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La paz que Gerard había conseguido con los tres niños y ningún ruido molesto se había esfumado. Tenía un montón de peluches alrededor y un listón en la cabeza con la intensión de ser un moño.
El sol que entraba através de la ventana le daba en gran parte de el cuerpo, lo que le hacía tener ganas de dormir, pero aún así se esforzaba para responder cada frase incoherente que decían los menores.
Un grito se escuchó desde la sala, seguido por el característico sonido de el vidrio rompiendose, supuso que sería la taza donde había estado tomando el café.
Pudo entender un "callate" pero podría haber pasado por un gruñido. El pelirrojo se levantó rápidamente de su lugar y le dijo a los tres pequeños que se quedaran ahí y no prestaran atención a los ruidos.
Salió de la habitación y dió los cortos pasos que lo separaban de los otros dos adultos, realmente pensó que iban a comportarse seriamente, sin gritos, ni peleas. Al parecer estaba equivocado.
Frank era el que había arrojado su taza hacia el piso, estaba cubriendose el rostro con ambas manos. Jamia seguía en el mismo lugar de antes, llorando como si no hubiera un mañana.
—¿F-Frank?—Preguntó con duda, el nombrado se puso de pie y corrió a los brazos de el mayor, quien lo recibió intrigado de todo lo que tenía que haber pasado para que terminaran así.
Después de un momento se percató de que aún tenía el moño en su cabeza y se lo sacó rápidamente, pensaba que eso le hacía perder la seriedad al asunto.
El castaño también estaba llorando, parecía un niño que se había lastimado las rodillas al tropezarse.
—¡Frank!, podemos arreglarlo—La castaña limpió sus lágrimas con su suéter. El tatuado continuaba ocultandose en el pecho de su novio, negando, mientras el sonido de su respiración entrecortada volvía poco a poco a la normalidad.
—Jamia, quiero que te vayas, yo voy a hablar con Linda, no te preocupes—La castaña levantó su mirada para encontrarse con la avellana, sus ojos no transmitían nada más de lo que sus labios habían expresado.
La mujer se levantó de su lugar y caminó hacia la habitación donde sus hijas se encontraban.
—Jamia, ¿por qué no las dejas?, sería mejor que tomaras aire y luego las buscaras, ellas estan jugando, te prometo que voy a cuidarlas—Habló el mayor, Frank no opinó nada al respecto y la mujer sólo asintió agradeciendo, mencionando que las buscaría cuando se sintiera mejor.
La puerta de salida fue abierta y luego cerrada por la castaña. Sin hacerse de rogar, Frank comenzó a contarle a Gerard todo lo que habían hablado.
Se sentaron en el sofá, el menor estaba en el regazo de el teñido, siendo acunado como un niño pequeño.
—¿Alguna vez te conté que mi madre nunca quiso a
Jamia?—Luego de hacer esa pregunta, el castaño no esperó respuesta y comenzó contar todo lo ocurrido.—Cuando ella quedó embarazada siempre se quedaba en mi casa, o sea la casa de mi madre, porque yo no quería que esté sola. Entonces, la mayoría de el tiempo se quedaba con mi madre mientras yo iba a trabajar. Y Jamia dice que siempre la insultaba, que constantemente la hoztigaba, que cuando Miles ya había nacido le decía que se vaya, que ya no servía para nada y por esa razón ella prefería no estar en la casa. No salía con sus amigas, sólo se iba a la casa de sus padres porque no deseaba ver a Linda—Frank limpió sus lágrimas de nuevo, para luego continuar con la historia.—Linda fue la primera que supo sobre las niñas, ¡ella sabía que yo iba a tener otras hijas!, entonces empezó a inventar que yo la estaba engañando, que cuando ella estaba de sus padres yo llevaba otras mujeres a la casa. Por eso quiso irse, sin decirme nada, soy el único idiota que se enteró al final...¡después de tres años!, todo este tiempo estuve confiando en ella. Y Jamia nunca me dijo nada, nunca pude darme cuenta.
Al finalizar su explicación se había quedado sin aire, miraba los ojos esmeralda de el pelirrojo buscando una respuesta que, por supuesto, no encontraría.
—Tenes que hablar con Linda, seguramente se van a aclarar todas tus dudas.
—¿Sabes que es lo peor?, que todo este tiempo me estuve martirizando con la idea de que la culpa había sido mía. Y trataba de desquitarme echandole la culpa a Jamia, cuando ella fue la que se llevó la peor parte, la que estuvo con dos niñas a cargo y nunca me lo dijo, gracias a Linda. No tuve la oportunidad de verlas nacer, ni de oír sus primeras palabras, nada.
Gerard comprendía lo doloroso que podía llegar a ser el peso que significaba todo eso en su vida, porque no sólo era recibir a las niñas, cosa que le causaba felicidad, sino que había un montón de momentos que nunca supo que existieron.
—Voy a ir a hablar con ella.
—Primero deberías dejar que las cosas se calmen un poco, no veo neces...
—Voy a hacer lo que yo quiera—Estaba siendo un grosero pero a el pelirrojo eso no le importaba, tenía miedo de que diga cosas de las que después se arrepentiría.
—¿Estás seguro?—El castaño asintió y el contrario no tuvo más remedio que dejarlo irse, dejándolo a cargo de los tres niños en la habitación.
Sin nada más qué hacer además de esperar, se dirigió a el cuarto para seguir entreteniendo a los menores.
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