CATORCE

Se me revuelve el estómago cuando Katniss abre el traje de la mujer y deja al descubierto sus heridas. La sangre chorrea con lentitud de las profundas incisiones, y resbala por su esquelético torso cada vez que respira, como obligando a sus pulmones a dar un último esfuerzo. Sabe que es el último. Todos lo sabemos. Y no podemos hacer nada.

Finnick está a mi lado un segundo, y al otro simplemente se aleja. Es demasiado para presenciar, y yo quiero irme también. Pero no puedo. Hay algo en mí que me lo impide cuando veo sus enormes ojos. Creo que es porque conozco la verdadera razón de ese sacrificio. La verdadera razón por la que ella decidió morir. Veo a Peeta, a Katniss. También lamentan la situación, pero sé que no podrían hacerlo igual. No lo saben. No lo supieron con Mags, no lo saben ahora con la del 6, no lo sabrán si esa tengo que ser yo.

Trago con pesadez. Peeta empieza a hablarle con dulzura, empieza a despedirse, y es ahí cuando sé que no puedo aguantar más. Aparto la mirada, y luego les doy la espalda, empezando a caminar por la orilla, solo buscando alejarme de ahí. Recorro apenas un metro, y el cañonazo se hace presente. Mis pasos se detienen en una reacción involuntaria, escucho cómo aparece y desaparece el aerodeslizador, y cuando pienso en reanudar, siento unos golpecitos en el hombro que me hacen voltear y encontrarme a Finnick, con mis cuchillos en una mano extendida hacia mí.

—Pensé que los querrías.

Los tomo entre mis manos, y éstas se manchan de la sangre de los animales de la que aún están bañados.

—Sí, gracias —le contesto, y me dirijo hacia el agua para limpiarlos.

Finnick me sigue, lo cual agradezco internamente, porque muy en el fondo hay una parte de mí que desea un poco de compañía. Nos metemos en el agua, yo lavo mis cuchillos y Finnick su tridente, además de las heridas que los animales nos causaron. Tuvimos suerte de no recibir más que rasguños en lugares nada riesgosos.

—¿Qué pasó con los monos? —le pregunto luego de unos segundos de silencio, recordando cómo fue de un momento a otro cuando nos atacaban y al siguiente se retiraban sin más. Como si los hubieran llamado. Tal vez un vigilante.

—No tengo idea. Solo desaparecieron —me dice, con la mirada perdida en el horizonte. Apenas se vislumbra un cambio en el cielo, pero nos dice que la noche comienza a despedirse por fin.

Giro mi cabeza hacia la jungla. Parece tranquila, pero ahora más que nunca no me fío de esa apariencia. Aunque sé que aún hay algo que necesitamos de ella.

—¿Crees que sea seguro ir por agua ahora? —pienso en voz alta.

Finnick me mira, y luego ambos nos dirigimos hacia Peeta y Katniss para ver qué opinan. La chica terminaba de limpiar sus flechas también, intercambió una mirada con su prometido —o esposo, ya no sé—, y luego volvimos todos al árbol que Peeta había encontrado. No bajamos la guardia, por si acaso, pero nada más aparece, permitiéndonos beber tranquilos e incluso recolectar un poco de agua potable en algunas caracolas. Regresamos a la playa, y Katniss se ofrece para montar guardia y dejarnos descansar. Ha sido una noche tan desgastante que mi cuerpo me lo pide a gritos, pero mi mente, por el contrario, no parece tener intenciones de ceder.

Sin embargo, no creo ser la única.

—No, Katniss, prefiero hacerlo yo —le responde Finnick.

La chica lo mira a la cara, y un sentimiento de comprensión cruza su rostro. Acepta, y se aleja con Peeta para recostarse sobre la arena. Finnick entonces me mira a mí, y me doy cuenta de que me he quedado parada como idiota. Me dice que vaya a descansar también, pero es cuando reconozco el tono en su voz. Busco sus ojos, y las lágrimas en ellos me dan todas las respuestas posibles.

Mags.

Con tanto, ni siquiera ha tenido tiempo para procesar lo que pasó. Supongo que eso es lo que Katniss vió en sus ojos, y por eso no insistió. Yo también estoy a punto de hacer lo mismo. Finnick se merece un rato a solas.

Me despido y le doy la espalda, pero mis pasos se detienen. Me vuelvo, más guiada por un impulso, y las palabras salen de mi boca de la misma manera:

—Lamento mucho lo de Mags —le digo, y lo hago con toda honestidad.

Yo no la conocí tanto como él, y aún así soy capaz de sentir dolor por lo que le pasó. Creo que Mags entraría en esa clase de personas que  acaban ganándose tu corazón aunque lo evites, como Rue. E igual que con ella, aunque no me siento merecedora de llorarle, sé que Finnick sí lo hace. Y que lo necesita.

Me observa. Solo hace eso. Siento que quiere decirme algo, pero no lo hace. Tal vez no encuentra las palabras. O simplemente no quiere hacerlo.

—Solo quería decirte eso —finalizo. Señalo vagamente hacia donde Katniss y Peeta se tumbaron—, me iré a dormir.

—Valerianne —habla por fin. Espero, lo miro. Lo duda, pero parece firme en expresarlo—. Te lo agradezco.

Aunque me descoloca en un principio, soy capaz de sonreírle de lado antes de alejarme. Es una sensación extraña la que aún me invade cuando cierro los ojos y hasta que me duermo. Esta vez, por fortuna, no sueño, pero sí despierto más pronto de lo que hubiera querido. Para cuando termino de espabilarme, encuentro que Peeta y Katniss aún siguen profundamente dormidos. No planeo molestarlos, así que mis ojos se pasean por todo el paisaje. La luz me saluda con un sol tenue; no uno ardiente del medio día, sino el que le da la bienvenida a uno nuevo. Eso me deja saber que no ha pasado mucho desde el amanecer. La playa está más iluminada, lo cual es una enorme ventaja. También veo las olas, y a la orilla, a un rubio sentado en la arena de espaldas a la jungla. Me levanto, ya sin una sola pizca de sueño, y camino hacia él.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto una vez que llego a su lado.

Junto a él, además de su tridente, hay una especie de cuencos tejidos con el mismo material que las esteras que habíamos hecho con Mags, y también una de esas mismas que lleva apenas por la mitad, además de otras pocas tiras de hierba como para fabricar otra.

Alza la mirada durante un segundo que me permite apreciar sus ojos hinchados, pero decido no comentar nada. Luego se encoje de hombros, sin descuidar su tejido.

—Necesitaba una manera de pasar el tiempo.

Me cruzo de brazos, en un gesto para protegerme de la sensación del agua salpicando mi piel. No me agrada, siguen pareciendo miles de alfileres picándome.

—¿Por qué no me despertaste? —cuestiono—. Pudiste haber dormido un poco.

—No tenía mucho sueño —responde, ladea ligeramente la cabeza, como señalándome—. Y tú sí.

No puedo negarlo. Aunque fueron pocas horas, la verdad es que me ayudaron bastante.

—Pues sí que lo aprovechaste —comento, tomando uno de los cuencos entre mis manos para observarlo mejor.

—¿Vas a ayudarme? —me pregunta—. ¿O prefieres seguir apreciándome mientras trabajo?

Me ve de reojo, con diversión en su rostro. Creo que es la primera vez que entiendo su humor, y que lo comparto. Solo un poco. Pongo los ojos en blanco, me siento a su lado, y dejo el cuenco en su lugar.

—Dame eso —le digo, refiriéndome a la estera que ya tiene comenzada.

Es lo único que sé hacer. Gracias a Mags.

Otra punzada de dolor me invade, pero trago saliva y la ignoro. No quiero que el único recuerdo lindo que tengo de ella se manche de tristeza. Me va más honrar su memoria poniendo en práctica lo que me enseñó a hacer. Además de que no me gustaría que Finnick comenzara a llorar otra vez. No creo que pueda manejarlo.

Finnick me pasa el tejido, y lo acomodo sobre mi regazo para poder continuarlo. Me resulta sencillo, lo cual me pone contenta. Mags fue una excelente maestra.

—Se te da bien —le escucho comentar al poco rato, cuando ya he terminado con la estera y él con otro recipiente.

Está atento cuando la coloco sobre la arena, y luego sus ojos suben hasta los míos. Me muestra una sonrisa ladina, pero no una burlona o coqueta, como siempre. Es una nueva sonrisa, sencilla y verdadera.

Debe ser eso lo que me impulsa a sonreírle de vuelta de la misma forma.

—Gracias.

Nos quedamos mirando un rato más, pero es Finnick quien acaba con esa conexión cuando se levanta. Me extiende una mano, mi ceño se frunce, en confusión, pero al final la acepto y me impulso hasta ponerme de pie.

—¿Sabes pescar? —me pregunta, agachándose para recoger su tridente y uno de los cuencos que fabricó ya.

—¿Crees que luzco como alguien que sabe pescar?

Me analiza. La respuesta es obvia.

—Bueno, puedes ayudarme de cualquier forma  —concluye, me lanza el recipiente y luego me da la espalda para empezar a caminar mar adentro.

Dudo un poco antes de seguirlo. ¿Se supone que espera que lo haga? Al final, termina siendo así. No tengo nada mejor que hacer.

El agua me moja hasta la mitad de los muslos cuando llego a su lado, aunque a él apenas le pasa la rodilla. Observo cómo clava su tridente en algún punto, cierro los ojos cuando el agua me salpica la cara, y luego encuentro un par de peces encajados en las puntas. Los saca y me los lanza, tomándome desprevenida y casi provocando que los devuelva al agua. Cuando los tengo entre mis manos, me causa algo de náuseas ver cómo se retuercen entre ellas.

—Tu especialidad son los árboles, la mía el mar —habla mientras yo meto los animales moribundos en el cuenco—. Así conseguimos comida en mi Distrito.

—Eso explica tu peste a marisco —señalo.

Y también explica el hecho de que se mueva con tanta libertad en el agua, pero eso no se lo voy a decir.

Me lanza una mirada, y vuelve a pescar otro par y a lanzármelos. Ahora estoy más atenta, y los atrapo sin esfuerzo.

—Supongo que sí —admite—. Pero ahora mismo, ese olor a marisco no suena tan mal, ¿verdad?

Lo miro con una sonrisa, reconociendo la ironía en sus palabras. Aunque el olor pueda ser un poco desagradable, mi estómago sin duda está agradecido por la comida que nos proporcionará.

Repetimos el proceso unas cuantas veces más hasta que el recipiente está lleno y decidimos volver a la playa. El sol se ha ido elevando desde el horizonte hasta alcanzar casi medio cielo. Como Katniss y Peeta aún están dormidos, Finnick y yo les colocamos la estera por encima, apoyada de unas ramas a manera de tejado, para que de esa manera no suponga una molestia en su descanso. Llenamos también los últimos dos cuencos con agua potable, ayudándonos de la bendita espita, y nos acomodamos sobre la arena para empezar a limpiar los mariscos.

Al final, tenemos más que peces, pero no tengo ni idea de cómo se llaman los otros, sólo sé que se parecen a las conchas marinas que hay en la orilla. Finnick me dice que son ostras y que, efectivamente, de ahí provienen algunas de las conchas que encontramos, pero que estas son como una especie de protección, y que en su interior está la comida. Me enseña a abrirlas con una piedra, y también a limpiar los peces mientras seguimos charlando. Vamos por la mitad cuando Katniss finalmente se despierta y nos alcanza.

—Están mejor frescos —nos dice Finnick a ambas. Termina de abrir una ostra y me la pasa.

La analizo entre mis manos, lo que le da tiempo a él para pasarle otra a Katniss y hacerse de la suya también. Sin embargo, es solo él quien come su contenido de una; otra vez, digno habitante del Distrito 4. Somos tanto la chica como yo quienes lo dudamos, como cualquiera que no está familiarizado con este alimento, solo que ella se decide a probarlo tras unos simples segundos de meditación, abandonándome.

—No te va a morder, Valerianne —me dice Finnick, burlón, dándose cuenta de mi escepticismo.

Observo la ostra entre mis manos, sintiendo su textura rugosa y pesada. Como nativa del Distrito 11, estoy acostumbrada a alimentarme de lo que pueda crecer de la tierra, así que el marisco es algo completamente nuevo para mí. Miro a Finnick, quien ya ha abierto otra más y la ha empezado a comer con evidente gusto.

Suspiro. No puedo ponerme muy exigente, después de todo.

Me decido a seguir su ejemplo y terminar de abrir la ostra con cuidado, revelando su carne interna. Es un poco viscosa y translúcida, pero tiene un olor fresco y salado que me hace sentir más hambre de lo que pensaba. Con un poco de aprensión, llevo un trozo a mi boca y mastico lentamente. El sabor es intenso y marino, con un toque metálico que me recuerda el olor del aire después de una tormenta. Sin embargo, es refrescante y revitalizante, como si estuviera absorbiendo la esencia misma del océano. Mis sentidos se agudizan y siento una oleada de energía recorrerme.

—¿Y bien? —me pregunta el rubio.

—Está bueno —comento con sorpresa, sorprendida por lo mucho que me gusta.

Finnick sonríe satisfecho.

—Te lo dije.

Ruedo los ojos, como es mi costumbre siempre que estoy con él, pero me es inevitable mostrarle una sonrisa que desencadena un intercambio de risas. Debe ser por la felicidad que me da probar algo después de tanto tiempo. Me estiro para tomar otra ostra, y es en el proceso cuando noto la mirada de Katniss sobre nosotros. Nos analiza. Como si quisiera descubrir algo. No sé qué pueda ser.

—¿Qué? —le suelto, pero suena más agresivo de lo que esperé.

Ella, sin embargo, ni se inmuta por mi tono, solo menea la cabeza y aparta la mirada.

—Nada —contesta. Se sacude la arena de las manos y se pone de pie—. Iré a despertar a Peeta.

La observo irse. ¿La habré ahuyentado? No era mi intención. Aún tengo que lograr ganarme su confianza, y no sé qué tan bien voy en eso. Supongo que en un principio no fue tan malo, porque el plan era huir los tres: Peeta, Katniss y yo hacia la selva, lejos del peligro. A no ser, claro, que ese nunca hubiera sido el plan y que Katniss simplemente vió la oportunidad de escaparse junto con Peeta y la tomó, dejándome atrás sin más.

Y también que casi todo sobre eso ha cambiado: por ejemplo, que el peligro ya no está centrado en la playa, y que Finnick tampoco lo significa, a pesar de entrar en los profesionales, mis principales oponentes. Lo observo. Mi intención era ganarme la confianza de Katniss, pero ahora creo que yo he terminado confiando en quien nunca lo hubiera imaginado.

En cualquier caso, volviendo a lo inicial, supongo que, a pesar de todo, que Katniss no nos haya asesinado aún mientras dormíamos es una excelente señal. Pienso que se debe más que nada a la niebla, al sacrificio de Mags, a que tanto Finnick como yo los ayudamos a salir vivos y hasta ahora nos hemos mantenido así. Seguro que es confuso para ella, pero tiene demasiadas evidencias de que nuestra intención no es asesinarla. Yo, por lo menos, confiaría un poco.

Katniss vuelve con Peeta, y ahora todos engullimos con gusto los mariscos. Los observo. Con rezagos de los mismos pensamientos, no puedo evitar preguntarme lo que habrá pasado con ellos mientras estaban por su cuenta en esa jungla. No están heridos, y no sé si eso me causa más alivio que curiosidad, así que se los termino por preguntar.

Intercambian una mirada. No es en complicidad, como si se pusieran de acuerdo para mentir, es más bien para decidir quién de los dos va a contarlo, y esa acaba siendo la chica:

—Aunque no lo creas, quisimos volver contigo —empieza.

Mis cejas se elevan. ¿De nuevo mi tono se interpretó como ataque?

—Pero estabas demasiado ocupada con Cashmere cuando otro tributo quiso atacarnos —continúa—. Logré dispararle una flecha, y huímos hacia la jungla. Esperé encontrarte ahí, pero la verdad es que te di por muerta —admite.

Asiento lentamente. Lo comprendo, y lo hago muy bien. Creo que yo hubiera actuado igual en su lugar.

—Seguimos como pudimos, pero creo que tuvimos mucha suerte de no toparnos con nada —concluye, encogiéndose de hombros—. Hasta la niebla, claro. 

—Bueno, además del campo de fuerza —añade Peeta.

Todos lo volteamos a ver.

—¿Un campo de fuerza? —repite Finnick, con el ceño fruncido en interés.

—Katniss lo descubrió —afirma el chico—. Logró avisarme antes de que me achicharrara.

Así que ahora nos volvemos hacia la de pelo azabache.

—Rodea la Arena —confirma. Utiliza su dedo en movimientos circulares para explicarse—, como una enorme bóveda.

—¿Y cómo lo descubriste? —le pregunto.

—Lo oí.

—¿Lo oíste?

—Con este oído —Se señala el izquierdo—. Es el que me reconstruyeron el año pasado. Tampoco lo comprendo muy bien, pero qué suerte, ¿no?

Finnick y yo intercambiamos una mirada. La existencia de un campo de fuerza es de por sí impactante, pero lo que más me descoloca, es que la chica asegure tener la habilidad especial para escucharlo. Incluso cuando los médicos del Capitolio sean capaces de cosas maravillosas, sigue sonando increíble.

Al final, me encojo de hombros.

—Si tú lo dices.

—Podemos mostrárselos si no nos creen —insiste Katniss, añadiéndole más sospechas a su comportamiento.

Niego frenéticamente.

—Yo no voy a volver a esa jungla —declaro.

Acto seguido, como si los Vigilantes hubieran querido apoyarme dándome un ejemplo, una porción de la jungla empieza a vibrar frente a nosotros. Lo que trae es una enorme ola que baja furiosa toda la colina hasta llegar a la playa. A pesar incluso de nuestra considerable distancia, el agua alcanza a tocarnos, dándonos tiempo apenas de levantarnos y recoger lo más importante, que acaban siendo especialmente nuestras armas. La ola se apodera de lo demás, que incluye nuestros destrozados monos, pero a nadie le importan ya. Entonces suena un cañonazo, aparece el aerodeslizador y se lleva el cadáver del tributo caido. Así cesa todo, e ilesos, estamos a punto de recuperar nuestros lugares cuando aparecen: cuatro figuras a unos cuantos metros que salen de la jungla a trompicones.

—Alguien viene —murmura Katniss, jalando a Peeta del brazo para llevarlo junto con todos hacia el principio de la jungla, donde la vegetación nos protege de los recién llegados.

Las figuras avanzan con dificultad por la playa. A uno lo lleva cargando a la espalda un segundo, y el tercero, que deambula en círculos, es empujado bruscamente por un cuarto. Cuando les pega el sol, nos damos cuenta de que están completamente teñidos de rojo carmesí. La chica en llamas prepara una flecha, al igual que todos empuñamos nuestras armas.

—¿Quiénes son? —pregunta Peeta—. ¿O son mutos?

Estoy a punto de considerar esa posibilidad, pero es cuando la figura tres se suelta del agarre de la cuarta, haciéndola caer al suelo. La cuarta exclama algo, furiosa, y se pone de pie para ir a perseguirla, hasta que el segundo deja al uno en el suelo y sale corriendo tras ella, gritándole que se tranquilice. Lo entiendo, y lo más impresionante no es eso, sino que yo reconozco esa voz.

Entonces siento cómo mi rostro se ilumina, y mi voz exclama:

—¡Rhys!











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