preguntándome dónde estará, o si le habrá pasado algo. O si...

Entonces lo veo, ingresando por las mismas puertas por las que ingresé hace apenas unos minutos. El aire vuelve a mis pulmones. Su cabello rubio brilla bajo las luces del búnker, y aunque parece tranquilo, puedo ver la tensión en sus hombros. Como si estuviera buscando algo.

Salgo de la fila, abandonando a Ivy. Escucho que ella me habla, pero no me detengo. Debe darse cuenta de a quién me dirijo, porque tampoco la oigo más.  

Con cada paso que doy hacia él, siento cómo las emociones que he estado reprimiendo amenazan con desbordarse. Mi pecho duele por el esfuerzo de contener las lágrimas, pero nada puede detenerme ahora. Finnick está aquí, y verlo de pie, con vida, hace que mis piernas se muevan más rápido de lo que mi mente puede procesar.

—¡Finnick! —Mi voz es un grito ahogado, quebrado por el nudo en mi garganta.

Sus ojos me encuentran antes de que llegue a él, y lo veo detenerse en seco. Su expresión, mezcla de alivio y desesperación, me desarma por completo. 

Mis pasos son torpes, desesperados, pero no me importa. Todo lo que importa es llegar a él, y en el instante en que lo hago, sus brazos me rodean, fuertes y cálidos. Me aferro a él como si soltarlo significara perderlo para siempre.

—Estás bien —susurro, hundiendo el rostro en su pecho. No sé si lo estoy diciendo para convencerme a mí misma o porque necesito escucharlo de él.

—Estoy bien, Val —responde con voz firme, aunque siento que también está tratando de convencerse—. Estoy aquí. Estoy contigo.

Levanto la cabeza y busco su rostro.

Él me mira con tal intensidad que me deja sin aire, y me lleva a guiarme completamente por mis impulsos. 

Lo beso.

El primer contacto es suave, tembloroso, como si ambos tuviéramos miedo de romper algo frágil. Pero en cuestión de segundos, el beso se vuelve más profundo, más desesperado, como si ambos estuviéramos tratando de asegurarnos de que el otro está realmente ahí, de que somos reales. Sus manos se enredan en mi cabello, las mías se aferran a los pliegues de su camisa. Su boca se mueve contra la mía con una intensidad que hace que cada fibra de mi ser se estremezca. Es un beso lleno de todo lo que no nos hemos permitido decir: miedo, alivio, cariño, necesidad. 

Cuando nos separamos, apenas puedo respirar, pero no me importa. Finnick tampoco parece notar el aire pesado del refugio. Sus manos permanecen en mi rostro, y su mirada no se aparta de la mía.

El tiempo parece detenerse. El mundo a nuestro alrededor se convierte en un eco lejano, las sirenas y las voces apagándose hasta dejar solo el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas. 

—No vuelvas a hacerme esto —digo, mi voz baja, pero cargada de emoción. Mis ojos se clavan en los suyos, buscando algo que confirme que entiende lo que quiero decir.

Finnick asiente, su frente rozando la mía mientras cierra los ojos.

—Nunca más. Te lo prometo, Val —dice con voz ronca. 

Por un momento, todo lo demás desaparece. No hay guerra, no hay peligro, solo nosotros. Pero la realidad nos alcanza de nuevo cuando, en la entrada, Katniss les está gritando a los guardias que no cierren las puertas aún. En el tiempo que trato de entender qué es lo que sucede, Prim, la hermanita de Katniss, y Gale entran corriendo con un gato en las manos de la niña. Escucho a la chica reprendiendo a su hermana por volver por el animal, luego la abraza, presa de la angustia tanto como yo. 

La gente del Distrito 13 debe estar dándose el espectáculo de sus vidas. 

Vuelvo a ver a Finnick, quien también espectaba la escena, antes de volver a mí. Una sonrisa se extiende por sus labios, marcando sus hoyuelos. Y yo quisiera quedarme en ese momento para siempre, pero ambos sabemos que no es posible. 

Finnick me suelta con cuidado, pero sus dedos rozan los míos como si no quisiera dejarme ir por completo. Y no lo hace. Empezamos a caminar, él toma mi mano y entrelaza nuestros dedos. Mi corazón aún sigue latiendo como loco, pero esta vez es por una buena razón. Le explico lo mismo que me han dicho a mí; lo ayudo a encontrar su compartimiento y también vamos juntos a recoger nuestros paquetes de suministros. Después nos dirigimos a nuestras zonas, y al fin algo de suerte me acompaña. Estamos juntos, a unos metros de distancia. 

Mientras terminamos de instalarnos, el sonido de las sirenas se corta de repente. La voz de Coin sale por el sistema de altavoces del Distrito y nos da las gracias por haber evacuado de manera tan ejemplar los niveles superiores. Enfatiza que no se ha tratado de un simulacro, ya que es posible que Peeta Mellark haya hecho una referencia televisada a un ataque sobre el 13 esta misma noche. 

Ni siquiera tengo tiempo de reaccionar ante la noticia. La primera bomba cae. Primero el impacto, seguido de una explosión que resuena en todo mi interior. Mis ojos viajan hacia el techo, como esperando el momento en que se desplome sobre nosotros. Pero eso no ocurre, el búnker solo se estremece un poco. Entonces se apagan las luces, y todo lo que veo es oscuridad total. Mi audición distingue las reacciones de las miles de personas que se encuentran ahí. Mi respiración se acelera a causa de la incertidumbre. Finalmente, aparece el zumbido de un generador, y un tenue resplandor sustituye a la luz brillante del 13. 

Pego un brinco cuando siento una mano tocar la mía, hasta que, en la penumbra, logro localizar a Finnick. Todo el aire que llevaba conteniendo desde el primer impacto se escapa por mis labios. 

Pasa su brazo por mis hombros, atrayéndome hacia él. Descanso mi cabeza en su pecho. 

—Estaremos bien, preciosa —me asegura—. Tranquila. 

Me permito creerle. Me concentro en que los latidos de su corazón sean todo lo que escuche. Él acaricia mi cabello, y no se despega de mí en todo el tiempo que pasamos bajo tierra. Los misiles y las bombas continúan cayendo; Finnick me abraza con más fuerza cada vez que lo hacen, y no puedo negar que su compañía mejora por completo las cosas. Aunque no puede lograr que concilie el sueño una vez que nos recostamos. No puede apagar mi mente. 

Peeta nos advirtió. 

Ni siquiera es una pregunta, es una afirmación, es lo que dijo Coin. 

Lo que no entiendo es ¿por qué? ¿Cómo consiguió Peeta esa información? Y, ¿qué castigo habrá recibido por eso?

Sacudo la cabeza. No, no quiero pensar en eso justo ahora. No más. 

Giro mi cuerpo con cuidado sobre la litera, hasta encontrar a Finnick. Tiene los ojos cerrados, pero dudo que esté dormido. Me pego a él, recostando mi cabeza sobre su pecho. A los pocos segundos, su pulgar comienza a trazar delicados círculos en la piel de mi brazo, confirmándome que tampoco ha podido conciliar el sueño. Me siento egoísta alegrándome por eso, pero solo él puede distraerme de lo que me atormenta. 

Pienso en cómo hemos llegado hasta aquí. Hace unos meses, estaba segura de que acabaríamos asesinándonos mutuamente. Hace un año, no era más que una parte de mi pasado que deseaba mantener ahí. 

Todo había cambiado entre nosotros. 

Entonces recordé mi conversación con Ivy. Un nudo se me formó en el estómago. Necesitaba saberlo. Tenía miedo, muchísimo, pero sabía que necesitaba escucharlo. 

—Finnick —murmuré. Él detuvo sus caricias, me estaba escuchando. Antes de que el miedo me acobardara, le pregunté:—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te alejaste?

Silencio. Eso es todo lo que hay durante unos eternos segundos. 

El sentimiento se vuelve peor cuando siento que no responderá. Comienzo a aceptarlo, y a arrepentirme de hablar.

—Ni siquiera yo mismo lo sé —responde al fin. Tras otros segundos en silencio, donde puedo apreciar con claridad su ritmo cardíaco en aumento, continúa:—. Esa noche, en la mansión de Snow, en cuanto te vi llorando creí que era porque habías aceptado lo que te dijo. Se suponía que eso harías. 

Aprieto la mandíbula. Siento un pinchazo en el corazón. 

—Pero no lo hice. 

—No. Lo descubrí más tarde, hablando con Cashmere —Su voz suena cargada de culpa—. Ambos habíamos sido solicitados en una fiesta. Al salir, ella estaba furiosa, y la razón era que se había enterado de que Snow intentó venderte también, pero tú lo habías rechazado. Lo que más le enfurecía era que habías logrado salir aparentemente ilesa. 

—¿Ilesa? —Me aparto de la comodidad de su pecho, incorporándome apenas para lanzarle una mirada cargada de incredulidad e indignación. La voz se me corta, como si la rabia y el dolor que siento me lo impidieran—. Snow...

Finnick se incorpora un poco también sobre sus codos. Puedo ver con claridad la culpa en sus ojos.    

—Lo sé, sé lo que le hizo a tu hermana —me interrumpe—. Pero en ese momento, solo creí lo que los demás decían. No la versión que todo el Capitolio conocía, sobre que tu hermana te había abandonado; la versión acerca de que había huido antes de que... —Aprieta los labios, incapaz de completar el enunciado. Pero yo sé exactamente qué iba a decir: antes de que la mataran—. Y yo estaba tan enojado, porque no entendía cómo lo habías logrado. ¿Cómo pudo ser así para ti, mientras yo tenía que estar con una persona diferente cada noche que pasaba en el Capitolio para proteger a mi familia? 

Desvío la mirada.

Otra cosa que contribuyó a que odiara mucho más a Finnick, es que sentía envidia. Envidia porque él aceptó la propuesta que yo fui tan idiota de rechazar. Porque su familia seguía viva, porque él se sacrificó para mantenerla a salvo. Porque él me mostraba que mi vida habría sido otra de no abrir mi boca. Que pude haber sido feliz.

Ahora, esa idea se ha caido pedazo a pedazo hasta destruirse.

Finnick Odair nunca fue feliz. Pudo proteger a su familia, pero no era feliz. Porque cada noche que pasaba en el Capitolio, había un par de ojos lujuriosos con las manos ansiosas por disfrutarlo, como si de un simple trofeo se tratara. Pensar en eso fue lo que me impulsó a negarme ante Snow, así que lo hice sin imaginar las consecuencias.

Y ahora lo entiendo: ninguno de los dos caminos podría guiarnos nunca a un final feliz. Porque no importaba qué sacrificáramos, era como si estuviéramos destinados a sufrir.

Acabo por asentir lentamente, evitando que mis emociones se desborden. 

—Por eso nunca respondiste mis llamadas —pienso en voz alta. Mi garganta arde, mi visión se torna borrosa, pero busco los ojos de Finnick casi con desesperación—. Yo quería decirte lo que había pasado. 

No hay sorpresa en él. Es como si hace años ya lo hubiera sabido. No sé si eso me hiere o me hace sentir mejor.  

Se relame los labios.

—Debí haber respondido. 

Sí, debió hacerlo. Pero ya de nada sirve reprochárselo, ¿o sí?

—¿Cuándo te enteraste de la verdad? —pregunto después de un rato. 

—Justo antes del Vasallaje —me responde—. No podía creerlo. Hasta la primera noche en la Arena, cuando aparecieron las natignitas y hablaste sobre ella. 

Me muerdo el interior de la mejilla. Me acuerdo perfectamente de ese momento. 

—Vi el dolor en tus ojos, y supe que había cometido un grave error. 

Sus ojos están clavados en los míos, buscando una reacción que tarda en aparecer. Me mantengo inmóvil, procesando lo que me acaba de decir. Procesando las respuestas que no obtuve entonces. De pronto no soy la Valerianne de ahora, soy la Valerianne de dieciséis años que no podía comprender por qué su único amigo se había alejado cuando más lo necesitaba. 

Y es ella la que le responde: 

 —Tú eras todo lo que tenía, la única persona que sabía que me escucharía —Me sale directamente del corazón. Apenas susurro—. Y me abandonaste. 

Él acerca su mano a mi rostro, y limpia una lágrima que se desliza por mi mejilla. De no ser por eso, no me habría dado cuenta de que empecé a llorar. 

Acuna mi rostro en su mano. Su tacto es cálido, y mis ojos se cierran por reflejo. 

—Lo siento —dice en el mismo tono que yo—. No te imaginas lo que daría por cambiarlo. 

Lo escudriño. Trato con todas mis fuerzas de encontrar un ápice de mentira en él. Pero no lo hay. Todo lo que veo es arrepentimiento puro, al verdadero Finnick disculpándose. 

Casi me siento enojada. Una parte de mí está intoxicada de rencor, pero la otra, la más débil, quiere creerle porque lo quiere de vuelta. Es como una niña asustada que no hace más que derretirse en sus manos. ¿Y qué puedo hacer, más que dejarme guiar por ella? Porque no importa cuánto esfuerzo haga por evitarlo, quiero a Finnick. Lo quiero, y eso me asusta más que nada. 

Él parece leer mi mente cuando vuelve a hablar.

—Nunca quise herirte. Nunca quise perderte —añade—. Y, si te puedo asegurar algo, es que lo último que quiero es volver a hacerlo. Te has vuelto todo para mí, Valerianne. Lo único bueno que tengo.

Y ahí estoy, derritiéndome en sus manos una vez más. 

—Tengo mucho miedo —le confieso como puedo, las lágrimas trazan su camino por mi rostro. 

Se inclina hacia mí, juntando mi frente con la suya. 

—También yo —se sincera—. Pero no hay nada que desee más que estar contigo. 

Estiro mi mano hasta colocarla en su mejilla, con toda la suavidad necesaria para comunicarle que yo deseo exactamente lo mismo. 

Y eso parece ser todo lo que necesitaba saber para ser él quien junte nuestros labios esta vez. 

Es un beso lento, como si quisiera demostrarme que no hay razones para salir corriendo. Mueve su mano hasta mi nuca, justo en el punto en donde se encuentra la cicatriz que me dejó la última noche del Vasallaje, y enreda los dedos entre mi cabello. Hay un leve sabor salado a causa de las lágrimas. Mis dedos trazan líneas suaves por su mandíbula. Nos dejamos llevar por completo. 

Cuando nos separamos, ambos estamos sin aliento. Vuelve a juntar nuestras frentes, y sonreímos. Me da un último beso y me envuelve con sus brazos, volviendo a recostarnos. El sonido de su corazón acelerado es todo lo que escucho; a la par en que este se va normalizando, el sueño me va ganando. Solo siento un beso más en la coronilla antes de quedarme profundamente dormida. 

Para cuando Coin anuncia que podemos salir finalmente del búnker, nos enteramos que nuestros antiguos alojamientos quedaron destrozados tras el bombardeo, así que tenemos que seguir instrucciones muy claras para reubicarnos. Limpiamos nuestras zonas y devolvemos el paquete de suministros que tomamos en un principio, para después formarnos al igual que todos en dirección a la salida.

Platico con Finnick y Ivy mientras tanto. Sin embargo, debemos haber llevado apenas medio camino cuando Boggs nos hace una seña a Finnick y a mí para que nos acerquemos. No me agrada mucho dejar sola a Ivy, pero no tengo más opción que decirle que la buscaré luego, antes de acatar la orden del coronel y llegar a donde se encuentra, junto a Katniss. Nos saludamos con un simple «Hola» en cuanto nos vemos. No la vi mucho después de la escena con su hermanita durante el tiempo que pasamos en el búnker, aunque sabía que se había hecho popular entre la gente con un juego que se inventó, que trataba de que el gato se volviera loco persiguiendo la luz de una linterna.

Salimos, subimos las escaleras, recorremos el pasillo hasta un ascensor y, finalmente, llegamos a Defensa Especial. Trato de encontrar algún daño notable que hayan dejado las bombas durante el camino, pero me recuerdo que aún debemos estar a bastante profundidad. Boggs nos apresura para entrar en una sala prácticamente idéntica a la de Mando. Coin, Plutarch, Haymitch y Cressida se encuentran sentados a la mesa con cara de cansancio.

—Los necesitamos a los cinco vestidos con los uniformes y en la superficie —dice la presidenta apenas entramos—. Tienen dos horas para grabar los daños de los bombardeos, dejar claro que la unidad militar del 13 no sólo sigue operativa, sino que es superior y, lo más importante, que el Sinsajo sigue vivo. 

Después de unos diez minutos de preparación, estamos recorriendo el complicado camino al exterior. Subimos una última escalera, y Boggs tira de una palanca que abre una trampilla, exponiéndonos al aire fresco. Salgo, cubriéndome los ojos con una mano, tratando de acoplarlos a la luz que me lastima luego de pasar tanto tiempo en la oscuridad del búnker. Finnick entrelaza sus dedos con los de mi mano libre. Le sonrío, agradecida. 

Los escombros empiezan a aparecer en la tierra, a medida que atravesamos el bosque. Nos encontramos entonces con el primer cráter, que tiene casi treinta metros de ancho. Asomo apenas la cabeza para observar su profundidad, mientras Boggs nos dice que, si hubiera quedado alguien en las primeras diez plantas, seguramente habría muerto. Rodeamos el pozo y seguimos. 

Gale le pregunta a Boggs si podrán reconstruirlo, a lo que él responde que no de manera inmediata. El misil no acabó con mucho, solo unos cuantos generadores y una granja avícola. Se limitarán a sellarlo.

Los árboles desaparecen al entrar en la zona del interior de la valla. Hay más escombros alrededor de los cráteres. 

—¿Cuánta ventaja les dio la advertencia del chico? —pregunta Haymitch. Mi cerebro despierta segundos antes de que Boggs le responda, sabiendo que se refiere a Peeta. 

—Unos diez minutos antes de que nuestros sistemas detectaran los misiles —responde el coronel. 

—Pero ayudó, ¿verdad? —le pregunta Katniss, casi como si necesitara escuchar una afirmación. 

—Por supuesto, la evacuación de los civiles fue completa. Los segundos cuentan cuando te atacan; diez minutos sirven para salvar muchas vidas. 

Casi inconscientemente, aprieto la mano de Finnick. 

Cressida decide filmar a Katniss frente a las ruinas del antiguo Edificio de Justicia. Lo recuerdo vagamente de las retransmisiones informativas del Capitolio, en las que intentaba demostrar que el Distrito no existía. Ahora, con el reciente ataque, el edificio está a unos diez metros del borde de otro cráter. 

Nos acercamos a lo que era la entrada principal, pero todos nos frenamos en cuanto Gale señala algo en el suelo. Estamos desconcertados. Me inclino un poco para ver el problema y acabo congelándome. 

Rosas. 

En cuanto el olor dulzón me llega a las fosas nasales, siento nauseas. El corazón me late deprisa. Las flores me transportan a la noche en que murió mi hermana, cuando una de color blanco era lo que yacía junto a su cuerpo. 

Sacudo la cabeza y me cubro la nariz, como si así pudiera erradicar el recuerdo. 

Está muy claro el remitente de este regalo. E igual de precisa es la intención, lo sé por cómo Katniss, Finnick y yo hemos reaccionado. Quiere hacernos esto: quiere enloquecernos. Los tres, de alguna manera, hemos pasado por algo que nos hace entender y temer del significado de esas rosas. Para mí había quedado muy claro aquella vez: era mi castigo por negarme; eran las consecuencia de mis acciones. 

Pero entonces, ¿cuál es el mensaje esta vez? 

—¿Por qué hicieron eso? —pregunta Gale.

Katniss, con la mirada perdida en las rosas, le responde: 

—Por mí. 

No lo comprendo. O quiero creer que no lo hago, porque es imposible que...

—Matará a Peeta —A pesar de su tono bajo y de que Cressida intente ayudarle a continuar con la propo, la frase llega a mis oídos.

Cressida insiste, pero la tarea resulta imposible para Katniss. La chica en llamas comienza a balbucear y sollozar. Yo me quedo suspendida. Me repito que Snow no puede hacer eso, pero la única verdad que gritan todas las voces en mi interior es que sí, es muy capaz de hacerlo. 

Ese es el juego de Snow: nos castiga a través de Peeta, de Annie, de Rhys... 

Lo he entendido al fin. Porque si estamos inestables, ¿qué utilidad podríamos tener contra el Capitolio, contra él?

—¡Es culpa mía! —alcanza a decir Katniss, completamente dominada por la histeria. Alguien se acerca a ella y le inyectan el brazo. La sedan. 

Siento que voy para el mismo camino cuando empieza a costarme respirar. Pero es cuando Finnick, aún a mi lado, comienza a sollozar. Me vuelvo hacia él. 

La aguja se clava en su cuello antes de que pueda ayudarlo. 

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