ONCE
Si el calor de por sí era fuerte, entre la jungla se siente insoportable. La tela del mono se me pega al cuerpo, lo cual hace que caminar sea todavía más incómodo. Añadiendo el hecho de que mis extremidades empiezan a sentirse hartas de tanta actividad. Me vienen exigiendo una pausa desde hace diez minutos.
Aún así, no he dejado de seguirles el paso a Finnick y a Mags. Van justo en ese orden delante de mí. No creo que haya sido a propósito, pero no me quejo. Porque, de esa manera, será más fácil huir o atacarlos si en algún punto las cosas se voltean y esta improvisada alianza se derrumba.
Ni siquiera sé dónde nos encontramos ya para cuando el rubio se detiene, pero recuerdo que sólo hemos caminado en línea recta desde que dejamos la Cornucopia.
Finnick se vuelve hacia nosotras, fijándose más que nada en Mags. La anciana es fuerte, y se ha venido apoyando de una rama que encontró por ahí, pero se le nota el cansancio, como a todos.
—Tomemos un descanso —declara Finnick, suspirando y observando a nuestro alrededor. No hay más que árboles, pero no del tipo en el que crecen peras o manzanas. Son demasiado altos, carecen de ramas, y su tronco parece como de goma. Si lo sé, no recuerdo qué puede crecer en ellos. No estoy tan familiarizada con este tipo de clima.
Sin embargo, el vencedor del 4 parece darle su visto bueno, aunque no estoy muy segura si a la naturaleza o a la zona específica en donde estamos.
—Quedémos aquí —dice, pero mira sólo a Mags cuando lo hace. Ella encuentra un lugar en el suelo que le gusta para sentarse—. Ya debemos estar lo suficientemente lejos para estar seguros.
Yo sigo de pie y los veo. Quiero descansar, y estoy a punto de sentarme, pero es cuando noto cómo Finnick estudia cada uno de mis movimientos y, más aún, cómo sus dedos trazan las puntas de su tridente con lentitud. Cuando se da cuenta de que lo observo, deja de hacerlo, y aparta la mirada. Lo hace ver como un gesto inconsciente, pero eso no me tranquiliza en absoluto.
Una especie de resoplido irónico se escapa de mi boca. Tal vez el momento de romper esta alianza se acerca.
—No sé si estoy muy de acuerdo con esa última parte —comento, abandonando mi deseo de sentarme junto a ellos.
Finnick clava sus ojos de vuelta en mí, sólo que esta vez, hay algo diferente en ellos. Es entre cansancio y diversión. No sé cómo catalogar el gesto que hace antes de ponerse de pie y caminar despacio hasta mí. Cuando lo tengo de frente, él encuentra mis ojos, y mi mano, a su vez, encuentra el mango de mi cuchillo.
Se detiene a una distancia prudente, pero mantengo mi postura defensiva.
—Escucha: no sé por qué nadie te dijo que seríamos aliados, pero no tengo la mínima intención de mentirte —murmura, en ese típico ronroneo. Estudia mi rostro, una sonrisa irónica estira sus labios—. Si quisiera matarte, lo habría hecho desde el principio, ¿no crees?
—¿Y a mí quién me asegura que no mientes? —replico, también mirándolo a los ojos—. Hasta ahora, sólo puedo valerme de tu palabra y, bueno, no sé cuánto se puede confiar en eso.
—¿Crees que mentiría para obtener el placer de tu compañía? —responde, luego de reír. No sé qué le divierte—. Esto me agrada tanto como a ti. Si dependiera de mí, no estaríamos aquí, pero tuvo que ser de esta manera.
—¿Según quién? —cuestiono—. Exactamente eso es lo que no entiendo: ¿cómo es que de pronto somos aliados? ¿A quién, en primer lugar, se le podría ocurrir una alianza entre nosotros?
Entiende a lo que me refiero. Se trata de más que una simple alianza, pero eso es lo que el público debe creer. Sabe que le estoy pidiendo explicaciones, que trato de obtener las respuestas que nadie se molestó en darme antes de mandarme al juego.
Y, por muy extraño que sea, él parece dispuesto a cooperar para otorgármelas.
—Pues a tu querido mentor —confiesa. La mención de Chaff me descoloca, porque no pienso que sea posible que él haya orquestado todo. Finnick, sin embargo, continúa—. Haymitch le dijo que Mags y yo también estábamos interesados en formar una alianza con sus niños, tal como tú y Rhys —explica.
Así cobra más sentido.
Haymitch fue quien, a través de su amistad con Chaff, nos reclutó a mí y a Rhys. ¿Quién me dice que no lo haya hecho de la misma manera con Mags y Finnick? Porque, además, no puedo negar que durante los entrenamientos los vi a ambos acercarse a Katniss. Aunque Mags pudo haber tenido más posibilidades de caerle bien.
Y está mi propia teoría acerca del por qué no me habrán dicho nada. Supongo que, cuando llegue el momento, se lo preguntaré a Rhys. Eso si Finnick no miente y termina matándome mientras duermo. En ese caso, quedará en sus conciencias.
Lo miro de arriba a abajo una última vez, y dejo que mi mano caiga a mi costado, lejos del mango del cuchillo.
—No pareces alguien al que le gusten las alianzas —observo.
Finnick me guiña el ojo.
—Hay mucho de mí que desconoces, cariño.
Pongo los ojos en blanco.
Finalmente, me acerco a donde está Mags —quien parece habernos ignorado durante todo ese tiempo—, y me siento a su lado. Finnick me imita y se deja caer al otro. Compartimos una última mirada, y luego mi atención se centra en la jungla, en los árboles raros y las plantas que crecen de la tierra. En un punto agarro un poco entre mis dedos y la analizo. Es húmeda, negra. Me recuerda a la tierra de los cultivos, pero no sé si sea igual de fértil, o si pueda retener el agua de la misma manera.
Agua. Siento mi lengua reseca apenas la pienso. Deben haber pasado un par de horas desde que bebí mi último vaso, pero el clima no es nada favorable si de mantenerse hidratado se trata. Volteo a ver a mis acompañantes, el sudor también se acumula en sus frentes en diminutas gotas que limpian de vez en cuando con su ropa. No vamos a durar mucho así.
—Tenemos que buscar agua —digo.
Mags asiente frenéticamente, como si hubiera estado esperando esa propuesta.
—Agua —articula, y traga saliva para refrescarse la garganta.
—Hemos recorrido una parte de la Arena y no hubo señales de nada —dice Finnick, y aunque es en referencia al agua, me recuerda también que hay dos personas que tenemos que encontrar. Y tampoco hubo señal alguna.
El rubio cruza los brazos por detrás de la cabeza y se recarga en el tronco de un árbol.
—Tal vez podrían enviarme agua si la pidiera —piensa en voz alta—. Lo que no entiendo es: ¿por qué tengo que verme obligado a hacerlo?
Lo miro de reojo.
—No has cambiado nada, ¿verdad?
Finnick despega su espalda del árbol y se inclina hacia mi lado.
—Puedo pedirla si quieres —Sonríe juguetonamente—. Si tú me lo pides.
Ruedo los ojos.
—Yo jamás te pediría algo, Odair —Y aparto mi atención de él.
Hay dos misiones justo ahora: encontrar una fuente de agua para evitar morir de deshidratación, y encontrar a Katniss y Peeta para poder continuar con el plan. Eso me queda claro. La cuestión es: ¿cómo vamos a conseguirlo?
Echo mi cabeza para atrás, pensando. Las copas de los árboles llenan mi visión, con sus hojas enormes que nos brindan un poco de protección del ardiente sol sobre nosotros. Entonces se me ocurre algo, y mis ojos bajan para analizar los troncos. Aunque escasean de ramas, tienen las suficientes como para poder trepar por ellas.
—Daré un vistazo —les aviso.
Me levanto, y me dirijo al que considero la mejor opción. Me sujeto a una primera rama y pruebo suerte, cuando veo que resiste, me atrevo a sujetarme de la siguiente, y así empiezo a elevarme. Me resulta sencillo, aunque en algunas el sudor en mis manos me hace resbalar. Por un momento siento que retrocedo varios años, a cuando mi vida era trepar árboles y cortar las frutas que crecían de ellos. Antes de que mi nombre saliera en la cosecha. Antes de que me convirtiera en una sobreviviente más.
Al llegar a la cima, me encuentro finalmente con la inmensidad de la Arena. Al centro de todo veo un destello e imagino que es la Cornucopia (cuando coloco mi mano para cubrirme del sol, lo confirmo), rodeada de una redonda porción de agua y otra de arena. La jungla se extiende a partir de ahí de la misma forma. El cielo sobre mí, rosado e inmenso, me hace sentir dentro de una cúpula. La Arena es como una enorme cúpula.
Me recuerda un poco a mis juegos, sólo que en esa ocasión, la Cornucopia era un castillo en ruinas, así que las armas y demás se encontraban hasta la cima. Muchos ni siquiera intentaron alcanzarla, y se perdieron en la selva de una; otros cayeron, o fueron empujados en el acto. No sé cómo fue posible que yo hubiera logrado llegar y huir sana y salva con una mochila y un par de dagas. Supongo que gracias a que era pequeña, rápida y ligera. Y a que había pasado mucho tiempo trepando.
De cualquier forma, eso es lo único que logro apreciar. No hay señales de algún manantial, laguna o lo que sea. No hay agua además de la que rodea a la Cornucopia. Y, por supuesto, mucho menos hay rastro de Katniss y Peeta.
Suelto un suspiro. Mientras bajo, siento el cansancio y la frustración extenderse por mi cuerpo.
—¿Y bien? —me pregunta Finnick una vez que tengo los pies en el suelo. Se ha puesto de pie también, al parecer expectante a las noticias que podría traerles.
—Nada —le respondo de mala gana—. Obviamente.
Finnick frunce el ceño.
—¿Por qué me hablas como si fuera mi culpa?
—¿Tú por qué crees?
Me sacudo las manos para quitarme la sensación pegajosa del árbol y paso por su lado, golpeando su hombro a propósito.
Escucho una risa, nasal y nada disimulada.
—¿Sabes? —empieza—. Esto sería mucho más sencillo si dejaras de ser tan hostil.
—¿Sabes? —replico, encarándolo—. Esto hubiera sido mucho más sencillo si no hubieras aparecido para distraerme y ocasionar que perdiera a Katniss.
—Ah, ¿ahora llamas distracción a salvarte la vida? —repone, irónico.
Me cruzo de brazos.
—Todo estaba yendo muy bien hasta que apareciste.
—Claro, si tu propósito era que Gloss te asesinara.
—Ya lo tenía controlado —aseguro, entre dientes.
—No se veía así —insiste él. Ladea la cabeza—. ¿Sabes que un simple gracias no te hará daño?
—Por tu culpa perdí a Katniss —lo señalo—. No esperes que te agradezca eso.
Finnick suspira, como harto de esta discusión. Eso sólo logra que sienta más ganas de golpearlo.
—¿Quieres tranquilizarte? —me pide—. No deben estar muy lejos.
—¿Tranquilizarme? —repito, alzando la voz—. ¿Hablas en serio? ¡No debíamos perderla de vista, idiota!
—Bueno, no fui yo quien la dejó ir en primera instancia —puntualiza.
Ahora sí voy a golpearlo.
Me preparo para gritarle de vuelta, pero es cuando un pequeño cuerpo se interpone entre los dos, murmurando algo con insistencia. Es Mags, coloca una mano sobre el hombro de Finnick y otra sobre el mío, tanto para separarnos como para llamar nuestra atención.
—¡Selva! —Es lo que mis oídos logran identificar. Sin embargo, sigo sin comprender.
Miro a Finnick, porque él ha pasado mucho más tiempo con ella como para entenderle.
—¿Qué dice? —le pregunto.
—Dice que los vio entrar a la selva —me informa—. A Katniss y a Peeta.
Hago una mueca.
—Con todo respeto, pero, ¿eso de qué nos sirve? —cuestiono—. Siguen pudiendo estar en cualquier parte. Esto es enorme.
Finnick niega con la cabeza.
—Mags tiene una buena memoria —me asegura—. Y un excelente sentido de ubicación.
La mujer le regala una sonrisa chimuela, en agradecimiento. No dudo de sus numerosas habilidades. La admiro bastante, ella es la vencedora más vieja aún con vida.
—Aún así —rebato—. Si ellos tienen sentido de supervivencia, es obvio que no se quedarán en un mismo lugar. Buscarán agua, alimento...
—Pero si han encontrado un refugio, tampoco se alejarán mucho de ahí —puntualiza Finnick. Se encoge de hombros—. Podemos intentar seguir sus pasos.
Tuerzo la boca.
No estoy muy segura de que ese sea un buen plan. Pero, la verdad, peor es nada. Es mejor que quedarnos y esperar a que aparezcan mágicamente. O a que alguien o algo más nos ataque. Nunca se sabe.
—De acuerdo —acepto finalmente. Mags me sonríe, emocionada. Se cuelga de mi brazo, y empieza a señalarme con su dedo distintos lugares. Izquierda, derecha, adelante, atrás. En cada uno, repite la palabra «Cornucopia».
No le entiendo en absoluto.
—Creo que quiere saber en qué dirección apuntaba la Cornucopia —traduce Finnick—. Cuando subiste.
—Ah —asiento—. Apuntaba al norte.
Miramos a Mags. Ella se lleva el dedo a la barbilla y se da unos golpecitos, creo que intentando recordar con exactitud la dirección a la que debemos movernos. Cuando lo sabe, nos hace una seña con la mano para que la sigamos. Finnick es el primero en hacerlo, y yo lo imito luego de unos segundos.
A pesar de que la luz solar nos va abandonado al cabo de unas horas y kilómetros, la temperatura no tiene la mínima intención de reducirse. Sé que debería estar acostumbrada porque en casa el clima tampoco es del todo frío, pero esto es sofocante hasta para mí. Una cosa es un ambiente caluroso, y otra uno tropical. Pero incluso Finnick y Mags, acostumbrados a las playas de su Distrito, lo resienten. Creo que es media tarde cuando la anciana se sujeta a él jadeando la palabra «descanso».
Me miran antes de decidir, pero no podría estar más de acuerdo. Mis pulmones no van muy bien con este vapor que respiran, y la falta de agua y alimento ya se empiezan a notar. Siento el estómago vacío y la boca reseca. Mi cabeza duele, y aunque todavía no he llegado al punto de los mareos, no sé cuánto más vayamos a durar de esta manera.
—No podemos seguir así —declara Finnick después de un rato de silencio.
Me muerdo el interior de la mejilla cuando mi estómago se retuerce.
—Quédense aquí —les digo, y me pongo de pie—, yo iré a seguir buscando.
Con suerte, si no hay fuente de agua alguna, puede haber alimento. Nunca he cazado, pero supongo que no debe ser tan complicado atravesar a un animal con el cuchillo. Me aseguro de que estén bien sujetos a mi cinturón antes de alejarme, pero es cuando una voz me detiene.
—Espera —Finnick se levanta también. Lo observo caminar hasta mí—. Yo te acompaño.
Frunzo el ceño, confundida. Hasta que distingo la misma necesidad en su rostro. No tanto por él, sino por Mags. Es ella por quien se preocupa, porque sabe que debe costarle incluso más sobrevivir en estas condiciones. Supongo que esa preocupación supera la de dejarla sola.
Entonces no digo nada, a pesar de que su compañía no sea de mi total agrado. Simplemente me encojo de hombros.
—Como quieras —Me giro, caminando hacia una parte entre los árboles donde iniciaré mi búsqueda.
—No tardaremos, Mags —Le escucho decir, y luego sus pasos me alcanzan, haciendo ruido cuando aparta la maleza del camino.
Los primeros minutos transcurren en silencio, lo cual me viene bien, porque así me concentro por completo en identificar algún animal en el suelo o entre las extrañas ramas, así como también en buscar el mínimo indicio de agua. Sin embargo, no tengo suerte. Y Finnick me deja saber que está en las mismas cuando lo oigo suspirar.
—¿Puedo preguntarte algo?
Lo miro de reojo, sin dejar de caminar.
—Lo vas a hacer de todas maneras.
—No te molestes, pero, ¿de verdad crees encontrar algo? —me pregunta con cautela.
Aprieto los labios.
—No estoy segura —respondo con honestidad. Le señalo nuestro ambiente—. No es tan sencillo. La tierra parece ser húmeda por naturaleza, y hay bastante vegetación en todas partes, pero ni una sola fuente de agua. No identificable, al menos. Si la hay, debe estar oculta.
El aire vuelve a escapar por su nariz en un gesto cansado, y pasa sus dedos por su húmedo cabello. Aunque es normalmente de bronce, el sudor lo hace ver casi castaño.
—Y no tenemos ese tiempo para descubrirla —razona. Yo asiento con la cabeza.
Ambos cesamos la marcha.
—Sería mejor volver —sugiero, porque es obvio que seguir buscando sin una pista clara no nos llevará a ningún lado.
Finnick lo entiende, y decidimos volver sobre nuestros pasos. Sin embargo, antes incluso de que podamos darnos vuelta, los veo. Mis oídos primero distinguen sus voces, y cuando mi cerebro procesa a quienes pertenecen, mis ojos son capaces de corroborarlo.
Enobaria y Gloss.
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