Capítulo 2: Apatía.
Myoui Mina cumplía sus dieciocho años.
Con el paso de los años se había convertido en una joven demasiado apuesta, con basto conocimiento y decidida.
Era lo que muchos llamaban un prodigio.
No había cosa alguna que no hiciera perfecta.
Mina era seria, con el rostro sereno, pero emociones ardientes.
Vivió algunas cosas que poco a poco despertaron el poder dentro de ella, aunque no completamente. La grandeza de su ser se completaría hasta la edad de 23 años.
Recordaba su niñez tan vivida en su mente.
Aún recuerda cuando tomó un cuchillo por primera vez.
Era de noche, la mayoría de monjas dormían en la comodidad de sus colchones y ella apenas tenía doce años.
Daba la medianoche cuando un gentío se abrió paso en el convento, llevaban antorchas, palos y pistolas. Incluso iba con ellos una patrulla de policías.
— ¡Los hijos de Satán deben de irse, deben de morir!
— ¡Pecadores, ojalá y Dios tenga piedad de todos ustedes!
— ¡Hijos del Demonio!
Las monjas pronto se alarmaron, corriendo y cubriendo las ventanas y puertas con tablones de maderas. Su único propósito era mantener a salvo a la pelinegra.
La hermana Jisoo había ido por ella a su habitación, despertándole de sus sueños y llevándosela a rastras por los pasillos.
— ¿Por qué debemos de huir?
— Porque son capaces de herir de muerte a una simple niña como lo es usted, señora — había respondido la monja.
Mina bien sabía que la mayoría de las personas le odiaban, tal vez le tenían miedo.
Pero no lograba entender el por qué se resistían, por qué no aceptaban la verdad y su destino.
No era algo que pronto se hubiese decidido con su nacimiento, aquello estaba en las mismas escrituras del Dios en el que tanto creían.
Aun así se dejó hacer por la mano de Jisoo que le sostenía, la mujer pedía protección a su Señor para la pequeña.
Podía ver en la mujer la adrenalina y su preocupación hacia ella, a decir verdad, la hermana Jisoo confiaba en ella y Mina también, después de todo le había cuidado y criado.
Sin embargo, la gentuza de afuera logró entrar rompiendo las tablas, comenzaron a quemar todo a su paso, y pronto el convento estaba en llamas.
Tres minutos habían pasado y en el transcurso de ellos habían dado muerte a siete monjas con la excusa de que eran pecadoras y siervas de Lucifer.
Aunque aquello era verdad.
Debajo del lugar había un sótano que conectaba con unos túneles, una salida de emergencia que muchas tuvieron que utilizar para huir.
Ambas bajaban unas escaleras, moviendo sus piernas con rapidez para poder escapar.
— Ya casi estamos fuera de aquí, tan solo siga un poco más.
Mina había visto por algún pasillo que no recordaba el cuerpo de otra monja, Chaeryeong era su nombre.
También era quien le satisfacía sus berrinches cuando quería comer galletas y ella se las preparaba.
Le vio con el cuello desangrado y el vestido manchado, la sangre dibujó una triste muerte para ella.
No pudo llorar su muerte, sintió su ausencia y un pequeño enfado se instaló en ella, aún estaba en shock, tal vez aún no terminaba de procesar todo lo que ocurría.
Y es que siempre le habían asegurado que nada le pasaría, y de aquello estaba segura, después de todo tenía un propósito, pero las monjas que le habían criado no corrían con la misma suerte.
Y como si algo quisiese que sus palabras siguieran cobrando sentido un par de hombres se aparecieron por la curvatura de un pasillo.
Llevaban escopetas y un machete, con la furia en sus rostros y dispuestos a acabar con ellas.
Jisoo chilló y se colocó delante de Mina.
— Quédese atrás, y en caso de que tenga que correr no dude y corra.
Los hombres se acercaron a ellas lentamente, como si quisieran intimidarlas y hacer que su muerte fuera más simple.
Como presas esperando que la madre dejase solo a la pequeña.
— Mujer, no te muevas y haremos que no sufras. Han pecado y deberán de pagar por sus actos.., Dios les perdone.
Jisoo endureció la mirada y con un solo pensamiento en su mente se abalanzó hacia ellos.
El hombre que cargaba el arma arriba reaccionó y le disparó dos veces, el primer tiro dio en el vientre de la mujer y el segundo en el pecho.
El sonido ensordecedor se adueñó del lugar, la pequeña apenas y pudo reaccionar cuando vio como el hombre del machete le cortó el cuello a Jisoo al ver la perseverancia de esta.
Finalmente, el cuerpo cayó estrepitosamente, los ojos quedaron abiertos y la mano en el pecho.
Mina observó a la mujer tirada delante de ella, muerta en un intento por salvarle.
— Y ahora sigues tú, hija del Demonio.
Sin más, Mina sacó el cuchillo que tenía en sus ropajes, apenas era una pequeña daga de empuñadura plateada.
De esa noche solo recuerda que se abalanzó hacia ellos y les encestó la daga en los pechos.
Esa noche también fue la primera y segunda vez que mató a alguien.
Después de aquello se mudaron a otro convento que les recibió de puertas abiertas, en California.
Tener a la mismísima anticristo era todo un honor para aquellas monjas inglesas.
Comenzó un entrenamiento con todo tipo de armas, tan solo por diversión, bien sabía que en cuanto su poder despertara podría hacer lo que quisiera con tan solo mover sus manos.
Pero una pequeña parte de ella también se preparaba en caso de que la desgracia hacia años atrás se repitiera, no podía dejar que más personas se sacrificaran por ella, incluso si después morirían.
Se crió así pues en las estaciones invernales de vestidos blancos que pronto fueron sus favoritas, incluso por su cumpleaños número quince le regalaron un perro que nombró como Ray.
Siguió aprendiendo y viviendo, mientras las monjas juraban que el día se acercaba cada vez más y más.
Y ahora, mientras cumplía sus dieciocho años se encontraba apreciando su pintura terminada.
Si bien todo lo que hacía lo hacía perfecto la pintura era algo que le encantaba disfrutar.
En ella podía retratar sus pensamientos, colocar cada aliento suyo y hacerlo realidad.
En el cuadro que había terminado de pintar hace ya media hora se podía apreciar el convento en el que se había criado, con colores en negro y gris, incluso había dibujado los rosales que antes se mantenían fuera de éste. Alrededor, le había pintado llamas con pintura fosforescente.
A simple vista tan solo era el bonito convento y los rosales. Para cuando apagó la luz y colocó la linterna ultravioleta las llamas se vieron, consumiendo el lugar, haciendo incluso alusión a la sangre que se derramó ese día.
Ray a su lado ladró y volvió a encender la luz.
— ¿Te gusta? —El perro volvió a ladrar una vez más. — Ya veo que sí.
Observó por la ventana y vio un buen día para salir, con el aire fresco y la tarde aún presente.
Le colocó una correa al perro y avisó a Moonbyul que saldría un rato.
Caminó por las calles de la ciudad, los automóviles avanzaban por la carretera, tuvo que esperar a un semáforo para que pudiera continuar.
Su mente divagaba tranquila, observaba todo y ciertamente le parecía hermoso, veía a niños jugar, a otros con su madre, parejas de enamorados mientras compartían un esquimal, ancianos que aún se tomaban de las manos y sonreían.
Pero detrás de aquel telón también había tristeza.
Así también habían niños que vagabundeaban con harapos, que celaban la comida de los demás. Habían mujeres que terminaban con corazones rotos, ancianos que estaban a nada de la muerte.
Había desdicha y así entendía porqué todo debía de perecer.
Se dirigió al parque, logrando encontrar una banca frente a una gran mansión con grandes portones.
De hecho, aquella mansión era suya.
Las monjas decían que sería un regalo de bodas, para cuando consumiera matrimonio con la persona que estaba destinada a ella.
También parecía que ellas no escatimaron en gastos, muy a menudo escuchaba a la gente hablar y preguntarse sobre el dueño de tremendo casón.
Ella tan solo reía.
Acarició el hocico de Ray y le rascó las orejas.
— ¿Tú crees que pronto le conoceré? — Mina soltó una risa apenas notable, suspirando ante sus pensamientos. Realmente parecía una adolescente embobada, esperando el día en el que su princesa apareciera ante ella y le entregara todo de sí. — Tendrás otra mamá, te alimentará y te querrá tanto como yo lo hago, Ray...
Moonbyul le había dicho que aquella casona se le daría cuando contrajera matrimonio, sería un buen hogar para la pareja y para sus hijos.
Esa idea le emocionaba.
Tener pequeñas réplicas de ella y de su amada le hacía querer saltar de la emoción. Estaba segura de que serían pequeños hermosos, o pequeñas hermosas.
Verles crecer y maravillarse con el mundo, tener a alguien para abrazar por las noches y saludar de beso por las mañanas.
Mina anhelaba conocer a su futura esposa, anhelaba tener a quién amar.
𓄹 ⭒ ࣪ ˖ 𑑛 ☆
Im Nayeon había visto pasar las estaciones en una familia cristiana a las afueras de Riverside.
Hijo único del matrimonio formado por Im Hyunsik y Im Yoona. El hombre, un pastor que manejaba una iglesia Cristiana junto a su esposa, trabajando por las mañanas como empresario en el despacho del señor Choi. Reconocido por ser un hombre honesto y leal, además de amistoso y amable.
La mujer trabajaba en una escuela como cocinera del comedor, con una sonrisa siempre en el rostro, que los niños amaban.
Con tan solo verle era casi imposible no llevarse bien con la mayor, era bondadosa y divertida, siempre ayudando a los demás y siendo caritativa.
Los sábados por las mañanas preparaban un comedor cerca del Museo metropolitano, alimentaban a cualquiera que se les acercara; niños, adultos y mayores que padecían hambre en las calles.
Todos les tenían cariño y les querían.
Oh, y la dulce Nayeon.
Era tan sonriente como su madre e inteligente como el padre.
Con una piel besada por los rayos del sol que llegaban a envidiarle, un cuerpo delgado y pequeño pero muy bien desarrollado. Con excelentes calificaciones en la escuela y devota a Dios.
Le encantaba ir al hogar de los demás jóvenes y pasar las tardes allí, donde después tomaban un curso que se les era dado especialmente a ellos para que su fé no cayera.
Nayeon creció feliz y no le faltó nada durante su niñez, agradecía todos los días por la maravillosa familia que le había tocado.
También oraba por las personas que sufrían allá fuera, y pedía perdón en nombre de los malhechores.
Tenía quince años entonces, cuando el invierno había acariciado su cumpleaños hacía tres meses atrás.
La había pasado genial, sus amigos habían asistido a su casa y habían reído entre todos.
Su madre le regaló una bufanda que ella utilizaba siempre que podía.
Las felicitaciones le llenaron y le hicieron sentirse querida.
En ese momento fue feliz, su aura llenaba de vida a quien fuese que le viera, cualquiera encontraría el descanso que buscaba en Nayeon.
Era de tarde cuando salía de la secundaria, caminaba feliz por las calles, atravesando las ráfagas de aire que se desataban contra ella.
La copa de los árboles parecían rugir a cada paso suyo, y cuando una nueva ventisca le arremetió su amigo Jimin apareció a su lado.
Con apenas cuatro centímetros más de altura que ella le acarició el cabello como si un padre fuese.
Conociéndose en la escuela preescolar y estudiando juntos desde entonces. A donde Nayeon iba él le seguía. Y bien decían algunos que parecían uña y mugre.
Aunque también se preguntaban quién era la uña y quién era la mugre.
— Hey, Nay — saludó él.
— Minnie, me has dado un susto— se quejó—, deberías de haberme gritado para que te esperara.
— ¡Lo hice! —chilló él en protesta. — Pero no me escuchaste, ¿En qué pensabas? — una sonrisa pícara se dibujó en su rostro, meneó el cabello negro y corto.
— Huh, no pensaba en nada, debiste de gritar más fuerte.
— Casi me desgarro la garganta y tú quieres que te grite más fuerte, dime, Naaaaay, ¿Estabas pensando en un chico lindo? ¡No le diré a tus padres!
La menor se sonrojó un poco, sus mejillas se incendiaron en un bonito color carmesí y trató de librarse del brazo de su amigo que le rodeaba.
— Vamos, no pensaba en nadie, solo venía un poco distraída.
— No te creo para nada — el chico avanzó unos pasos más allá de ella, caminando por enfrente y con la cabeza en alto. Tenía un tierno puchero y los brazos cruzados.
Nayeon rió por lo infantil que estaba siendo, sabía que Jimin era un poquitín metido y chismoso, también se enojaba fácilmente.
Y aquello era lo que les hacía tan inseparables, sus actitudes contrastaban y muchos incluso aseguraban que harían una linda pareja.
Pero ambos se querían tanto, mas no de forma romántica, ni siquiera se veían a ellos mismos siendo cursis.
Jimin era aquel que vestía con colores extravagantes, tenía un estilo indie que atraía la atención de muchos, era rudo y se comportaba como un padre con su amiga.
Por eso mismo, Nayeon también sabía como le podía hacer olvidar aquel tema y de paso, hacer que ya no estuviera molesto.
—¿Si te invito a mi casa para ver pelis y comemos pizza, me creerías? — Jimin se giró casi inmediatamente, con una gran sonrisa y abrazando a la menor.
— ¿Podemos comprar dos pizzas y que una sea de Champiñones?
— Sabes que mamá te trata como a un segundo hijo, así que sí.
— Entonces te creo.
Ambos se dirigieron a la casa de la castaña, en el camino compraron algunos dulces y galletas, también se llevaron consigo unas palomitas y un refresco de Cola.
Las pizzas serían encargadas desde el hogar y se concentrarían en terminar su serie favorita.
Oh, sí, volver a ver Good Omens era el mismo paraíso para ambos.
Pronto llegaron a la mediana casa color crema y fueron recibidos por Yoona, quien les preguntó por su día y ayudó a acomodar las frituras para que pudieran comerlas cómodos.
— ¡Recuerden hacer su tarea! — había gritado ella cuando subieron por las escaleras.
Jimin era parte de la familia, si bien sabían que su lazo no era de sangre le apreciaban demasiado y le estimaban.
Ambas familias congeniaban demasiado bien, incluso salían una vez por mes con ambos hijos para divertirse.
Así pues, no era la primera vez que el pelinegro se quedaba en la casa de la familia Im, conocía el cuarto de Nayeon como la palma de su mano.
Jimin era el hermano que nunca tuvo.
— ¿Podremos hacer la tarea por la noche? Primero quiero ver la serie, Nay.
— Después por la noche te quejas de que tienes sueño y te da flojera terminarla, recuerda que la última vez no entregaste el trabajo de la profesora Min.
El pelinegro se quejó y de dejó caer en la cama boca abajo, juntó las palmas de sus manos e hizo un puchero.
— Naaaaay, porfis, porfis, te prometo que no me quejaré y haré toda mi tarea, ¿Sí? ¡Lo prometo por la garrita!
Nayeon se lo pensó un poco, aunque no tardó y tan solo rió por la expresión de su amigo.
A decir verdad, era un poco débil, más cuando su amigo le manipulaba de esas formas para obtener lo que él quería.
Por la noche le pintaría el rostro.
Sip, y ahí tenía su plan maestro de venganza.
— Está bien, pero si no cumples no dejaré que te quedes en mi casa otra vez.
— Sí, sí, ¡Lo prometo! Eres la mejor, ¿Sabías?
— Obvio, nadie es mejor que yo.
Ambos rieron y mientras se acomodaban en la cama encargaron las pizzas y reprodujeron la serie en la pantalla de la habitación.
Poco después de media hora las pizzas llegaron y Jimin se alegró al no tener que pagar.
Las horas pasaron y pasaron, la serie les tenía picados y no se habían levantado para nada.
Incluso Jimin tuvo que aguantarse las ganas de ir al baño por no querer despejarse de la serie.
Para la mitad del cuarto capítulo ya se habían quedado sin dulces y frituras, tan solo quedaba una rebanada de pizza que Nayeon ganó y el mayor se quejó.
— ¿No me puedes dar siquiera las orillas?
— Nop, es todita mía.
Jimin lloriqueó y frunció el ceño, ¡Él tan solo quería las orillas! Pero Nayeon boba no le quería compartir.
Y antes de que siguiera quejándose en su mente, la mitad de la rebanada de pizza se posó delante de su vista y la tomó rápidamente, lanzó un ¡Yey! Y besó la mejilla de su amiga.
Tan pronto como terminó el pedazo de pizza ambos percibieron un par de ruidos y voces en la planta baja.
Nayeon pausó la pantalla y se asomó por el pasillo junto a su amiga.
Parecían escuchar pequeños gritos y gemidos de dolor, un escalofrío les recorrió la espina dorsal mientras se escondían en las rendijas de las escaleras.
— Nay, ¿Qué sucede? — susurró el mayor. Se apegó más al cuerpo de la menor y ambos guardaron silencio para espiar.
Si su mamá le viese le daría una pequeña regañiza.
Las escaleras daban directamente a la sala, la pared llevaba hacia atrás a la cocina y entre la muchedumbre que pronto había en su hogar Nayeon logró captar a sus padres.
Estaban los hermanos de la iglesia, la hermana Jung junto a su esposo y los Im junto a los Choi también hacían acto de presencia.
En el centro había una muchacha de vestido amarillo con flores blancas, tenía el cabello castaño pero desordenado.
Era sujetada por los brazos y su madre, Yoona, le untaba aceite en la frente.
Todos le rodeaban y escuchó las oraciones que salían de sus labios.
No era la primera vez que Nayeon veía algo así; sus padres eran pastores y muy a menudo personas asistían a ellos con las esperanzas de que les ayudasen.
Incluso recuerda la vez en la que una madre vino a su casa con niña en brazos, quejándose de la actitud grosera y casi diabólica que ella juraba veía en la pequeña.
— Oye, Nay, la están exorcizando, ¿No?
— No sería la palabra que yo utilizaría, pero..., sí, creo que se le ha metido algún demonio y oran para traerla de vuelta y que vuelva hacia el camino de Dios.
Ambos siguieron mirando un poco más de tiempo, la muchacha se oponía y los demás le sujetaban. Sus cabellos casi estaban bañados en aceite y Nayeon podía escuchar los gritos de la fémina.
— ¿Sabes? — llamó Jimin a su lado, dirigiéndose apenas una pequeña mirada.— Admiro a tu papás, ellos hacen esto para mejorar la vida de las personas, les ayudan a seguir el camino de Dios, tal y como dices.
Nayeon no dijo nada.
Tan solo observó en la penumbra de las escaleras, sus ojos conectaron en una ocasión con la muchacha de vestido amarillo. Vio el brillo en estos y ella los enlazó a la posesión del demonio, que según, estaba dentro de ella.
Un pequeño aire frío le atravesó el cuerpo en cuanto todos terminaron, con la castaña desmayada y sus padres terminando sus oraciones.
Cuando era pequeña su mamá le decía que nunca tenía que tener miedo cuando algo así estuviera frente a ella, su madre le decía que los demonios aprovecharían ese momento y tomarían posesión de ella.
Y oh, cuán ilusa era.
El único demonio que le poseería en cuerpo y alma estaba a kilómetros de ella, mientras imaginaba una vida a su lado.
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