DIEZ

Sesenta segundos.

Eso es todo lo que tengo para prepararme.

Paso mis ojos de un lado a otro para estudiar lo que puedo. Todo es selva, vegetación que sin duda no pertenece a un clima frío. Hay arena en la orilla, eso significa que es una playa. Entonces, el agua bajo mis pies es salada. Eso es una ventaja, porque no soy una buena nadadora, todo lo que sé es porque lo he visto en ediciones anteriores.

Al centro, está la Cornucopia, brillante como siempre; de ahí salen hileras que se extienden hacia nosotros, dividiendo el círculo en secciones. Deben ser más de diez en total.

Treinta segundos.

Entre cada hilera, hay dos tributos. Giro a mi derecha, Gloss está ahí, y encuentro que ya me observa cuando volteo. Nunca tratamos, y aunque lo hubiéramos hecho, seguro no nos habríamos llevado bien. Eso me queda claro por la forma en que sus ojos me amenazan. Su cerebro debe estar ideando más de mil formas para deshacerse de mí. El mío, por otra parte, se concentra en algo de mayor importancia.

Continúo mirando a mi alrededor, pero esta vez, en busca del Sinsajo.

Diez segundos.

Empiezo a desesperarme porque no la veo. Decido pensar entonces en lo que haré para salvar mi propio trasero. No puedo nadar hasta la Cornucopia, y quedarme ahí parada tampoco es una opción. Volteo a mi izquierda, donde hay menos distancia por nadar hasta llegar a una de las franjas. Quizá...

Entonces, la veo. A unas cinco separaciones de donde yo estoy. El gong suena, y veo que Katniss tuvo la misma idea. Me tiro al agua inmediatamente después de que ella lo hace. Cuando me sumerjo, no puedo evitar temer hundirme hasta el fondo, pero eso no sucede. Una brazada tras otra, y cada vez me resulta más sencillo. Floto, y mi primer pensamiento es que es gracias a la sal.

Cuando salgo de vuelta a la superficie de tierra, empiezo a correr por ella. No descuido mis laterales, y por el rabillo del ojo ubico a Katniss saliendo también del agua y corriendo por su propia hilera. Sé que ella también me ve, porque duda un momento antes de seguir, pero luego reanuda su marcha y parece enfrascarnos en una competencia.

Pues claro, ella no sabe que mi objetivo es todo lo contrario a asesinarla.

Previamente, parece que logramos llevarnos bien, pero en la Arena el pasado no existe, cualquier amistad debe ser olvidada. No puedes confiar en nadie, porque todos haremos lo que sea por sobrevivir. Así que esa es mi primera misión: dejarle en claro a Katniss que no busco matarla.

Soy la primera en llegar a la Cornucopia. Es enorme, y todas las armas están desperdigadas en la entrada. Son lo único que logro ver, y temo que sea lo único que haya. Pero de cualquier manera, me hago de un cinturón con dagas y cuchillos, y también de un arco dorado en el preciso momento en que ella me alcanza.

Me giro. Derrapa al ver mis manos, y sé que su objetivo era tomarlo antes que yo. Nos quedamos mirando, está alerta, y sus ojos buscan desesperadamente algo para defenderse.

Entonces estiro el arco hacia ella, y su desconcierto es aún mayor.

—¡Tómalo! —le grito, para que pueda entenderme por sobre el sonido de las olas—. ¿Qué esperas?

Ella lo duda, claro que lo hace. Ser ágil y elegir otra arma para atacarme o simplemente huir sería lo más lógico. Pero se acerca y lo toma, lo hace rápido y sin bajar la guardia, esperando a que sea una trampa y yo o alguien más la apuñale por la espalda.

Le paso además un carcaj; tomo por último una daga de aproximadamente treinta centímetros, me coloco el cinturón y vuelvo a llamarla. Todavía nadie más ha hecho su aparición, pero eso, lejos de parecerme beneficioso, resulta sospechoso. Bastante.

—Tenemos que salir de aquí —le digo a la chica cuando ella se echa el carcaj a la espalda, mientras analiza también el interior de la Cornucopia.

—¿Qué?

—A menos que quieras quedarte para que nos maten a ambas —le señalo hacia las plataformas de metal, que ya van quedando vacías. Los únicos aún sobre ellas son aquellos que no tienen ni una sola idea sobre cómo manejarse en agua.

Gloss es de los que ya no están ahí. Eso enciende una alerta en mi interior. No debe tardar mucho en aparecer, debemos ser rápidas.

Katniss estudia también los alrededores. Que no hayamos visto a nadie aún no significa que no aparecerán. Tienen que venir, las armas están aquí. Y ella entiende eso, pero hay algo que la sigue haciendo dudar sobre largarnos antes de que aparezcan.

—No me voy a ir sin Peeta —declara.

Me abstengo de soltar un suspiro, aunque quiero. Era obvio. No van separados nunca a ningún lado. Son los amantes trágicos, y compañeros, después de todo.

Termino por asentir con la cabeza. Porque, además de eso, si algo le sucediera a Peeta Mellark, nos quedaríamos sin Sinsajo.

—Búscalo —le hago un ademán con las manos para que vaya a hacerlo—. Te cubriré las espaldas.

Ella asiente, y en ese momento, una figura aparece por mi costado. La reconozco: es Cashmere. Viene hacia mí con una filosa daga muy parecida a la mía, la cual también empuño al instante. Me voy acercando a ella, asegurándome de que Katniss pueda irse sin complicaciones.

La tensión en el aire se vuelve palpable mientras Katniss se aleja en busca de Peeta y yo me preparo para enfrentar a Cashmere. Mis músculos están tensos, listos para reaccionar ante cualquier movimiento repentino.

La rubia avanza con confianza, su mirada fija en mí con determinación. Sé que no puedo subestimarla; es una guerrera formidable y no dudará en aprovechar cualquier oportunidad para atacarme.

Sin previo aviso, se lanza hacia mí con velocidad y destreza, su daga brillando bajo el sol. Rápidamente, bloqueo su ataque con mi propia arma, sintiendo la fuerza de su golpe reverberar por todo mi cuerpo. Esquivamos y contraatacamos por unos segundos, hasta que logro encontrar una apertura en su defensa. Con un movimiento rápido y preciso, hundo mi daga en su costado, sintiendo el impacto de mi arma penetrando en su carne.

Cashmere emite un grito de dolor mientras cae al suelo, sus dedos abandonando su daga para presionar contra la herida. Es obvio que no puede seguir, y toma la sabia decisión de largarse, así que me doy la libertad de bajar la guardia.

Grave error.

De repente, lo pienso: como Peeta y Katniss, los hermanos del Distrito 1 tampoco van separados. Si me he encargado de Cashmere, ¿dónde diablos está Gloss?

Pronto obtengo mi respuesta.

Cuando me acerco a la orilla por la misma dirección en la que se fue Katniss, el rubio emerge a la superficie. Es un segundo en el que veo cómo el agua chorrea de su cuerpo y al siguiente él se abalanza contra mí, derribándome y haciéndome caer sobre mi espalda. Mi daga sale volando a quién sabe dónde. El impacto es el infierno, pero no tengo oportunidad de quejarme de nada. Gloss apunta su cuchillo hacia mi cabeza e intenta clavarlo repetidas veces, en las que yo no dejo de moverme para evitarlo.

Él, ya desesperado, suelta el arma, y atrapa mi cuello entre sus enormes manos. El aire deja de entrar a mis pulmones. Sus músculos se tensan por la presión que ejerce sobre mí, y yo trato con todas mis fuerzas de empujarlo con brazos, piernas y caderas, pero es imposible, pesa como diez veces más que yo.

—Voy a disfrutar muchísimo esto —se jacta, con el rostro teñido de rojo, lo que lo hace ver aún más aterrador.

El oxígeno está en su límite, pero sigo sin querer rendirme. Utilizo mi cerebro para pensar en algo, y mi último aliento para estirar mi mano hacia el cuchillo que mi atacante dejó caer a mi lado. Lo recojo, lo empuño, y lo dirijo directo a su yugular.

Sin embargo, antes de que el metal se clave en él de la misma manera que en la carne de su hermana, Gloss grita de dolor, y su cuerpo se deja vencer hacia un lado, regresándolo al agua.

Cuando mi garganta queda liberada, tomo una gran bocanada de aire como si fuera lo más preciado. Quisiera tener más tiempo para recuperarme, pero los hechos me hacen levantarme de una y ponerme a la defensiva. Alguien ha atacado a Gloss y eso ha evitado que me asfixiara, pero estoy segura de que, quien fuera, no lo hizo por una buena acción.

Me levanto apoyándome en una de mis rodillas, sin soltar el cuchillo en mi mano. Primero veo el tridente, y no me hace falta encontrar su estúpida cara para saber quién es el dueño.

Finnick me sonríe, como si no le hubiera clavado su arma a Gloss hace unos minutos.

—Problema resuelto —me dice, e inclina la cabeza en una especie de reverencia—. De nada.

Frunzo el ceño, apretando mi agarre al cuchillo.

—Yo no te pedí que me ayudaras.

—Eso es obvio —afirma—. No creo que pudieras decir mucho con las manos de Gloss en tu garganta.

—Deja de hablar y ataca, ¿qué estás esperando? —espeto, y levanto mi arma—. Terminemos con esto de una vez.

Finnick suelta una carcajada, y menea la cabeza.

—No lo has comprendido aún, ¿cierto? —apoya el tridente en el suelo y me sonríe—. Estamos del mismo lado, preciosa.

Parpadeo.

Sin bajar el cuchillo, pienso en cómo me ha llamado. Pienso, sobre todo, en que hay solo dos personas que tienden a llamarme de esa manera. Pero ¿cómo sería posible que Haymitch y Chaff le hubieran contado?

Haymitch y Chaff, los mismos que nos reclutaron a Rhys y a mí para ayudar en este plan.

Maldigo internamente.

Tiene que ser una maldita broma.

No puede ser posible que Finnick Odair sea parte también. No puede ser que no me lo hubieran dicho.

Lo miro con desconfianza. Luego pienso: ¿será el Distrito 4 aquel que Chaff y Rhys olvidaron mencionar? Pero, honestamente, ¿cómo olvidarían algo así? 

Lo hicieron a propósito.

Debieron haber pensado que, si yo me enteraba de que tendría que trabajar con Finnick, convencerme se volvería una misión imposible. Es eso, porque no puedo pensar en ninguna excusa válida para ocultármelo.

No puedo reconocer mentira en los ojos de Finnick, pero tampoco verdad.

¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Confiar en él y arriesgarme a que esté mintiendo y me asesine en cuanto tenga la oportunidad? ¿O no creerle y arriesgarme a complicarlo todo?

Si necesitaban que confiara en él, esta fue la peor manera de conseguirlo.

Finnick debe interpretar mi prolongado silencio, la duda en mis ojos. Deshace su relajada postura, y vuelve a asegurar el tridente. Continúa analizándome.

—Valerianne...

Lo analizo igual. Tampoco había soltado el agarre a mi arma, pero ya no me sentía tan dispuesta a utilizarla.

Al menos hasta que mi atención se fijó en un punto sobre su cabeza.

—¡Agáchate! —vocifero, Finnick me obedece de inmediato. Lanzo mi cuchillo, y este se encaja directamente entre las cejas del tributo del Distrito 9, antes de que lo atacara.

Suena el primer cañón.

Y supongo que ahí está mi decisión.

El rubio observa el cadáver, y luego a mí. Repite esa acción una vez más, tratando de comprenderlo. Estoy decidiendo confiar en él, a pesar de todo.

Me aproximo hacia el cuerpo y saco el cuchillo, antes de que llegue un aerodeslizador y se lo lleve con él. Lo hago justo al tiempo en que la mujer del Distrito 5 se lanza hacia mí con lanza en mano; logro esquivarla, sujetarla por detrás y pasar la cuchilla por su garganta. El metal termina por cubrirse de escarlata, y su cuerpo cae junto al del 9. Suena el cañonazo, y luego otro que me hace regresar a Finnick, disipando mis dudas cuando lo encuentro sacando su tridente del pecho de otro tributo que no logro identificar.

—Hay que largarnos de aquí —me dice, con la respiración agitada—. Esto se pondrá cada vez peor, y no queremos estar cuando suceda.

Tiene razón, no se lo voy a decir pero tampoco me voy a negar. Como todos los años, el primer espectáculo es el baño de sangre, cuando todos los tributos se encuentran en la Cornucopia. Ahí se ven las alianzas previas, y para seguir con la tradición, sé que Gloss, Cashmere, Enobaria y Brutus ya son una. Ya nos hemos encontrado con los primeros, y no voy a esperar a recibir a los otros también.

Le respondo con un rápido asentimiento, y lo sigo cuando empieza a moverse lejos de la Cornucopia. Sigo escuchando el desastre que se va armando a nuestras espaldas, gritos y cañonazos uno tras otro que ni siquiera puedo contarlos. En las placas metálicas siguen algunos vencedores atrapados que veo en el camino, los otros estarán en el baño de sangre o ya habrán huido para evitarlo.

Llego a una de las hileras que se encuentran detrás de la entrada de la Cornucopia, dispuesta a salir corriendo por él y así acercarme a la arena. Hasta que caigo en cuenta. Volteo a todas partes, a todas las placas metálicas, a la arena que rodea la playa, incluso a la Cornucopia. Siento como si me tiraran un balde de agua fría. No hay rastro de ninguno de los dos.

—No puede ser —murmuro, aún inspeccionando—. ¿Dónde está esa niña?

Finnick también se detiene, pero no parece igual de preocupado que yo. O, al menos, no por la misma razón.

—Debió haber huido en cuanto pudo —Es lo que me responde. Claramente, no me ayuda. La he perdido de vista y eso era lo único que no debía hacer. Y si es verdad que él está de mi lado, no entiendo su tranquilidad.

Se acerca a mí cuando ve que no me muevo. Mira detrás de nosotros, preparado por si alguien sale de la nada para atacarnos, pero todos están enfrascados en asesinar y conseguir armas. Me sujeta de la muñeca y me jala para que le preste atención.

—Es lista, no la matarán fácil —continúa, insistiendo para que camine—. ¡Tenemos que irnos, Valerianne! No la encontraremos si nos quedamos aquí.

Es sólo una fracción de segundo en la que lo miro a los ojos y lo medito todo rápidamente. Le di un arco y flechas, y el año pasado demostró muy bien que podía cuidar de ambos. Si es verdad que logró encontrar a Peeta y huir lejos de los demás tributos, sólo me queda confiar en que sean capaces de apañárselas en el interior de toda esa selva.

Y es verdad que, si me quedo aquí, lo único que voy a conseguir es que el cañón suene una vez más.

Finnick me jalonea otra vez y vuelvo a activarme. 

—¡Vámonos! —me grita, con la voz cubierta de desesperación.

No le contesto, pero me safo de su agarre y retomo mi acción de correr por la franja de tierra para acercarme hasta la orilla. Finnick se tira al agua sin rechistar, y avanzamos casi con la misma velocidad, él por agua y yo por tierra. No sé con exactitud a dónde me dirijo, pero él sí parece tenerlo claro, así que sigo su cuerpo manejándose con naturalidad bajo las olas.

Pienso que seremos sólo él y yo a medida que nos acercamos a la arena, pero es a mitad de camino cuando distingo un cuerpo más flotando en el agua. No, chapoteando. Es Mags, la anciana vencedora del 4. Por supuesto, debí adivinar que Finnick no se iría sin ella. Eso me alegra, porque aunque no somos cercanas, será mil veces mejor que estar sola con él. Definitivamente me brinda más confianza.

También me hubiera gustado contar con mi compañero de Distrito, pero no tengo idea de dónde puede estar. Aunque no lo imagino en peligro, porque sé que puede cuidarse solo. Además, de acuerdo con el plan, él debía buscar a Johanna Mason para ayudarla a cuidar de Beete y Wiress, a quienes Katniss había querido como aliados desde un comienzo, antes de decidir mejor ir solos ella y Peeta. Rhys y Johanna tendrían que mantenerlos vivos para más tarde llevarlos a Katniss, cuando todos estuviésemos juntos. Tuvo que ser de esa forma porque, de otra, sería muy difícil que tanto él como Johanna se convirtieran en sus aliados.

Finnick ayuda a Mags a salir del agua cuando alcanzamos la orilla. El corazón me palpita acelerado, y siento unas gotas de sudor resbalando por mi frente, pero aún así les sigo el paso hasta que la selva empieza a tragarnos. Es en ese punto, cuando todavía logro distinguir la Cornucopia, en el que me detengo. Analizo lo que puedo ver, y con ello, mis opciones.

He perdido a Katniss y a Peeta. No sé si otros vencedores aliados los hayan encontrado. Espero que sí, porque de otra manera, los habremos perdido definitivamente, y no sé cuánto tiempo pueda pasar hasta que nos reunamos. Ojalá sea antes de que Plutarch Heavensbee tenga la oportunidad de sacarlos de la arena.

Podría buscarlos por mi cuenta. Durante un segundo esa idea me tienta demasiado. Entonces alguien me jala del brazo, y al voltear me encuentro a Mags señalándome la selva con insistencia. Finnick está a unos pasos de nosotras en esa dirección, esperándonos. Se iría sin mí, pero no lo hace porque no quiere dejar a Mags.

La anciana me jala una vez más, y yo reflexiono sobre mi decisión. Podría ir sola, pero eso implicaría perderme en la selva y arriesgarme a convertirme en un objetivo fácil. Si voy acompañada, hay más posibilidades de que logre salir viva y, también, de que logre hallar a los trágicos amantes.

Incluso si esa compañía tiene que ser Finnick.











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