La condesa
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𝓟𝓪𝓻𝓽𝓮 𝓾𝓷𝓸
De Imara Lakatos, y Leónidas Báthory
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Los Lakatos eran una familia respetable y de buen nombre. El señor de la casa había hecho todo lo posible por darle educación a sus hijos: Markus, e Imara. Sobre todo a su hijo, quien había mostrado desde temprana edad un carácter... difícil.
Su hermosa hija, por otro lado, era toda una princesita incorregible, a quien difícilmente podía decirle que no.
A pesar de la buena fama de su marido, el señor Lakatos, la corona de la familia era la lengua más viperina de toda la región: la señora Lakatos. Era aquella vecina que todos trataban con cordialidad, pero que en realidad, nadie quería, por entrometida. Siempre tenía el oído listo para cualquier conversación que se suponía nadie debía escuchar.
Y fue así como una tarde, un par de días luego del cumpleaños número doce de Imara, su hija, escuchó a su vecina la señora Farkas decir que el conde Báthory buscaba esposa.
Le comentó a su marido, y dándole el visto bueno, fue a presentar a su chiquilla al conde.
Leónidas Báthory tenía treinta y cinco años cuando pisó la casa de los Lakatos por primera vez.
Su encuentro con Imara no fue memorable, no le prestó mucha atención y su excusa fue, que era una niña. Apenas la miró desde lejos mientras ella tocaba el pianoforte con delicadeza.
En cambio, se acercó al señor Lakatos y susurró—: Toca muy bien, ¿Cuándo tuvo su primer sangrado?
—Hace poco menos de un año, señor.
—Excelente, pero aún no ha madurado su cuerpo lo suficiente, no soportaría el deber marital.
—No es tan delicada, mi señor. Su madre y yo nos casamos a la misma edad de ella, y parió tres hijos.
—¿Tres?
—Sí, una falleció, fue un accidente hace unos años —expresó el señor Lakatos con cierto aire de tristeza. El conde hizo un gesto de desinterés.
—Ya veo, lamento escucharlo.
—Gracias —el señor Lakatos sabía que el conde no era sincero, pero igual apreció el gesto—. Pasemos a mi oficina, señor, allí podremos hablar mejor.
La dieron por esposa al conde a través de unos documentos, pero acordaron en que se la llevaría cuando cumpliera los quince.
Imara en vez de tomárselo de mala manera, anidó en su corazón un bonito sentimiento hacia su marido, era apuesto, y además según le había dicho su padre parecía ser un caballero considerado.
¡Amaba presumir su condición de casada con sus amigas! Era para ella un sueño vivir en un castillo junto al hombre que creyó amar.
Tres años más tarde, cuando finalmente su amado se la llevó, se sintió la más dichosa de las mujeres... eso hasta que chocó con la realidad de su matrimonio, y las cosas cambiaron de manera rotunda
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