QUINCE
—Valerianne, espera —Los dedos de Finnick rozan mi brazo, pero yo corro antes de que pueda detenerme.
La figura a la que grité voltea su cabeza en todas direcciones, buscando la fuente del sonido, buscándome a mí. Ha logrado retener a la otra, a quien imagino es Johanna.
Sigo aproximándome.
—¡Rhys! —repito.
Entonces me encuentra. Ambos lo hacen. Quien creo es Johanna, deja de patalear para liberarse cuando me ve. Rhys la suelta, dejándola con cuidado sobre sus rodillas en la arena.
—¡Valerianne! —exclama él, corriendo para alcanzarme.
La euforia me llena el corazón. Es su voz. Es él.
Esa misma emoción es la que me hace abrazarlo en cuanto tengo la oportunidad. No me importa de lo que sea que esté cubierto, sólo me interesa que está aquí. Finalmente.
Él me devuelve el abrazo, y nos quedamos así unos segundos en los que no me preocupo por nada más, pese a sentir un par de ojos en la nuca. Como escuché unos pies arrastrarse por la arena, supuse que eran Finnick, Katniss y Peeta, que habían decido acercarse tras no encontrar peligro alguno.
Escucho un carraspeo a la vez que Rhys y yo nos separamos.
—Sí, bueno —nos mira Johanna, ya de pie y con una mano en la cintura—. Hermoso reencuentro, ¿verdad?
Elevo y bajo las cejas en gesto de saludo.
—Hola, Johanna.
—Valerianne —me responde.
—¿Qué les pasó? —La voz de Finnick se añade a la conversación.
Pasa sus ojos por Johanna, Rhys y los otros dos, que ya he reconocido también como Beetee y Wiress. Sin embargo, se queda unos momentos más de los necesarios en el segundo, como si le tuviera más desconfianza.
Por otra parte, yo me concentro en la tinta escarlata que ha quedado en mis manos cuando abracé a Rhys. La analizo, frotando un poco entre mi índice y mi pulgar.
—Estábamos en la jungla cuando empezó la lluvia —empieza a explicarnos Johanna, gesticulando hacia la vegetación.
—Creímos que era lluvia, por los relámpagos —le sigue Rhys—, pero cuando empezó a caer resultó ser...
—Sangre —completo, reconociendo la sustancia entre mis dedos.
Finnick se acerca a mí con curiosidad, y se la muestro. Toma mi mano para acercarla a su rostro y verla mejor. La misma electricidad aparece cuando sus dedos tocan mi piel, así que me aparto tan pronto tengo oportunidad.
—Caliente y espesa —confirma Johanna—. Estaba cayendo, nos estaba ahogando. ¡Ja! ¡La estúpida sangre nos estaba ahogando! Estuvimos dando tumbos por ahí, intentando salir. Blight chocó contra el campo de fuerza. No era gran cosa, pero era de casa.
—Lo siento, Johanna —le dice Finnick.
Mientras más los miro, más rastros de la lluvia de sangre encuentro. El mono, sus armas, su boca e incluso sus ojos. Y Beetee y Wiress están igual, o incluso peor. El primero está boca arriba sobre la arena, apenas parece que respira; seguro era a quien Rhys cargaba, porque Wiress está de pie, caminando en círculos y murmurando algo que no comprendo hasta que se acerca a nosotros.
—Tic, tac, tic, tac.
—No otra vez —escucho suspirar a Rhys.
—Majara ha sufrido una conmoción —explica Johanna. Entonces Wiress se acerca a ella, todavía balbuceando, pero es empujada de vuelta a la arena—. ¡Oye! Quédate quieta, ¿quieres?
Rhys se acerca a Johanna, leo su intención de sujetarla antes de que arremeta contra la mujer, pero es cuando Katniss interviene:
—Déjala en paz —le espeta.
El rostro de la del Distrito 7 se transforma.
—¿Que la deje en paz? —sisea, y ni siquiera Rhys puede ser capaz de detenerla antes de que su mano se estampe contra la mejilla de la chica en un golpe seco—. ¡Yo los salvé por ti!
Katniss se toca la cara, sorprendida, pero veo que no tiene intenciones de quedarse como si nada. Me apresuro a sujetarla por el brazo, y Peeta hace lo mismo con el otro mientras que Rhys y Finnick intentan retener a Johanna de la misma manera, pero es finalmente el segundo quien opta por echársela a la espalda cuando está a punto de liberarse. Sigue retorciéndose incluso cuando se la lleva al agua y la sumerje un par de veces para limpiarla. Resulta un poco cómico, porque cada vez que sale a la superficie, es para seguir gritándole cosas para nada lindas a Katniss.
En tanto a la chica en llamas, se ha tranquilizado por su cuenta, o quizás gracias a lo que Johanna le dijo. No era posible que Katniss supiera sobre los planes de su mentor. Como quiera, Peeta se la ha llevado consigo, y ambos han decidido hacerse cargo de Beetee y Wiress.
Rhys y yo nos miramos. Su cara escarlata me recuerda que él también necesita un baño.
Le señalo el agua con la cabeza.
—Vamos a quitarte esa sangre —declaro, empezando a caminar hasta la orilla—. Ni siquiera sé lo que pareces justo ahora.
Rhys acepta y me sigue.
—Así podemos aprovechar para ponernos al día —comenta.
Le lanzo una mirada tan pronto como nos introducimos en las olas, a varios metros tanto de Johanna y Finnick como de los demás. Creo que sé a dónde quiere llegar.
—Me gustaría empezar sabiendo cómo es que Finnick y tú han pasado más de una hora juntos y sobrevivido a ello —Y he adivinado. Mueve las cejas arriba y abajo repetidas veces, sugerente—. Ahora son un equipo grandioso, ¿eh?
Lo miro, muy seria. Su sonrisa se congela. Ahora él debe estar pensando a lo que yo quiero llegar.
—En serio no creo que estés en derecho de burlarte —señalo—. Y yo creo que estoy en todo mi derecho de exigir una explicación.
Evita mirarme mientras se deshace de su traje.
—Oh, claro... —murmura.
—Oh, claro —repito, pero en tono decidido. Tomo una de las caracolas, recojo agua y se la lanzo directo a la cara—. ¿No creyeron que merecía saber quiénes serían nuestros aliados?
—Sí pensamos en decírtelo, pero no podíamos —me asegura. Preparo otra munición por si acaso—. ¿Por qué crees que Chaff te molestó con él esa noche después del entrenamiento? Intentaba averiguar si las aguas se habían apaciguado entre ustedes y así decidir si te lo decía o no —explica. Mi mano desciende—. Y bueno, la respuesta fue muy clara. ¿Qué otra opción tenía el pobre hombre?
Lo analizo con los ojos entrecerrados. Creo en su explicación, sobre todo porque finalmente me da una para la actitud tan extraña de Chaff aquella noche. Sin embargo, sigo sin estar conforme.
—Pudo habérmelo dicho de todas formas —discuto—. ¿Qué hubiera pasado si lo mataba? ¿O si simplemente no confiaba en él?
Rhys ladea la cabeza.
—Val, honestamente, ¿tú habrías aceptado formar equipo con él?
Me quedo callada.
No lo sé. Ahora, al menos, no lo sé. Antes creo que es obvio que me habría echado para atrás desde el principio, o que habría hecho un enorme coraje al enterarme, o lo posible por cambiarlo. Ahora que ya lo viví, no considero que haya sido tan malo como imaginé. Es decir, si lo hubiera hecho. Porque ni en mis peores pesadillas habría pensado en Finnick y yo como aliados.
Sacudo la cabeza.
—Solo no me gusta que me oculten las cosas —cedo. Recolecto un poco más de agua, y se la paso a Rhys para que pueda limpiarse el cabello—. No es muy agradable, sobre todo si se trata de las personas en las que confío.
El rubio me recibe el agua, y me regala una sonrisa.
—Tranquila, ya no planeo mentirte a partir de ahora.
—Eso espero.
Rhys se dedica a limpiarse los siguientes minutos, y yo lo ayudo con la cabeza hasta que el rojo abandona su cabello y el rubio vuelve a aparecer. También limpio su traje, que quedó empapado de sangre junto con su ropa interior, y vuelve a ponérselos una vez que ya no hay rastro alguno de esta.
Nos quedamos en silencio por un momento, sentados y dejando que el sonido de las olas rompiendo en la orilla llene el vacío entre nosotros. Me permito apreciar el paisaje que me regala. Es casi irreal que una Arena mortal pueda transmitirme tanta paz en este momento, aunque quizá debe ser más que nada gracias a la compañía.
Rhys también se ha perdido en el punto en que cielo y mar se unen, y el Sol ardiente queda reflejado en el azul.
—Me gusta el mar —me dice, sin mirarme pero esbozando una sonrisa ladina—. Tal vez, si te casaras con Finnick, podría visitarlos en el Distrito 4 y verlo todas las veces que quisiera.
Río irónicamente, y decido seguirle el juego.
—¿De qué hablas? Tú vivirías con nosotros —replico—. Así evitas que lo mate.
—Tienes razón —me concede—. Seríamos una familia preciosa.
—Hermosa.
Giro mi cabeza hacia la playa, hacia donde habiamos montado nuestro pequeño campamento, y los encuentro ahí a todos, ya limpios, recuperando fuerzas. Toco el hombro de Rhys, le señalo la escena, y los dos nos levantamos para unirnos. Llegamos justo en el momento en que Finnick relata lo de la niebla y los monos, en una perspectiva fría, casi impersonal, que no puedo reprocharle pues es obvia la parte que desea omitir de la historia.
Después, una vez que los recién llegados se han atiborrado de marisco, deciden tumbarse para descansar. Yo no tengo tanto sueño, así que decido montar guardia junto a Johanna y Katniss. La primera porque se niega a dormir, y la segunda porque parece estar igual de descansada que yo.
Nos sentamos en la playa en silencio mientras los demás van quedándose dormidos. Johanna le echa una mirada a Finnick para asegurarse, y luego se vuelve hacia mí.
—¿Cómo perdieron a Mags?
—En la niebla —respondo, aunque con cierta incomodidad. De reojo sigo mirando a Finnick, para estar segura de que no despertará mientras hablo—. Finnick la tenía en un principio, pero luego tuvo que cargar a Peeta, así que me la pasó a mí. La llevé un rato, hasta que tuve que ayudar a Katniss también. No podía con ambas, y Finnick tampoco podía llevarla. Se despidió de él y se fue directo al veneno.
Me observa, procesando mi relato. Por un segundo, tengo el temor de que me encuentre culpable de la pérdida y me dé una bofetada también. Pero eso no sucede, creo que porque ambas sabemos lo que significó, la causa para la que iba. Y eso explica que sus ojos se claven en Katniss, quien hasta ahora se había mantenido ajena a nuestra plática.
—Fue la mentora de Finnick, ¿sabes? —le dice, en tono de reproche.
—No, no lo sabía.
Temo que vuelvan a pelearse, porque en caso de que sí, no creo ser capaz de separarlas. Y Finnick, Peeta y Rhys deben estar por su quinto sueño.
Sin embargo, eso no sucede.
—Era la mitad de su familia —le dice, pero esta vez con menos veneno.
—Tic, tac —escuchamos detrás de nosotras segundos después. Es Wiress, arrastrándose hacia donde estamos con la mirada perdida en la jungla.
—Oh, genial, ha vuelto —se queja Johanna, y se levanta enseguida—. Me voy a dormir. Diviértanse con Majara.
—Tic, tac —susurra Wiress. Katniss la guía hasta colocarla frente a ella, y la ayudo a tumbarla otra vez. Cierra los ojos para volver a dormir, y al poco rato lo logra, pero sin dejar de repetir su frase.
—Sí, tic, tac, tic, tac —le digo cuando se despierta alarmada y se aferra a mi brazo—. Vuelve a dormir, Majara.
Desprendo sus dedos de mi piel, y dejo caer su mano sobre su abdomen. El cuerpo de Katniss proyecta una sombra sobre su cabeza que la proteje de los rayos del sol. Ahora son más intensos, lo que me hace pensar que debe ser medio día. No me importa hasta que, al otro lado del agua, un reconocido relámpago golpea el árbol más alto que puedo identificar. Es el mismo de la otra vez, luego de que sonaran los cañonazos. Y, tal como anoche, la lluvia vuelve a empezar.
—Tic, tac —dice Wiress.
Doce cañonazos. Media noche. Relámpago. El sol. Medio día. Relámpago.
Volteo a ver a Katniss, quien por alguna razón, presiento que está pensando lo mismo que yo. Ambas nos ponemos de pie. Mis ojos recorren cada zona de la Arena. Las divisiones. Son secciones. La lluvia de sangre ahí. La niebla por allá. Los monos. La ola. Cada una encaja con la sección y la hora a la que sucedieron.
Tic, tac.
Entonces entiendo las últimas palabras de Chaff.
Antes de que se acabe el tiempo.
—Esto es un maldito reloj —susurro.
—Un reloj —repite Katniss. El rostro se le ilumina, y corre a despertar a Wiress—. ¡Es un reloj! ¡Wiress, eres una genio!
La mujer sonríe, rebosante de alivio porque finalmente alguien logró entenderla. La Arena es un reloj, cada hora trae un truco nuevo de los Vigilantes. Los rayos, la lluvia de sangre, la niebla y los monos corresponden a las primeras cuatro horas. A las diez ocurre la ola. No tenemos idea de lo que pase en las siete faltantes, pero ahora mismo está lloviendo sangre y estamos en la playa justo por el segmento de los monos. Bastante cerca de la niebla.
—Tenemos que movernos de aquí —me dice Katniss—. La ola no se quedó en su sección, ¿recuerdas? Alcanzó a mojarnos. ¿Y si ocurre lo mismo con la niebla?
Asiento frenéticamente, porque no me gustaría volver a experimentar eso. De solo pensarlo, vuelvo a sentir mi piel quemándose y mis nervios morir.
—Hay que despertarlos.
Ambas nos movemos, y sacudo tanto a Rhys como a Finnick del hombro hasta que empiezan a abrir los ojos. Le ayudo a Katniss con Johanna, para que sea más rápido convencerla de levantarse, y una vez que lo logro, les explicamos rápidamente la teoría de Wiress, y eso conlleva a que debemos salir de esa zona pronto.
Ninguno nos lleva la contraria, ni siquiera Johanna, así que nos ponemos a recoger nuestras pocas pertenencias. Yo me concentro en reacomodar mis armas en el cinturón y volvérmelo a colocar. Lo único que me distrae es la voz de Beetee, protestando cuando Peeta trata de ponerlo de pie. Es como un enorme bebé malcriado.
—¿Dónde? —dice.
—Está ahí —contesta Peeta—. Wiress está bien, también viene.
Beetee sigue forcejeando.
—¿Dónde? —insiste.
—Ah, ya sé lo que quiere —interviene Johanna con impaciencia. Recorre la playa y vuelve con una especie de cilindro bañado de una gruesa capa de sangre coagulada—. Esta cosa inútil. Es una especie de alambre o algo. Por eso lo hirieron, corría hacia la Cornucopia para hacerse con él. No sé qué clase de arma se supone que es, supongo que podríamos cortar un trozo y usarlo para estrangular a alguien, pero, en serio, ¿se imaginan a Beetee estrangulando a alguien?
Noto las miradas de Peeta y Katniss, llenas de desconfianza, sobre ella. Sobre todo de la última.
—Bien, da igual —hablo yo, antes de que inicien otra discusión—. Sólo dáselo y larguémonos de aquí.
Johanna le entrega el cilindro a Rhys, y este se acerca a Beetee para dejarlo en su pecho.
—Aquí está tu cable, Voltios —le dice—. Cuidado al enchufarlo.
—¿Adónde? —pregunta Peeta mientras levanta a Beetee, que ya no se resiste.
—Me gustaría ir a la Cornucopia y observar, solo para estar seguro de que tenemos razón con lo del reloj —responde Finnick.
Todos aceptamos y empezamos a recorrer la playa. No parece una idea tan mala, porque nos aleja de las secciones que sabemos que están por activarse. Nos aleja del peligro, siempre y cuando no haya más en la Cornucopia, claro. Recuerdo a Enobaria y a Gloss paseándose por la jungla, pero tal vez sí hayan decidido cambiar de locación, porque de estar escondiéndose, no es posible que en todas estas horas no hayan aparecido para atacarnos.
Confirmo su ausencia cuando llegamos. Lo único que queda al interior de la Cornucopia son las armas desperdigadas. Me enfoco en elegir algunas, y todos parecen hacer lo mismo; la única excepción son los del Distrito 3, porque Wiress se ha sentado en la orilla para limpiar el cable mientras tararea una canción infantil que habla sobre un ratón y un reloj. A Johanna la irrita, así que es la primera en correr al interior del cuerno.
Me dedico a examinar una daga de plata entre mis manos cuando el sonido del metal volando junto a mi cabeza me alerta. Pero no se trata de un atacante, es Johanna que ya ha encontrado también un par de hachas. Su sonrisa es la de una niña con un juguete nuevo. Y no es la única, Rhys también admira alegremente un par de lanzas cuando lo encuentro, antes de que todos volvamos a reunirnos en la entrada. Ahí están Peeta y Katniss, el primero dibujando algo en el suelo con su cuchillo. Lo aprecio completamente hasta que me agacho a su lado: es un mapa de la arena. Al centro está la Cornucopia en su círculo de arena, con las doce franjas de tierra que salen de él. Es como un pastel dividido en doce partes iguales. Hay otro círculo que representa el borde del agua y uno algo mayor que indica el de la jungla.
—Miren la posición de la Cornucopia —nos dice.
Le hago caso y entiendo a lo que se refiere.
—La punta señala las doce —respondo—. Ahí son los rayos a medio día y a media noche.
—Entonces, de doce a una rayos, de una a dos sangre, luego niebla, después monos —recapitula Peeta, haciendo un dibujo correspondiente a cada sección.
—De diez a once es la ola —recuerda Katniss, y Peeta la dibuja—. ¿Y los demás? ¿Ustedes vieron algo?
—Solo la sangre —contesta Rhys, y Johanna le da la razón.
Finnick me mira.
—Las natignitas —me recuerda.
—Pero no nos atacaron —puntualizo—. Era la sección de la niebla.
—No importa —dice Peeta—. Mientras nos alejemos del sector activo, estaremos bien.
—Sí, relativamente hablando —le responde Finnick.
En ese momento es cuando notamos el silencio. Wiress se ha callado. Giramos al mismo tiempo, y encontramos a Gloss liberando el cuerpo inerte de la mujer. Una flecha sale disparada hacia su sien derecha, devolviéndolo al agua. Entonces Cashmere emerge también, y yo he preparado apenas mi cuchillo cuando la hoja de un hacha ya se le ha encajado en el pecho.
Debimos adivinar que no venían solos. Finnick desvía el cuchillo que Enobaria apuntó a mi cuello mientras yo le lanzo uno en la pierna a Brutus para evitar que su lanza acabe en la cabeza de Peeta. La del 2 lanza un cuchillo más en mi dirección antes de que empecemos a perseguirla. Tres cañones seguidos inundan mis oídos, confirmando las muertes.
Seguimos rodeando la Cornucopia, persiguiendo a Brutus y Enobaria, pero solo alcanzo a lanzarle otro cuchillo cuando ella corre por una franja de regreso a la jungla. De repente, el suelo bajo mis pies empieza a temblar, logrando que resbale. El hecho de que empiece a girar lo empeora todo. Mis manos buscan desesperadamente algo que me detenga, y tengo la suerte de que una mano me sujete. Por el movimiento, apenas logro reconocer a Rhys. Me grita que me sostenga, y lo hago con todas mis fuerzas, pero que mi mano empiece a resbalarse no depende de mí.
—¡No! —grita Rhys. Nuestras manos se sueltan— ¡Valerianne!
Es lo último que escucho antes de que el agua me reciba con un golpe frío y contundente. No me rindo al primer momento, hago lo posible por salir a la superficie, pero la fuerza del agua es mayor, y acaba llenándome los pulmones y privándome del poco aire que aún tenían.
Solo sé que sigo cayendo. La oscuridad me envuelve, y pierdo la noción de cualquier cosa.
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