[5] Pérdida y desecho.

Pasé muchísimos años arrancando las blancas plumas de mis jóvenes alas, una por una, para regalárselas a pobres almas con pena que apreciaba; lo hice voluntariamente hasta quedarme sin nada. De todas esas importantes personas, ninguna volteó ni soltó palabra alguna cuando finalmente partieron su vuelo, en lo alto. Quedé abajo, viendolas emerger, seguir diferentes caminos y avanzar, subir. Allá arriba todo era cálida luz, sin embargo, aquí abajo, todo es oscuridad. Una triste, fría y cruel oscuridad. La realidad. Me di cuenta de todo al mirar a mi desolado alrededor. Quedé abandonada en aquel contaminado y sombrío sitio el cual absorbió por tanto tiempo todo el agudo dolor de esos ángeles caídos, sin siquiera tener como consuelo mi siempre aclamada y atrayente habilidad de reparar almas rotas, porque ya no podía ejecutar ese talento. Ya no me quedaban más plumas.

Ya no tenía alas.




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