DIECISÉIS

La oscuridad, desconocida e infinita, era lo único que me envolvía. No había aire, solo una fuerza implacable que me arrastraba hacia lo más profundo de la oscuridad.

Pero de repente, una luz tenue comenzó a filtrarse a través de las sombras, como el destello que precede a un milagro. Sentí una presión firme y repetitiva en el pecho, y luego un ardor. Mi cabeza se elevó cuando el agua empezó a escapar por mi boca. Era una guerra entre expulsarla y buscar aire desesperadamente. Tras toser varias veces, lo sentí de nueva cuenta ingresando a mis pulmones, llenándome de vida.

Poco a poco, comienzo a recobrar la conciencia. 

Mis sentidos se agudizan gradualmente. El mundo se vuelve más nítido cada vez, transformando los contornos difuminados en formas definidas. Puedo escuchar el chapoteo del agua, el rugido lejano del mar, el zumbido de voces preocupadas.

Pero lo primero que reconozco, es a él.

A medida que mis ojos se acostumbran a la luz,  su forma se vuelve más clara, más definida. Reconozco los rasgos familiares, sus ojos llenos de preocupación, su cabello dorado y húmedo cayendo sobre su frente.

—Finnick...

Encuentro su sonrisa, llena de alivio.

—Hola de nuevo, preciosa —me dice. Su mano es la que sostiene mi cabeza, y también la que me ayuda a enderezarme con cuidado.

Lo observo. Mi cabeza da vueltas. ¿Qué acaba de pasar?

—Val —Reconozco una nueva voz, apartando mi atención de Finnick.

Rhys se agacha hasta mi altura y examina mi rostro. Yo encuentro la misma preocupación en el de él, y es cuando empiezo a recordarlo todo: la Cornucopia, el reloj, Wiress, los profesionales, el agua.

No morí.

—¿Estás bien? —me pregunta Rhys.

Asiento con lentitud.

—Sí, creo que sí —Mis palabras van para él, pero mis ojos buscan volver a los de Finnick.

Finnick.

¿Él me salvó?

—Vámonos de esta isla apestosa —habla Johanna, y es cuando noto que su atención también estaba puesta en mí hasta que se ha asegurado de que estoy bien. Lo mismo sucede con Katniss y Peeta.

Rhys me ayuda a ponerme de pie. Me siento demasiado ausente como para poner atención, y me encuentro aún más confundida cuando el grupo decide ir hacia la sección de las doce en punto y Finnick, Peeta y Johanna toman una dirección diferente cada uno.

—Doce en punto, ¿no? —dice Peeta—. El extremo del cuerno apunta a las doce.

—Eso era antes de girar —responde Finnick—. Yo me guiaba por el sol.

—El sol solo te dice que ya casi son las cuatro —añade Katniss.

—Creo que lo que quiere decir Katniss es que saber la hora no significa necesariamente saber dónde son las cuatro de este reloj. Podemos tener una idea aproximada de la dirección… A no ser que tengamos en cuenta que el anillo exterior de la jungla también puede haberse movido —dice Beetee.

Todos lo miramos. Ahora me siento todavía más perdida. Intercambio una mirada con Rhys. Creo que no soy la única.

Katniss, sin embargo, asiente.

—Sí, así que cualquiera de estos caminos podría llevar a las doce.

Examinamos la jungla en un pobre intento por orientarnos. Mi cabeza duele más al tratar de pensar en cuál es el camino correcto. No lo sé. Los Vigilantes lo jodieron todo al girar la Cornucopia. Me quedo de pie, y los observo dar varias vueltas y proponer diferentes caminos hasta que al final, ya bastante hartos, elegimos uno al azar y vamos por ahí, sin tener idea de a qué amenaza nos dirigimos.

Llegamos, y el grupo se divide en dos: Finnick y Katniss deciden adentrarse en la jungla en busca de agua, y Johanna ha hecho que Peeta se quede con todos los demás para volver a dibujar un mapa, pues el que teníamos se ha perdido para siempre.

Nos sentamos en la arena, y Peeta empieza a trazar los mismos círculos y secciones con la punta de su cuchillo en una hoja que Johanna le consiguió. De vez en cuando hablo para recordar lo que pasaba cada hora, pero mi mente sigue aturdida, así que al final opto por guardar silencio y simplemente quedarme sentada. Fijo la mirada en el mar, en la isla de la Cornucopia. Revivo las imágenes de hace apenas unos minutos, cuando el rostro de Finnick fue lo primero que mis ojos vieron. Lo primero luego de que el agua fuera lo único que me rodeara.

—¿Qué tienes? —me pregunta Rhys, chocando mi hombro amistosamente. No me he dado cuenta del momento en que se movió hacia mi lado.

—Creo que me quedó un poco de agua en el cerebro —respondo, y aunque es en broma, la verdad es que se asemeja a como se siente en realidad.

—¿Quieres descansar? —propone.

Pero niego con la cabeza.

—Estoy bien. Ya se me pasará —le aseguro. Confío en que será así en el sentido físico, aunque hay algo que mi mente sigue sin callar. Miro a Rhys, pensando que él pudiera ayudarme—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Claro —asiente.

Respiro hondo, dando una última mirada a la isla antes de continuar.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunto finalmente. Él frunce el ceño, así que procedo a explicarme:—. ¿Cómo es que no acabé con los peces?

—Pues gracias a Finnick —me responde en un tono evidente—. Apenas la Cornucopia dejó de girar, él se lanzó al agua para buscarte. Luego te subió de vuelta, y te... ¿cómo era su nombre? —mira hacia arriba, tratando de recordarlo. Vuelve a mirarme cuando lo logra—: Te reanimó. Hasta que volviste a la vida.

Arrugo la frente.

—¿Finnick me salvó? —pregunto.

Suena estúpido, porque es obvia la respuesta. Pero no para mí. Porque es difícil creer que la persona a la que hace menos de una semana estaba segura de que odiaba, me haya salvado la vida sin pensarlo dos veces.

—Sí, creo que podemos llamarle así —me responde Rhys, entre pequeñas risas. Observa la arena bajo nosotros y juega un poco con ella—. Supongo que trabajar juntos sí que calmó las cosas entre ustedes —Hace una pausa—. Sea lo que sea que haya pasado.

Es verdad.

Rhys sigue sin conocer la razón detrás de nuestra enemistad. Y yo no sé qué es lo que me hace querer contársela. Supongo que el deseo de ser comprendida. Se ha vuelto más fuerte que cualquier miedo anterior.

—Él y yo... no tuvimos el mejor comienzo —Su atención se centra en mí. Puedo distinguir la sorpresa, pues no debió imaginarse que finalmente escucharía la historia—. Había oído de él, inevitablemente. Pero nos conocimos hasta mi primer año como mentora. No me fue nada bien, pero a él sí. No le dí importancia, hasta que decidió restregarme su victoria en la cara. Nunca entendí por qué lo hizo, pero no me iba a quedar como si nada —Lo imito, y también llevo mi mano a la arena mojada—. Le hice lo mismo cuando tú ganaste, dos años después. Esa era la razón por la que no había querido contártelo. Sentí que te utilicé, aunque no lo supieras —confieso, finalmente atreviéndome a darle la cara—. Fue muy inmaduro. No es algo de lo que esté orgullosa.

Rhys, sin embargo, no parece molesto. En absoluto. Asiente con lentitud. En su actitud no encuentro nada más que entendimiento. O no sé si eso es lo que yo quiero creer.

—Eras joven. Todos lo éramos—me dice, confirmando mi idea. Me siento aliviada, pero confundida de igual manera. Esta vez, cuando sus ojos me miran, cargan con algo diferente, algo que no sé cómo llamar—. Ahora las cosas han cambiado, ¿no crees?

Me quedo callada.

¿Lo han hecho? Tal vez es una pregunta que me repito como método de evación. ¿Qué quiero evadir? El hecho de que sé que las cosas han cambiado. Han cambiado de formas que ya no creo ser capaz de ignorar. Pero que, sin embargo, aún sigo reacia a aceptar.

Sé que ya no soy la chica de dieciocho años que buscaba vengarse de Finnick. Pero sé, también, que hay una parte de ella aún viva en mí. Algo a lo que aún no he podido dar cierre.

—¡Maldita sea! —El grito de Johanna me expulsa fuera de mis pensamientos.

Rhys y yo nos apresuramos hacia ellos. Johanna se masajea el puente de la nariz e intenta respirar para calmarse, Peeta observa la hoja que Johanna le había conseguido para trazar el mapa, aunque ahora no es una sola, sino varios trozos de ella. Beetee, aunque cerca de ellos, está absorto en sus propios asuntos, que supongo tienen relación con el alambre que observa entre sus manos.

—¿Qué ocurre? —pregunta Rhys.

—Acaba de arruinar el mapa —le responde Johanna, entre dientes, señalando a Peeta y los trocitos de hoja.

El muchacho nos observa, apenado.

—Sin querer corté de más la hoja —explica—. Intenté arreglarlo, pero... —levanta en sus manos lo que queda— se rompió más.

Aprieto los labios. Es increíble lo poco con lo que se puede hacer estallar a Johanna. Miro a Rhys y sé que piensa lo mismo que yo, solo que con una diferencia: él parece comprenderla.

Coloca su mano en el hombro de Peeta y le regala una pequeña sonrisa, supongo que en un intento de reconfortarlo.

—No importa, conseguiremos otra y ya —le dice, antes de ponerse de pie. Le echa una última mirada a Johanna. Y lo curioso no es que ella se la devuelve, sino que lo hace en una especie de agradecimiento.

Decido invitarme sola y caminar a su lado cuando él se retira en dirección a la jungla. Apenas nos adentramos, casi a la misma profundidad que cuando aparecieron los monos. No hace falta explorar tanto, después de todo. No es muy difícil encontrar lo que necesitamos.

—Supongo que esta servirá —comenta Rhys, arrancando una enorme hoja exactamente igual al resto.

—Claro —respondo—. No es como que todas sean prácticamente iguales.

Rhys me mira de reojo, pero su respuesta se pierde justo ahí, cuando lo escuchamos: un grito. Lleno de terror, de dolor. Pero eso no es lo más importante, sino que ambos lo reconocemos, pues la voz pertenece a Ivy.

¿Ivy? ¿Por qué Ivy estaría aquí? No tiene ningún sentido. No puede ser ella. El pensamiento me hace empuñar mi arma. Quién sabe si esta no es otra trampa de los Vigilantes.

No obstante, Rhys no se detiene a meditarlo. Preocupación es lo único que alcanzo a ver en su rostro antes de que él empiece a correr. La hoja cae de sus manos, justo a mi pies.

—¡Rhys, no! —exclamo, aferrando mi cuchillo y corriendo tras él—. ¡Espera!

Claro que, teniendo en cuenta que sus piernas son más largas que las mías, y que hay una urgencia que acelera su velocidad, apenas soy capaz de seguirle el paso.

—¡Ivy! —Su voz es lo único que me impide perderlo entre tanta vegetación.

Sigo llamándolo mientras aparto con mis antebrazos la hierba que se atraviesa frente a mí. Por la rapidez con la que paso, las hojas y ramas me rasguñan la piel. Siento los arañazos más que nada en mis mejillas y brazos. Empiezo a extrañar mi mono destrozado.

—¡Rhys! —Mi garganta se destroza al pronunciar su nombre. Ya no lo veo.

Lo he perdido. He dejado de oír sus gritos. Sus pasos. ¿Dónde está?

La voz de Ivy se calló también. Esto no es bueno. Esto no es nada bueno.

Sigo corriendo, volteando a todas partes. Empiezo a desesperarme.

De repente, choco contra algo. Grito, conmocionada, y me preparo para atacar. Hasta que reconozco al rubio.

—Finnick —Su nombre escapa de mi boca en forma de un jadeo. Una leve sensación de alivio me recorre el cuerpo, porque quizá él pueda ayudarme a encontrarlo—. ¿Dónde está Rhys? —Le pregunto. Luego recuerdo que él no venía solo tampoco—. ¿Y Katniss?

Sus labios se separan, muy lentamente, para responderme. Me desespero. No tengo tiempo para esto. Paso de él y sigo buscando. Intento seguir corriendo en línea recta. Digo intento, porque solo puedo dar un par de pasos cuando vuelvo a chocar con algo que me hace retroceder y casi caer de espaldas. Esta ocasión tengo los ojos bien abiertos, y estoy segura de que no hay nada ni nadie frente a mí. Busco, pero no encuentro nada.

No lo entiendo.

A no ser...

Extiendo mi mano, con cuidado. Ahí está. Es como una pared invisible.

—Es como cuando la niebla, ¿recuerdas? —escucho a Finnick, a mis espaldas. Sigo tocando la pared—. No nos atacó más porque algo se lo impidió. No puede pasar de ella, pero tampoco nosotros.

En ese momento, aparecen Rhys y Katniss a varios metros de donde estamos. No nos han visto, porque están demasiado ocupados tratando de deshacerse de la bandada de pájaros negros que los persiguen.

Charlajos.

Lo sabía. Sí era otra de sus macabras atracciones.

Siento el impulso de romper la pared. Lanzarme contra ella, quizás con mi cuchillo, o con la ayuda de una piedra... Pero entonces me volteo hacia Finnick. Descifro su mirada triste. Él ya lo ha intentado.

No podemos ayudarlos.

Justo entonces, otro tumulto de voces llegan con nosotros. Son Johanna, Peeta e incluso Beetee. Cuando nos ven, reconozco en el segundo el mismo alivio que tuve cuando encontré a Finnick. Luego la alarma aumentarse cuando encuentra a Katniss, al otro lado de la pared que también dejo que descubra por su cuenta. La golpea con los puños un par de veces hasta que la reconoce, pero eso no le supone dejar de luchar.

Rhys y Katniss finalmente nos ven cuando empiezan a correr hacia acá, una vez que ni las flechas ni las lanzas han sido suficientes. Peeta saca su cuchillo, y lo clava con todas sus fuerzas en la pared. Johanna intenta también utilizar su hacha. Pero nada podemos hacer cuando ambos se dan de lleno contra ella, cayendo hacia atrás por el impacto.

—¡Katniss! —vocifera Peeta, dejándose caer sobre sus rodillas cuando la chica se arrastra hasta reconocer la pared cuando la toca con la mano.

Yo veo a Rhys, apoyado sobre sus manos y con la cara llena de horror. Ve a Katniss y a Peeta. Lo entiende. Me encuentra. Más charlajos llegan y revolotean sobre ellos. Me desplomo también.

No puedo ayudarlo.









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