La gitana
La gitana
Parte uno.
De Lorena Balog a Imara Lakatos, y Leónidas Báthory
...
En Pest casi nunca sucedía nada fuera de lo común. La monotonía le daba cierto aspecto... particular, a aquel pedacito de las tierras húngaras. Si os fijaseis con atención, incluso os podríais entremezclar con la rutina.
Naturalmente, no vengo solo a detallaros el diario vivir de un pueblito. Sino más bien, la destrucción de la paz de este.
Las cosas cambiaron cuando Lorena Balog pisó la ciudad.
Su abuela, quien la crio durante mucho tiempo, había muerto. Pero ella seguía haciendo recados en su nombre. Al menos se había quedado con la parte "curativa" a diferencia de su nana, no le agradaba tanto el tema de los hechizos.
Pudo defenderse por sí sola, hasta que un granjero se dio cuenta de que la figura encapuchada no era Karina, sino la nieta de esta. Le hizo correr Szombathely entera persiguiéndola para castigarla, así que lo único que pudo hacer fue dirigirse a Pest en una caravana de gitanos.
—¡Ayudadme! —gritó ella.
De tanto caminar pensaba que el cansancio le estaba provocando visiones, sin embargo, aun no llegaba a ese nivel. Su abuela por otro lado, sí fue una bruja experimentada.
Como sabía que no podía hacer ese tipo de cosas, la joven detuvo uno de los carros de la caravana.
Un moreno de ojos verdes la encaró, su piel curtida por el sol no le agradó en lo más mínimo; los gitanos tenían fama de estafadores, y ella en definitivo no quería perder el poco dinero que tenía.
—¿A dónde os dirigís?
—A Pest mi lady, ¿Dónde está vuestro escolta?
—Soy plebeya.
—Oh, no lo parecéis —Lorena sintió que se burlaban de ella, ya que sus ropajes eran de mala calidad, y se notaba a leguas su pobreza.
—¿Queréis subir?
—Sí por favor, yo también voy a Pest.
Era mentira, solo necesitaba salir de Szombathely.
Cuando el hombre la subió a su carruaje, pudo ver como algunos curiosos gitanos asomaban la cabeza.
Él le dirigió una sonrisa, pero ella estaba lo suficientemente atemorizada como para devolver el gesto.
—Sois gitanos.
—¿Recién os dais cuenta?
—Y-yo... si queréis podéis dejarme, lamento interrumpir vuestro viaje.
Incrédulo el hombre le dio una miradita de soslayo.
—¿Os queréis bajar porque somos gitanos?
—N-no, ¡Jamás!... estoy acostumbrada a las cosas con las cuales convivís
—¿Y cuáles son dichas cosas?
—S-soy curandera.
Su sonrisa cambió a una irritada —No tenéis que inventaros cosas mi lady, primero podríais sacaros de la cabeza, la idea de que somos brujos y que vamos a estafaros —Lorena se sonrojó, porque no esperaba que el hombre adivinara lo que cruzaba por su cabeza—. No vamos a ultrajaros o a quitaros vuestra virtud, porque seamos gitanos.
—Perdonad, no quise ofenderos.
—Sois plebeya, como dijisteis, no os dejéis llevar de los prejuicios de los ricos.
Con esto la calló y continuaron el viaje.
Todo sucedió rápido. Terminó en el carruaje de un doctor, el cual la ayudó a fortalecer sus conocimientos, y como ella sabía mucho de plantas medicinales, también lo ayudó a él de cierta manera.
Fueron buenos con ella, no eran tan malos como la gente decía. Llegaron a tener un lugar especial en su corazón.
Tanto que hasta lloraron algunos cuando la dejaron en Pest.
—Gracias por traerme.
—No hay de qué, disfrutad vuestro viaje, y si alguien os pregunta de dónde venís, decid que no tenéis memoria, es más fácil lidiar con ellos así.
Pero ojalá el caballero hubiese sido más específico.
. . .
Puso su puesto de curandera de inmediato, no sabía nada de brujería y le molestaba que compararan sus motivos medicinales con algo tan bajo.
Se regó la voz de que había una bruja, una gitana que curaba como si fuese un doctor, y estaba lejos de serlo. Su fama en la pequeña ciudad aumentó tanto, que la gente se sorprendía al ver su menudo cuerpo, y su joven rostro.
Pero la felicidad no duró mucho.
Por cuanto los aldeanos la visitaban a ella, el doctor de la ciudad no estaba recibiendo clientela, no le convenía la repentina llegada de la mujer.
Entonces inició una cacería en su contra.
La monótona ciudad de Pest sufrió grandes cambios.
Empezó aparecer su rostro en cada lugar con la infame declaración de bruja, ¡Que no era una! ¿Por qué todos se empeñaban en hacerla quedar como hechicera?
Montaban guardias a su alrededor, e incluso llegaron a prenderle fuego a su taller, como ella lo llamaba.
Eran salvajes, y pensar que todo lo hacía por ayudarlos.
Se sintió traicionada y herida. Decidió que no ayudaría más a los insolentes ciudadanos de Pest.
ahora sin hogar, su esperanza de vida se había limitado a vagar por las calles tratando de conseguir unas cuantas monedas, y así a la corta edad de 17 años, empezó su indigencia.
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