1.03

—capítulo tres: Instintos paternales

──・──・・✧ ・・──・──

Al llegar a su sala común Irina tenía las mejillas algo rosadas y se sentía extrañamente feliz.

Cuidado de Criaturas Mágicas se había vuelto... aburrido. Dos días después del «incidente» de Malfoy tuvieron la oportunidad de ver y estudiar a los hipogrifos. Eran criaturas fascinantes: tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era de un color acero y los ojos naranja brillante.

Su clase no fue tan emocionante como la de Gryffindor y Slytherin todo por culpa de Malfoy. Según se sabía, Harry había montado y volado en el hipogrifo. Y ahora... estaban estudiando a los gusarajos.

Hagrid había perdido la chispa con la que Irina lo había visto en el banquete de bienvenida.

Clase tras clase se la pasaban observando y cuidando a esas criaturas. A Irina le causaba un asco enorme tener que empujar tiras de lechuga con el dedo en las gargantas de los gusarajos.

Regresando al castillo luego de una particular fresca tarde luego de Cuidado de Criaturas Mágicas, Irina escuchó el pasto crujir bajo los pies de alguien que se acercaba corriendo a ella.

—¡Irina! —dijo Ernie algo agitado al llegar junto a ella y Sarah—. ¿Te enteraste?

—¿Sobre qué?

—A Lavender Brown le llegó una carta diciendo que su conejo había muerto.

Irina tenía unas inmensas ganas de preguntarle por qué a ella le importaría eso pero en cambio dijo:

—Qué lástima pero... ¿Por qué me lo dices?

—¡Hoy es dieciséis de octubre! ¿No recuerdas lo que la profesora Trelawney le dijo?

Irina abrió los ojos. Le había dicho que aquello que temía ocurriría el dieciséis de octubre.

—Pero... pudo ser una coincidencia ¿verdad? —en realidad, intentaba convencerse a sí misma de eso. Ernie se encogió de hombros.

Irina estuvo pensando en aquello durante unos días pero no le contó a nadie sobre su preocupación. Los días pasaban e Irina podía llamar a Hermione, Ron y Harry «amigos», más que nada por las clases de Adivinación en dónde debían estar algunas tardes en la biblioteca juntos por trabajos que la profesora Trelawney les encargaba.

Y hablando de la profesora de Adivinación, Irina estaba harta de cada vez que miraba a la mujer ésta la observaba con los ojos llorosos.

Halloween llegó y junto a ello la primera salida al pueblo de Hogsmeade. En la sala común de Hufflepuff se respiraba un aire de emoción por parte de los alumnos de tercero, el clima estaba helado pero eso no los amedrentó.

—¡Debemos probar la cerveza de manteca! —decía Sarah mientras se acomodaba el cabello rubio tras las orejas.

—Tienes razón —Irina no estaba tan emocionada por eso, nunca las había probado y muchos decían que eran deliciosas pero no le llamaban tanto la atención.

Cuando comenzaron a caminar rumbo al pueblo el viento helado los golpeó en el resto. A Irina le dolían las manos y mejillas. Al llegar entraron a la primer tienda que vieron y resultó ser HoneyDukes, la mejor y más conocida tienda de dulces de todo el mundo mágico.

Luego de unas horas, cuando ella y sus amigos habían hecho sus compras decidieron hacer una parada y descansar en Las Tres Escobas, la principal taberna de Hogsmeade.

—Esto está lleno —se quejó Alex cuando la pesada puerta de roble se cerró tras ellos.

La taberna estaba a estallar de magos y brujas. Había tanta gente que el calor se transformó en algo insoportable, Irina comenzó a sacarse la bufanda y su grueso abrigo mientras se abrían paso entre la gente esperando encontrar una mesa.

—¡Ahí! —Sarah señaló una mesa al lado de las ventanas donde dos magos dejaban la propina y se paraban de sus asientos.

Al llegar a la mesa Sarah tiró las bolsas de sus compras e Irina cerró los ojos por el impacto esperando a que sus chocolates no se hayan roto.

—Listo —dijo la rubia al sentarse.

—Dudo que nos vean desde aquí con toda la gente —observó Alex—. Iré a pedir las cervezas de manteca ¿O alguno quiere otra cosa?

—No, no, ve —Steve juntó los galeones de los tres y se los tendió a Alex.

El chico se perdió entre la multitud e Irina se permitió pasar la vista por todo el lugar. Habían algunos de Hogwarts de todas las casas a partir de tercer año, incluso se encontró a Hermione y Ron sentados en una mesa sin rastros de Harry ¿Dónde estaba? ¿Había decidido quedarse en el castillo?

Minutos después Irina decidió retractarse de lo dicho sobre la cerveza de manteca, tal vez la había juzgado mal y si terminó siendo tan sabrosa como decían.

Cuando fue hora de regresar al castillo Irina cargaba tres bolsas: una llena de dulces; otra con algunas cosas de aseo personal y la última con unos accesorios que le habían gustado.

A la hora de la cena, al Gran Comedor lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos revoloteaban y muchas serpentinas de color naraja vivo colgaban del techo.

La comida estaba exquisita. Irina que en su vida había comido tantos dulces como esa tarde, no se hizo de rogar a la hora de repetirse; Remus por su parte parecía más alegre y sano que nunca. Le alegraba mucho el poder ver de esa manera a su padrino, ningún otro trabajo lo había hecho tan feliz como éste.

El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

Irina y Sarah no tardaron en dirigirse a la sala común de Hufflepuff, particularmente Irina estaba muy cansada, era como si le hubieran pegado con un gran mazo de sueño.

Quisieron no tomar el atajo que los llevaría más rápido, decidieron caminar por los pasillos para asi tambien admirar el resto de la decoración del castillo. Sin embargo, todos los alumnos de Hufflepuff pudieron notar cierta tensión y expresión de miedo en las personas de los cuadros ¿Había ocurrido algo en la cena?

—¡Estuvo aquí, en el castillo! —susurró un cuadro.

—Eso es lo que Peeves dice, ¿le creerías a él?

—¡Aún no encuentran a la Dama Gorda! —decía otro.

—Pobrecita... si es cierto lo que dicen, yo también hubiera huido despavorida.

—Dicen que se enojó porque no lo dejó pasar y la atacó...

—¿Alguien quiso entrar a la sala común de Gryffindor? —preguntó Ernie a Irina y Sarah.

—Eso parece —contestó la rubia—, pero ¿quién?

—¡Uno de los cuadros dice que también quiso entrar a nuestra sala común! —añadió Hannah uniéndose a la conversación—, dice que estuvo merodeando los alrededores e intentó tocar los barriles.

Ahora Irina si estaba asustada.

—Pero, ¿quién? —preguntó finalmente Irina.

La respuesta no tardó en llegar y, a decir verdad, Irina deseaba que nunca lo hubiera hecho.

Sirius Black había intentado entrar a la sala común de Hufflepuff, y al fallar en el intento, cambió su destino a la sala común de Gryffindor. 

Diez minutos después de entrar a la sala común, Irina estaba por acostarse a dormir cuando Cedric Diggory y Claire Curthy, los prefectos, tocaron la puerta de su habitación para de una manera muy suave explicarle que fue su tan amado y querido padre quien quiso irrumpir en ambas salas comunes.

—Esto no es tu culpa, no sientas que esto es tu responsabilidad —le decía Cedric mientras Claire organizaba el resto de los estudiantes para que se dirigieran al Gran Comedor—. Ahora iremos a dormir al Gran Comedor para poder tener a todos concentrados en un solo lugar y tener una mejor vigilancia.

Irina asintió con la cabeza, agradecía mucho las palabras de Cedric pero eso no disminuía el horrible sentimiento de angustia y culpabilidad que sentía. Después de todo era su padre quien había hecho todo eso y ella portaba su apellido.

Con el pijama y su varita en la mano Irina fue junto a sus amigos al Gran Comedor donde ya se encontraba toda la casa de Gryffindor y, como no, ellos ya sabían que Sirius Black había intentado entrar por lo que las miradas sobre ella no faltaron ni se hicieron esperar. Pocos minutos después los de Slytherin y Ravenclaw también aparecieron.

—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por su propia seguridad, deberán pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Quiero que me comuniquen cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—. Avísenme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitarán…

Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las
paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con
cientos de mullidos sacos de dormir rojos.

—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.

Esa iba a ser una larga noche.

[...]

Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido. Lo había intentado hacer entre susurros para que Irina no escuchara pero falló, resulta que nadie hablaba cuando una planta te podía sacar los dedos.

Tampoco faltaban los míseros idiotas que decían que fue Irina quien ayudó a Sirius a entrar. Particularmente, Zacharias Smith, un compañero de casa, insistía demasiado respecto a ese tema.

—Zacharias si vuelvo a oír una vez más que insinúas que ayude a mi padre a entrar al castillo, juro por Merlín que te voy a hechizar de la peor forma posible —amenazó Irina, una tarde en la sala común cuando el chico rubio estaba especulando con sus amigos.

—¿Ah sí? —desafió. Y tuvo que irse corriendo a la enfermería ante una maldición que le hacía crecer pelo de todos lados.

Por suerte nadie más —o al menos no era lo suficientemente tonto para hacerlo frente a ella— sugirió que Sirius había recibido ayuda de Irina, principalmente porque si sabes un mínimo sobre lo que hizo Sirius es obvio que no recibiría ayuda de su hija.

Por otra parte Irina iba siempre, a todos lados, acompañada por los profesores, Cedric o Claire. Y no sólo ella, también Harry Potter.

—¿No es un poco incómodo? Digo, es como si tuvieras guardaespaldas o algo —le preguntó en susurros Steve una tarde que estaban en la biblioteca haciendo tareas.

—Un poco, pero lo hacen para cuidarme. De igual manera dudo que Sirius vuelva a aparecer por aquí.

El próximo partido de quidditch iba a ser entre Gryffindor y Slytherin, Irina tenía pensado no asistir hasta que bueno, Slytherin reportó a su capitán incapaz de jugar por una lesión en el brazo y Harry le insistió para que vaya.

—¡Jugamos contra ustedes! —le dijo Harry, intentando de convencerla.

—¿Qué? Pero si nuestro primer partido es contra Ravenclaw y es dentro de dos viernes.

Harry negó con la cabeza.

—No, por eso te dije que Slytherin no jugará, se corrieron todas las tablas.

Maldita sea.

—Está bien, iré —Harry asintió con la cabeza, tal vez un poco feliz—, pero no esperes que aliente contra Gryffindor.

Harry levantó las manos en señal de inocencia.

—Jamás insinué eso.

El día del partido Irina se despertó con el sonido de un trueno y furiosas gotas golpeando contra las ventanas. Al principio estaba feliz, le gustaba cuando llovía ya que el ruido la relajaba hasta que se acordó del partido, maldijo a Harry Potter y el hacerle prometer que iría.

—Tranquila —le decía Sarah mientras desayunaban en el Gran Comedor. El techo estaba de un fuerte color gris—, es solo un poquito de lluvia.

Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos. Por suerte, el año pasado, con sus amigos habían aprendido a hacer un paraguas con su varita.

—¿Realmente es necesario que veamos el partido? —se quejaba Alex.

—¡Por supuesto que sí! —dijo Steve entusiasmado—. ¿Cómo le vas a tener miedo a un par de gotas?

Justo en ese momento un gran trueno retumbó en todos lados.

La señora Hooch hizo sonar el silbato y todos los jugadores se elevaron en sus escobas dando comienzo al juego. No se veía nada, cada tanto se veía uno que otro jugador tapado por la lluvia pero no sabía identificar de qué casa era.

El público de Gryffindor rugió cuando éstos metieron un gol.

—¿A cuánto están? —gritó Irina a cualquiera de sus amigos.

—¡Cincuenta a cero! —respondió Sarah intentando ver a través de la lluvia.

—¡Maldita sea!

La señora Hooch interrumpió el partido unos minutos para luego reanudarse. Hufflepuff metió unos goles y Gryffindor otros; Irina gritó de felicidad cuando Cedric Diggory comenzó a ir a toda velocidad detrás de la snitch dorada. Al igual que Harry, era buscador.

Cedric consiguió atrapar la snitch dorada dejando a Hufflepuff con trescientos veinte puntos a la cabeza. Irina estaba extasiada por la victoria hasta que el público soltó un gritó de asombro al ver a Harry cayendo de su escoba a veinte metros del suelo.

Irina ahogó un grito tapándose la boca y, al mirar hacia arriba, dos dementores estaban sobre el campo de juego.

Harry cayó sobre el césped en un golpe seco e Irina le rogó a todos los dioses que no estuviera muerto.

—¿Él… él? —preguntó Sarah con un hilo de voz.

—¡No! —espetó Alex también horrorizado— el sueño está blandisimo por la lluvia y ¡Mira! Creo que ni siquiera se rompió las gafas.

—Además está Dumbledore ahí abajo —señaló Steve. El director agitó la varita y una figura plateada salió de la punta espantando a los dementores. Era un patronus—. Seguro redujo la velocidad de la caída.

Pasaban muchas cosas a la vez. Mientras asistían a Harry para subirlo a una camilla que Dumbledore había hecho aparecer, Cedric discutía con la profesora Hooch y Oliver Wood de repetir el partido.

Minutos después, cuando se llevaron a Harry, el campo de quidditch comenzó a ser vaciado.

—Ya vengo, iré a ver cómo está Harry —les avisó Irina a sus amigos que asintieron en respuesta.

¿Estará bien? Dumbledore redujo la fuerza e impacto de su caída pero no quita que se pudo haber hecho daño, además ¿Se habrá roto su escoba?

En la enfermería ya estaba todo el equipo de quidditch de Gryffindor, lleno de barro,  además de Ron y Hermione que parecían recién salidos de la ducha rodeando la cama.

—Hola —murmuró Irina colocándose al lado de sus amigos—. ¿Cómo está?

—Aún no despierta, tuvo suerte que el sueño estaba blando —contestó Ron.

—Con mis amigos pensamos que se había matado.

—Yo igual —contestó una chica de cabello castaño del equipo. Irina cree que se llama Alicia.

—¡Pero si ni siquiera se ha roto las gafas! —dijo uno de los hermanos de Ron, no sabe si Fred o George.

Mientras ellos hablaban Irina notó en el suelo, a sus pies, un gran bulto de color negro.

—¿Qué es eso? —le susurró Irina a Hermione quién hizo una mueca de dolor antes de contestarle.

—La escoba de Harry…

—Oh…

Harry abrió los ojos de repente.

—¡Harry! —exclamó uno de los gemelos—. ¿Cómo te encuentras?

Harry frunció el entrecejo intentando hacer memoria.

—¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás ahogaron un grito.

Por Merlín este chico.

—Te caíste —explicó Fred—. Debieron de ser... ¿cuántos? ¿Veinte metros?

—Creímos que te habías matado —dijo Alicia, temblando.

Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos.

—Pero el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?

Nadie respondió. Un denso silencio había caído.

—¿No habremos... perdido?

Irina dirigió su vista a cualquier otra cosa que no sea Harry. Mal momento para ser de Hufflepuff.

—Diggory atrapó la snitch —respondió el otro gemelo— cuando estabas cayendo. No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso Wood lo ha admitido.

—¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.

—Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.

Irina torció la boca, en otro momento se habría reído del comentario.

Harry se acercó la cara a las rodillas y se tomó el pelo con las manos totalmente derrotado.

Mientras el equipo de quidditch lo consolaba comenzaron a especular con cuántos puntos el resto de equipos debía perder o ganar para que Gryffindor se pudiera acercar a la victoria de la copa.

Finalmente la señora Pomfrey les avisó que debían abandonar la enfermería por qué la hora de visita había concluido. El equipo de quidditch salió dejando a los cuatro chicos solos.

—Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—. Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y entonces se redujo la velocidad de tu caída. Luego apuntó a los dementores con la varita y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio... Le puso furioso que hubieran entrado en el campo... lo oímos…

—Entonces te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó al colegio flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas…

Su voz se apagó y un ambiente denso se había instalado. Todos habían pensado lo peor. Harry levantó la vista y, al ver sus rostros de preocupación decidió preguntar algo, quizás peor.

—¿Recogió alguien la Nimbus?

Irina, Hermione y Ron se miraron entre si.

—Eh… —comenzó Irina.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—Bueno, cuando te caíste... se la llevó el viento —dijo Hermione con voz vacilante.

—¿Y?

—Y chocó... chocó... contra el sauce boxeador.

Irina vio como Harry se teñía en preocupación y tal vez, dolor. El sauce boxeador era un sauce muy violento que estaba solo en mitad del terreno del colegio.

—¿Y? —preguntó, temiendo la respuesta.

—Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen.

—El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento —explicó Hermione en voz muy baja.

Irina se agachó lentamente y subió con la bolsa de color negro llena de ramitas y astillas que en algún momento había sido la Nimbus 2000.

La expresión de Harry era de puro dolor y desconcierto. No pudieron quedarse más tiempo ya que la señora Pomfrey los estaba echando.

—Nos vemos mañana, Harry, descansa —se despidió Irina antes de seguir a Hermione y Ron fuera de la enfermería.

──・──・・✧ ・・──・──

HOLAA volví sjjdskjd

La facultad me está consumiendo y esa es la razón por la que no he subido ningún capítulo. Los exámenes me están matando.

(Sin editar)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top