I.-

La habitación estaba hecha un desastre; las copas en las que habían brindado hacía unas horas  yacían fragmentadas a sus pies, a la espera de desgarrar la carne de sus talones. Decenas de colillas se esparcían por la alfombra, que ya no volvería a ser azul pastel, sino que ahora tendría nubes grisáceas de cenizas desperdigadas por toda su forma, manchas que no saldrían fácilmente, oscuras como las marcas de sus besos en su piel trigueña.

En la cama, las sábanas estaban revueltas, quizá todavía tibias tras su apasionado encuentro, pero el olor del ambiente ya no era erótico, en su lugar el penetrante aroma del cigarrillo inundaba hasta el más pequeño hueco. Otro adorno salió volando y se estrelló contra la pared, errando el objetivo, había apuntado al cuerpo grande y  moreno que, lejos de él, batallaba por ponerse los pantalones, había recibido una llamada  importante y para su desgracia, el de la cicatriz había escuchado todo.

—¡Hijo de puta!.— Gritó Iruka por primera vez en la velada. Aún estaba sudoroso por la faena interrumpida, pero las nuevas gotas que emergían de su frente no tenían nada que ver con la pasión reciente, eran de furia. —¿Cuándo planeabas decírmelo, eh? ¿Cuando empezara a preguntarme por qué otra vez ya no me visitas entre semana? — Arrojó un florero ésta vez, justo al lado de su amante. De nuevo falló, pero los pedazos salieron volando con tanta rapidez que uno rasgó la mejilla ajena. Y ésa fue la gota que derramó el vaso de su paciencia. Asuma escupió el cigarro que quemaba entre sus labios y fue directo al castaño, tomándole por las muñecas inmediatamente, mientra éste sólo se revolvía agitado, gritándole que era un desgraciado. Hijo de puta, hijo de puta y que ojalá nunca hubiese regresado a su vida. ¡¿Por qué me haces ésto?! ¡Maldito seas!

—¡Basta, Iruka! — El menudo cuerpo continuó pataleando, exigiendo ser liberado, pero el de la barba apretó mas su agarre.

—¡Basta tú, Asuma!— Chilló el de cabello largo, levantando sus ojos humedecidos al otro, tragando con dificultad la última onza que le quedaba de dignidad. —¡Dijiste que estarías conmigo, que todo sería diferente! ¡Que sólo tenía que ser paciente y esperar un par de meses más! ¿Cuántos? ¡¿Otros nueve?! — Aprovechó que Asuma le soltó un momento y rápidamente le estrelló el puño en la cara, haciéndole trastabillar unos segundos, pero enseguida volvió a retenerlo.— ¡Suéltame, infeliz mentiroso! ¡Cobarde!— Gruñó al borde del llanto, pero no, no le daría también ese gusto. — ¡Lárgate! ¡Lárgate y déjame solo! ¡Vete con ella! ¡Debes amarla mucho si estuviste dispuesto a hacerle otro puto mocoso!— Al instante fue callado por el segundo puñetazo de la noche; le dolió intensamente, y fue el detonante final de sus lágrimas, que bajaron calientes y pesadas por sus mejillas morenas.

—¡Cállate! — Bramó el más alto, estrellando el cuerpo de Iruka contra la pared más cercana. —¡No hables así de mis hijos, Iruka! ¡No tientes tu suerte! 

—¿Suerte? — Escupió burlón, su mejilla comenzaba a hincharse.— ¡Y una  mierda! ¡Suerte sería que desaparecieras de mi puta vida de una vez! ¡Pero eres como un parásito, alimentándote de mí y de lo que me queda de orgullo! Pues hoy ya no tengo nada, ¿Qué más quieres? 

— ¡Sólo estoy pidiéndote más tiempo!

—¡¿Más?! ¡Descarado hijo de puta! ¡Llevo esperándote casi tres años!— Intentó nuevamente sin resultados zafarse de su agarre, pero el moreno tenía los dedos engarfiados a sus muñecas. Iruka sintió que empezaban a dolerle.

—¡Un poco más!—Le soltó las muñecas para poder abrazarlo. — Sólo un poco más...— Susurró de pronto, acercando los labios a su cuello, exhalando la tensión sobre su húmeda piel. Al instante sintió temblar el delgado cuerpo de Iruka, apaciguando su cólera. Iruka suspiró con el ceño fruncido, desviando la mirada. Odiaba esos instantes en que la voz de Asuma se suavizaba así, cuando le susurraba al oído con esa voz tan profunda que le tenía tan loco.

»Te juro que no estaba en mis planes ésto del bebé. —El cuerpo ajeno se endureció de nuevo, más Iruka ésta vez no dijo nada, se limitó a escucharle sin mirarlo a la cara. — Pero debo hacerme responsable de él como lo soy con los otros dos, lo sabes, ¿no es así? — Tomó el precioso rostro del Iruka entre sus manos y le hizo mirarle. Le besó la mejilla, ahí donde había estampado su puño minutos atrás. —¿Sabes que quiero estar sólo contigo, no?— Otro beso. —¿Y tú quieres estar conmigo, verdad? Juntos en ésta casita, haciendo el amor todos los días, como hoy.— Ésta vez le besó los labios, lamiéndolos también. — Sabes que te amo, ¿no es cierto?— Bajo suyo, el cuerpo de Iruka tembló como la cuerda de una guitarra y se dejó hacer, cerrando los brazos alrededor de su cuello con abandono, abriendo la boca y recibiendo su lengua experta.

Por supuesto que lo sabía. Asuma se lo repetía cada que discutían y él decidía que había tenido suficiente, cada que le gritaba que se iría para siempre de su vida. Y también sabía que la mitad de ésas palabras eran mentira. Que no tenía la mínima intención de dejar a la mujer con la que, aunque no estaba casado, tenía una familia y solamente se lo decía para retenerlo a su lado. Y él, como un estúpido, seguía aceptando sus mentiras y la farsa que era su relación, porque tampoco podía ni quería separarse de su lado. Le amaba demasiado.

Sin separar sus labios todavía, Asuma le tomó de la mano y la guió a su propia entrepierna, haciéndole sobarla por encima del pantalón. Iruka ronroneó de gusto al sentirla nuevamente dura y grande bajo la tela, le dio un apretón y luego metió la mano por entre el cierre y el botón que habían quedado abiertos. Asuma suspiró excitado sobre su boca, mordiéndole con violencia el labio inferior y restregando su poderoso muslo contra la semi erección de Iruka, que despertó en su totalidad al sentir sus agresivas caricias.

El de la barba sonrió ladinamente en medio del beso y de un rápido movimiento volteó a Iruka contra la pared, apoyando su mejilla magullada contra ésta, y luego bajándole los pantalones de un brusco tirón, no por completo, solo lo suficiente para apreciar sus nalgas redondas y enrojecidas todavía por el round anterior, y dioses, ese anillo de músculos tan deliciosamente constringido que se asomaba tímidamente cada que le separaba los voluptuosos cachetes.

Sin importarle si Iruka estaba de acuerdo tiró de sus caderas hacia atrás y se sacó el miembro con urgencia, dándole palmaditas que tronaron sonoramente e hicieron a Iruka jadear con vicio, para luego hundirse cruelmente en sus entrañas. 

Iruka gimió escandalosamente, casi sonriendo  por el placer que le produjo sentirse tan violentamente invadido por la carne de Asuma, enloquecido cuando éste comenzó los embates contra su cuerpo y él quedó aplastado entre éste y la fría pared. Quiso sostenerse de algún lado pero no tuvo de dónde, por lo que solo pudo aferrarse a las manos de Asuma en sus caderas, encendiéndolo más al verlo tan rendido ante el placer que le daba. 

Sobre él, Asuma sonreía burlón, cada vez era más fácil apaciguar la furia de Iruka; bastaban un par de palabras, un beso o una buena cogida como ésa para que al menor se le olvidaran sus reproches por un tiempo. Sostuvo a Iruka ésta vez de la cintura, muy suavemente, cayendo en cuenta que él apenas hacía esfuerzo en moverse y que el ritmo vertiginoso de aquella danza erótica y rápida lo estaba marcando el otro al estrellar sus nalgas hacia atrás, directo sobre su sexo. Le encantaba verlo así de sumiso, así de adicto a su verga. Porque éso era lo que tenía a Iruka tan encaprichado con él, no el amor que tanto decía profesarle. Y él lo sabía, y le parecía bien, porque sabía que el otro no podía amarle así como era, estaba cegado por el placer que le daba, por ser el primer y único hombre en su vida. Aunque no se quejaba, él tampoco le quería de ésa manera, no como amaba hundirse en su interior, escuchar sus lloriqueos enloquecidos cuando rozaba su punto dulce, y gritaba morbosas incoherencias, justo como ahora.

—Mm... sí, así... ¡ah!... No... sí...— balbuceaba, sintiendo el dolor en los tobillos de pronto, por el esfuerzo de empujarse contra el otro cuerpo. Paró unos segundos, apretando el miembro dentro suyo con codicia, deseando exprimirle, soltando un jadeo divertido cuando Asuma gruñó extasiado por sentirle aún más estrecho y le arreó una nalgada. Iruka pensó que no había nada mejor que estar entregándosele en ese momento, después de pelear. Siempre que lo hacían Asuma le atacaba con ésa intensidad; y le encantaba.

Entonces comenzó a sonar el celular del mayor en su bolsillo trasero, e Iruka volvió al ataque, moviendo las caderas en círculos, sacando casi por completo el sexo de Asuma de su interior y luego introduciéndolo de nuevo creando obscenos ruidos. Pero inmediatamente Asuma le paró, tomándole de las caderas y frenando todo movimiento, para luego rebuscar en su bolsillo y darse cuenta que tenía  que contestar esa llamada.

—Mierda...— Susurró leyendo el nombre de su mujer en la pantalla, que no dejaba de parpadear por la llamada entrante. Salió del cuerpo de Iruka un momento y descolgó. —¿Kurenai, todo bien?.— Preguntó con un fingido tono de preocupación. Del otro lado parecieron responder afirmativamente y sonrió automáticamente, luego guardó silencio en lo que ella volvía a hablar.

''¿Tardas más en llegar a casa? Mis padres vienen a felicitarnos por la noticia.''

Iruka escuchó claramente aquella frase, notando verdadera dicha en su voz y por un momento el velo de la ira y los celos intentó nublar su mente, pero entonces un malévolo desquite se le ocurrió. Apartó de un manotazo la mano de Asuma de sus caderas y se arrodilló frente a él, tomándole del miembro con firmeza. Desde arriba, Asuma le dedicó una mirada reprobatoria nada convincente, y continuó hablando con ella.

En el suelo, Iruka comenzó a lamerlo, centrándose inmediatamente en el glande enrojecido y sensible, besándolo y sorbiéndolo golosamente. Luego sin previo aviso lo metió hasta su garganta, casi atragantándose y salivando abundantemente por el esfuerzo. 

— Hng... sí, ya no tardo.— Suspiró con gozo cuando sintió los labios ajenos apretarse en las venas de su miembro, besándolas a la par que su cavidad le mojaba aún más. Cerró los ojos con disfrute cuando Iruka aumentó la rapidez de la mamada y comenzó a ayudarse con sus manos, luego le tomó de la cabeza, marcándole un ritmo imposible.

''Por favor no demores más, la fiebre de Tsuya regresó.'' Dijo ella, y Asuma paró en seco, saliendo de la boca del menor con prisa.

—¿Tsuya volvió a recaer? ¡Haber empezado por ahí, mujer! —Casi gritó, ahora sí con verdadera preocupación. Miró a Iruka un momento y entonces le dio la espalda y regresó hacia la cama, buscando con la mirada su camisa y su saco, guardándose también la erección nuevamente en los pantalones y ésta vez abrochándolos correctamente. — Que sí, ya voy. Pasaré a la farmacia entonces. ¿Llevo algún caramelo para Emi?

Por su parte Iruka quedó estático, sintiendo que se escurrían las últimas gotas de su dignidad entre su saliva desde sus labios hinchados. Asuma colgó el teléfono pero no volvió a él, se apresuró buscando sus zapatos y corrió hasta el cuarto de baño, donde le escuchó refrescarse la cara y la boca, para luego lavarse rápidamente el cabello, borrando todo rastro suyo de su piel y pelo.

Cuando regresó a la habitación, el de la cicatriz seguía inmóvil en el suelo, solo que ahora mirando sus propios puños clavados en la alfombra, aguantando en silencio cómo el otro se preparaba para irse.
Finalmente después de unos segundos, Asuma se paró frente a él y le habló suavemente por su nombre, para después inclinarse y tomarlo de las mejillas.

— Tengo que irme.— Susurró mirándole directamente, pero Iruka no levantó la vista. Asuma pudo ver que le temblaban los labios, los tenía enrojecidos por tantos besos. — Pero vuelvo antes de las nueve, ¿está bien? — Silencio de nuevo,Iruka estaba enfurruñado, pero él ya sabía cómo contentarlo. Le dio un pico en los labios y le miró a detalle: sus ojos hinchados, el cabello enmarañado de forma adorable sobre su cabeza, el golpe en su mejilla. Pensó que quizás esta vez se había vuelto a pasar un poco, pero es que Iruka había sido muy insolente. — Ya quita ésa carita.— Susurró dándole otro corto beso y peinándole las hebras castañas. — Aunque estás tan bonito cuando lloras.— Apenas terminó la frase, Iruka le volteó a ver furibundo, rojo de ira y se soltó del agarre bruscamente.

— Lárgate de una vez, Asuma. — Escupió levantándose de la alfombra y tallándose los labios con furia. 

 — No empieces de nuevo.— Sentenció el más grande, con la mirada cansada.— Me daré una vuelta por la noche. ¿Compro la cena?— Iruka no respondió, solo le dio la espalda y se encerró en el cuarto de baño.

Dentro, Iruka estaba que estallaba del dolor. Solo esperó hasta que la puerta principal fue azotada para empezar a llorar como un niño. Se desnudó con prisa y abrió la regadera, metiéndose bajo el agua sin esperar que se templara ni un poco. El agua azotó su espalda como un látigo, pero no se movió ni un centímetro y aceptó casi con placer el dolor que le causo el agua caliente en su piel, porque quemaba menos que la rabia en su pecho. Lloró con la cabeza gacha, temblando de coraje mientras los besos húmedos que Asuma había dejado sobre su piel eran borrados por la cascada de líquido herviente. Estuvo así unos minutos y entonces recordó que serían casi las tres de la tarde y a las cuatro debía estar en el trabajo, así que se enjuagó los ojos cuando el agua se templó totalmente y fue seguro y procedió a lavar el resto de su cuerpo con prisa. 

Después de la ducha se apresuró a vestirse y secarse el cabello, odiaba sentirlo escurrir cuando estaba fuera de casa, pero al final no le alcanzó el tiempo y se hizo un chonguito alto que pensó no se vería tan mal. Aunque no es como si fueran a verle muchas personas. 

Comprobó que efectivamente su servicio de taxi le esperaba afuera, tomó su mochila, su celular, sus llaves y salió de casa, sin limpiar el desastre de horas atrás. 

*

Iruka trabajaba en una estación de radio desde hacía un par de años. Había iniciado como recadero mientras cursaba comunicación en la universidad y decidía qué quería para el futuro, pero entonces, al trabajar en la Estación de Radio del grupo Konoha, un titan en cuanto a telecomunicaciones, se había enamorado por completo de la Locución. Tras haber estado por tres largos años recibiendo ordenes y trayendo cafés, escuchando en primera fila los temas de actualidad en las noticias, y las historias en los programas de variedades decidió que ésa sería su vida: la del animador tras el micro, hablando de lunes a viernes, de dos y media de la tarde a cuatro,  con el auditorio que era la cuidad entera, mayormente adultos jóvenes ávidos por saber de las noticias actuales.

Tristemente, su trabajo actual distaba ligeramente de lo que sus sueños de adolescente habían sido. Trabajaba en radio, era locutor, sí, pero no narraba las noticias más impactantes del momento, esas que cambiarían la historia para siempre; por el contrario, su trabajo no podía ser sino el más cutre de la programación diaria en la estación para la que trabajaba, el de locutor de un programa de asuntos del corazón. Cada tarde, de lunes a jueves salía al aire en el programa con el nombre mas simple, y se dedicaba a contestar las llamadas de adolescentes enamorados ansiosos por conquistar a la antigua, que contaban brevemente sus historias de amor y desamor al resto de la audiencia y acudían también por un consejo suyo, como si él fuese doctor del amor o algo parecido. Y él no tenía de otra más que contestar y aconsejar los problemas de niñatos hormonales y adultos solitarios. Quizá, lo único que realmente le gustaba del programa era la parte en la que algunas personas sólo llamaban para pedir alguna canción en especial y dedicarla con anhelo. Porque entonces él se podía relajar con la música y buscar en Internet información sobre algún programa de universidad en casa con vacantes en esa otra carrera que le tenía cautivado desde pequeño: periodismo.

Su taxi llegó barrido a las oficinas de la estación y tuvo que subir las escaleras de dos en dos porque faltaban menos de cinco minutos para que el programa empezara, el productor le reñiría por  no haber llegado a tiempo para la lectura del guión de apertura, pero con suerte no distaría mucho del día anterior.

Entró agitado a la cabina y saludó con la cabeza al coordinador Maito, que se notó inmediatamente preocupado en cuanto le vio.

El golpe, pensó Iruka, ignorando la intensa mirada de quienes estaban en la sala, después de todo no era la primera vez que le veían magullado, aunque sí debían admitir que ésta vez no le había ido tan mal.

Por otra parte el director, al verle el rostro golpeado atribuyó su retraso a un posible intento de atraco y no escarbó de más al preguntar por la demora, se conformó con el escueto ''no vuelve a pasar'' que Iruka le susurró mientras se sentaba frente a la mezcladora y el micrófono  y se ponía los audífonos en el escritorio alto frente a todos y en unos segundos, Maito le indicó con los dedos que los anuncios y publicidad estaban por terminar, por lo que pronto entraría al aire. Tan pronto como el foco en la pared cambió de rojo a verde, Iruka se aclaró la garganta y comenzó a hablar:

—¡Muy buenas tardes Tokio! Mi nombre es Umino Iruka, bienvenidos a éste su programa vespertino favorito ''Música para dos'', estamos a veintinueve grados, el verano cada vez más cerca; querida audiencia, no olviden llevar parasol y bloqueador si están por salir, además de procurar hidratarse correctamente, tendremos una tarde calurosa hoy. Pero para los que se quedan y nos escuchan desde su casa, auto o trabajo déjenme decirles que hoy tenemos un programa muy especial: nombraremos a los ganadores del concurso de la semana pasada, y tendremos un invitado más tarde, así que no cambien de estación y sigan con nosotros aquí en su programa. Nuevamente, mi nombre es Umino Iruka y ésto es ''Música para dos''.

Y comenzó a sonar la entrada del programa, luego salieron a publicidad e Iruka por fin pudo exhalar. Rápidamente Maito entró y  le entregó el guión para que le echara una ojeada rápida y una botella de agua, Iruka le agradeció con una sonrisa pero el otro no le imitó, sino que le miró reprobatoriamente la mejilla mientras negaba con la cabeza.

Maito Gai le conocía desde sus años en la universidad, prácticamente él le había metido en ese mundillo, y se lo agradecería siempre; se conocían y se llevaban muy bien, tanto que incluso nunca tuvo que ocultar de él su atracción por los hombres; así que él fácilmente podía intuir que aquella marca negra en su mejilla -sospechosamente similar a las que le habían pintado hacía unas semanas- no podría haber sido causada en un simple intento de asalto.

Iruka le pidió disculpas con la mirada y entonces Maito salió del cuarto, estaban por volver al aire.

*

— Entonces Señor Hyuuga, ¿piensa usted que la literatura actual está decayendo?— Preguntó Iruka con un gracioso retintín, la primera parte del programa estaba a minutos de finalizar y ese hombre aún no podía darle una respuesta clara y corta. Después de nombrar al ganador del concurso, habían ido inmediatamente con el invitado, que no era otro más que el dueño de la Editorial que llevaba su apellido y que además era un famosísimo crítico literario cuya opinión bastaba para elevar o terminar la carrera de cualquier autor en el medio; no tenía mucho qué ver con la temática del programa, pero algunos oyentes lo habían pedido escuchar.

— Verá, Umino: no es tan sencillo como para darle una respuesta total y certera a su pregunta. ¿Que si antes había mejores libros, mejores tramas, mejor contenido? Por supuesto que no. Siempre ha habido un balance entre lo malo y lo medianamente decente. Y por desgracia sólo algunas contadas obras pueden permitirse ser llamadas  buenas. Lo que trato de decir en mis artículos es que actualmente las editoriales, y me atrevo a incluir la mía, nos centramos en descubrir nuevos talentos y no en pulir y renovar los que ya tenemos afiliados. Tome por ejemplo, éste autor, K, ¿le conoce? 

— Por supuesto. —Contestó el castaño inmediatamente, recordando que era el seudónimo del autor de un libro que Maito le había obsequiado hacía un par de semanas, incluso antes de que saliera a la venta oficialmente y que le había fascinado. 

— Imagino que ha leído su obra entonces.— Hizo una pausa y continuó cuando vio asentir a Iruka. — Girasoles y Lluvia tiene un tópico bastante flojo. Pudo haber sido interesante, pero el protagonista tiene demasiados huecos, y una evolución muy lenta. Voy por el capítulo cinco, y me parece que...

—¿Me habla de su trama y su evolución sin haber leído la historia completa? —  Preguntó Iruka, ligeramente enfadado. Él no era un crítico, pero ese libro realmente había sido bueno y apenas se notaba que era el primer trabajo del autor. Tenía un par de fallos, sí,  y quizás no llegaría a bestseller, pero vamos, en su opinión era una obra buenísima.

— Sinceramente no creo terminármelo. Le decía que su ritmo es lentísimo, el héroe divaga en muchos aspectos y personalmente no recomendaría ése libro a la audiencia.— Lo último lo dijo con una sonrisilla extraña al final, e Iruka lo entendió de pronto.

— Muy respetable su opinión, señor Hyuuga.— El otro le sonrió y él miró de pronto a Maito, que tenía una ligera mueca de disgusto, pues al igual que él, consideraba el libro un gran esfuerzo. Iruka sonrió falsamente y dejó el guión a un lado, dispuesto a bajarle los humos a ese crítico engreído. — Supongo que sus palabras no tienen nada qué ver con que Girasoles y Lluvia se esté vendiendo tan bien, ¿verdad? 

— ¿Cómo?

— Y es una lástima que su editorial haya rechazado el manuscrito, debe sentirse algo frustrado de que le esté yendo tan bien considerando que es una obra debut ¿no es así?— Hizo una pausa cuando vio que Hyuuga miraba a su director con los ojos entrecerrados, pero no se amedrentó. —Incluso me parece que está solo un puesto por debajo del éxito actual de su editorial, ¿o me equivoco? ¿Cuál era el nombre del libro? — Preguntó, retándole con la mirada.

Siglo 22. — Respondió escuetamente, y por su cara, sabía la clase de comentario que seguía.

— ¡Siglo 22, cierto! Pero si es su propio libro, qué despistado soy. — De pronto se escuchó el timbre que anunciaba el final de la primera parte del programa, por lo que la tensión se disipó y volvió a su tono amable. —Se nos ha terminado el tiempo de la entrevista, muchísimas gracias por haber estado con nosotros Señor Hyuuga; y a nuestra audiencia, no se muevan porque a continuación tendremos su sección favorita en éste su programa, Música para dos.

Y salieron del aire, Iruka iba a levantarse y despedirse del crítico, pero éste solo se levantó sin mirarlo y salió de la cabina. El director le miró con reprobación y salió tras él, pero el resto de compañeros y técnicos le miraban irse con una sonrisilla a en el rostro, incluido Maito.

— Espero que no tengas problemas, Iruka.— Le dijo éste entrando al cuarto, recogiendo los vasos vacíos y la charola con bocadillos.

— Alguien tenía que hacerlo, estaba siendo un cretino respecto a ese libro. Tú sabes que es muy bueno, Gai.— Dijo tomando un último canapé de la charola y dándole un mordisco, pero apenas abrió la boca el dolor en su mejilla le hizo dudar. Maito borró la sonrisa al notar su gesto, mirando directamente su rostro hinchado pero al final no dijo nada, solo bufó con cansancio y terminó de limpiar la mesa alta. 

— Quedan tres minutos de publicidad, empezaré a abrir las líneas telefónicas.— Y salió dejándole una sensación pesada en el pecho. Sabía que lo estaba preocupando, pero no sabía qué hacer.

*

La segunda parte del programa solía ser la más escuchada porque era donde por fin los radioescuchas llamaban para pedir y dedicar las canciones, y esa tarde estaba siendo igual. Terriblemente igual que todos los días anteriores; click, buenas tardes, ésto es Música para dos, te habla Iruka, ¿con quién tengo el gusto? Ahh Sakura, ¿a quién le vas a dedicar tu canción? Excelente, dame un segundo y la pongo al aire. Y así, la hora y media que restaba de programa. 

Iruka se sentía deshecho, la faena de la mañana le había cansado como nunca, Asuma había sido especialmente pasional en ésta ocasión y le empezaba a doler la cadera y las piernas. Luego con la discusión también se había sobre esforzado, y el golpe en su mejilla comenzaba a ponerse duro y aún más sensible, por lo que no sabía si iba a poder aguantar más tiempo escuchando los berridos de quienes llamaban y le contaban sus desdichas.

También pasé un mal día, mocoso irritante, pero no llamo a un programa estúpido para que me resuelvan la vida, quiso decir pero en su lugar le dio un simple consejo que el adolescente agradeció como si se tratara del significado de la vida y colgó. 

Inmediatamente Maito le pasó la décimo tercera llamada del día y no pudo sino saludar como si se fuese de la primera.

— ¡Muy buenas tardes! Umino Iruka, ¿con quién tengo el gusto?— Saludó animado, pero del otro lado no le contestaron. Miró a Maito con duda, pero éste le confirmó con un gesto que la llamada había entrado y que seguía conectada. —¿Hola?.—Preguntó pensando si sería acaso alguna broma telefónica. El silencio continuó un par de segundos más.

— ...Who's theme...Una voz masculina se escuchó de pronto, seguido del corte de línea.

Iruka parpadeó confundido, eso había sido extraño. Quien había llamado sólo había pronunciado el nombre de una canción y había colgado de inmediato. Miró a los técnicos y a Maito, que también se había quedado pensativo, pero no le dio señas de nada, por lo que lo dejó correr, saludó al escucha sin mucho rodeo y puso su canción al aire.

Después del momento incómodo -y posiblemente sobrenatural-,  el programa continuó con normalidad, aunque eso sí, algunas personas le preguntaron qué había sido esa extraña llamada, a lo que él solo lo atribuyó a la posible prisa del hombre, y nadie más comentó más nada.

Hora y media después, por fin Maito cerró las líneas telefónicas y le pasó por escrito algunos saludos de la tarde, para quienes no habían tenido la suerte de salir al aire.

 Y por último, un gran saludo para Kazu, muchísima suerte con la propuesta de matrimonio.— Presionó en el panel el botón que hacía efecto de aplausos y continuó. — Eso fue todo chicos, me dio mucho gusto complacerlos hoy también con sus melodías favoritas. Mi nombre es Umino Iruka, y recuerden: no hay canción mas romántica que los latidos de un corazón enamorado, ¡Muchas gracias!— Odiaba repetir esa melosa frase, pero a la vez le aliviaba, porque entonces quería decir que su trabajo estaba terminado. Empezó a sonar la música de salida, y una mezcla de todos los saludos grabados del día y luego siguió la publicidad. El programa siguiente empezaba en cinco minutos, en otra sala, pero ese ya no era su problema.

Se dejó caer exhausto en el respaldo de la enorme silla giratoria al momento que el de las cejas gruesas entraba de nuevo al cuarto, con un par de bentos de konbini y latas de cerveza que había encargado entre las pausas publicitarias y se sentó al lado suyo, poniéndole la comida enfrente y esperando que reaccionara.

—Fue un día duro, ¿no?— Preguntó pegándole una lata helada en la mejilla amoratada, haciéndole tensar al contacto.

—¡No hagas eso! — Reprobó con una risilla, la verdad el frío en su piel se había sentido bien. — No pasa nada.

—No Iruka, sí pasa. Llegas tarde al trabajo, y con la cara magullada, además de que no es la primera vez. Si ese hombre con quien sales te está agredie...

— Sólo fue una discusión cualquiera, en serio. Ademas no fui el único.— Comentó fingiendo una risilla cómplice que Maito, por supuesto no secundó.—Puedo defenderme, Gai.

—No, si eso no es lo que me preocupa. Lo hace el hecho de que tengas que hacerlo, porque se supone que no tendrías, que nadie debería estarte agrediendo de ninguna manera.

Iruka bajo la vista con vergüenza, por supuesto que sabía todo eso, pero era realmente humillante cuando se lo decía alguien más. Entendía las palabras de Gai, no es que no pudiera entrar en razón, es que no quería. Necesitaba seguir creyendo que ésos momentos con Asuma solo eran otra etapa más de su relación, algo que no les afectaba, sino que al contrario, les unía y hacía más fuertes.
Aunque claro, eso antes de ésa tarde, en la que se enteró de la peor manera que nuevamente estaría compartiendo a Asuma con alguien más, con otro hijo suyo. Suyo y de esa mujer.

Recordó como la bilis se le acumuló bajo la lengua y la escupió tan pronto como el de la barba colgó el teléfono, rápidamente, antes de que quisiera volver a entrar en su cuerpo y el placer le distrajera.
Lo siguiente era lo que más le dolía recordar: las mentiras de Asuma, sus susurros dolorosos y sus besos quemantes sobre sus labios, aquel único golpe. Las palabras que le había dicho tenían cada una menos valor que la anterior, pero él no podía sino intentar creerlas. Desconectar la razón de su cabeza y aceptarlas con el nudo de la vergüenza atorado en su garganta, junto con los mil reproches que le quedaban.
Se colocó a sí mismo de nuevo el velo de la ignorancia fingida y se convenció de que ésta vez, las palabras dichas por su amor tenían que ser reales. Por que no soportaría que no lo fueran.

Iruka parpadeó con rapidez, saliendo de su ensimismamiento, mirando a Gai directamente a los ojos oscuros y exageradamente redondos.

— No se va a repetir Gai, te lo aseguro.— Y le sonrió. Y aunque estaba seguro que Maito no había quedado convencido, éste solo le sonrió de vuelta, dejando el tema de lado.

Tras terminar de comer, ambos salieron antes de que el director regresara y amonestara a Iruka por su descortesía con el invitado, llegaron casi corriendo al estacionamiento, ya que Gai le había ofrecido llevarlo hasta su casa, pero antes pararon por ahí en un lugar alto y se fumaron juntos el primer cigarro en semanas.  Así, mientras Maito tecleaba con una sonrisa pícara su celular, Iruka exhalaba el humo mirando el panorama, apoyado en la bardita justo al lado de la carretera, viendo con anhelo la preciosa ciudad y todo lo que ofrecía: restaurantes, museos,  tiendas, clubes. Miró cada uno, intentando recordar cuándo había sido la última vez que había salido solo o acompañado a un lugar de esos; podía decirse que años. Desde que mantenía esa relación insana con Asuma, éste le había prohibido salir de noche, alegando que sería muy peligroso hacerlo solo, o incluso con amigos del trabajo. 

Salir con él también estaba fuera de discusión, nadie podía ver al accionista mayoritario de una gran empresa como lo era él, con familia, a altas horas de la madrugada en algún bar de esos con un jovencito pegado a su pelvis. 

Así que sí, tenía años sin salir a divertirse como todos los de su edad. Apenas iba a cumplir veintiséis y se sentía tan esposa como la mujer con quien compartía a Asuma. Esperándole con comida en el refrigerador, la casa limpia y las piernas abiertas; y aunque jamás se lo iba a decir, ese absurdo juego de la casita le estaba fastidiando y no iba con él, pero lo soportaba porque no lo quería alejar de su lado.

La escandalosa risa de Gai le sacó de su ensoñamiento, aplastó la colilla sin terminar en el concreto bajo sus codos y le miró divertido.

—Ésa chica debe ser especial, ¿eh? Llevas todo el rato mensajeando con ella.

—¿Qué? ¡No! — Rió de nuevo. —Es un amigo que espero en unas semanas. Viene por trabajo y le he dicho que puede quedarse conmigo, pero insiste en ir a un hotel.— Dijo guardando el celular y  su cigarrillo sin prender en la cajetilla de nuevo. —Es todo un caso.— Soltó otra risilla divertida mientras le indicaba que subiera al auto, Iruka obedeció de inmediato y no pudo descifrar la mueca picarezca que acompañó a Gai durante todo el camino.

*

Maito le dejó frente a su casa exactamente a las ocho y media de la noche; habían pasado antes a comprar algunas cosas para su departamento y su refrigerador, e Iruka había estado feliz de acompañarle pues se había distraído de lo de en la mañana. Pero ahora que el modesto carrito de Maito doblaba la esquina de su cuadra, la pesadez que se suponía había dejado en la regadera volvió a caer sobre sus hombros.

Con paso lento se dirigió a la entrada y con parsimonia también rebuscó las llaves en su mochila, pero entonces la puerta de abrió de golpe y le hizo saltar en su sitio.

Por supuesto que quien había abierto no podía ser otro sino Asuma, y aunque ya se había hecho a la idea de que le tendría ahí por la noche, no imaginó que llegaría antes que él a  casa.

El más alto se hizo a un lado para que pudiese entrar y sólo entonces Iruka se dio cuenta de que las luces estaban apagadas. Avanzó sintiendo escalofríos mientras tras suyo Asuma cerraba la puerta y enseguida le pegaba el paquete en el trasero.

—Bienvenido.

Le dijo y le tomó de la cintura hasta hacerle avanzar a la cocina, notando que aunque también estaba con la luz apagada, no estaba del todo a oscuras pues un par de velitas en la mesa iluminaban el lugar. Iruka notó inmediatamente la enorme caja oscura sobre la mesa, adornada con un precioso moño dorado y volteó a ver a Asuma, que sonreía ligeramente.

—Lo siento, no debí hacer ésto — Susurró acariciándole la mejilla hinchada, Iruka se sobresaltó por el dolor que su tacto le produjo y apartó la vista. 

Ahí iban de nuevo, cada que Asuma le agredía, quería arreglarlo después con un costoso regalo como el que yacía sobre su mesa. Iruka estuvo a punto de gritarle que no podía arreglarlo con algo tan simple, que él no era tan vacío como para dejarse sobornar por una nimiedad como ésa; que ya tenía suficiente ropa y calzado para todo el año, que la computadora portátil sobre su escritorio seguía siendo de última generación y que desde luego no necesitaba un móvil nuevo ni que le rentara una casa más grande.
Pero nuevamente, no dijo nada. Siguió callado, mordiéndose los labios para evitar que los reproches salieran de su boca. 

—No es suficiente, ¿verdad? —Preguntó, yendo a besar su oreja e Iruka suspiró con anhelo. —¿Qué tal ésto? Pedí unos días de descanso, los pasaré contigo. — Susurró a la vez que iba bajando el cierre de la chamarra del de la cicatriz y éste le miraba con un deseo demasiado obvio. —Y cuando ése tiempo termine, voy a hablar con Kurenai.— Un beso a sus labios, luego en su mejilla sana. — Voy a dejarla.—

El moreno abrió mucho los ojos, incrédulo, ¿había escuchado bien?

—¿Hablas... en serio?— Preguntó sin querer ilusionarse, frente a él Asuma sonrió encantador, luego le besó las manos y le soltó, yendo a la mesa y abriendo sin ningún cuidado el regalo y sacando una caja muchísimo más pequeña.

Iruka comenzó a agitarse, el rubor subiendo a sus mejillas trigueñas y las lágrimas juntándose en sus ojos. Entonces miró al mayor regresar con la cajita de terciopelo verde botella y abrirla y se sintió desfallecer: Asuma le estaba mostrando una argolla dorada.
El locutor miró la joya, después a su amante, y luego al anillo de nuevo, sin poder creerlo. Comenzó a hiperventilar a la par que terminaba de acercarse al corpulento cuerpo del mayor, casi temblando por la emoción.

Tomándole la mano izquierda, Asuma sonrió para sus adentros, le tenía.
Colocó sin prisa el delgado y elegante anillo en el dedo anular del chico y le contempló, convencido que con ese regalo había ganado tiempo.
El menor le abrazó efusivo y le escuchó sollozar ligeramente, emocionado.

—Ey, ¿qué pasa? ¿No te gusta?— Preguntó con un falso tono inocente, sabiendo de antemano lo que el otro diría, pero Iruka sólo lloró más alto como respuesta.

Estuvieron unos minutos así, abrazados, con el mayor meciendo ligeramente el cuerpo más pequeño, apoyando su mentón sobre su cabello chocolate, pero Asuma no quería desperdiciar un segundo más. Con sutileza apartó a Iruka de su pecho y le besó en la boca, empezando lento pero subiendo la intensidad enseguida para que Iruka entendiera lo que quería conseguir.
Éste no opuso resistencia, emocionado como estaba, dejó que el de la barba le condujera de reversa y entre tropezones hasta la habitación, donde con prisas encendió la luz y le arrojó con brusquedad a la cama, desde donde se enterneció al notar que no había rastro del desorden de ésa mañana, y que incluso la botella de costoso licor y las copas habían sido reemplazadas.
Iruka sonrió dulcemente, recibiendo de nuevo sus besos en su boca abierta, saboreando con su lengua la ajena y empezando a calentarse nada más de sentir a Asuma forcejear con la hebilla de su propio cinturón.
El menor se desnudó con prisa, deseoso de ayudar al otro con su ropa, y así lo hizo.
Luego lo hizo recostarse y de un movimiento le bajó los interiores y liberó su sexo grande y ya erecto.
No tardó ni dos segundos en llevarlo a su boca y comenzar a lamerlo con hambre, ni el otro en tomarlo del pelo y marcarle su ritmo imposible, mientras jadeaba y le susurraba lo bien que lo hacía.

—Iruka, ¿quién ha venido a traerte?— Preguntó de pronto, estirando su cabello hacia arriba y sacando su miembro de su boca golosa.

—¿Eh?

—El del auto, ¿quién era? — Repitió reteniendo a Iruka del cabello, impidiendo que volviese a meterse su verga hasta la garganta.

Iruka tenía la mente nublada por la excitación, ¿por qué quería saber eso?
No entendía que quería conseguir el otro con esa pregunta, pero él no tenía porque ocultarle la verdad, así que sólo la dijo, esperando que el mayor le devolviera el trozo de carne a su lengua.

—Gai

—¿Gai? — Cuestionó extrañado, pero convencido por lo que le soltó y dejó a Iruka continuar con lo que hacía. Conocía a Maito Gai, y sabía perfectamente que era un hombre decente y completamente heterosexual, así que pudo relajarse y concentrarse en disfrutar las atenciones del menor.

*

A la  mañana siguiente, Iruka fue el primero en abrir los ojos. Casi lloró de alegría cuando notó que Asuma en verdad seguía recostado a su lado y le contempló embelesado. Las facciones perfectas y varoniles, la barba ligeramente salvaje que le daba ese toque maduro a su semblante, los labios duros y carnosos, entreabiertos dejando escapar los suspiros que delataban lo profundo de su sueño. Sí, Asuma era perfecto; y por la ligera presión que sentía en su dedo anular izquierdo, ya podía presumir que era única y completamente suyo.

Se acercó a su cuerpo musculoso y le besó el amplio pecho, escuchando su  respirar tranquilo y ronco, luego bajó la vista y notó con diversión cierta parte inferior del mayor despierta, contraria a su propietario.
Metió la mano bajo las sábanas despacito y le tomó del pene con firmeza, haciéndolo despertar de golpe.

Iruka rió por su travesura a la par que empezaba a masturbarle, contento de sentirlo aún más duro por sus caricias.

Por su parte Asuma estaba extasiado, Iruka contento solía ser diez veces más acomedido de lo normal, por lo que no se arrepentía de su mentira de la noche anterior.
Si un par de palabras bastaban para tener al castaño así de complaciente, no le importaría soltarle un par más.






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