SIETE

Salgo del baño envuelta en una toalla, y me visto con un conjunto gris claro de pantalones y camiseta de mangas tres cuartos de tela suave y holgada. Salgo de mi habitación en dirección al salón, sintiéndome renovada. La verdad es que deshacerme de tanto adorno y del estrés que acumulé alrededor del día fue como quitarme varios kilos de encima.

Me dejo caer sobre uno de los sofás de tres plazas, disfrutando del silencio. Rhys está en su habitación, seguro también quitándose el vestuario; y Chaff igual debe estar encerrado durmiendo. Pero son apenas cinco minutos los que paso sentada cuando escucho el sonido de la puerta abrirse. Asomo mi cabeza por el respaldo, y encuentro a Lea haciendo su aparición luego de tantas horas.

—Ah, ahí estás —comento, claramente refiriéndome a su gran ausencia.

Y Lea entiende a lo que me refiero.

—Lo siento, me perdí el desfile —se disculpa, caminando hasta mí. Luce apagada, lo cual le añade credibilidad—. No tenía muchas ganas de estar ahí.

Asiento lentamente con la cabeza. Tal como lo imaginé.

—No importa —le aseguro, y le señalo la televisión, en donde Caesar y otro presentador están dando la bienvenida al programa—. Siempre puedes verlo en la repetición. Está a punto de comenzar.

Lea se desploma en el sofá junto a mí sin más, y sus ojos vagan por la pantalla. La imagen acaba de regalarnos la salida de cada uno de los carros de los tributos cuando la puerta vuelve a abrirse.

—Llego a tiempo, ¿verdad? —Es Callie, quien también se deja caer en un sillón con la respiración agitada. Debió haber corrido bastante, y no creo que haya sido una tarea fácil con las plataformas que lleva. Pero se relaja cuando también ve el televisor, y empieza a regular su respiración de una manera elegante. Es decir, no se desploma en el sillón ni se echa aire con la mano, simplemente inhala y exhala con lentitud por la nariz.

Segundos después también llegan Gaia y Paris; nos saludan cortésmente y de inmediato se sumergen en comentarios sobre los primeros Distritos, que ya están enfocados en la gran pantalla. Pronto Callie se les une, no puede evitarlo, así que Lea y yo disfrutamos del espectáculo en silencio, sólo hablando cuando la plática se dirige brevemente hacia alguna de nosotras.

Caesar Flickerman comenta también sobre cada cara que aparece, con su entusiasmo contagioso resonando en el salón. Observo el desfile con cierta distancia, no completamente ajena, pero tampoco completamente inmersa en el fervor del Capitolio. Mientras habla sobre los tributos del Distrito 10, sus comentarios dan un giro hacia mí.

—¡Y ahí está Valerianne Farven! —exclama Caesar con entusiasmo—. ¿No es simplemente maravilloso verla tan radiante después de todo lo que ha pasado? ¡Es un ejemplo de verdadera fuerza!

Las palabras de Caesar reverberan en la habitación, y puedo sentir la mirada de todos sobre mí. Mi rostro refleja confusión, incapaz de conectar las palabras de Caesar con mi propia historia. Tal como me pasó con Callie antes del desfile. El presentador continúa con elogios sobre mi apariencia y actitud, pero mi mente está ocupada tratando de descifrar la conexión entre mi pasado y su discurso. Con Callie podría ser que en algún punto le haya soltado uno que otro detalle (aunque lo dudo, porque mi memoria no es mala), ¿pero con Caesar? El presentimiento de que hay algo de mí que va de boca en boca en el Capitolio se vuelve cada vez más real.

Lea parece captar mi desconcierto, y siento su mirada preocupada clavada en mí. Sin embargo, decido dejar la interrogante para después; ahora no es el momento adecuado para buscar respuestas. Aunque mi curiosidad me pique, sé que no podré sacarle nada a Gaia, Paris o a Callie —quienes suelen estar más al tanto de los chismes del Capitolio— porque vuelven a enfrascarse en su charla sobre los atuendos y la extravagancia capitalina. Así que me dedico a seguir observando, sólo que esta vez sí continúo en completo silencio, porque el ruido de mi mente se ha vuelto masivo.

El día siguiente llega con la promesa del primer día de entrenamiento. Chaff nos entretiene un rato antes de bajar, recordándonos la importancia de hacer aliados. Por eso, cuando Rhys y yo salimos del ascensor, encontramos que la sala ya está llena de actividad, aunque no lo suficiente: aún debe faltar una tercera parte de los vendedores. Intercambiamos miradas una última vez antes de ir cada quien por su lado, listos para sumergirnos en las diversas estaciones que ofrecen habilidades cruciales para sobrevivir en la arena.

Practico los nudos y trampas (en los que no soy especialmente buena así que termino por abandonar a los veinte minutos), pruebo mi destreza con cuchillos, donde sí me desempeño con soltura, logrando dar en el centro de la diana pintada en cada uno de los muñecos de apoyo. Siempre será un talento que me hará recordar a mi padre, porque fue él quien me dio mis primeras lecciones que comenzaron, tanto para Olive como para mí, apenas cumplimos los doce. Él nos decía que hubiera preferido no hacerlo, pero no necesitaba darnos ninguna razón para saber por qué había tomado la decisión de enseñar a sus hijas, su única familia, a defenderse apenas se volvieron elegibles para la cosecha. A pesar de que a ambas se nos daba bien, fui yo la que seguí entrenando luego de su muerte, dos años más tarde. Fue mi manera de desahogarme, porque me ayudaba a tener la mente concentrada para cuidar de Olive, ya que nos habíamos quedado solas. Y un año más tarde, mi esfuerzo sí que rindió frutos.

Termino ahí y voy al área de supervivencia, donde nos enseñan a encontrar agua, reconocer plantas comestibles y venenosas (donde descubro que son conocimientos que están como un chip en mi cerebro; después de todo, he pasado más de la mitad de mi vida rodeada de ellas); entre otras cosas. Hasta entonces, inevitablemente me he tenido que topar con los demás, pero ninguna parte está muy interesada en hacer una conversación, lo cual resulta mejor por dos razones: así evitamos vincularnos más de lo debido, sabiendo en lo que se convertirá esa amabilidad una vez que suene el cañón; y nos permite centrarnos en lo más importante, que es entrenar y despertar a nuestros músculos que llevan años sin actividad física, o al menos los míos. Sin embargo, cuando me aventuro a la sección de combate cuerpo a cuerpo, una figura conocida hace su entrada, y sólo necesito subir un poco la vista para encontrar a Finnick frente a mí.

—¿Qué te parece si entrenamos juntos? —me propone con una sonrisa confiada.

Lo miro de pies a cabeza, como si estuviera considerando la idea. Pero la verdad es que no hay nada que meditar.

—Sí... —arrugo la nariz—. Yo creo que no.

Le doy la espalda, empezando a vendarme los nudillos. No tengo un interés particular en pasar tiempo con Finnick, y mucho menos en entrenar con él, aunque la idea de golpearlo suene tentadora. 

Pero estamos hablando del chico de oro, el que nunca se da por vencido cuando quiere algo.

—¿Qué pasa, Valerianne? ¿Temes que te gane? —me provoca.

Oh, no acaba de decir eso.

Sus palabras encienden la chispa de mi orgullo. Paso mi lengua por el interior de mi mejilla, girándome y dejando que una risa socarrona se escape de mis labios. Acepto el desafío.

Finnick también se venda las manos, y cuando termina, cada uno busca su esquina en el cuadrilátero. En nuestros respectivos lados, empezamos a caminar en lentos círculos, sin despegar los ojos ni un segundo de nuestro oponente, atentos al momento en que uno decida atacar. Y esa termino siendo yo.

Está prohibido herirnos entre nosotros en los entrenamientos, así que sólo podemos utilizar golpes leves o simples movimientos para desestabilizarnos. Inicio con un puñetazo que viaja directo a su mandíbula, pero es lo suficientemente ágil para desviarlo, sujetar mi brazo y jalarme hacia él, pasándose atrás mío. Sólo que yo también soy rápida para girarme y agacharme en el momento en que lanza otro golpe directo a mi cabeza. Cerca del suelo, aprovecho para estirar una de mis piernas y barrerlo, logrando que caiga. Él rueda para evitar que lo aprisione, y eso nos da tiempo a ambos para volver a estar de pie.

Continuamos moviéndonos en el cuadrilátero, cada uno buscando una apertura en la defensa del otro. Sus movimientos son fluidos y elegantes. Vuelvo a atacar con una rápida combinación de golpes, pero logra bloquear la mayoría. Nuestros cuerpos se entrelazan momentáneamente en una coreografía improvisada. Cada uno busca el momento preciso para desequilibrar al otro. En un instante de distracción de mi parte, Finnick aprovecha para lanzar un golpe a mi abdomen, obligándome a retroceder.

—Oh, cariño, ¿te lastimé? —se jacta, con la voz jadeante. Una mirada para nada amigable es la que le regalo.

Decidida a cambiar la dinámica, ejecuto una serie de patadas rápidas que Finnick apenas logra esquivar. En un movimiento, me acerco y lo derribo al suelo, y es en un instante en el que me encuentro a horcajadas sobre él, inmovilizándolo. La victoria es mía, y una sensación de triunfo se apodera de mí.

Chasqueo la lengua varias veces, en negación.

—Otra vez subestimando a la chica del 11 —canturreo, acompañando mis palabras con un meneo de cabeza—. ¿Alguna vez aprenderás?

Es entonces cuando Finnick, en un movimiento rápido y aunque la pelea ya ha terminado, intercambia las posiciones y es él el que me retiene contra el suelo.

Me regala esa típica sonrisa llena de confianza.

—Tal vez ambos necesitamos más lecciones —Y se levanta, liberándome. Se queda de pie mientras yo me enderezo, y ofrece su mano para ayudarme.

Lo observo, con la molestia reflejada en mi rostro y la adrenalina todavía muy presente. Flexiono mis rodillas y me impulso hacia arriba por mi cuenta, me sacudo las manos, y choco su hombro cuando paso por su lado, alejándome sin más.

Es una suerte para mi orgullo que no tengamos ningún espectador porque la hora del almuerzo ha llegado por fin, y los demás han tenido la maravillosa idea de juntar las mesas para que todos comamos juntos. Busco a Rhys entre ellos, y lo ubico charlando animadamente con Johanna Mason, la vencedora de la Septuagésima Primera Edición. Es imposible olvidarla, como a su estrategia de hacerse pasar por una pobre niña indefensa para resultar ser una asesina letal en la Arena.

Entiendo que está haciendo lo suyo para seguir los consejos de Chaff, así que, de la misma manera, decido acercarme a Katniss Everdeen cuando la veo tomar asiento.

—Katniss —la llamo. Sus ojos grises son los únicos que se clavan en mí, a pesar de que Peeta está a su lado, para variar. ¿Acaso nunca se separan?

—Valerianne —me responde. Noto en su cara que también se esfuerza por relacionarse.

—¿Cómo va todo? No tuvimos mucho tiempo para hablar después del desfile —comento, sentándome a su lado y colocando mi bandeja junto a la suya.

—Bueno, desapareciste inmediatamente después de que nos conocimos —puntualiza.

—Estaba demasiado agobiada por todo. No fue nada contra ustedes —le aseguro con toda honestidad—. No podría tenerte ningún rencor. Cuidaste de Rue, y eso es algo que todo el 11 nunca va a olvidar.

La expresión de Katniss se relaja. He tocado un punto débil, y no sólo para ella.

—Fuiste su mentora, ¿verdad? —inquiere, en un tono más suave del que esperé.

—Sí, lo fui —asiento, pero mis ojos se centran en la comida que remuevo con el tenedor. De pronto, el recuerdo de Rue me ataca como una bala. Una directo al pecho—. Intenté darle todas las oportunidades posibles, pero los juegos... Bueno, ya sabes cómo son.

Siento que las palabras ya no salen por compromiso, o con la simple intención de cumplir un objetivo; cuando pienso en Rue, me lleno de una sensación extraña, una mezcla de libertad y melancolía. Nunca hablé de ella después de los juegos, hasta ahora. Nunca tuve la oportunidad de expresar lo que significó perderla, porque simplemente no me sentía merecedora de hacerlo, no con el sentimiento de culpa que lo acaparaba todo. Sentí que había fallado como mentora; no lo entendía, porque no me había ocurrido ni siquiera en mis primeros juegos, con mis primeros tributos. Pero luego entendí que hay personas que simplemente logran hacerse un espacio en tu corazón, por más que lo evites. Cuando hablé sobre mi error de formar un lazo con alguien que sabes que te van a arrebatar, me refería a Rue.

Katniss asiente con solemnidad, sus ojos reflejando una comprensión compartida.

—Supongo que todos hacemos lo que podemos en la Arena —Peeta interviene, mostrando una sonrisa amigable, robándose nuestra atención—. Has tenido un buen inicio con el desfile. La audiencia te adora.

Aprieto los labios, intentando mostrarle una sonrisa.

Oh, si tan sólo pudiera saber por qué lo hacen.

Agradezco el gesto de Peeta, pero mi atención vuelve a Katniss.

—Debo admitir que no estoy acostumbrada a todo esto —Gesto hacia el bullicio a nuestro alrededor—. La ostentación y el esplendor no son lo mío.

—Tampoco son lo nuestro, pero a veces no tenemos elección —dice Katniss con un dejo de resignación—. Nos gustaría más estar en casa.

—Entiendo perfectamente ese sentimiento —Nuestras miradas se encuentran, y por un momento, hay una conexión silenciosa entre nosotras, una comprensión mutua de lo que se siente ser arrastrada a los juegos.

A medida que continuamos charlando, siento como si los muros que tanto Katniss como yo construimos en un inicio empiezan a dejar ver una que otra grieta, dando paso a una conexión que solo aquellos que han enfrentado los juegos pueden entender. Aunque estemos destinadas a ser adversarias, en este momento, creo firmemente en la idea de que podemos ser buenas aliadas. 

Más tarde, cuando Lea, Chaff, Rhys y yo nos reunimos para la cena, comemos en silencio hasta que es el segundo quien intercala su atención entre Rhys y yo, como esperando a que digamos algo.

—¿Y bien? —pregunta, ansioso al ver que no captamos lo que quiere—. ¿Qué tal el entrenamiento?

Me encojo de hombros. Observo mi comida y meto ocasionalmente una verdura cocida a mi boca. La verdad es que comí bastante bien en el almuerzo, y mi cuerpo aún no se acostumbra a ingerir demasiado. Irida me ha ofrecido ya un par de veces la porquería esa que te hace vomitar para poder seguir comiendo cada vez que nos acompaña, y yo las he rechazado todas.

—Hablé con Katniss, tal como querías. La verdad es que me agrada —cuento. Hago una pausa, en la que una sonrisa orgullosa se apodera de mis labios—. Y le gané a Finnick en una pelea.

Levanto la mirada para ver a mis acompañantes, pero ellos se mantienen serios. Bueno, a excepción de Chaff, él se nota a leguas que intenta reprimir una risa.

—¿Qué?

No resiste más y suelta una carcajada apenas me oye, lo que me hace mirarlo con aún más extrañeza. El moreno busca a Rhys y Lea, pero no tenga idea de para qué.

—Vamos —los señala, y luego a mí—. No puedo ser el único en esta mesa que se da cuenta de la tensión que hay entre esos dos —suelta por fin, y mi ceño se frunce como si me hubiera ofendido de la peor manera.

—¿Qué dices? —espeto—. No hay nada —remarco— entre nosotros dos.

—Claro que lo hay —defiende él, todavía riéndose—. Es como cuando los niños se molestan entre ellos porque se gustan. ¿O no, Lea?

Él la voltea a ver, así que yo también, cada uno esperando que la mujer se ponga de nuestro lado. Lea, sin embargo, tuerce la boca.

—Yo no lo pondría así... —responde, y es lo único que necesito oír para saber que está del lado de Chaff.

—¡Sabía que no era el único! —celebra él.

Yo miro incrédula a mi mentora.

—¿Lea, es en serio?

—Sabes que no suelo estar de acuerdo con la mayoría de cosas que dice —se excusa—, pero... Bueno, no parece que se odien en realidad, ¿sabes? —mis labios se separan. Ahora sí me siento ofendida—. Digo, todos sabemos lo que pasó entre ustedes...

—Yo no —interviene Rhys.

Chaff suelta otra carcajada. Realmente parece gozar de la situación.

—Oh, es una historia muy buena —comenta.

—Chaff —le advierto, sintiéndome ya bastante irritada.

—¿Por qué no la cuentas tú, Val? —me propone, lo único que logra es avivar el fuego—. Es mejor desde tu perspectiva.

Lo fulmino con la mirada, y poco a poco dejo mis cubiertos y servilleta sobre la mesa.

—Me voy a dormir —aviso y me marcho, sin esperar respuesta de nadie.

La risa de Chaff sigue resonando en mi cabeza mientras cierro la puerta de mi habitación con más fuerza de lo necesario. ¿Cómo es posible que piense que Finnick y yo nos gustamos? Es absurdo. Recuesto mi cabeza en la almohada y me sumerjo en mis propios pensamientos. No debería darle importancia a lo que piensen los demás. Chaff siempre ha disfrutado burlándose de la gente, y si Lea está de su lado, podría ser solo para seguir la corriente de la broma. No tienen ninguna razón para pensar que hay algo entre Finnick y yo. Es decir, ¡sonreí cuando dije que le había ganado en una pelea! ¿Qué ven de romántico en eso?

Mis pensamientos se interrumpen cuando alguien golpea la puerta. Espero a que la persona se canse y se vaya, pero la insistencia continúa. Me levanto, molesta por la interrupción, y abro la puerta dispuesta a expresar mi enojo, sobre todo cuando logro reconocerlo.

—Chaff, en serio, si vienes a seguir molestando... —comienzo, pero él me interrumpe de inmediato, encerrándonos a ambos en la habitación sin más. Protesto y le exijo saber qué demonios está sucediendo.

—Necesito hablar contigo —me responde en un tono serio.

Lo miro con incredulidad. ¿Ahora quiere hablar en serio después de todo el espectáculo que montó en la cena? Sin embargo, me trago mis palabras cuando lo veo tomar el control del televisor, encenderlo y subir el volumen más de lo necesario. Siguen pasando una repetición del desfile, hasta que lleguen las entrevistas.

—Valerianne —me llama en voz baja, aunque el ruido es perfecto para cubrir nuestras voces de oyentes externos. El cambio de su actitud tonta y bromista durante la cena, a una completamente seria y confidencial ahora, me hace interesarme por sus palabras y, al mismo tiempo, tener miedo de ellas—. No me interesa que te alíes con Katniss Everdeen meramente por los patrocinadores.

—Lo sé. Una alianza es útil para que no nos maten tan rápido...

—No, no se trata sólo de la Arena —hace una pausa. Sé que está buscando las palabras, pero está presionado porque sabe que no tiene mucho tiempo—. Es algo más grande —dice por fin—. Algo que puede cambiarlo todo.

Me mira significativamente, y mis cejas se fruncen. No porque no entienda sus palabras, sino porque me cuesta creerlas.

—¿Estás hablando de...? —Dejo la pregunta al aire. Una rebelión, eso es lo que quiero preguntar, pero sé que me expondría al hacerlo. Aún así, Chaff logra comprender, y no sé si eso me hace sentir mejor o peor.

—No puedo entrar en detalles, pero necesito que estés preparada —continúa. No niega nada. Está hablando completamente en serio—. Katniss no es sólo una jugadora más, es la pieza clave de todo esto. Necesita salir viva de esa Arena. Y tú tienes que ayudarnos a que eso suceda.

La gravedad de sus palabras me golpea como un puñetazo en el estómago. ¿Una rebelión? ¿Y Katniss está involucrada en eso? Mis pensamientos se vuelven un torbellino, pero antes de que pueda procesar completamente la información, la puerta se abre de golpe y Lea entra furiosa.

—¿Qué carajo, Valerianne? ¡Baja el volumen! —exige, pero se detiene bruscamente al ver al hombre en mi habitación—. ¿Chaff?

El mencionado rápidamente cambia su expresión, volviendo a la actitud tonta. Apaga la televisión y la imagen y el ruido desaparecen, luego me entrega el control, que recibo en un movimiento automático, demasiado absorta en lo que acaba de pasar.

—Perdón —se disculpa con Lea en el mismo tono que un niño al que han atrapado en medio de una travesura—. Solo quería que Valerianne escuchara algo en la retransmisión del desfile.

Sale de mi habitación, pasando por su lado. Lea lo analiza unos segundos y luego se centra en mí. Sigue con el ceño fruncido, pero no con molestia como con Chaff, sino con preocupación y, hasta me sorprende encontrar, cierto temor.

—¿Estás bien? —inquiere.

Yo la observo también.

Recuerdo la transición en la actitud de Chaff apenas Lea apareció. Ella no lo sabe. No sabe absolutamente nada de lo que sea que está sucediendo.

Es eso, o es que Chaff no quiere que se entere.

Trago saliva, y respondo en un lento asentimiento.

—Sí —esbozo una diminuta sonrisa para disipar cualquier duda. Incluso blanqueo un poco los ojos—. Ya sabes cómo es Chaff.

Veo la duda cruzar su rostro, pero tras unos segundos, ésta desaparece. La morena se acerca a mí y me envuelve en sus brazos, que me provocan un escalofrío cuando sus dedos helados acarician mi piel. Apoya su mentón en mi cabeza. Yo me permito disfrutar del gesto, a pesar de lo inusual que resulta y de todo lo que está pasando por mi mente justo ahora.

—Ve a dormir —me dice cuando nos separamos—. Debes descansar para hacerlo bien en los entrenamientos.

Le respondo con una sonrisa, que mantengo hasta que la puerta de la habitación se cierra tras ella. Cuando me quedo sola, siento que la fuerza de mis piernas falla, así que me dejo caer sobre el colchón. Observo el suelo, y el resto de la noche trato de entender qué carajos acaba de pasar.







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